Alfonso el de Las Navas y la princesa Plantagenet - Por: Manuel Taibo

Alfonso el de Las Navas y la princesa Plantagenet

Alfonso VIII (1157-1214):

Iniciemos esta pesquisa retrospectiva con Alfonso VIII de Castilla, quinto y sexto ascendiente de Pedro Cruel.

Del matrimonio de Sancho III de Castilla, llamado el Deseado y de Blanca de Navarra, nació Alfonso VIII de Castilla.

Alfonso VIII quedó huérfano de madre al año de edad y de padre tres años más tarde; lo que enciende la guerra civil entre sus parientes por hacerse cargo de la tutoría. A saco y cuchillo al reino de su tío Fernando de León. El niño tiene que huir y vive desde entonces hasta su consagración, una desgarrada.

Alfonso VIII tenía gallarda presencia, aunque prognático. Este prognatismo —según Marañón— será una constante de sus descendientes, desde entonces hasta los últimos Austria. El sabio español le adjudica una significación heredo-degenerativa.

Era altivo, colérico y displicente; de muy limitada visión política y de muy probable escasa inteligencia. En su época se le consideraba como el arquetipo del caballero cristiano. Era, en efecto, cortes y limpio con sus enemigos hasta lo insensato, fiel a su palabra y rígido en los principios; escrupuloso hasta lo obsesivo y muy lento en pensar y en decidirse; su vida estuvo orientada hacia la guerra hasta que sufrió serios descalabros militares.

En 1165 contrajo matrimonio en la catedral de Burgos con Leonor de Inglaterra, hija del rey Enrique II de Inglaterra. De negros y recargados cuadros de insania está llena la familia real de Inglaterra.

Inglaterra "Satanas", y la Casa de Anjou:

La casa reinante de Inglaterra, de la que procedía Leonor, había sido fundada por su tatarabuelo, Guillermo el Conquistador de Inglaterra (1027) hijo bastardo del duque de Normandia Roberto el Diablo y de una hermosa doncella llamada Arleta. Roberto el Diablo era tenido en su época como transfiguración de Satanás, aunque muriese en Nicea en piadosa peregrinación.

Feroz e implacable fue el Bastardo. A sus enemigos los hacia desollar vivos. Fue el primero, según Churchill, que utilizó el terrorismo como arma política. Con excepción de su ministro Lafranc, no quiso a nadie en el mundo; odiaba particularmente a su hijo mayor. Murió abandonado de todos y su cuerpo podrido hizo estallar el ataúd, lo que dio lugar a la conseja de que el diablo se lo había llevado en cuerpo y alma. Su hijo Enrique I, aunque fue un rey de brillante inteligencia y extraordinaria energía, como todos los de su familia, fue tan pérfido y sanguinario como su padre y su abuelo. No se le quedó a la zaga en estos rasgos su hija y heredera Matilde de Inglaterra quien al casar con Geoffroy de Anjou, dio paso a toda la capacidad, energía y ferocidad implacable, que según se cuchicheaba, le entro a la casa de Anjou, no de una fuente mortal, sino de su unión con el propio Satanás. De estos antepasados suyos, decía Ricardo Corazón de León, "que sólo el crimen podía cobijarse en ellos, pues descendían del Diablo y volverían a él".

Los Anjou eran una antiquísima familia, cuyos orígenes llegan hasta la dominación romana. Uno de ellos, Ferrole, estaba casado con Ermingarda, terror del Maine por su crueldad y por su fama de bruja. Se decía que en cierta ocasión voló del altozano de su palacio de Anger hasta la torre más alta de la catedral. Se decía asimismo que chupaba sangre de niños para conservar su prolongada e inexplicable juventud. En otra oportunidad se la vio transformarse en liebre gigante y hurgar por los cementerios en las tumbas recién abiertas.

Su hijo, Fulco IV de Anjou, fue sin lugar a dudas un ser excepcional. Hizo quemar viva a su primera mujer, y obligó a su hijo por un año a enajenarse como un caballo y a andar en cuatro patas. El hijo de ésta, Fulco V, abandonó todas sus posesiones en Europa a los treinta años de edad y se radicó en Edesa, donde contrajo matrimonio con una princesa armenia, que además de ninfómana perdió la razón. Su hijo y sucesor fue Geoffroy de Anjou, marido de Matilde de Inglaterra. Por su extraña afición a ponerse en el yelmo de combate unas ramas de escoba (planta genesta) le vino el apodo de Plantagenet, con que pasan él y sus descendientes por la historia.

