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Juana la Beltraneja, entre la impotencia y la traición

Un rey supuestamente impotente, una hija dudosamente ilegítima y una hermanastra capaz y ávida de poder componen, básicamente, los elementos que hicieron que en la segunda mitad del siglo XV el reino de Castilla viviera una sublevación primero y una Guerra de Sucesión después. El resultado no fue otro que la subida al trono castellano de Isabel la Católica (la hermanastra) y el retiro de por vida a un convento de Juana de Trastámara, legítima heredera de la Corona.

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La primera esposa de Enrique IV de Castilla, Blanca de Navarra, alegó en su proceso de anulación matrimonial la impotencia del rey. Aquel proceso acabaría dictaminando dicha impotencia, pero sólo respecto de la reina, o lo que es lo mismo, que el rey era capaz de fornicar con cualquier mujer, excepto con aquélla a la que le unía el sacramento.

Una nobleza en constante lucha de poder con la institución monárquica se encargó, sin embargo, de mantener vivo el rumor de la impotencia que acompañaría toda su vida al pusilánime Enrique IV. Éste contrajo segundas nupcias con su prima Juana de Portugal. Siete años después, en 1.462, nacería una hija de este matrimonio a la que pondrían por nombre Juana. Las Cortes la reconocen como heredera y, lo que son las cosas, su tía Isabel la Católica será la madrina del bautismo.

Pronto comenzarán las murmuraciones: la heredera de la Corona no es hija del rey, al que se supone impotente, sino del valido Beltrán de la Cueva. Sin pruebas de ADN capaces de disipar la duda razonable, una parte de la nobleza deseosa de limitar el poder regio hace de este rumor su causa: la Beltraneja, apodo despectivo con el que desean dejar claro el origen ilegítimo de la heredera, no debe reinar, debiendo la Corona pasar, a la muerte de Enrique IV a su hemanastro Alfonso, hermano mayor de Isabel la Católica.

El rey Enrique, cuya impotencia y homosexualidad están aún por demostrar, se comporta como un auténtico inepto y, en vez de tomar al toro por los cuernos (perdonen por el símil), se pliega a los deseos de la nobleza y deshereda a su hija en noviembre de 1.464, aunque sin hacer declaración alguna de ilegitimidad, declarando a su hermanastro Alfonso como heredero.

Cuentan algunos historiadores que en este acto de desheredar a su hija se encerraba una calculada jugada. Al parecer, las cuentas de Enrique IV pasaban por hacer casar a su hija con su hermanastro Alfonso. Sea como fuere, estos planes, reales o inventados, se fueron al traste con la muerte de Alfonso en 1.468. La historia de España debería esperar algunos siglos para tener un Alfonso XII.

Y aquí es donde entra en juego Isabel la Católica como heredera del trono castellano. Pero las cosas se complican, algunos nobles sediciosos deciden cambiar de bando y unirse a la causa de la legitimidad de la Beltraneja. Incluso el propio rey Enrique da pruebas de mayor firmeza en la defensa de su hija. Todo esto hace que la cerebral Isabel precipite su matrimonio con Fernando de Aragón, buscando el apoyo conyugal y militar del otro gran reino peninsular.

En este estado de cosas fallece Enrique IV, lo que hace que los partidarios de la Beltraneja precipiten igualmente su matrimonio con el infante Alfonso de Portugal, lo que ocurriría en Plasencia, proclamando a ambos como reyes de Castilla. Las cartas estaban hechadas y la solución había de venir de la mano de las armas. Tras no poca sangre derramada, la Guerra de Sucesión castellana puede darse por finalizada con la batalla de La Albuera, donde los portugueses serían definitivamente derrotados.

Isabel la Católica sería proclamada reina de Castilla por la voluntad de Dios, y de las armas y las intrigas aristocráticas. Los portugueses obtendrían algunas contrapartidas nada despreciables en el Atlántico africano y Juana la Beltraneja, legítima heredera del trono castellano mientras nadie demuestre lo contrario, sería confinada de por vida en un convento de Coimbra. En 1.530, la Excelente Señora, que es como los portugueses se refieren  a Juana la Beltraneja, morirá en su retiro luso.

Nunca dejó de considerarse reina de Castilla y vivió lo suficiente como para ver morir al resto de protagonistas de esta historia. Ahora que algunos reclaman la beatificación de Isabel la Católica, quizá sea un buen momento para hacer algo de justicia con esta mujer.

