Don Juan de Borbón, el hombre que no pudo reinar

Don Juan de Borbón, el hombre que no pudo reinar

El momento cumbre de la lucha por el poder llegar á en 1969, cuando Francisco Franco se pronuncie sobre su sucesión. El príncipe Juan Carlos tiene treinta y un años y Franco lo nombra “sucesor a título de rey”. La bofetada a don Juan ya es un hecho: el trono le va a pasar de largo.

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La monarquía es un vaso: si el pueblo quiere alimento, se llena de caldo; si tiene sed, de agua; si quiere divertirse, de vino. Fue esta una de las máximas que guio la trayectoria de un personaje singular en la historia reciente de España, don Juan de Borbón, hijo de rey y padre de rey, que nunca llegó a reinar él mismo, pero que lo intentó siguiendo esa frase que había oído a su progenitor Alfonso XIII. El significado era claro: “Lo importante es que haya monarquía, sea en la forma que sea”. Y así lo intentó denodadamente.

A don Juan no le hubiera correspondido reinar. Cuando nació en la residencia real del segoviano palacio de La Granja, el 20 de marzo del año 1913, un año antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, tenía dos hermanos varones por delante. Pero el mayor, Alfonso Pío, se quiso casar la cubana Edelmira Sampedro y Robato, una mujer plebeya, lo cual aprovechó Alfonso XIII para pedirle que, antes de hacerlo, renunciara a sus derechos. No creía que fuera el candidato adecuado porque sufría la hemofilia transportada por su madre, la reina Victoria Eugenia, enfermedad procedente de la familia de los Battenberg, para desgracia de multitud de casas reales. El segundo hermano, Jaime, se había quedado sordo a los cuatro años por una desafortunada cirugía.

La confirmación para el joven Juan de su destino no le llegó hasta los veinte años y cuando estaba a miles de kilómetros, en aguas de la India, como marino de la Armada inglesa en formación, después de que la familia real se exiliara barrida por el vendaval del republicanismo. “Por renuncia de tus dos hermanos mayores, quedas tú como heredero. Cuento contigo para que cumplas con tu deber”, le decía escuetamente Alfonso XIII en un telegrama.

Nada hacía pensar que los Borbones tuviesen opciones de volver a España, aunque el rey alentaba las conspiraciones monárquicas y mantenía el funcionamiento de los mecanismos dinásticos con la pompa asociada a ellos, para cuando surgiera la ocasión. Don Juan recibiría la placa que le acreditaba como príncipe de Asturias un año más tarde en la isla de Malta, en casa de lord Mountbatten, el mítico personaje de la familia real británica, gran marino y modelo de conducta para el joven heredero español.

En 1935, Juan de Borbón cumplía el segundo trámite necesario para garantizar su derecho: una boda real con todas las de la ley, con su prima tercera, la princesa María de las Mercedes de Borbón y Orleans, sin la sombra de los matrimonios morganáticos de sus dos hermanos mayores.

Deseos de acción frustrados

La Guerra Civil le encontró con apenas veintitrés años, tras haber pasado una larga luna de miel de seis meses viajando por el mundo. Estaba ya deseoso de acción y, para que nadie le pudiese llamar cobarde o, como él dijo, “emboscado”, intentó incorporarse a una columna de voluntarios en Navarra. Pero el general Mola se lo impidió para no ganarse la animosidad de los requetés carlistas. Meses después, le pidió directamente a Franco por carta que le permitiera enrolarse en el crucero Baleares, pero el caudillo, que ya marcaba distancias de forma notoria con todo lo que tuviese que ver con la familia real, se lo impidió alegando el lugar que ocupaba en el orden dinástico. El periodista Luis María Anson, uno de los personajes más cercanos a don Juan y autor de una excelente biografía, ha escrito que “lo que no quería Franco era tener a don Juan en España convertido en héroe de guerra”.

