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Crímenes que cambiaron la historia: episodio 13

El asesinato del General Prim

La muerte de este líder político sigue envuelta en misterio. La biografía del General Prim estuvo marcada por su carrera militar, la guerra y los lazos con la monarquía, pero, ¿quién era realmente? ¿Y por qué se había organizado una conspiración para matarlo en el centro de Madrid?

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Hoy vamos a hablar del asesinato del general Prim, un atentado que marcó la historia contemporánea de España y que sigue envuelto en misterio.

El general Prim tenía las mejores esperanzas puestas para el año 1871. Después de una carrera política y militar larga y exitosa, a sus cincuenta y seis era el hombre más poderoso de España. Incluso había conseguido desalojar del trono a la dinastía de los Borbones. Lo que no podía saber Joan Prim es que él no llegaría a ver ese nuevo año. Durante la gélida noche del 27 de diciembre de 1870, en el trayecto que lo llevaba del congreso a su residencia, dos coches de caballos detuvieron la marcha del general. Dentro iban los hombres que se habían conjurado para matarlo.

Pero ¿quién era el general Prim? ¿Y por qué se había organizado una conspiración para matarlo en el centro de Madrid? ¿Podría considerarse que este fue el asesinato que cambió la historia de España para siempre?

VIDA DE JUAN PRIM Y PRATS

La biografía del general Prim es tan complicada como la política española del siglo XIX. Joan Prim nació en la ciudad de Reus, que durante buena parte de ese siglo fue la segunda población más grande de Cataluña. Su padre había luchado contra la ocupación napoleónica del país, y Joan nació justo después de la marcha de los franceses, a finales de 1814. Siguiendo los pasos de su padre, entró en el ejército cuando tenía 19 años, y luchó en la primera de las guerras civiles que vivió España entre 1833 y 1939. Curiosamente, lo hizo para defender los derechos de la monarca que luego forzó a abdicar: Isabel II.

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Tras la marcha de los franceses, España había recuperado la monarquía con la vuelta de Fernando VII. Pero las esperanzas que muchos habían puesto en que el nuevo rey traería más democracia al país pronto quedaron disueltas. El rey intentó tener tanto poder en sus manos como sus predecesores. El tema que marcó los últimos años de su reinado fue la cuestión dinástica; y es que Fernando VII no tenía un heredero varón. Poco antes de morir tuvo una hija, Isabel. Entonces, el rey tomó una decisión controvertida: nombró heredera a su hija, que aún no había cumplido los tres años, apartando del trono al otro posible heredero: su hermano Carlos María Isidro.

Esto provocó una guerra entre los partidarios del tío y los de la sobrina. Los simpatizantes de Isabel fueron conocidos como “isabelinos” -o “cristinos”, durante la etapa en la que su madre, María Cristina, era regente-. Los seguidores de Carlos María Isidro eran conocidos como “carlistas”. Tanto en esta primera guerra como en las consiguientes, los defensores de los derechos dinásticos de la rama “legítima” de los borbones serían vistos como ligeramente más moderados que los que querían ver en el trono a Carlos o a sus descendientes. Para los carlistas, todo lo derivado de la Ilustración francesa había tenido un efecto negativo sobre la sociedad, que debía volver a tener como principios “Dios, Patria y Rey”. Es decir, nada de democracia.

Tanto en esta primera guerra como en las consiguientes, los "isabelinos" serían vistos como ligeramente más moderados que los "carlistas".

Volviendo al joven Prim, en la primera guerra carlista ya empezó a demostrar que se le daba bien lo de guerrear. Fue herido varias veces, ascendido a coronel y condecorado por su valentía. Eso con solo 25 años. Poco después del fin de la guerra, una sublevación consiguió que la reina regente se viera obligada a poner en vigor la Constitución firmada en 1812, que alejaba a España del despotismo real. El país pasó entonces a ser una monarquía liberal, y como tal convocó elecciones. Esto no quiere decir que España fuese entonces una democracia como la entendemos ahora: solo podía votar el 5% más rico de la población del país. Pero algo era algo.

En las elecciones de 1841, Joan Prim se presentó por la provincia de Tarragona, representando a la facción más progresista de los liberales. Consiguió el escaño, y así arrancó su carrera política. En la España de mediados del siglo XIX, los hombres que protagonizaron las grandes luchas de poder combinaban el mando de tropas con la política. En su caso, Prim destacó en todos los cometidos que le mandaron, pero su posición también le trajo una buena dosis de problemas y enemigos. Estos últimos, sus enemigos, durante un tiempo incluyeron a sus propios paisanos catalanes. Y es que una de las funciones del ejército de la España del siglo XIX era reprimir cualquier alteración del orden establecido. Esto era aplicable a los que querían una España más tradicionalista, como los carlistas, y también a los que protestaban por otras motivaciones.

