Letizia, o el arte de molestar sin pestañear

Un recorrido por la historia de Letizia Ortiz desde la noticia de su noviazgo con Felipe de Borbón hasta la reina que es hoy. Con todo y todos los que dudaron de cuál sería su papel en la monarquía española.
La reina Letizia y el rey emrito
La reina Letizia y el rey eméritoKP/ Gtres

Cerca de las 7 de la tarde del 1 de noviembre de 2003, la Casa Real confirmó lo que Terelu Campos había aventurado en su programa Con T de tarde (Telemadrid) la jornada anterior: el príncipe de Asturias estaba enamorado de Letizia Ortiz Rocasolano, presentadora de la segunda edición del Telediario de la primera cadena de Televisión Española. La pareja contraería matrimonio pasado medio año; el tiempo suficiente para organizar el enlace y el justo para contar con la presencia de todas las familias reales del mundo. La mañana siguiente los diarios llevaron a sus portadas la noticia del compromiso vendiendo a peso las virtudes de la novia. El camino de doña Letizia hacia el trono consorte no ha sido fácil aunque en los cuentos lo pinten como una pasarela. Muchos y muy variados han sido los enemigos que se han encargado de minar la cuesta arriba de rosas con sus espinas; muchas veces con el único objetivo de esconder debajo de la alfombra principesca sus pecados capitales.

A la asturiana no la recibió el pueblo al grito de “fea, pobre y portuguesa ¡chúpate esa!” como a la desdichada María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, pero el trato de guante suave duró un suspiro. Pronto doña Letizia se convirtió en el saco de boxeo de propios y extraños. La leyenda de una ambiciosa cazadora de príncipes disfrazada de profesional independiente corrió como la pólvora e impregnó como los calabobos en una sociedad de consumo de noticias velocísima. Todavía hoy, cuando es sabido que el príncipe azul fue el que se encaprichó de la presentadora del telediario y urdió un plan ejecutado por el periodista Luis María Anson para conocerla, algunos defienden el acecho al contrario.  

Aunque desde el principio los muy a la derecha la consideraron la anti-reina y los muy a la izquierda una traidora de clase, las primeras críticas mediáticas brotaron una semana después de la exclusiva de Campos, el día de la petición de mano celebrada en el Palacio Real de El Pardo. Antes de que ella rematase su poesía sobre sus padres políticos, “con el cariño y el apoyo de los reyes y por supuesto con el ejemplo imparable de la reina”, don Felipe la interrumpió. En vez de hacer mutis por el foro, doña Letizia le cogió del brazo cariñosamente y sonrió más que pronunció aquel famoso “déjame terminar”. Suficiente chispa para prender la estopa de algunos cortesanos más papistas que el papa. Al que algunos exaltados apelaron para que no tuviese lugar la unión sacramental del hijo de los reyes de España con una joven que ya había estado casada. El 14 de noviembre, el arzobispado de Madrid ante las “reiteradas demandas de información” de sus devotos, hizo público un informe en el que concluía que no existía ningún impedimento para que el príncipe se casase con una divorciada civil. Haciendo leña del árbol caído, algunos periodistas se animaron a señalar lo impropio de prometerse vestida de blanco, con pantalones y vestida de Armani, un diseñador italiano. 

Jaime Peñafiel, el veterano cronista real, con el bagaje a cuestas con el que muchos escriben su punto final, sacó punta al lápiz para devolverse a una edad de oro profesional a la salud del nuevo miembro del clan Borbón. En una ocasión “llegaron a los dedos”. Según la versión del interpelado, pocos días antes del enlace, durante la presentación en el Ayuntamiento de Madrid de una melodía compuesta por Nacho Cano con motivo del casorio, la asturiana señaló al granadino y le espetó: “Mírame a los ojos, ¿tú crees que estoy triste?”. Peñafiel se salió por la tangente negando a la mayor y recitándole unos versos de Gutierre de Cetina. Ambos sabían muy bien lo que el plumilla “monárquico no, juancarlista” le quería decir con un artículo en el que le recordaba que la reina Victoria Eugenia, bisabuela de Felipe VI y a la que Alfonso XIII le fue infiel de palabra, obra y pensamiento, tenía una salita en el Palacio Real para llorar sus desdichas en privado. Según el tipo de entrevistador, el decano de los columnistas sociales, recuerda esta conversación como abroncada o distendida, pero siempre señala que la hoy reina se despidió con un cínico “Tenemos que vernos más”.