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La historia de Juana La Beltraneja después de la guerra de Sucesión

La guerra de Sucesión castellana se da por terminada en 1479, cuando se firmó la conocida como paz de Alcaçovas entre Portugal, Aragón y un reino de Castilla ya dominado totalmente por la reina Isabel I (donde también se realizó una primera diferenciación entre los límites de influencia de Castilla y Portugal en el Atlántico, acuerdo por el cual se reconoció, por ejemplo, la soberanía castellana de las islas canarias), al mismo tiempo que se acordaban las llamadas Tercerías de Moura. Durante estas negociaciones, quedó estipulado que Isabel I era la legítima reina de Castilla, el reino vecino renunciaba a cualquier reclamo sobre la corona castellana, se anulaba el matrimonio entre el rey Alfonso V de Portugal y su sobrina Juana la Beltraneja y se indicaba que esta última debía escoger entre casarse con el príncipe Juan, hijo de los futuros Reyes Católicos, nacido en 1478, o recluirse en un convento. Juana era consciente de que era bastante improbable que su matrimonio con su primo Juan, del que le separaban diecisiete años, llegase algún día a hacerse realidad y también sabía que los riesgos a los que se exponía si volvía a Castilla, bajo el control de su rival, eran enormes, por lo que decidió quedarse en Portugal, profesando en el monasterio de Santa Clara de la ciudad de Coimbra.

En la imagen, Isabel La Católica:

Isabel la Católica
Juana había pasado en poco tiempo de ser reina de Castilla por derecho y de Portugal por matrimonio a carecer de ambas coronas y a quedarse prácticamente sola en sus reclamos a la herencia castellana. Su tío Alfonso V de Portugal, con el que se había casado durante la guerra de Sucesión castellana, había sufrido un gran descrédito por haber metido a Portugal en una costosa guerra que no le concernía. Durante los últimos meses de la guerra de Sucesión castellana, su hijo y heredero Juan II tomó las riendas del gobierno y, tras la firma de la Paz, Alfonso V se retiró de la vida pública, viviendo hasta su fallecimiento en 1481 en un monasterio de Sintra.

Sin embargo, la familia real portuguesa siempre mantuvo a Juana bajo su protección. No solo por ser parte de su familia (recordemos que, además de breve esposa de Alfonso V, su madre, Juana de Portugal, había sido una princesa lusa), sino porque también les daba una ventaja política frente a Castilla. Juana nunca dejó de considerarse como la legítima reina de Castilla y, mientras viviese, pese a la derrota de su candidatura en la guerra de Sucesión castellana, siempre existiría una sombra de ilegitimidad planeando sobre el trono de Isabel I que sus enemigos podían llegar a utilizar en su contra. Por ello, Isabel I, en sus negociaciones con Portugal, siempre trató de asegurarse de que Juana estuviera bien controlada y, en los documentos que nos han quedado donde se la menciona, expresa continuamente su preocupación respecto a los problemas que podía significar para ella la continuada existencia de la conocida en Portugal como la Excelente Señora. De hecho, muchos expertos indican que las alianzas matrimoniales que forjó con Portugal, casando a su primogénita Isabel consecutivamente con el príncipe Juan y con el rey Manuel I y, tras su muerte, a su hija María con este último, tenían también como objetivo hacer que sus propias hijas, como princesas y reinas de Portugal, pudieran ejercer un mayor control sobre la que un día fue la enemiga de su madre.

Castillo San Jorge Lisboa
Por otra parte, al igual que Isabel era consciente de que Juana seguiría siendo una amenaza para su trono mientras viviera, otras personas sabían que una alianza con la Excelente Señora podría permitirles influir en Castilla y atraer a su bando a una importante cantidad de nobles que se habían visto perjudicados por los Reyes Católicos tras el fin de la guerra de Sucesión castellana o que estaban descontentos con sus actuaciones, enarbolando como bandera los derechos dinásticos que Juana siempre afirmó poseer. Esta es la razón por la que Juana recibió diversas propuestas matrimoniales a lo largo de toda su vida, aunque nunca llegó a tomar dicho estado. Se conoce, por ejemplo, que Luis XI de Francia, en pleno conflicto con Aragón por la propiedad del Rosellón, quiso casar a su sobrino, Francisco Febo, joven rey de Navarra, con Juana, pero su temprana muerte evitó que dichas negociaciones siguieran adelante.

Tras la muerte de Isabel I en 1504, Jerónimo Zurita afirma que corrieron rumores de que el rey católico quería casarse con la Excelente Señora para conservar el poder en Castilla, que se veía amenazado por la llegada de su hija Juana y su esposo Felipe el Hermoso. Juana se negó rotundamente a tal proyecto, si alguna vez tuvo visos de seriedad, y Fernando contrajo un segundo matrimonio con Germana de Foix, sobrina del rey de Francia, buscando tener un heredero varón que apartara a Juana y Felipe de la herencia de sus territorios patrimoniales de la Corona de Aragón.

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