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En 1843, Prim fue nombrado gobernador de Barcelona, y como tal tuvo que reprimir una revuelta que reclamaba una reforma profunda del status quo del estado. El general respondió con contundencia. No solo sitió y reprimió a los sublevados en Barcelona, sino también en otras importantes ciudades catalanas, como la suya propia, Reus. Según parece, fue ante la revuelta en Barcelona cuando Prim pronunció una de sus frases más célebres: O Caixa o faixa. Es decir, que conseguiría reprimir a los sublevados y se llevaría la “faja” de general, o saldría muerto en una caja. Y, efectivamente, su respuesta a la revuelta de Barcelona le valió el fajín de general.

SU PAPEL EN LA DECADENCIA DEL IMPERIO ESPAÑOL

España había perdido la mayor parte de su imperio en la convulsión posterior a la ocupación francesa del país. Pero la corona española aún incluía los territorios de Filipinas, Puerto Rico y Cuba. Además, España también intentó mantener su influencia en México, e incrementarla en el norte de África. Prim tuvo un gran protagonismo en todos estos frentes. Primero, fue enviado a Puerto Rico, donde gobernó con mano dura, particularmente contra la población de origen africano. El “Código Negro” que promulgó el general no solo daba permiso a los dueños de esclavos para castigarlos a su gusto, sino que también recortaba los derechos de los africanos libres. En su primer artículo, el código establecía que los delitos que cometiesen los “individuos de raza negra” serían juzgados por un tribunal militar especial.

El trasfondo de esta nueva ley eran las revueltas de esclavos en el Caribe. De hecho, cuando se sublevaron los esclavos de la pequeña isla de Saint Croix, en manos danesas, Prim envió tropas para que reprimiesen duramente a los esclavos rebeldes. Poco después, hubo conatos de rebelión en las plantaciones de azúcar del propio Puerto Rico. Prim no se lo pensó dos veces: hizo ejecutar a los supuestos líderes de la revuelta, y los esclavos descontentos fueron azotados brutalmente. Parece ser que su reacción fue incluso más severa de lo que el gobierno esperaba de él, porque poco después fue sustituido.

El “Código Negro” que promulgó el general no solo daba permiso a los dueños de esclavos para castigarlos a su gusto, sino que también recortaba los derechos de los africanos libres.

De vuelta en España, y tras conseguir volver a ser diputado en cortes, Prim intentó reconciliarse con los catalanes, defendiendo los intereses de la incipiente industria de la región. Otro movimiento clásico de los políticos españoles del siglo XIX era el exilio a Francia. Cuando un líder político subía al poder, sus rivales a menudo se exiliaban preventivamente, para protegerse a sí mismos. Y eso hizo Prim cuando lo consideró conveniente. Fue en uno de estos exilios donde conoció a su mujer, Francisca Agüero, una rica heredera mexicana. Pero lo que realmente encumbró a Prim en la opinión popular española fue su “visita” a otro país.

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España había perdido gran parte de su imperio colonial, y, por tanto, ya no era tan relevante entre las naciones europeas. Cuando a finales de 1859 las posesiones españolas de Ceuta y Melilla fueron atacadas, el gobierno vio la ocasión perfecta para recuperar algo de su estatus perdido. Cataluña también respondió entusiasmada al proyecto, y Prim lo aprovechó para mejorar su imagen. La compañía de voluntarios catalanes fue puesta bajo sus órdenes, y tuvo un papel destacado en la campaña.

Aunque que el sultán de Marruecos quería encontrar una solución pacífica, había demasiada gente interesada en hacer estallar un conflicto armado. Y lo consiguieron. La guerra fue muy exitosa para España, y Prim fue uno de los protagonistas más destacados en batallas como la de Castillejos. El general fue tan valiente en el campo de batalla como cruel con el enemigo. España consiguió una victoria aplastante, y Prim recibió como reconocimiento el título de marqués de los Castillejos. Se había convertido en un Grande de España.

PRIM, HÉROE POPULAR

Pero el premio más importante que Prim recibió tras su éxito en la guerra de Marruecos no fueron los títulos y las medallas: fue la popularidad que adquirió, particularmente en su tierra natal. Se hicieron todo tipo de ceremonias y monumentos en su honor, y se convirtió en mucho más que un político o un militar: ahora era un héroe popular.

