La admiración por bandera - Alfa y Omega

La costilla de Adán, de George Cukor, es, posiblemente, el mejor ejemplo cinematográfico de guerra de sexos, pero, además, vista con unas buenas gafas, una película sobre cómo la admiración mutua en el matrimonio es uno de los ingredientes fundamentales para conseguir que las cosas duren para siempre.

¡Bravo, Katharine! ¡Bravo, Spencer! Ellos hacen del matrimonio de letrados que se enfrentan como partes contrarias en un pleito. No quiero entrar en detalles, solo véanla. Cuando lo hagan, no pasen por alto lo que les decía de la admiración mutua. Porque la pantalla se empapa de la adoración de Tracy a Hepburn y de Katharine a Spencer. Se acarician con familiaridad, se hacen cuchufletas, se preparan la cena, discuten, se reconcilian, vuelven a discutir, están juntos. Se admiran. Es justo esa admiración mutua la conditio sine qua non del amor duradero. Quizá haya otras —la receta de lo duradero es compleja—, pero sin esa parte, que implica reconocer y ver en el otro las cualidades que lo hacen tan único, tan distinto, tan irresistible, nada puede salir bien. La admiración como fase previa a querer estar siempre juntos, a querer lo mejor para el otro, a la irremplazabilidad, a la eternidad. De eso va la película.

Pienso en esa escena tras el primer día de juicio. Él, sentado en el sofá con una copa, y ella, recostada sobre él, lee en la prensa las buenas palabras que merece su actuación en sala esa mañana. Ella —le conoce como nadie— sabe que está frustrado. «Querida, ¿te encuentras bien?», dice él. «Claro, ¿por qué?», responde ella. «Porque no quisiera yo ni pensar que te encontraras mal, eso es todo». Y en ese «eso es todo» está todo, perdonen lo repetitivo. Admirarse, quererse y pincharse un poco.

Esa es la admiración que llevar por bandera, porque el amor que de ella nace es el que hace que años después, cuando uno está de vuelta de las cosas, quiera seguir siendo el mejor para ella. Quiero decir que, sea escribiendo un artículo, depositando tu tesis doctoral, eligiendo un restaurante para cenar, haciéndole una foto en un viaje, defendiendo a un cliente en juicio o montando un mueble para la casa, quieras hacerlo lo mejor posible. Admiras, quieres, mimas y proteges al otro.

Siempre pendientes y atentos. Lo que se llama cuidar, aunque eso ya no sé si se estila, pero hace mucha falta.