El manifiesto de Lausana

El ya para entonces “caudillo” e mpezaba una maniobra destinada a dar largas al retorno de los Borbones, sin decir nunca estrictamente que no, para no indisponerse con los importantes seguidores monárquicos de su bando en la guerra. En una carta de 1937 a Alfonso XIII, esta maniobra dilatoria ya aparece delineada cuando le pide al rey en el exilio que evite las influencias que pretenden “torcer” a su hijo don Juan y “precipitar etapas en un camino cuya meta presentimos, pero que por lo lejana no vislumbramos todavía”. Tardaría más de treinta años el generalísimo en ver esa meta.

A poyándose en los aliados, don Juan intentó hacer valer sus derechos al trono (Alfonso XIII, enfermo, había abdicado en él en enero de 1941). Anglófilo desde su formación juvenil como marino y muy cercano a la familia real británica, llegó a ver la meta próxima en 1945, cuando Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia se repartían el mundo de la posguerra. Y eso le llevó a su primer movimiento político importante: el Manifiesto de Lausana , que divulgó el 19 de marzo de 1945. En él, don Juan señaló que el régimen franquista estaba “inspirado desde el principio en los sistemas totalitari os de las potencias del Eje” y pidió a Franco que “abandone el poder”. Este pronunciamiento público formaba parte de la operación acordada con los países aliados para derribar a Franco y restaurar la monarquía. S in embargo, la muerte del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en abril y la consiguiente llegada de Harry S. Truman al poder trastoc an la política internacional de esta superpotencia, temerosa de que una monarquía constitucional débil en España, con insuficientes apoyos tras más de una década en el extranjero, no haga sino facilitar, al convocar unas elecciones libres, el triunfo de los comunistas en otro país más de la vieja Europa. Por ello, la conferencia de Potsdam, en el verano del año 45, se queda a medio camino de lo que esperaban los monárquicos: los ganadores de la Segunda Guerra Mundial aprueban el aislamiento diplomático de Franco, pero no una intervención militar contra él.

Esto tarda en ser comprendido por don Juan, quien cree durante bastantes meses que el dictador renunciará en cualquier momento, incapaz de soportar la presión exterior. Por ello, se instala en la ciudad costera de Estoril en febrero de 1946: su plan es entrar en España desde Portugal. Allí crea dos instituciones que serían el armazón de una futura “Casa Real”: el Consejo Privado y la Secretaría Política, en las cuales participarán los monárquicos más fieles de la aristocracia y la política española del momento, la pequeña corte de don Juan. Se rodea de varios asesores, entre los que destaca José María Gil-Robles y Quiñones, líder de la derechista CEDA durante la república, encargado de redactar un proyecto de constitución, las “Bases institucionales de la Monarquía Española”. Todos los pasos están previstos, incluso una lista del primer gobierno.

Y es que la castigo de la ONU al régimen franquista parece condenarlo a su caída. Pero el dictador se aferra al poder con su propaganda antiextra njera y sus exhibiciones de apoyo en la plaza de Oriente. En estos momentos tensos de 1946-47 se produce la paralela expansión del comunismo y, en particular, la caída de las monarquías de Bulgaria y Rumanía, sustituidas por regímenes comunistas, que dan la razón a Truman en sus temores.

El gran jarro de agua fría lo recibe el aspirante a rey con el proyecto de Ley de Sucesión de 1947, que pretende contentar a los aliados afirmando la condición de monarquía de España, pero postergando su efectividad hasta que Franco finalice un mandato que se consagra como vitalicio. En ella también se dicta que el sucesor deberá tener una edad mínima de treinta años, lo que, teniendo en cuenta que el príncipe Juan Carlos no llegaba a la decena, situaba la eventualidad de la restauración de un rey veinte años más allá. Una eternidad.

Don Juan se revuelve con el duro Manifiesto de Estoril (abril de 1947) y entrevistas en prensa. Tendrá que ser su admirado lord Mountbatten quien le borre sus esperanzas en una conversación telefónica: “Por mucho que condenen la dic tadura, nuestros Gobiernos prefieren a Franco”.