Los ascendientes navarros de Alfonso VIII de Castilla:

Blanca de Navarra era hija de García de Navarra, llamado el restaurador del reino, hombre difícil y de cuidado. Su bisabuelo había sido aquel conde Don Ramón que asesinara a su hermano el de Peñalén. El hijo de éste y abuelo de Blanca de Navarra, había sido aquel infante Don Ramón, que casara con una hija del Cid, y al cual el romance imputa cruel y pérfida conducta. No era pues buena la sangre que corría por las venas de Blanca de Navarra, aparte la consanguinidad que existe entre los cónyuges. Sancho de Castilla y Blanca de Navarra eran tataranietos de Sancho el Mayor de Navarra. Las crónicas y el romance la pintan sin embargo, con las mejores tintas: "fue una excelente señora —escribe Cánovas de Castillo— dotada por el cielo de tantas virtudes, que dejó de sí memoria muy agradable. Murió en el parto del que había de ser Alfonso VIII" (1156).

* Gregorio Marañón. Un ensayo sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, pág. 74.

Lombroso le concedió una extraordinaria importancia al prognatismo en la descripción de su criminal nato. Selye, como la mayor parte de los autores, señala que el prognatismo en la raza blanca se encuentra en los cuadros acromegálicos y acromegaloides (Endocrinológica, pág. 320). El acromegaloidismo, según los estudios de Bleuler "tiene una tendencia notable a manifestarse en la forma familiar" (Psiquiatría Endocrinología, pág. 135). Bleuler halla frecuentemente la psicopatía asociada a la constitución acromegaloide. Kretschmer opina otro tanto. Relaciona la constitución acromegaloide con la constitución esquizofrénica (Constitución y carácter)

Muchos de los trastornos que Bleuler observa en el carácter de los acromegaloides se encuentran en Alfonso VI. Graves intensificaciones de los instintos, desviaciones pseudológicas con manías de afirmación y otros que veremos en su momento oportuno.

1 Giovanni Papini —El Diablo— pág. 194.

2 Winston Churchill —Historia de Inglaterra y de los Pueblos de habla inglesa— pág. 143.

3 Winston Churchill —Historia de Inglaterra y der los Pueblos de habla inglesa— pag. 153.

4 Idem.

5 Winston Churchill —O.C.—, pág. 177.

6 André Maurois —Historia de Inglaterra y de los Ingleses—, pág. 99.

7 Ibídem.

8 André Maurois —Historia de Inglaterra y de los Ingleses.

9 Hillaire Belloc —Las Cruzadas—, pag. 232.

10 Winston Churchill, O.C.

11 André Maurois —Historia de Francia— Págs. 55 y 56.

* A la liviandad de Leonor alude Shakespeare, cuando pone en bocas de su nuera estas palabras dirigidas a la reina "…su padre (Ricardo) jamás fue tan legalmente engendrado ello era imposible, siendo tú su madre". (La vida y muerte del Rey Juan, Acto II, Escena I).

