Mecenas de las artes y vividor

El Renacimiento a través de los ojos de León X, el papa visionario

Refinado y hedonista como todos los Médicis, León X soñó con inaugurar en Roma una nueva edad de oro, en la que dejarían su sello artistas como Rafael y obras como la nueva basílica de San Pedro. Pero muchos criticaron sus dispendios y corruptelas.

Portrait of Pope Leo X and his cousins, cardinals Giulio de' Medici and Luigi de' Rossi (by Raphael)

Portrait of Pope Leo X and his cousins, cardinals Giulio de' Medici and Luigi de' Rossi (by Raphael)

El Papa León X, con un libro ante sí, aparece en este retrato realizado por Rafael junto a los cardenales Luigi de Rossi y Giulio de Médicis. Siglo XVI. Galería de los Uffizi, Florencia.

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Entre el 3 y el 4 marzo de 1513, casi dos semanas después de la muerte de Julio II, llegaron a Roma los cardenales que debían elegir a su sucesor en el trono de san Pedro. Se presentaron veinticinco de los treinta y uno posibles; entre las ausencias destacaba el terrible cardenal español Ximénez de Cisneros. Durante unos días se dedicaron a elaborar una regulación de los procedimientos para la elección; en particular, aprobaron la bula de Julio II sobre la simonía, la compraventa de cargos eclesiásticos: a diferencia de lo que había ocurrido en ocasiones anteriores, por ejemplo en la elección de Alejandro VI, el papa Borgia, esta vez el papado no podía ser objeto de subasta, no podía comprarse. 

Eso limitaba el campo de actuación de los cardenales. La primera votación, la de tanteo, se celebró el 10 de marzo en la Capilla Sixtina; la mayoría de los votos se dirigieron al cardenal valenciano Serra i Cau, que había obtenido el capelo por iniciativa de Alejandro VI y ocupaba un alto cargo en la curia vaticana; probablemente contó con el apoyó de Francesc de Remolins, antiguo obispo de Lérida, que representaba a la iglesia de la Corona de Aragón. Pero los trece votos obtenidos no fueron suficientes. Es la práctica habitual: comenzar por un cardenal que no puede salir. 

En realidad, los dos candidatos con más posibilidades eran italianos: el cardenal Rafael Riario, representante de la vieja guardia de la curia, y Giovanni di Lorenzo de Médicis, la figura preferida por parte de los más jóvenes. Ambos debían llegar a un pacto, so pena de alargar el cónclave más de lo necesario. La opción de elegir un papa de transición no fue bien acogida, pues el Vaticano tenía muchos retos inaplazables ante sí. Por ello, la noche del 10 de marzo los cardenales Riario y Médicis comieron en una mesa apartada de los demás, y fue allí donde ambos pactaron la votación del día siguiente. 

Chapelle sixtine2

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Deseoso de contribuir a la decoración de la Capilla Sixtina, León X encargó al artista  Rafael unos bellos tapices con escenas de san Pedro y san Pablo, que adornan los dos muros laterales del edificio. 

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Nadie supo nunca los detalles de lo que hablaron en esa cena, aunque enseguida se difundieron rumores y comentarios, y aquella misma noche por los pasillos del palacio Apostólico en el Vaticano ya se sabía quién era el beneficiario del acuerdo. Así, al día siguiente salió elegido por unanimidad el más joven de los candidatos, Giovanni, que adoptaría el nombre de pontificado de León X. Un Médicis calzaría las sandalias del pescador.

Al optar por Giovanni de Médicis, los cardenales pensaron que con él se pondría fin a la época de venalidades y guerras de los dos papas precedentes, Alejandro VI y Julio II. Eso al menos creyó Francesco Vettori, el historiador más incisivo de esos años, cuyo Sommario de la Storia d’Italia es un magistral relato de las expectativas creadas por el nuevo papa, pero también de su repentino e inesperado descrédito. Y en efecto, la elección de Giovanni significó en los primeros años una bocanada de aire fresco. 

Foppa, Caradosso  Julius II    Münzkabinett, Berlin

Foppa, Caradosso Julius II Münzkabinett, Berlin

Medallón de bronce con la efigie del Papa Julio II. Siglo XVI. 

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A sus 38 años, el nuevo pontífice, segundo hijo de Lorenzo el Magnífico, respondía en todo a los valores y gustos de su afamada y rica familia florentina, y así se manifestó desde el primer momento. El 11 de abril de 1511, una semana después de la elección, tuvo lugar una fastuosa procesión triunfal, como las que solían organizar los Médicis en Florencia, que llevó al nuevo papa desde el Vaticano hasta la basílica de San Juan de Letrán, donde fue coronado. En el trayecto se levantaron arcos triunfales de cartón piedra con loas al nuevo pontífice. El más destacado de todos fue el que erigió en la entrada de su mansión el banquero Agostino Chigi; en él podían leerse unos versos en latín que decían: «Venus reinó aquí con Alejandro; Marte con Julio; ahora, con León, sube al trono Palas Atenea». Una alusión a lo mucho que esperaban los romanos de un pontificado 

basado en la cultura y en el arte como motores de la renovación espiritual, necesaria ante las crecientes críticas a la Iglesia procedentes de Alemania y que desembocarían en la ruptura de Lutero con el papado a partir de 1517. Más tarde llegaría la decepción, cuando se vio claro que en la política de León X pesaban más los intereses de siempre que las ideas de renovación. Pero hubo un tiempo de esperanza; un tiempo detenido donde el papa podría haber hecho todo aquello para lo que fue elegido. 

El papa derrochador

Desde el principio, León X se mostró al mundo como un papa culto, amante de las letras y del arte, interesado por la poesía tanto como por la teología. Quiso aunar la tradición de Pío II (1458-1464), el gran Eneas Silvio Piccolomini, modelo del papa humanista, con la práctica del mecenazgo cultural, característica de los Médicis desde tiempos de Cosme I (1434-1464). No ahorró en gastos a la hora de favorecer a los mejores artistas y literatos del momento, hasta el extremo de que el cardenal Diario escribió a Erasmo de Rotterdam en 1515: «Hombres de letras se apresuran desde todas partes a venir a la Ciudad Eterna, que es su patria común, su apoyo y su protectora». 

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La plaza de San Pedro, diseñada por Bernini en 1656, encuadra la basílica construida bajo Julio II y León X, con la cúpula de Miguel Ángel y la fachada de Maderno, y el palacio Apostólico. A la derecha, el obelisco erigido por Sixto V.

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Sin embargo, los dispendios en cultura, una virtud digna de admiración en cualquier hombre del Renacimiento, se antojaban peligrosos en un pontífice; por eso León X los compensaba con la distribución de 6.000 ducados anuales en limosnas y obras de caridad a conventos, hospitales, soldados jubilados, estudiantes pobres, peregrinos, exiliados, impedidos, ciegos y enfermos de toda condición. Todo ello, sin embargo, no hacía más que aumentar sus necesidades financieras. Por ello nombró en 1517 a treinta y nueve cardenales, con lo que obtuvo 500.000 ducados, una verdadera fortuna, al tiempo que pedía constantes préstamos a los banqueros de Roma. Aun así, derrochaba más de lo que recaudaba. Por eso Vettori escribió: «Para León X, guardar mil ducados era algo así como para una piedra volar en el aire por su propio impulso». 

En el origen de tan exagerada munificencia se ha reconocido el gusto por el lujo y por los placeres característico del Renacimiento. Tanto antes como después de su elección como papa, León X fue un típico epicúreo, entregado a toda clase de diversiones refinadas, incluidas las de tipo erótico. Por ejemplo, como papa no dudó en asistir a la representación de los licenciosos Suppositi de Ludovico Ariosto, una comedia que contaba la historia de un joven que se disfraza para introducirse en la casa de la dama a la que desea seducir.

La obligación de deslumbrar

Sin embargo, hay que señalar que ese lujo era además una estrategia de poder para que el papado, en cuanto Estado temporal con intereses políticos propios, estuviera a la altura de las monarquías autoritarias europeas de la época. A algunas las convenció, como a la portuguesa de Manuel I, quien envió un elefante indio como regalo para no desmerecer ante tan rumboso papa; a otras, sin embargo, la manera de hacer política de León X les molestó. Además, en los ambientes eclesiásticos, en nombre de un cristianismo austero y más auténtico, se intensificaron las críticas contra los derroches y la corrupción que reinaban en Roma. 

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La caricatura reproducida sobre estas líneas, obra de propaganda de los luteranos alemanes en 1520, muestra al papa León X vendiendo indulgencias a los ignorantes acompañado de obispos y cardenales.

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Para contrarrestar esas críticas, León X impulsó las obras de la basílica de San Pedro, el nuevo templo iniciado por su predecesor Julio II en sustitución de la antigua basílica del siglo IV. Las obras quedaron detenidas tras la muerte del arquitecto Bramante en 1514. Dado que Miguel Ángel se hallaba en Florencia trabajando en las tumbas de los Médicis y en otras obras en la Biblioteca Laurenciana, el papa eligió como sustituto de Bramante a otro artista insigne, Rafael Sanzio. Buen conocedor de la arquitectura, el papa Médicis era capaz de discutir los detalles más técnicos con los artistas que tenía a su cargo; intervino, por ejemplo, en una decisión trascendental sobre la forma que tomaría finalmente la nueva basílica del Vaticano, el cambio de planta, de cruz griega a latina. 