David contra Goliat. Aunque lo primero que murmuró el rey Juan Carlos a los periodistas después de conocerse públicamente la existencia de la pareja fuese “me tienen que hacer más fotos porque estoy más gordo de felicidad”, doña Letizia encontró en su suegro a su primer detractor. El hombre más poderoso del Estado, el jefe, le rechazó a su hijo la posibilidad de casarse con la nieta de un taxista hasta que Felipe de Borbón, emulando a Eduardo VIII de Reino Unido, le habría amenazado con renunciar a sus derechos dinásticos por su, y salvando muchas distancias, Wallis Simpson, tras dejarlo plantado en el desfile de las Fuerzas Armadas del 12 de Octubre en 2003. “Entiendo la sorpresa que ha causado esta decisión a casi todos, pero es una decisión madura, fruto de reflexiones muy intentas y sobre todo con el peso y la solidez del profundo amor que nos tenemos”. El príncipe de Asturias, Girona y Viana, duque de Montblanc, conde de Cervera y señor de Balaguer parecía estar hablándole a su padre en vez de a los españoles durante su primera comparecencia acompañado de doña Letizia el lunes 3 de noviembre de 2003. 

Aunque los Borbones deben su altura agradecida al general Puigmoltó, capricho de Isabel II y padre no reconocido de Alfonso XII, en el mundo del emérito los futuros reyes se casan, enamorados o no, con descendientes de reyes. Como hizo él y antes que él su padre, su abuelo, su bisabuelo… 

Por las venas de doña Letizia, a la que según algunos informadores su suegro llegó a tildar de “problema”, no corre ni una gota de sangre azul. Tampoco por las de Masako de Japón, Matilde de Bélgica, Máxima de los Países Bajos, Mette-Marit de Noruega o Mary de Dinamarca. Antes que ellas, Grace de Mónaco, Sonia de Noruega y Silvia de Suecia, de la generación de Juan Carlos y Sofía, tampoco provenían de la aristocracia pero eso al rey le daba igual, España es otra cosa. Estaba completamente seguro de que “la chica lista” acabaría con su monarquía. 

El mismo año que don Felipe y doña Letizia se dieron el ‘sí, quiero’ en la catedral de la Almudena, el padre del novio conoció a Corinna Larsen. La misma amiga entrañable con la que el jefe del Estado estaba de safari en abril de 2012 cuando se rompió la cadera y cambió su imagen de rey devoto y campechano para siempre.

Hasta entonces, la princesa le había servido al emérito de cortina. Los retoques estéticos de la nuera ocupaban más titulares que los viajes al extranjero extraoficiales del suegro para entretenerse en faldas, cacerías y negocios de espaldas a la opinión pública. Los adversarios del rey, muchos y muy variados, desde republicanos a franquistas, también utilizaron a la plebeya, temerosos del poderoso, para ensuciar la imagen de la institución ensañándose en comentarios sobre los centímetros de un tacón o el largo de una falda y criticando que la de Oviedo no bebe después de brindar, negándose a aceptar que es abstemia, y muy seguros de que antes cuando hacía chin-chin con su copa lo hacía al grito de “salud y república”. 

Con el tiempo, doña Letizia se ha preocupado y ocupado de disipar las últimas dudas de don Juan Carlos. Aquellas que tanto le atormentaron desde su blancazo en la Pascua Militar de enero de 2014 (atribuido a haber pasado la víspera con Corinna) hasta su abdicación a mediados del mismo año; ¿Estará preparada la princesa Letizia para asumir el papel de reina consorte? Cuando Felipe VI ascendió al trono, la madre de sus hijas ya tenía más horas de servicio fichadas como princesa de que las que firmó como presentadora. 

