Antonio Zárate Martín: "Comentarios a una exposición en Toledo: “Isabel, una Reina para la Eternidad” - Periodista Digital

OPINIÓN

Antonio Zárate Martín: «Comentarios a una exposición en Toledo: “Isabel, una Reina para la Eternidad”

Antonio Zárate Martín: "Comentarios a una exposición en Toledo: “Isabel, una Reina para la Eternidad”

Entre los eventos culturales de esta primavera de 2024 en Toledo, la exposición de Alberto Romero en el Centro Cultural San Marcos ocupa un lugar destacado y es merecedora de atención por su calidad y significado. El título de la exposición ya es sugerente: “Isabel una Reina para la Eternidad”, alusivo a la figura de la Reina Católica, tan determinante en la historia universal y de España, y tan identificada con nuestra ciudad. De eso dan pruebas sus estancias en la misma, su relación con la iglesia toledana, sobre todo de la mano del Cardenal Cisneros, y las transformaciones que propició en su paisaje con la construcción de San Juan de los Reyes y la renovación de su entorno dentro de la Judería, en una operación de fuerte carga simbólica.

La exposición está compuesta por 40 obras, fundamentalmente pictóricas, pero también escultóricas, dada la personalidad del artista que maneja ambas artes y las combina en sus cuadros, como contemplamos en exposiciones anteriores, entre ellas, la de “Alfonso X, El Sabio, Tres Culturas, un Rey”, en 2022, coincidiendo con el VIII centenario del nacimiento de aquel rey. Ahora, la ocasión es el 550 aniversario de la proclamación de Isabel como reina en la iglesia segoviana de San Miguel, el 13 de diciembre de 1474. Esa circunstancia sirve a Alberto Romero para acercarnos a la excepcional personalidad de la Reina de Castilla, artífice, junto con su marido, Fernando II de Aragón, de la Monarquía Hispánica. Y esa aproximación se hace prioritariamente con retratos que muestran la personalidad de Isabel I y su evolución física hasta un tiempo próximo a su muerte, con 53 años, en Medina del Campo.

También se identifican los hechos más notables de su reinado a través de los retratos de sus protagonistas, entre ellos, el de Fernando II, en alusión a la complejidad política de ese matrimonio. Entre las personalidades retratadas figuran: Fray Hernando de Talavera, confesor y consejero de la reina, obispo de Ávila y primer arzobispo de Granada, Cristóbal Colón, que hizo posible la expansión de Castilla y la proyección ultramarina de su cultura, y el Gran Capitán, clave en la Conquista de Granada y capitán de las guerras de Italia. Todos los personajes son representados de busto, con miradas cargadas de expresividad, a veces, de frente, y otras, en posiciones de tres cuatros, pero siempre con ojos penetrantes que trasmiten la personalidad de quienes fueron protagonistas de nuestro pasado.

También resulta especialmente sugerente el retrato de Boabdil, con las lágrimas en los ojos por la pérdida del reino, como describen los romances de la época. Indudablemente, la figura del Cardenal Cisneros merece especial atención por su papel político y religioso, trascendente en la construcción política de España, y también por el dialogo que Romero establece en su interpretación con el retrato del Cardenal en alabastro realizado por Felipe Bigarny y Fernando del Rincón en 1518, propiedad de la Universidad Complutense, y una de las grandes obras del Renacimiento, además de un perfecto retrato psicológico. Las semejanzas y diferencias técnicas entre épocas y formas de interpretar añaden interés a la obra representada. En el caso de Romero, la mezcla de materiales proporciona belleza, volumen y calidad a su composición; en Bigarny y Rincón, la técnica se manifiesta en la maestría en la utilización del alabastro, un bajorrelieve lleno de expresividad.

También ayuda a profundizar en la obra de Romero y a ponerla más en valor la interpretación que hace a través de toda la muestra del retrato de la reina Isabel por Juan de Flandes, de 1500-1504, en el Museo de las Colecciones Reales. En aquel cuadro, con potente carga psicológica, se identifican connotaciones con la expresividad de la obra de Romero, y aparecen atributos de la Reina que el artista toledano descompone, recompone y distribuye en sus composiciones: la efigie de busto, la saya de color pardo y la camisa blanca que viste, el velo que cubre la cabeza, los leones rampantes y los castillos de la Corona de Castilla, la Cruz de Jerusalén y la venera de Santiago. Es un diálogo entre un artista de finales del siglo XV y principios del XVI, Juan de Flandes, y otro actual, extraordinariamente moderno en la forma, en la expresividad de la obra, en la combinación de materiales y el manejo de las texturas: madera, telas, polvo de mármol, papiro, pigmentos, grafito, etc., siempre sobre tabla como soporte.

Como tantos artistas contemporáneos, Romero mezcla estilos y tendencias, formas y materiales para corporeizar ideas y expresar su mundo interior y exterior, aquí, en torno a Isabel I y su tiempo. Los vemos en todos los retratos de la Reina, de cuerpo entero, de medio busto, de busto; en sus hijas, la mayor, Isabel (enterrada en el convento toledano de Sta. Isabel) y en Catalina, o en su sobrina, Juana la Beltraneja, la hija de Enrique IV, con la que se enfrentó en guerra civil. Por otro lado, si el estilo es figurativo y expresionista, la fidelidad a la realidad se diluye o desaparece en muchos retratos, de acuerdo con lo que se desea trasmitir. La forma se hace entonces geométrica, más abstracta e intuitiva, con recursos decorativos y líneas que separan campos de color en un estilo que recuerda el orfismo del matrimonio Delaunay, Frantisek Kupka o Duchamp. Ahora bien, incluso cuando los rostros se esbozan y se sugieren geométricamente, siempre hay símbolos parlantes que contextualizan la obra: la granada, la cruz de Jerusalén o algún otro tipo de cruz, la carabela, la corona, la venera de Santiago y las letras indicativas de los Reyes, la “I” de Isabel, la “F” de Fernando, o la palabra entera, todo alusivo a la Reina y a Toledo.

Y si la exposición es fundamentalmente retrato experimental, donde el artista investiga e innova, mostrándose no sólo creador de formas y volúmenes sino ingeniero de ellas, también es paisaje y geografía, pues Toledo y Granada son omnipresentes, como lo fueron en la vida de Isabel I. Las dos ciudades son referencias indirectas a través de símbolos y de la grafía, enlazando con la cultura islámica y la arquitectura hispano flamenca, y también son representadas directamente. En el caso de Granada, la ciudad se asocia a la Alhambra, en una visión nocturna desde el Albaicín. La estilización de la arquitectura y los contrastes de luz y color bajo la luna, recortándose en la noche, imprimen fuerza a la imagen. La inclusión de las letras “I” de Isabel y “F” de Fernando vinculan la representación a un tiempo concreto, el de los Reyes Católicos.

A pocos centímetros de distancia en la muestra, la panorámica de Toledo desde el Valle, dialoga con Granada, con un mismo estilo y una mayor estilización de las formas, acentuando carga espiritual ascendente hacia el cielo. En este paisaje, se reconocen los principales edificios de la ciudad, y el río y el torno del Tajo en primer plano, con el protagonismo que les corresponde en la realidad. No obstante, la interpretación del paisaje es personal y original, como corresponde a un lenguaje moderno del arte que rechaza la simple imitación. En ambas composiciones, la realidad se transforma en función del  espíritu y de la creatividad. El movimiento ascendente de Toledo, cargado de espiritualidad, en consonancia con sus significados políticos y religiosos, se contrapone a la calma de la Alhambra. Y en ese mismo contexto, se incluyen la representación de San Juan de los Reyes y el puente de San Martín, con idéntica tendencia a la estilización de las formas, a lo que se prestan bien los pináculos del monasterio. Y todo eso, como expresión de los deseos de afirmación  política y religiosa que la Reina Isabel pretendió para aquel conjunto: manifestación de la unidad religiosa, conmemoración de la batalla de Toro, recuerdo de la toma de Málaga y mausoleo real, luego sustituido por la capilla real de Granada.

En cualquier caso, la originalidad de los retratos, con una enorme carga de expresionismo, con aproximaciones y alejamientos de la realidad, donde no faltan la geometrización órfica y la abstracción, define la obra de Romero, siempre al servicio de una idea, aquí: “Isabel, Reina para la Eternidad”. A su modernidad contribuye el tratamiento orgánico y escultórico de la pintura, que proporciona volumen y relieve. Y junto a los retratos, los dos escenarios determinantes de aquel reinado, Toledo y Granada, con una carga emocional y simbólica que se sintetiza en el monasterio de San Juan de los Reyes,  encargado por Isabel I a quien se consideraba entonces uno de los mejores artistas: Juan Guas.

Por todo lo dicho, la exposición de Romero es una muestra relevante en el ámbito cultural de nuestra ciudad, es expresión de creatividad de un artista singular y comporta valores didácticos para conocimiento de nuestro pasado y de lo que representa  España dentro del conjunto de países que se amalgaman bajo la denominación de Mundo Hispano. Por todo eso, resulta más que recomendable la visita de la exposición y su utilización como recurso educativo.

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