Pero su nuevo estatus no consiguió retenerlo mucho tiempo en España. Poco después, en 1862, participó en una expedición a México junto con ingleses -que querían intervenir en las políticas de la joven república- y franceses -que querían convertirla en una monarquía; algo que, por cierto, acabaría sucediendo-. Prim tenía también motivos personales para intervenir en México. Por una parte, quería defender los intereses de la familia de su esposa. Y por otra, intentar sanear un poco su maltrecha economía.

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Las tropas extranjeras buscaban más la intimidación que la batalla, y al final se consiguió llegar a un acuerdo. Prim pudo volver a España, pero antes pasó por Estados Unidos, que estaba en plena guerra civil. Allí se entrevistó con el presidente Abraham Lincoln. Y es que, pese a la dureza con la que había tratado a los esclavos en Puerto Rico, Prim estaba firmemente a favor del Norte antiesclavista en la guerra norteamericana. Esta fue una de las muchas contradicciones que llenaron la biografía de Prim, que, según el momento, podía defender una postura o la contraria.

EL PRINCIPIO DEL FIN

A su vuelta a España, empezó la etapa conspirativa de Prim. Los pronunciamientos militares habían sido una constante en el siglo XIX español. La figura del militar, como hemos visto, iba muy ligada al escenario político. El sistema político vigente no representaba los intereses de la mayoría de los habitantes del reino; por tanto, cada vez que los militares cambiaban el gobierno, esto no se veían como un asalto contra el estado. El problema de muchos de estos alzamientos militares era que era mucho más fácil estar de acuerdo en derrocar a un gobierno que en encontrar a otro que convenciese a todos los descontentos.

Al principio de su carrera política, Prim se había alineado con la rama progresista de los liberales. Esto lo colocaba entre los que aún veían la monarquía con buenos ojos, a diferencia de socialistas o republicanos, que querían ver una España sin realeza. Más adelante, Prim se acercó a posiciones más conservadoras, pero en la década de 1860 volvió a sus orígenes. En un principio, Prim no quería cambiar la dinastía reinante. De hecho, la reina Isabel fue la madrina de su hija, que nació en 1863 y se llamó como la monarca. Pero a partir de ahí y hasta 1868, España entró en una etapa tumultuosa, llena de intentos de levantamiento militar, fracasos, represión y exilios. Una de las facciones protagonistas quería cambiar a Isabel II por un rey de su misma dinastía: Antonio de Orleans, duque de Montpensier y cuñado de la reina. A Prim, que entonces estaba exiliado en Londres, no le convencía esta opción.

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Disfrazado de criado de una familia inglesa, Prim volvió a España para dar inicio al alzamiento militar programado para el 17 de septiembre de 1868. Esta vez, las cosas salieron como esperaban los conspiradores, y se fueron sumando fuerzas y ciudades al levantamiento. La revolución conocida como La Gloriosa estaba en marcha.

La fuerza de la sublevación era imparable, y se culminó en apenas veinte días. Pero seguía habiendo el problema de quién ocuparía la jefatura de estado. Finalmente, Prim cedió a la presión popular y pidió la expulsión de los Borbones. Cuando llegó a Madrid, fue recibido como un héroe triunfal. 1869 empezó con algo nunca visto antes en España: unas elecciones por sufragio universal masculino. El partido de Prim ganó con una amplia mayoría y él se convirtió en el jefe de gobierno.

La reforma del país empezó con una nueva constitución. Pero, para decepción de muchos, Prim no declaró la república. Lo que hizo fue un cambio de dinastía; un cambio de dinastía que él mismo no llegaría a ver. Después de negociar con varios candidatos, se acordó que el nuevo rey de España fuese Amadeo de Saboya, duque de Aosta e hijo del rey de Italia. Es probable que la elección de este candidato fuese la causa de la inminente muerte de Prim.

En la tarde del 27 de diciembre de 1870, Prim fue a las Cortes para votar sobre el presupuesto de la nueva Casa Real. Al terminar la sesión, se entretuvo un rato hablando con algunos diputados. Quedó con uno de ellos en que aquella noche asistiría a un banquete organizado por una sociedad masónica en la fonda de Las Cuatro Estaciones; pero lo haría a la hora de los postres, después de cenar en casa con su familia. A las siete y media de la tarde, Prim subió a un carruaje sobrio y elegante, tirado por dos caballos. Se dirigía a su residencia del palacio de Buenavista, que hoy es el Cuartel General del Ejército. Era un trayecto corto, de menos de un kilómetro de distancia. Lo acompañaban su secretario personal, González Nandín, su ayudante, el general Moya… y nadie más. Por increíble que parezca, Prim no tenía escolta. Los miembros de su círculo más próximo siempre intentaban convencerlo de la necesidad de protegerse, y con razón: en una época tan convulsa, era una temeridad que el primer ministro no tuviese guardaespaldas; el riesgo de que un adversario político atentase contra su vida era muy elevado. Pero Prim siempre había despreciado al peligro. No tenía miedo; sus enemigos lo sabían, y se aprovecharon de este exceso de confianza.