A don Juan Carlos y a doña Letizia les une únicamente la desconfianza, un rasgo que en vez de servir de pegamento los separa. Él fue enviado a la España franquista con 10 años para educarse, lejos de su familia, en el país que soñaba reinar su padre, don Juan de Borbón. Ella entró a formar parte con 31 años de la primera familia del Estado y pronto aprendió que los cuentos de hadas, cuentos son. Los muros de los castillos tienen orejas y pico para piar su versión de todos los hechos. La antipatía del suegro por la nuera se resume perfectamente en la imagen de ella intentando darle un beso en el balcón del Palacio de Oriente mientras él le gira la cara el día de la proclamación como rey de su marido el 19 de junio de 2014. La nueva consorte solo pretendía emular a la saliente, que segundos antes le buscaba la mejilla al que a día de hoy continúa siendo su marido. La periodista Rosa Villacastín ha señalado recientemente en el documental Los Borbones: una familia real (La Sexta) que “El rey (Juan Carlos) no se cortaba un pelo en ponerla a parir, pero delante de mí y de muchos periodistas”. 

La de don Juan Carlos a don Felipe es la primera sucesión tranquila de rey a rey que vive España desde 1788. Aunque a veces el aire de la convivencia de dos soberanos y dos consortes se presenta irrespirable. Es probable que los titulares actuales tonteen con la fantasía de que todo hubiese sido mucho más sencillo si se hubiese cumplido aquello de “El rey ha muerto ¡Viva el rey!”. Y más teniendo en cuenta las circunstancias particulares en las que el nieto de Alfonso XIII renunció a su puesto. Además, doña Sofía siempre ha manifestado el deseo de seguir siendo tratada como reina sin el apellido “madre”, ni, dado el caso “viuda”. Le gusta ser reina, ha estado casi 40 años levantándose y acostándose como tal. Es el papel que la define. Ahora es complicado recolocarla en un esquema tan escueto como el actual de Casa Real pero ella no cesa en su intento de situarse en la foto, a pesar de que ya no es más que la emérita. Un sobrenombre que tanto ella como don Juan Carlos detestan. “Odia que le llamen emérito, no le gusta nada”, confesó su amiga la periodista Susanna Griso cuando acudió a divertirse a El hormiguero de Antena 3 el pasado junio.

Hace 20 años doña Sofía tampoco estaba contenta con la elección de su ojito derecho. Su moral, una mezcla de cosecha propia de las religiones ortodoxa y vaticana con un fuerte aliño místico heredado de su madre y refrescado por su hermana Irene, La tía pecu(liar), no da cobijo a “chicas con pasado”, como se refería su suegro, don Juan de Borbón, a todas las mujeres que habían desempeñado otro papel entre el de ser “hija de” y “esposa de”. Sin embargo, la madre amantísima que ha reconocido estar enamorada de su hijo era consciente de que había tensado la cuerda de su cachorro demasiadas veces y entendió que a un hombre de 35 años no se le puede decir eternamente que está equivocado. Al menos de la periodista no existían fotos en ropa interior. La penúltima novia del príncipe, Evan Sannum, había sido modelo. 

Las reinas Sofía y Letizia muy cómplices.

PP/ Gtres.

La reina de origen griego-danés-germano es la antítesis de su nuera. Descendiente de la reina Victoria de Reino Unido y emperatriz de la India, es nieta, hija y hermana de reyes y fue educada en el oficio de consorte, la número dos, el apoyo obediente de un soberano. Juan Carlos I la definió como “profesional” en su única biografía autorizada y firmada por su colega de veraneo José Luis de Vilallonga, El Rey (Editorial Círculo de Lectores). Doña Letizia, sin embargo, ha remado sola y a su favor desde que es adolescente para ser la número uno. Desde muy pronto, muchos de los que nunca habían echado cuentas a doña Sofía o directamente criticaban su carácter serio para congraciarse con el emérito empezaron a alabar la figura de la extranjera para censurar, a su manera, la de la suplente. Mientras los gastos de una se justificaban como “de representación”, la inversión de la otra se tipificaba como “despilfarro de recursos públicos”. La reina anterior tiene uno de los armarios de Alta Costura firmados por Valentino más importantes de las casas reales de Europa, mientras que el peso del vestidor de la actual lo sujetan los hechos a medida de Felipe Varela, mucho más asequibles. Cuando doña Sofía se mantiene fría y erguida escriben que resulta majestuosa, cuando doña Letizia adopta una postura similar, una sonrisa fría, persiguiendo una imagen de solemnidad, es tachada de rígida. Ocurre también en Mónaco, Tatiana Santodomingo parece aburrida y Beatrice Borromeo al acecho. Probablemente las dos estén intentado transmitir lo mismo, respeto. 

