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Nos sentimos atraídos por las flores en busca de belleza, como los polinizadores en busca de néctar. Sin embargo, ésta se puede ver manchada desde la mirada consciente de quien quiere no sólo colmar sus sentidos, sino también rodearse de valores. Los que conocen los ritmos del campo se pueden preguntar qué belleza tiene decorar la casa en otoño con primaverales peonías, o celebrar un evento en primavera con otoñales crisantemos. Asimismo, quienes se guíen por principios ecológicos, posiblemente cuestionarán la belleza de flores cultivadas en invernaderos bajo luces artificiales, abonadas con químicos y transportadas a largas distancias, ajenas a cualquier proceso natural.
Los floricultores han ido revisando en las últimas décadas sus métodos de cultivo, influenciados por el movimiento global en pro de una agricultura más respetuosa con el medio ambiente. También los consumidores hemos cambiado: una mayor sensibilidad naturalista ha introducido en el mercado la necesidad de proveernos de preciosas flores, pero con valores. Es lo que conocemos como "flores de kilómetro cero", una etiqueta flexible, sin dogmas, con la que deberíamos celebrar cualquier gesto por pequeño que sea que persiga introducir más autenticidad y conciencia medioambiental en la floricultura.
Pero, en un clima como el mediterráneo, en un mercado como el español donde el consumo de flores es menos frecuente que en otros países, ¿qué significa de verdad el cultivo sostenible de flores? Como consumidores, podemos priorizar las flores de temporada, aunque no sean locales, no sólo porque aquello que es estacional y sigue el ritmo natural es seguramente más ecológico sino también más especial, más valioso si sólo aparece durante unos meses y luego se hace esperar el resto del año. Como productores aficionados o profesionales, podemos cultivar flores de corte adaptadas a las limitaciones (y oportunidades) de nuestro clima. En nuestro huerto de flor cortada para Eclectic Empordà, en Girona, cultivamos lilas, espíreas, viburnos, rosas, echinaceas, verbenas, dalias, distintas gramíneas ornamentales, tagetes, amaranthus, girasoles, cosmos... que se complementan en el taller con productos llegados de forma convencional desde Holanda. Aplicamos los mismos principios en este huerto que en el resto de jardines de flor de corte que diseñamos, una demanda creciente entre quienes nos solicitan servicios de paisajismo: una tierra suelta, de excelente drenaje y rica en materia orgánica, en parte mezclada con tierra nativa más pobre, para evitar que las plantas crezcan en exceso; riegos por goteo profundos y espaciados en el tiempo, una alta densidad de plantación con distintos estratos vegetales y con sistemas radiculares compatibles para que las plantas se beneficien unas de otras; y un excelente acolchado superficial de paja, triturado de corteza de pino o mantillo orgánico para que el suelo conserve la humedad en verano, entre otros beneficios.
El movimiento de las “flores de kilómetro cero” busca acercarse al máximo a la identidad local, a la unicidad de cada productor y de cada jardín, así que nosotros complementamos las flores de corte más populares con especies autóctonas o naturalizadas, perfectamente acondicionadas al clima y potencialmente bellas... ¡incluso las mal llamadas malas hierbas pueden acabar en nuestro inventario! El resultado son ramos de temporada vibrantes de color y con mucha alma".