La noche había caído sobre Madrid, y una nevada densa cubría la ciudad. El carruaje de Prim avanzaba hacia su destino sin incidencias. Pero, al llegar al cruce entre la calle del Sordo -hoy Zorrilla- y la del Turco -hoy Marqués de Cubas-, otros dos vehículos se atravesaron en la vía. Uno se colocó delante de la berlina de Prim, y otro detrás. Entonces, el general y sus acompañantes oyeron un silbido . Era una señal: les habían tendido una emboscada.

Desde el interior del carruaje, Moya vio a unos hombres. Se dirigían hacia ellos, e iban armados. Entonces, alertó a Prim: “¡Mi general, nos hacen fuego!”.

Uno de los asaltantes rompió el cristal del coche de Prim e introdujo el cañón de su arma por la ventanilla. Nandín intentó proteger a Prim poniéndose entre él y el atacante. Pero esto no detuvo a los tiradores. Varios disparos de trabuco entraron por los dos lados del carruaje , e impactaron en el cuerpo del primer ministro y en la mano de su secretario . El cochero empezó a agitar su látigo contra los agresores, y consiguió abrir paso para que el carruaje saliese de la encerrona. A toda prisa, el coche avanzó hacia la calle Alcalá, y desde allí se dirigió al domicilio de Prim. No había tiempo que perder.

UNA MUERTE LENTA

El general Prim estaba herido, pero respiraba. Según algunas fuentes, consiguió entrar en su casa por su propio pie, apoyándose en la barandilla con su brazo ileso, y dejando un reguero de sangre a su paso. Los médicos que lo visitaron enseguida comprobaron que Prim tenía varias heridas; las más graves estaban localizadas en su hombro izquierdo. Los médicos pasaron horas intentando extraer los proyectiles del cuerpo del primer ministro, y tapándole las heridas con emplastos. Aunque el ataque había sido violento, en aquel momento no parecía que la vida de Prim corriese peligro. Así que las autoridades transmitieron a la población un comunicado tranquilizador, que decía lo siguiente: “El presidente del Consejo de Ministros ha sido ligeramente herido”.

Los médicos que lo visitaron enseguida comprobaron que Prim tenía varias heridas; las más graves estaban localizadas en su hombro izquierdo.

Nandín, el secretario personal de Prim, tenía la mano destrozada. Los médicos consiguieron salvársela, y no hubo que amputar, pero le quedó inservible de por vida.

En los días siguientes al atentado, la información sobre el estado de salud de Prim siguió siendo esperanzadora. El día 30 de diciembre, por la mañana, se emitió un comunicado que decía:

“El estado general del enfermo es satisfactorio, y las heridas se presentan en situación favorable”.

Pero ese mismo día, por la tarde, las cosas se complicaron. Prim tenía fiebre muy alta, y no había manera de bajársela. El cirujano más reputado de Madrid, Melchor Sánchez de Oca, fue llamado para atenderlo de urgencia. Pero era demasiado tarde. A las ocho y media, y entre delirios y sudores, Prim falleció.

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El diagnóstico sobre la causa de la muerte del general Prim era claro: septicemia. Las balas que se habían incrustado en su cuerpo habían arrastrado residuos, causándole una infección generalizada. Entre esos residuos había restos del abrigo de piel -se dice que de oso- que Prim llevaba puesto en el momento del ataque. A pesar de los esfuerzos de los médicos que lo atendieron, los medios disponibles en aquella época no pudieron salvar la vida del jefe de gobierno de España.

LOS CAMBIOS EN ESPAÑA TRAS SU MUERTE

La muerte de Prim conmocionó al país. A sus cincuenta y seis años, el general catalán era inmensamente popular gracias al arrojo que había mostrado en la guerra de Marruecos, y a su papel protagonista en la oposición al régimen de Isabel II y en La Gloriosa. Con la muerte de Prim, desaparecía el cerebro y el alma del régimen de monarquía constitucional que surgió de la revolución, y se abría un panorama de máxima incertidumbre. Algunos políticos, como Cánovas del Castillo, vieron en el atentado una señal inequívoca de que España estaba a punto de sumirse en el caos. El nuevo rey de España, Amadeo I, debió percibir este nuevo clima de inquietud en cuanto le llegó la noticia del asesinato de Prim. Amadeo había desembarcado en Cartagena el mismo día de su muerte, y se dirigió a su velatorio, en la Real Basílica de Atocha, nada más poner un pie en Madrid.