12 Lion Feuchwanger —Raquel la Judía— pág. 202.

13 Ibídem y Churchill.

14 Lion Feuchwanger —Raquel la Judía.

15 Marcel Brión —Blanca de Castilla— pags. 25 y 26.

1 Cánovas del Castillo —Historia de España— pág. 93.

2 Lafuente —Historia de España— Tomo V. pág. 164.

Aunque es imposible llegar a una conclusión valedera sobre la personalidad de esta Hermingarda o Ermengarda, cabe preguntarse, de tomar en cuenta lo que se opina de la brujería o de la levitación en psiquiatría, ¿no sería la condesa de Anjou una de estas alucinadas o enfermas que abundaron tanto en la Edad Media? A este respecto opina el psiquiatra argentino Nerio Rojas: "Un fenómeno desconcertante es la afirmación de vuelo de las brujas, cabalgando en sus escobas desde las chimeneas de sus casas hasta la Asamblea del Sabat en el aquelarre. En muchas de estas confesiones debería haber el ya mencionado proceso de sugestión o de miedo sin contar la posibilidad de jactancia en algunos vanidosos ingenuos. Para otros casos es aceptable la explicación de francos estados delirantes alucinatorios. Algunas veces se trata de un simple estado obsesivo o sea un proceso de disociación leve de la personalidad con conciencia y autocrítica. El enfermo que no es un alienado, aunque siempre teme llegar a serlo, padece entonces fenómenos automáticos ideativos, que hacen surgir representación parasitaria en la conciencia. En otra oportunidades aparece como contenido de ciertos estados depresivos delirantes descritos por Seglas. (Nerio Rojas —El Diablo y otros ensayos—, pág. 19 y siguientes).

De no haber sufrido de una psicosis, no sería improbable achacar a histeria o a graves trastornos de personalidad las anomalías de la condesa. Ermingarda como en todos aquellos casos de brujería o de trato con el demonio.

Si aplicamos el concepto muy valedero de la conducta anormal es aquella que discrepa con su tiempo y sabemos que el trato con el demonio en cualquiera de sus formas era la peor aberración y el mayor crimen que podías considerarse en la Edad Media, es lícito suponer que graves trastornos de personalidad padecería quien sucumbiese a tales prácticas.

Los Plantagenet y Leonor de Aquitania:

Del matrimonio del de Anjou con la nieta de Guillermo el Conquistador, nacerá Enrique II.

Enrique II casará con Leonor de Aquitania, bella e inteligente mujer a quien el marido se la roba de las narices de su primer y legítimo esposo Luis VII de Francia.

Era Leonor de Aquitania de condición sensual y precipitada; de su marido el francés solía decir, echando de menos su alegre corte de Aquitania, "Me he casado con un monje y no con un rey".

Luis VII cometió el error de llevarla a Tierra Santa en la segunda cruzada. Allá la reina se portó muy poco santamente; se enamoró de un guapo esclavo sarraceno y hubo de arrancársela a la fuerza de Antioquía y mandarla a casa. A pesar de su marcada proclividad a lo sensual amaba el poder. "La política puede calentar el corazón de una mujer, tanto como una noche de amor", dijo en cierta ocasión. Ya vieja recorría los caminos de Europa concertando matrimonios entre sus numerosos nietos. Tampoco tenía escrúpulos en suprimir obstáculos y adversarios por cualquier medio. Como su marido entra en amoríos con una dama, llamada Roxana, la hace asesinar. Más tarde aconsejará a su hija Leonor igual procedimiento para con una concubina de su esposo.

Los últimos años de su vida tienen el sello de la melancolía. "Camino de París —cuenta Brión—es sobrecogida por un extraño sentimiento de culpa y se interna hasta su muerte en un convento". Esta extraordinaria mujer era hija de aquel Duque Guillermo IX de Aquitania, que tanto empuje concediese a la música y a la literatura provenzal.

A pesar de tales antecedentes fue muy diferente a lo imaginable la princesa Plantagenet. Si la princesa Leonor había heredado de su madre la belleza espléndida, en lo moral, era precisamente su reverso; tal era de ecuánime, casta, prudente y reflexiva. De no haber sido por ella, es muy posible que su excesivamente bélico e impetuoso marido, Alfonso VIII, hubiese arrastrado más empresas guerreras y ruinosas de las que arrastrado y que más de una vez cometieron el porvenir de España.

