NOSTALGIA

Lauren Bacall, la estrella a la que Hollywood no logró cambiar

Tímida al principio, Lauren Bacall acabó por convertirse en uno de esos escasos iconos de Hollywood que defendieron a ultranza la naturalidad en su anatomía
Lauren Bacall
Lauren Bacall‘Collage’: Condé Nast Studio. Foto: Getty Images.

Fue una portada de una revista de moda la que llamó la atención del célebre director Howard Hawks. En ella, retratada por la emblemática Louise Dahl-Wolfe (al abrigo de la no menos fabulosa Diana Vreeland), aparecía la jovencísima Lauren Bacall (Nueva York, 1924-2014) frente a un puesto de donación de sangre de la Cruz Roja en plena segunda guerra mundial. El director quiso referencias sobre ella, pero su secretaria le cerró directamente una cita. Lamentablemente, no le gustó. Era fotogénica, sí, pero también tremendamente tímida (su pose más habitual, de lado, como escondiéndose, proviene de ese ‘detalle’ de su carácter) y con una voz nasal y profunda poco interesante para el cine (que, por cierto, luego daría nombre a un desorden vocal, una especie de ronquera: el síndrome de Bogart-Bacall).

Sin embargo, no había pasado ni un año y la Bacall debutaba, directamente como protagonista, en Tener y no tener. Una obra maestra del cine (de Hawks, por supuesto, en 1944) que no solo la catapultaba directamente al estatus de estrella, sino que le ‘entregaba’ a su primer marido y gran amor, Humphrey Bogart. Habiendo empezado por todo lo alto, y ya convertida en esposa de uno de los intérpretes más célebres de la historia, no resulta difícil entender por qué la de la Bacall fue una carrera selectiva (en varias ocasiones los estudios la penalizaron por rechazar participar en sus producciones), con poco más de una cinta al año, y siempre rodeada de buenas decisiones: El sueño eterno (1946), Cómo casarse con un millonario (1953), La pícara soltera (1964)… 

Rápidamente la industria se quedó prendada de su melena sedosa, el sinuoso arco de sus cejas y su piel inmaculada, la misma que casi setenta años después presentaría orgullosa con todos los signos del paso del tiempo en un célebre retrato de Andy Gotts que la mostraba en todo el esplendor que había vivido, gozado y dejado marca. “Creo que tu vida se refleja en el rostro, y deberías estar orgulloso de ello”, diría en sus últimos años, en los que se presentó al mundo como activista en contra de la cirugía estética y esa obsesión hollywoodiense por tener a las actrices siempre jóvenes. “¿Por qué querría parecerme a alguien de otra generación? ¿Por qué una mujer de mediana edad querría simular tener dieciocho?”, le comentaba en 2005, pasados los 80, a un periodista de The Scottsman. Un año antes, ya había bufado en The Daily Mail sobre el mismo asunto: “Tengo amigas bellísimas que se están haciendo liposucciones y levantando los pechos. Les digo '¿Qué os hacéis? ¡Parad! Desdeño toda esta enfermedad por la juventud". 

No solo hablaba desde el punto de vista de una mujer de vuelta de todo, una leyenda del celuloide depositaria de todos los galardones posibles (Tonys, Globos de oros, SAG, y hasta un Oscar honorífico en 2009). Hablaba también la rebelde jovencita que, a diferencia de lo que ocurrió con otras compañeras, cuando llegó al estrellato se negó a que le ‘arreglaran’ sus gruesas cejas arqueadas ni sus dientes irregulares. ‘Howard [Hawks, el director de cine] me había elegido por mis cejas pobladas y por mis dientes irregulares, y así es como se iban a quedar", recordaba en 2011 sobre su férrea voluntad.

No camuflaba, sin embargo, la otra cara de la moneda: todo ese carácter se escondía, sobre todo al principio, detrás de grandes dosis de timidez. “Solía temblar muchísimo a causa de los nervios, y la única manera en que mi cabeza se quedaba quieta era bajando la barbilla casi hasta el pecho y mirando hacia arriba a Bogie. Ese fue el comienzo de ‘the look’”. Tener y no tener está plagada de este gesto, que también da nombre a aquella exposición que le dedicó el FIT en 2015 a todo su guardarropa. 

La Bacall también era muy consciente de lo que ella consideraba sus imperfecciones, que no la frenaron a la hora de construir un sólido legado de autodeterminación en una industria en que las mujeres no solían tomar ese tipo de riendas. Fíjense en sus entrevistas en los ochenta y noventa… ¡espectacular! En una de sus dos autobiografías, By Myself and Then Some, publicada en 2005, se describía a sí misma como “esta cosa larguirucha, de pies grandes y pecho plano”.  Y a mucha honra, según demostró más tarde.

Lauren Bacall en 1950 con labios y manicura rojos
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