Si el futuro de España tras el asesinato de Prim era un misterio, el caso en sí no lo era menos. Las hipótesis sobre quién había disparado a Prim habían empezado a correr en cuanto se supo del atentado, y no hacían más que multiplicarse. La investigación oficial señaló como autor material del asesinato a José Paúl Angulo, un diputado federalista andaluz. Paúl había apoyado a Prim en la revolución de 1868, pero más tarde se convirtieron en rivales ideológicos. Paúl, que era republicano, llegó a atacar a Prim y a amenazarlo de muerte a través del diario que dirigía. Según el sumario judicial, en el momento del atentado Prim reconoció la voz de Paúl ordenando a sus compinches abrir fuego. Paúl fue llevado a juicio, pero, aunque había indicios que lo implicaban en el atentado, fue imposible reunir pruebas sólidas contra él. Así, el misterio del asesinato del general Prim quedó sin resolver.

La investigación oficial señaló como autor material del asesinato a José Paúl Angulo, un diputado federalista andaluz. Pero fue imposible reunir pruebas sólidas contra él.

Como suele pasar en estos casos, la especulación sobre quién mató a Prim dio paso a todo tipo de teorías. Una de las más plausibles apuntaba al duque de Montpensier, Antonio de Orleans, uno de los candidatos fallidos al trono español, que hemos mencionado. Antonio de Orleans había colaborado en el pronunciamiento de 1868, pero sus planes quedaron truncados por su implicación en un duelo mortal, y por las maniobras de Prim, que no quería otro rey Borbón. Nunca se pudo demostrar que el duque estuviese implicado en el asesinato de Prim, pero los rumores sobre su posible culpabilidad circularon libremente. Años después del atentado, su secretario personal salió en su defensa y aseguró que, antes de morir, el propio Prim había organizado un falso intento de asesinato contra sí mismo para implicar al duque y sacárselo de encima.

Otra teoría razonable apuntaba como posible autor del atentado al regente, el general Serrano, político revolucionario y enemigo de Prim. Según los defensores de esta hipótesis, Serrano habría orquestado el asesinato del general para frenar la tendencia progresista que su gobierno estaba marcando. Otros estudiosos del caso han seguido la pista de los traficantes de esclavos en Cuba, que, según ellos, habrían conspirado contra Prim por su colaboración con Estados Unidos para abolir la esclavitud. En todo caso, lo único seguro es que las pesquisas oficiales, que ocupaban más de dieciocho mil folios (de los cuales desaparecieron mil quinientos), se cerraron en 1877 sin que se hubiera encontrado a ningún culpable.

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Tras la muerte de Prim, su cuerpo fue embalsamado y depositado en un mausoleo del Panteón de Hombres Ilustres de la basílica de Atocha. Más de un siglo después, en 1971, sus restos fueron trasladados a Reus, su ciudad natal. En 2012, las celebraciones del segundo centenario del nacimiento de Prim incluyeron un acontecimiento, digamos, curioso: se exhumó la momia. El objetivo de la exhumación era comprobar su estado de conservación y aprovechar para hacerle un nuevo análisis forense. El resultado del examen fue inesperado: el equipo forense encontró una marca en el cuello de la momia que sugería que el general había muerto por estrangulamiento. Así, en vez de disiparse, parecía que el misterio sobre la muerte de Prim se retorcía todavía más. Pero no por mucho tiempo: un año más tarde, un nuevo análisis a cargo de un equipo de la Universidad Complutense de Madrid determinó que la marca que la momia presentaba en el cuello se produjo post mortem, a causa de la presión de la camisa sobre el cadáver.

El general Prim fue la principal víctima del atentado que acabó con su vida, pero no la única. Para Amadeo de Saboya, el asesinato de Prim cambió radicalmente sus perspectivas en el trono español. Aunque Amadeo I representaba una esperanza nueva tras el desastre de los Borbones, la falta del hombre fuerte que había defendido su candidatura lastró los esfuerzos del nuevo rey. Su reino duró apenas dos años, y España proclamó entonces una república que también fue de corta duración. Así, en 1874, los Borbones estaban de vuelta. Terminamos recordando las palabras de Amadeo de Saboya al renunciar al trono de España, que también podrían aplicarse a la muerte del hombre que había querido cononarlo: "Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces sería el primero en combatirlos; pero todos los que agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles".