Hola personas, ¿qué tal va el verano?, esta semana parece que ha sido más benevolente que las precedentes y que se ha podido respirar sin esfuerzo. Bien, a ver si aguanta.

Yo me he dado un largo paseo nocturno de esos de antes, con jersey y todo, cosa que se agradece, oiga.

Salí de casa el jueves a las 23 horas y tomé dirección al centro que es la dirección que toma el piloto automático que guía mis pies cuando no pienso mucho. Bajé por la avenida del hijo de Carlos II y ciertamente vi animación, gente joven y menos joven, gente paseando perros, paseándose ellos, sentados en los bancos charlando, en las terrazas tomando un periflú y en alguna otra actividad cívica que me indicó que la fama que tiene Pamplona de estar vacía la segunda quincena de julio no es del todo cierta, es un poco exagerada. Llegué a Cortes de Navarra y doblé a mi izquierda para salir a San Ignacio, tomé la pequeña vía de Fernández Arenas y salí a la calle de su marido el Sr. García Castañón. No hay como dejar un pastón a la ciudad para que dediquen dos céntricas calles al matrimonio. Sale un poco caro pero mola. Tomé la calle de la capital del Ega y llegué a la plaza del Vínculo, por la que salí tomando la antigua Gayarre, hoy Alhóndiga, al paseo de Sarasate. Sus bancos estaban altamente cotizados, una cuadrilla por banco y alrededores. Prácticamente todos tenían su parroquia, gente joven, chicas guapas, chicos guapos, vivos, alegres, risueños, parlanchines, ruidosos, la chica que persigues, el tío que te gusta, tirando tejos, metiendo fichas, probando suerte. Qué poco ha cambiado el cuento. Los 18 años y las noches de verano tienen casi siempre la misma lectura.

Recorrí el paseo central hasta la estatua foral y me adentré en terrenos de lo viejo por la antigua Dos de Febrero, hoy Comedias, en ella no había mucho ambiente, más bien nada, pero al llegar a San Nicolás la cosa cambió, toda la calle ofrecía un buen aspecto, sin las aglomeraciones de otros jueves, eso es cierto, pero con su marchita. Seguí hasta Zapatería y por ella llegué a la antigua Mártires de Cirauqui, hoy San Antón, una de mis favoritas junto a Dormitalería, Barquilleros y Campana, calle señorial y con historia que recorrí para abandonar lo viejo y entrar en el primer ensanche, aquel que se levantó a costa de mutilar la ciudadela y que de poco sirvió. Tomé la cosmopolita Navas de Tolosa, con su hotelazo a la cabeza como gran buque varado en su centro y dejándolo a mi derecha llegué a la nueva Pamplona que comienza en Pío XII. Mi paseo empezaba a alargarse pero la noche era tan placentera que decidí tomar la gran avenida del Papá Pacelli y avanzar por ella que, desierta, me invitaba a recorrer sus amplias y tranquilas aceras. Dejando atrás la avenida del Ejército y el bosque de Antoniutti, llegué a la acera que antaño ocupaba el colegio de La Salle y otras pequeñas construcciones. Continué mi paseo por la moderna avenida recordando lo que hasta hace poco era una zona casi rural. Andando, andando, llegué al cruce con Sancho el Fuerte, allí donde se levantaba el convento de las Carmelitas Misioneras, aquel enorme caserón con una vistosa cúpula que en 1977 fue pasto de la piqueta para levantar viviendas. La verdad es que tampoco se perdió mucho con su desaparición, si bien su rosetón y su portada neogótica daban sabor a la zona.

He cruzado la calzada para entrar en la caja de vía del Plazaola, ya que tal es la línea que sigue la avenida dedicada al VII y último de los Sanchos, el Fuerte, el de las Navas de Tolosa, el que descansa en Roncesvalles, el que nos trajo las cadenas para el escudo.

A poco de entrar en ella, veo que en los terrenos en los que hasta hace cuatro días se encontraban los últimos restos de las casitas labriegas de Iturrama, se ha abierto una gran y moderna plaza que la ciudad a dedicado a doña Leonor de Trastámara, señora de Tercero. Parece mentira que siendo como fue esta mujer la esposa de Carlos III, un rey con tanto peso específico en nuestro reino, tan importante y decisivo en la historia de nuestra ciudad, padre de la Pamplona unida tal y como ha llegado a nuestros días, omnipresente incluso ahora, titular de la principal avenida, inquilino de un maravilloso mausoleo en la nave central de la catedral metropolitana, etc. etc., parece mentira, digo, que hasta hace cuatro días nada en Pamplona la recordara. Unos tanto y otros tampoco. Leonor de Trastámara (1360-1415) era la hija de un asesino convicto y confeso, Enrique II el de las Mercedes, aquel hijo bastardo de Alfonso XI que en los campos de Montiel ayudado por el mercenario Bertrand Du Guesclin, dio matarile al rey legítimo Pedro I, su hermano. Doña Leonor así mismo fue tía abuela y suegra de Juan II de Aragón aquel que casó con Blanca de Navarra y que valiéndose de malas artes arrebató el trono a Carlos Príncipe de Viana y que fue uno de los caudillos de la guerra civil que dividió Navarra entre Beaumonteses y Agramonteses. Pero no solo fue esposa o madre de reyes sino que en ocasiones en las que su marido faltó del reino tomo el papel de regente y gobernó en estas tierras. De todos modos, no se encariñó mucho con la tierra que le tocó en suerte por su matrimonio y vivió gran parte de su reinado en su Castilla natal con la excusa de que aquí la querían envenenar, quizá esa aversión dejó poso en la historia y es por ello que no ha sido muy reconocida. Bueno, pero ya tiene una plaza, algo es algo. Una plaza que anduve con calma y que la vi amplia, moderna, con sus terrazas, varias cervecerías, espacio lúdico-infantil y todos los elementos que hoy en día tiene un espacio de expansión. Abandoné a Doña Leonor y crucé de acera para llegar a los terrenos de alguien que fue mucho más popular, mucho más del pueblo y que no tiene nada a su nombre pero que no hubiese estado de más que al pequeño espacio que se forma entre las casas de Sancho el Fuerte y las de Fuente del Hierro, le hubiesen llamado el Rincón de Emeterio. ¿Recordáis?, allí tuvo Emeterio su pequeña casita en la que vendía a cualquier hora del día y de la noche tabaco, bebidas y bocatas, pero lo que más fama le dio fueron aquellas ranas que tenía a la entrada en las que se jugaban memorables partidas todas las tardes y noches que el tiempo permitía. Emeterio fue contra la vorágine constructora como el pueblo galo de Axterix, resistió impertérrito, mientras a su alrededor se levantaban pisos y pisos, con él la cosa no iba, sus ranas seguían con la boca bien abierta recibiendo metal.

He llegado hasta aquí y me queda medio paseo. Será contado la semana que viene.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com