Plácida y feliz transcurre la vida de los jóvenes príncipes entre los muros tenebrosos del alcázar de Toledo. Por inspiración de su esposa, Alfonso VIII edifica la hermosa catedral de Plasencia. Otorga fueros a ciudades y villas, siendo el de Santander uno de los más señalados. Invocando la autoridad de su suegro Enrique II de Inglaterra, dirime litigios con sus vecinos. Con Alfonso el Católico de Aragón llega a un arreglo sobre cuestiones fronterizas que ya habían costado más de dos guerras. A través de hábiles negociaciones recupera parte del territorio que le había arrebatado su tío Fernando de León. Al año de su matrimonio le hace una hija, la infanta Berenguela, a quien más tarde la historia designará como Berenguela la Grande. Poco después, nacerá la princesa Leonor. El reino florece en todos los sentidos. La paz reina en sus confines a diferencia del país de su suegro, donde sus hijos, capitaneados por su madre, Leonor de Aquitania, promueven guerra a Enrique II. Perseguido y acosado el rey de Inglaterra, ha maldecido al cielo. Todo hace pensar que en el país de Alfonso VIII la paz y la prosperidad ha de durar mucho tiempo. El rey, sin embargo, se aburre. De la mañana a la noche fantasea sobre empresas bélicas. Un día no puede más, desoyendo los sagaces consejos de su mujer le manda un reto, en forma, al poderoso monarca musulmán Yusuf: "Puesto que según parece no puedes venir contra mí, ni enviar tu gente —dice con acento de guapetón de barrio— envíame barcos que yo pasaré con mis cristianos donde tú estás y pelearé contigo en su misma tierra". Ni corto ni perezoso el temible moro reúne un poderoso ejército y sin aviso ni diligencia cruza el estrecho con todo sigilo y le produce al afiebrado Alfonso la más sonada derrota que le producirán a los cristianos en muchos siglos.

A su vez los reyes de Navarra y de León, aprovechándose de la debilidad en que había quedado el reino de Castilla por la inhabilidad de su gobernante, lo invaden por las dos fronteras. Sólo la astucia diplomática de su mujer pudo salvar al reino de una futura y definitiva ruina. Dos hijas más han nacido entre tanto: Urraca, futura reina de Portugal y Blanca, la muy celebérrima reina de Francia. Berenguela ha cumplido quince años. Se concerta su matrimonio con Conrado de Suabia, hijo del emperador de Alemania, Federico Barbarroja. El matrimonio no puede consumarse porque Doña Berenguela aduce que ella no ha sido consultada. La verdad es que ama profundamente a su primo hermano, Alfonso IX, hijo de Fernando de León. El matrimonio se deshace y Conrado tiene que regresar, pesaroso y humillado, al hogar de sus padres. Es la primera expresión de la voluntad acerada que caracterizará a la futura reina de Castilla.

El drama de la Galiana:

A los treinta y tres años se enamora el rey de una bella judía, a quien los historiadores llaman a veces Raquel y a veces Fermosa. "Cobró el rey apasionado amor por una mujer de nombre Fermosa —escribe su biznieto Alfonso el Sabio y olvidóse de su mujer…" "Encerróse con la judía, por casi siete años enteros —continúa el Rey Sabio— no pensando en sí mismo, ni en su reino, ni ocupándose de cosa alguna".

"Tanto la amaba el rey

Que a su reino había olvidado

Fermosa tenía por nombre

Cuadrále ser llamado".

Las cosas llegaron al extremo que los nobles y el pueblo —inducidos por la reina— decidieron matar a la preciosa amante para liberar al rey del hechizo. Destrozada por la multitud murió Raquel y su hijo. Desde entonces la sombra de la melancolía cayó sobre el impetuoso Alfonso. García Diego sostiene que el rey enloqueció de dolor. "Mandó a construir un suntuoso sepulcro y pasó media vida llorando sin encontrar consuelo a su dolor. Murió a los cincuenta y siete de edad (1214) después de haber reinado casi desde niño. Doña Leonor su esposa cayó en tanta aflicción por la muerte de su marido que murió tres semanas más tarde. Ambos fueron enterrados en el monasterio de Huelgas, el mismo que fundaron cuando eran dos esplendorosos adolescentes.

* Un psicoanalista vería en el caso de Doña Leonor un ejemplo típico de autorreproche o de sustitución del objeto perdido por identificación. La melancolía, como dice Freud, surge en los casos de duelo como una reacción a la pérdida del objeto amado (S. Freud —Duelo y Melancolía— Psicoanálisis de la Melancolía, Compilación de Garma, pag. 132).

** Aunque no es fácil con los pocos elementos disponibles sentar el carácter constitucional de la depresión letal que afectó a Alfonso VIII de Castilla y a su mujer Leonor de Inglaterra.

¡La Lucha sigue!



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