Ser un experto en arquitectura formaba parte del buen gusto; era un elemento más, como la poesía y la pintura, de la educación humanista. No quería que su pontificado fuese una copia de los anteriores, y por ello se presentó como regenerador de la tradición; y no le importaba que Rafael se alejara de Bramante si así conseguía llevar a Roma a una nueva edad de oro. Sin embargo, sabía que una obra tan colosal como ésta requería recursos casi ilimitados, y por ese motivo insistió en la venta de indulgencias sin importarle las censuras a tal procedimiento. 

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La nave central de la basílica de San Pedro, según el diseño de Rafael para el Papa León X proseguido por Miguel Ángel Buonarroti, mide 45 metros de alto y 185 de largo. La tumba escultórica de León X se halla a la derecha de la nave central.

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Aunque Vettori le advirtió de que «no hay nada tan difícil como el combinar el poder temporal con la fama religiosa, porque son dos cosas incompatibles la una con la otra», León X no dudó en lanzarse personalmente al escenario político. Debía deslumbrar si quería recuperar el prestigio del papado. Lo primero que hizo al respecto fue defender la causa de su hermano Giuliano como rey de Nápoles y la de su sobrino Lorenzo al frente de un Estado resultado de la unión de Milán, Florencia, Urbino y Ferrara. Pretendía convertir, literalmente, a los Médicis en dueños de Italia. El plan se malogró por la muerte de Giuliano y la impopular guerra con Francesco Maria della Rovere por Urbino. 

Por otra parte, León X intervino activamente en la política europea. A finales de 1517 envió un bando a todos los príncipes cristianos para convencerles de participar en una cruzada contra el Imperio turco, pero la mayoría de respuestas fueron contrarias. Poco después también se implicó en la elección del nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Con el objetivo de preservar la independencia de la Santa Sede y la «libertad» de Italia, propuso primero a un príncipe elector alemán, pero no tuvo éxito; luego apoyó a Francisco I de Francia, que le parecía el mal menor, con igual suerte. Finalmente fue elegido Carlos V, que desde hacía dos años era también rey de Castilla y Aragón. Era la peor opción para el pontífice, pero éste se las ingenió para acercarse al nuevo emperador, un gesto desesperado que tendría importantes efectos en el futuro. 

El final de una época

León X falleció el 1 de diciembre de 1521, con tan sólo 46 años. Algunos dijeron que fue envenenado, pero en realidad pereció víctima de la malaria. El Sacro Colegio Cardenalicio quedó sumido en una enorme perplejidad y, a la vez, expuesto a enormes presiones políticas por parte de los dos monarcas que se disputaban la supremacía en Italia y Europa: Francisco I de Francia, apoyado por Venecia, y el emperador Carlos V, que contaba con los ejércitos de Castilla y la marina de Aragón. El cónclave para la elección del sucesor se prolongó durante doce días, llenos de complejas intrigas e interminables discusiones. Al final salió elegido Adriano de Utrecht. 

19 Estancia del Incendio del Borgo (La Batalla de Ostia)

19 Estancia del Incendio del Borgo (La Batalla de Ostia)

En las estancias papales, León X encargó a Rafael Sanzio la realización de varios frescos que glorificasen su figura y la de otros papas que llevaron su mismo nombre, como el Incendio del Borgo y la Batalla de Ostia (arriba).

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El escándalo fue monumental, y los cardenales recurrieron a la habitual excusa de la inspiración del Espíritu Santo. En efecto, el elegido no sólo era extranjero –«un papa bárbaro», se dijo en referencia a quien sería el último papa no italiano hasta la elección del polaco Juan Pablo II en 1978–, sino que también había sido preceptor de Carlos V y en esos momentos ejercía como regente en Castilla.  

Hendrick van Cleve III   View of the Vatican gardens and St Peter’s basilica

Hendrick van Cleve III View of the Vatican gardens and St Peter’s basilica

Vista de los jardines del Vaticano a mediados del siglo XVI. Óleo por Hendrik van Cleve.

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Adriano de Utrecht adoptó el nombre de Adriano VI, y su pontificado fue breve a la vez que trágico. Mostró la imposibilidad de cambiar el ritmo de la historia, que se orientaba hacia un catolicismo combativo. Le sucedió Clemente VII, primo hermano de León X, otro Médicis. Fue bajo su pontificado cuando tuvo lugar el hecho que marcó el fin de la época dorada del Renacimiento en Italia: el saqueo de Roma por las tropas imperiales en 1527.