El “rey de derecho” se ve obligado a empezar una nueva etapa, utilizan do su título de conde de Barcelona, por el que se le conocerá más. En esta fase le aconsejará un personaje ya influyente en su círculo y, a partir de entonces, decisivo: el profesor Pedro Sainz Rodríguez, breve ministro en el primer Gobierno de Franco y luego exiliado en Lisboa. Este le plantea que, ante la evidente consolidación del caudillo, lo mejor para que la monarquía tenga un futuro es que el príncipe Juan Carlos se eduque en España. Le dará probabilidades de reinar y la monarquía pondrá un pie en el país.

El 'infante' como 'anzuelo'

En este punto se producirá un acercamiento entre los dos enemigos irreconciliables. Durante los siguientes veinte años, la partida entre Franco y don Juan se jugará utilizando al príncipe como “anzuelo”, en palabras deAnson. Al dictador le interesa tener al príncipe en España como demostración al mundo de lo auténtica que es su voluntad de restaurar –algún día– la monarquía. A acordar los términos de la educación del niño, se consagrará la exitosa reunión del caudillo y el “Infante” don Juan (como le llama Franco) en el yate Azor, en agosto de 1948. Será un espejismo de cordialidad.

Los asesores más cercanos del Borbón se ocuparán de mantener una buena sintonía tanto con militares clave como con la oposición. Los primeros serían un aliado decisivo si el dictador falleciera prematuramente, algo que en más de una ocasión pareció cercano, como en el accidente de caza (para algunos un atentado) que Franco sufrió en la Nochebuena del año 1961. Don Juan habría sido rey en cuestión de horas. Por su parte, la oposición democrática, incluso la republicana, podía ver en la figura de un rey comprometido firmemente con las libertades una solución para abrir una nueva etapa con democracia y elecciones. El enlace con ellos fue el político Joaquín Satrústegui, fundador en 1957 de la organización monárquica Unión Española y participante en la célebre reunión de opositores conocida como el Contubernio de Múnich en 1962.

El momento cumbre de la lucha por el poder llegar á en 1969, cuando Francisco Franco se pronuncie sobre su sucesión. El príncipe Juan Carlos tiene treinta y un años y Franco lo nombra “sucesor a título de rey”. La bofetada a don Juan ya es un hecho: el trono le va a pasar de largo.

Un nuevo propósito

Franco se lo explicará en una carta al 'Infante', paladeando su venganza (“quiero expresaros mis sentimientos por la desilusión que pueda causaros”) y justificando su resolución en un proyecto ideológico: “No se trata de una restauración, sino de la instauración de la monarquía como coronación del proceso político del régimen”. En realidad se creaba una monarquía franquista, adherida al régimen y que perpetuaría su obra política.

Don Juan sufriría, pero reconocería su derrota con rapidez, disolvería su consejo y secretaría y, aconsejado por Sainz Rodríguez, reorientaría su acción. Ya no buscará la corona para él, sino asegurar que cuando su hijo la lleve no se convierta en “Juan Carlos el breve”. Su trabajo será mantener la comunicación con la oposición y asegurarque la monarquía del hijo respetará el ideario del padre. Así ocurriría.

Prueba de su compromiso es que don Juan no abdicó de manera inmediata con el nombramiento de don Juan Carlos, en 1975 a la muerte de Francisco Franco. Le guiaría durante sus primeros compases (por ejemplo, instándole a cesar a Carlos Arias Navarro como presidente del Gobierno). Renunció a su derecho al trono el 14 de mayo del año 1977, convocadas ya las primeras elecciones generales. El abrazo a su hijo en el acto formal sellaría la reconciliación y la restauración.

Con el deber cumplido, el viejo marino, el hombre que no pudo reinar, logró, al menos, vivir en el país del que tanto tiempo había tenido que alejarse. Lo haría durante quince años más. Murió el 1 de abril de 1993 y, por deseo expreso de su hijo, se le enterró en el panteón de reyes del monasterio de El Escorial. En su ataúd, grabado, un nombre en latín: IOANNES III.

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