El círculo cinegético del emérito que siempre lamentó el desinterés por las cacerías de la consorte, aunque realmente agradeció su ausencia, se mostró invadido cuando la princesa se acercó al mundo de las armas. Los taurinos que respetaban la oposición de la madre de Felipe VI a su mundo tacharon de antiespañola a su mujer por no querer asistir a las plazas. La condición de vegetarianas de la reina Sofía y la infanta Cristina y la de deportistas del rey Felipe y su hermana Elena son una virtud. El interés de Letizia por la alimentación sana y el yoga es una muestra más de su necesidad de desfogar. 

Sofía Margarita Victoria Federica Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg arrimó el hombro para que Ortiz se adaptase a “esta nueva situación vital diferente” y a las maneras de palacio pero pronto los celos rondaron por la casa. La madrina de “la boda real del siglo” empezó a echarse de menos en las revistas del corazón que devora con interés mientras su nuera protagonizaba todas las portadas. Entendió que la prometida del príncipe de Asturias eclipsase el concierto celebrado para conmemorar su 65º cumpleaños celebrado dos días después del bombazo del compromiso pero semanas después se sintió jubilada para siempre a favor de la enamorada. 

Según una información publicada por el diario digital El Español, durante los Premios Reina Letizia del Real Patronato sobre Discapacidad de 2015, la soberana emérita aseguró que “(Letizia y yo) somos completamente opuestas, pero los polos opuestos se atraen”, su nuera añadió que “ella es igual que mi marido, yo soy muy distinta. Somos dos Españas completamente diferentes. Dos formas distintas de hacer bien las cosas. No sólo hay una manera”. Sin embargo, el encontronazo de ambas en la misa de Pascua de Resurrección de 2018 dejó patente que la relación no era tan cordial como pregonaban. En las imágenes servidas por los medios oficiales y advertidas por un tuitero, se ve a ambas “forcejeando” cuando doña Sofía intenta hacerse una foto no prevista junto a sus nietas Leonor y Sofía de Borbón Ortiz a la salida de la catedral de Palma. Entonces Marie-Chantal Miller, prima política de don Felipe, sacó a flote la mala relación con doña Letizia y que hasta ese momento solo era un rumor.  Aprovechando que el Pisuerga pasaba con fuerza publicó en Twitter el mensaje “Ha mostrado su verdadera cara. Ninguna abuela merece este tipo de trato”. 

La reina Letizia aprovechó la crisis institucional para sacar un as escondido bajo la manga, utilizando como canal a una de sus amigas periodistas para transmitir su pesar. Inma Aguilar reveló en El círculo de Telemadrid que la reina estaba “preocupada y bastante desolada”. Además insinuó que uno de los desvelos de la reina, sumado al natural por proteger la imagen de la princesa y de la infanta, precedido de un “yo creo”, estaba motivado porque a la reina en ejercicio y a la reina en el banquillo “no se las mide con el mismo rasero por su diferente procedencia”. La antigua nació de la cúspide, la nueva en el último estrato de la pirámide.

15 años tardó “la chica lista” en hacer realidad, y a medias, uno de los presagios de su suegro. Don Juan Carlos temía verse retratado en la prensa con los ojos de su hija política a través de sus colegas de profesión, cosa que nunca ocurrió. La práctica de filtrar una información o un sentimiento a los periodistas no era nueva en Zarzuela. En palacio se conoce como “hacerse un Sabino”, pues fue el jefe de la Casa Real desde 1990 a 1993, Sabino Fernández Campo, el que decidió destilar noticias a los medios a cambio de silenciar otras o para atar en corto a uno de los miembros de la familia, como sucedió con el reportaje La dama del rumor sobre la mallorquina Marta Gayá

La reina Letizia también experimentó estas estrategias en su propia piel. En 2013, cuando a Letizia y Felipe se les atribuía una crisis matrimonial, las portadas la empezaron a pintar como una alta funcionaria de 08:00 a 15:00 con una vida disoluta fuera de agenda, como el número del Hola cuya portada llevaba la leyenda “Letizia, una princesa de contrastes”, en la que en una instantánea se la reconocía en un acto oficial y en otra de cañas por Madrid. Este trabajo de los paparazzi sirvió también para tapar otras polémicas y utilizado por otros miembros de la casa a su favor. Dos años antes leíamos en esas mismas páginas, en plena tormenta por el caso Nóos que se saldó con Iñaki Urdangarin en la cárcel, que doña Sofía viajó a Washington para visitar a su hija, a su yerno y a sus nietos. 

