Kramer contra Kramer (1977) es una novela del escritor de bestsellers norteamericano Avery Corman (Nueva York, 1935). El libro relata la historia de Joanna y Ted Kramer, un matrimonio que comprueba lo duro que es labrarse un porvenir en Nueva York, pero que lo asume con alegría y entusiasmo gracias a su pequeño hijo, Billy.

O al menos eso es lo que parece, hasta que un día Joanna, incapaz de sobrellevar las cargas de la vida familiar, y de sus propias ambiciones insatisfechas, abandona el hogar familiar. Sólo con Billy, Ted comienza a abrirse paso en el proceloso mundo de una familia monoparental, estableciendo con su hijo un lazo que nadie, salvo los tribunales, puede deshacer.

Cuando Joanna reaparece de forma repentina y decide que quiere recuperar a Billy, Ted se ve obligado a luchar por el derecho a retener lo que más quiere. La novela supuso, en su día, un hito que provocó un radical cambio en la forma de pensar de la opinión pública norteamericana, e incluso de los propios tribunales de justicia, sobre el delicado asunto de la custodia de los hijos de parejas separadas.

Seguramente, la mayoría de ustedes conocen la historia a través de la película homónima, dirigida en 1979 por Robert Benton y protagonizada por Dustin Hoffman y Meryl Streep. El filme está considerada una de las diez mejores películas de tema judicial de todos los tiempos y cosechó cinco Oscar: a la mejor película, al mejor director, al mejor actor, a la mejor actriz de reparto y al mejor guión adaptado.

La película, desde luego, es excelente. Y lo es porque no toma partido por ninguna de las dos partes en disputa, siendo el tema que trata propicio para haberlo hecho. Lo que realmente importa en una historia como la que se cuenta, y en la vida real también, no es quien está en posesión de la verdad, sino si las personas que se ven envueltas en determinadas circunstancias son capaces de comportarse siendo fieles a la mejor parte de sí mismos.

La primera reacción del lector, o del espectador, en este caso, es cargar la culpa del conflicto sobre Joanna: ¿Cómo puede una madre abandonar su hogar dejando tras de sí a su propio hijo? Pero cuando presenciamos la escena en que Ted acompaña a Billy al colegio, al día siguiente de irse Joanna, y le pregunta en qué curso está, podemos barruntar los motivos por los que ella ha tomado la decisión de marcharse.

Mutatis mutandis, en Elche también tenemos un matrimonio, de conveniencia en este caso, en el que uno de los cónyuges siempre amenaza con irse, pero acaba volviendo porque en casa hay algo a lo que no está dispuesto a renunciar, y no se trata de un hijo, como en Kramer contra Kramer.

Lo cierto, para empezar la historia desde el principio, es que este matrimonio ilicitano tiene su miga, porque comenzó siendo un trío. Pero, como quiera que, de acuerdo con el adagio popular, «dos son compañía y tres son multitud», la feliz pareja se deshizo, como todo el mundo esperaba desde que comenzó el escarceo amoroso, de la tercera parte (que, dicho sea de paso, les estaba causando más problemas que Glenn Close a Michael Douglas en Atracción Fatal).

Sea como fuere, nuestro matrimonio, dado que procede de ambientes progresistas, no podía conformarse con llevar una vida acorde a los cánones clásicos y, quizás por mostrar una imagen dialogante y moderna, decidió volver a las andadas y, tan pronto fue despachada su antigua compañera en el trío, constituyeron uno nuevo con otro componente que intuyeron menos conflictivo que la antigua.

Iban bien las cosas en la pareja, o en el trío. Tanto es así que, mientras dos de ellos chapoteaban plácidamente en una piscina el pasado mes de agosto, el marido observaba la escena, complacido, diríase que casi melifluo.

Pero pasó el verano y la extraordinaria convivencia de la pareja se vio truncada, no por el tercer componente del trío, como en la ocasión anterior, sino por un hecho que, con frecuencia, suele enturbiar las relaciones de las familias: una herencia recibida.

El marido, viendo en sus manos esa herencia pensó que algo debía hacer para sacarle un buen rédito; pero nada hizo por no molestarla a ella, suponiendo que los acontecimientos se precipitarían por sí solos (algo consustancial a su carácter) y todo saldría adelante sin necesidad de ofender a su pareja, persona de natural un tanto colérico y autoritario. Se equivocaba; ella aprovechó la primera oportunidad para afearle su conducta y, además, en público.

A quien haya tenido la paciencia de leer esta historia hasta este punto, debo advertirle que es un mero ejercicio retórico que nada tiene que ver con la situación que se vive en el seno del tripartito que gobierna el Ayuntamiento de Elche.

Ni Mireia Mollà va a abandonar la coalición, por ahora, pues tendría que dejar abandonados a compañeros y asesores, como abandonó Joanna a Billy; ni Carlos González va a tomar decisiones lo suficientemente comprometidas como para abocar a Compromís a tomar esa decisión; ni J esús Ruiz Pareja va a propiciar que se vea comprometida la coalición de gobierno, como hizo en su día Cristina Martínez.

¿Durará el matrimonio hasta las elecciones municipales? Esa ya es otra película.