Crítica de 'The Crown': Un masaje para la reina de Inglaterra

‘The Crown’, un masaje para la reina de Inglaterra

Opinión

La serie de Netflix engancha y es preciosa, pero también muy poco crítica con la monarquía

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John Lithgow interpreta a Winston Churchill.

Alex Bailey/Netflix / Netflix

The Crown es una delicia de ver. Peter Morgan ya nos había mostrado en La Reina y Rush (y en menor medida en Frost/Nixon) que era un experto a la hora de contarnos biografías reales sin caer en el aburrimiento o el biopic de manual, así que no podíamos esperar menos de un proyecto tan lujoso como este. ¡Si encima ya se conocía al dedillo la biografía de Isabel II de Inglaterra...!

Es esa clase de serie que se consume un sábado o un domingo por la tarde con tranquilidad, una serie para personas familiarizadas con las costumbres de la realeza y que puedan disfrutar todos y cada uno de los pequeños guiños que hay en las imágenes. El director Stephen Daldry, tan genial (Las horas) como manipulador (Tan fuerte, tan cerca), incluso sorprende con la dirección de los primeros capítulos, que respetan la armonía de un guión que pide tranquilidad con las presentaciones de Isabel II desde el día de su boda hasta adentrarse en un reinado que todavía sigue en el presente.

Pero hablar de las maravillas de Claire Foy y Matt Smith como Elizabeth de la casa Windsor y el Duque de Edimburgo sería quedarse a medias. O también lo sería comentar ese vestuario y esas localizaciones elegidas con un tacto que ni podemos calcular el dinero que Netflix ha gastado (se calcula que alrededor de 130 millones por los diez capítulos). Porque The Crown es algo más que una serie de televisión. Es un pequeño regalito a la monarquía británica.

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Claire Foy.

Alex Bailey/Netflix / Netflix

Todavía recuerdo el estreno de The Queen donde Helen Mirren se transformaba en Isabel II en una de las interpretaciones más tajantemente impecables que hemos visto este milenio. Una parte de mí estaba asombrado por el interés que mantenía ese capítulo de la historia británica y lo bien llevado que estaba, mientras que no podía evitar pensar que tenía mucho de panfleto.

Se suponía que esa reina de Mirren se entristecía más por la muerte de un animal que de su antigua nuera y madre de sus nietos, esa Diana que nunca fallaba en nuestras revistas del corazón, pero no dejaba de ser una oda a la monarquía, su saber estar y la inteligencia de una mujer capaz de enfrentarse a todo por el bien de la imagen del reino de Inglaterra.

Creo oportuno recordar esta opinión de The Queen para entender el problema que puede tener The Crown y es que no deja de ser la versión ficcionada de un reportaje de la revista ¡Hola!. Sí, se supone que incluye pasajes incómodos de las vidas de los Windsor como las aventuras de Margarita con un hombre casado o la frustración del Duque de Edimburgo por vivir en la sombra de su mujer. Pero no es (para nada) un retrato crítico con su protagonista.

Sé que estas críticas podría haberlas aplicado a esa preciosidad llamada Downton abbey, también una obra muy conservadora, pero diría que hay un rasgo que las diferencia. Mientras que esa familia era ficticia pero representaba una Inglaterra elitista y ostentosa que había existido en detrimento de la clase obrera, no resultaba tan ofensiva porque Julian Fellowes presentaba esos hechos como el pasado y se trataba de una familia ficticia. Podía ser nostálgica de las formas pero también evidenciaba que era un modelo insostenible y tampoco fingía ser otra cosa.

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Matt Smith y Claire Foy en 'The Crown'.

Alex Bailey/Netflix / Netflix

Pero cuando entramos en el terreno de The crown hay algo que chirría. Esa misma mujer que vemos como un vestigio del pasado sigue existiendo y sigue llevando esa corona. Y, cuando algún día muera, los británicos tendrán su hijo o su nieto reinando el país y vendiendo una compostura que se supone fundamental para la supervivencia del Estado pero que podríamos cuestionar una y otra vez utilizando nuestro uso de razón (sí, ellos hicieron mucho por el Brexit).

Es por esto que puedo decir que The Crown está bien y que es un gozo verla. Pero tampoco podemos disociarla del discurso ultra-conservador que nos vende. Nos desnuda suficiente los protagonistas para que veamos sus defectos y así humanizarlos, y nos explica la estupidez de algunos protocolos para que entendamos hasta qué punto los pobres monarcas son víctimas de las expectativas y las obligaciones.

En el fondo no deja de ser como esos reportajes de las revistas del corazón donde vemos sufrir algún famosillo mientras nos muestra su fantástica casa. Sí, puede que nos entretenga y que incluso disfrutemos criticando un sofá de estampado horrible o un buda al lado de la piscina. También puede que nos despierte cierta simpatía la pobre separada de la semana ¿Pero verdad que no pediremos el Pulitzer para el periodista encargado de ese reportaje? Pues The crown la metería en esta categoría.

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