En ese tiempo, los mismos que echaban tierra sobre las pasiones todavía encendidas del ahora emérito se afanaban en buscar en la bolsa de basura del piso de Valdebernardo de doña Letizia en busca de una conquista pasada por alto. Algunos no se unieron al alto al fuego ni cuando la princesa, embarazada de su segunda hija, perdió a su hermana pequeña, Erika.

 “Majestad, deber cumplido”. Después de proveer con dos herederas a la corte, doña Letizia tomó conciencia de su importancia. Siempre será la madre de la princesa Leonor y de la que, como definió la duquesa Consuelo de Marlborough a los segundos en la línea sucesoria, el repuesto, la infanta Sofía. “El casado casa quiere” y Zarzuela es el hogar conyugal disfuncional de doña Sofía y don Juan Carlos desde marzo de 1963. La princesa no iba a copiar el ejemplo de su suegra y “mirar para otro lado” cuando los problemas viniesen de frente. Se trata del futuro de sus hijas. 

Los príncipes de Asturias decidieron fortalecer su imagen alejados de don Juan Carlos y los duques de Palma.  El matrimonio principal entendió que si doña Letizia estrenaba vestido o medias, el foco mediático se centraba en ellos y se alejaba de los comportamientos poco ejemplares o directamente delictivos de la familia. Si doña Sofía sacrificó su vida marital por ver a su hijo sentado en el trono, su nuera le desbrozó el camino alimentando a las masas con “pan, circo y boogie boogie”. Sus enemigos utilizaron esta sobreexposición para recuperar mediáticamente una imagen de la princesa previa a su estatus: republicana, enamoradiza y ambiciosa. “Ladran, luego cabalgamos”, debieron pensar los ahora reyes.

Doña Letizia resistió durante una década para resurgir en 2016. Conscientes de su fama de entrometida, la reina, su secretario, el jefe de la Casa y el propio rey diseñaron un papel de soberana en 2014 para doña Letizia. La Constitución de 1978 solo dice que “la reina consorte o el consorte de la reina no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la regencia” en su artículo 58.

Esta agenda para la número dos no incluye la asistencia a las juras del presidente y los ministros del Gobierno. Pretenden evitar que se insinúe que se inmiscuye en política. Sin embargo, y a sabiendas de que la información era falsa, como recoge Ana Romero en su volumen El rey ante el espejo (La esfera de los libros), un ministro de Mariano Rajoy hizo extender el rumor de que durante la ronda de consultas del rey a los representantes políticos en enero de 2016, doña Letizia bajó a saludar a Pedro Sánchez. Una deferencia que no tuvo con los otros 16 representantes consultados. Este detalle, según el aspersor del rumor, se debió a que Ortiz detesta al gallego y hace campaña por Sánchez, ya que disfrutan de una longeva amistad desde que estudiaron (el uno de día y la otra de noche y aunque nunca se cruzaron) en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid. Una muestra de lo fácil que es utilizar a la reina para dañar a la institución real, es decir a un rey del que se jactan sus seguidores. 

Proclamado Felipe VI como rey ante las Cortes el 19 de julio de 2014, la infanta Elena desapareció del equipo real, aunque de forma intermitente ha prestado sus servicios a la corona en actos sin relevancia y generalmente ligados a eventos religiosos o deportivos. Las relaciones entre la hermana mayor del soberano y su mujer nunca fueron distendidas. La primogénita de los eméritos es la más Borbón y emocional de toda la prole, con su estilo castizo recuerda a su antepasada la infanta Isabel La Chata, hermana de Alfonso XII, con la que incluso comparte fecha de nacimiento y pasión por las corridas de toros. Su interés por los gustos populares de otro siglo, tan impropios del costumbrismo actual, no emparentan con la mente inquieta y progresista de doña Letizia. En quien sí encontró apoyo la periodista a su llegada a palacio fue en Jaime de Maricharlar, cónyuge de la infanta goyesca desde 1995 hasta el cese temporal de la convivencia en 2007 y el divorcio definitivo en 2010. Don Jaime se veía reconocido en los ojos decepcionados de la ovetense que como los suyos habían sido esquivados por los antojos del patriarca. Actualmente, especialmente desde que la duquesa de Lugo mostró un apoyo sin fisuras a su padre, a su hermana Cristina y a su cuñado Iñaki, la reina y ella se ignoran. 

Doña Letizia y la infanta Cristina no empezaron con mal pie. Según una especie de versión oficial el matrimonio Urdangarin de Borbón fue cómplice del noviazgo de los reyes llegándoles a prestar su piso de Barcelona para encontrarse. Urdangarin se ocupó de comprar el anillo de compromiso a la periodista en la joyería Suárez. Las cosas se empezaron a torcer en cuanto doña Letizia ganó popularidad. La familia de los ex duques de Palma (Felipe VI le revocó el título a su hermana en 2015) pasó a un segundo plano en las revistas de corazón. En 2014 se filtraron unos correos del ex jugador del balonmano, la mayoría de ellos dirigidos a su mujer, en los que compartía memes sobre doña Letizia.

Muchos cronistas reales aseguran que desde que se hizo pública la relación sentimental de Iñaki Urdangarin y Ainhoa Armentia a principios de este año en la portada de la revista Lecturas, la reina y doña Cristina se han intercambiado mensajes y acercado posturas. La última vez que coincidieron públicamente fue durante el funeral de la infanta Pilar en enero de 2020. Las miradas de las infantas Elena y Cristina a su cuñada dejaban clara la difícil relación entre ambas.

La reina Sofía con sus hijos políticos y varios de sus nietos.

PP / AC/ Gtres.

Doña Letizia apenas simpatizó con un miembro de la cuadrilla de amigos de Felipe; el famoso compi yogui, Javier López Madrid, que la trató con respeto desde que los presentaron. El experimento le salió rana. Doña Letizia aprendió una sabia lección, los reyes tienen vida íntima, no privada, tras la filtración de unos mensajes a su colega. Un año antes, en 2013, la consorte había tachado de su agenda a Jaime del Burgo. Una ruptura que provocó que él coquetease con la idea de hacer públicas las impresiones que se había intercambiado con la princesa. La reina y del Burgo se conocieron cuando ella ya estaba saliendo con el heredero y él se presentó a Ortiz como un admirador, un fan con el que después se casó y divorció su hermana Telma. En paralelo, su otro paño de lágrimas, David Rocasolano, sacó a la venta el tomo Adiós princesa (Editorial Foca) en el que toda la familia real sale mal parada. Algunos, más que otros. El ruido pretendido por el primo de la asturiana se quedó en un silbido, aunque siembra la duda, que algo germina. 

Muy pocos españoles cercanos a palacio han cogido cariño a las dos últimas reinas, doña Sofía y Ena de Battenberg. La excusa es su procedencia, la una nació en Escocia  y la otra en Grecia. Doña Letizia no es extranjera de nacionalidad, pero sí lo es de clase. Hija de un periodista y una enfermera sindicalista divorciados que tocaban el sueño de pertenecer a la clase media-baja española con la punta de los dedos. Pero los que critican el cordón sanitario de Casa Real al rey Juan Carlos y atribuyen la decisión de su exilio en Emiratos Árabes Unidos a la nieta del taxista subestiman una vez más la capacidad del rey para tomar sus propias decisiones. Atribuir a la consorte este poder es negarle a don Felipe su capacidad para reinar. 

Como todo personaje interesante, doña Letizia siempre hace o dice (habla poco), algo que provoca que sus seguidores titubeen al defenderla o que los que la rechazan den un paso atrás. Si don Felipe es un “rey de diseño”, por algo le apodaron El preparado, un reloj preciso al que da cuerda Jaime Alfonsín, jefe de su Casa, la reina es un despertador que a veces se adelanta. Al lado un hombre tan medido con humor y carácter anglogermano cualquiera parece un elefante en una cacharrería, un reloj de cuco. 

Tener personalidad, y la reina la tiene, es una dicha y un castigo, un arma de doble filo, pero las estanterías de las librerías no se llenan con las biografías de personajes planos que pasan de puntillas sin pena ni gloria por la historia. De momento doña Letizia guarda silencio. Casi 20 años después de estrenar empleo de consorte no ha concedido una entrevista. 

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