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Blanca II de Navarra

Biografía

Blanca II de Navarra. Princesa de Viana. Olite (Navarra), 9.VII.1424 – Orthez (Francia), 2.XII.1464. Reina titular de Navarra (1461-1464).

Segunda de los tres hijos de los reyes Juan II de Navarra y Aragón y Blanca I de Navarra. En 1427 fue jurada por las Cortes de Navarra como heredera del reino en defecto de su hermano Carlos, y con once años prometida al príncipe Enrique de Castilla, futuro Enrique IV, en el marco de la Paz de Toledo el 22 de septiembre de 1436. Al tratado de Toledo se llegó por los graves conflictos que se vivían. Los infantes Enrique y Pedro estaban encastillados en su fortaleza de Extremadura y trataban de forzar al Rey y lograr la colaboración de otros nobles. Se aplicó mano dura a todos aquellos que lo intentaban.

El 16 de noviembre don Enrique, por mediación de Portugal, tuvo que pactar con su valido y entregar sus castillos para que su hermano recobrase la libertad.

El descontento se acrecentaba, después de Ponza, momento en que los proyectos de los Trastámaras se disipaban; se decide que había que llegar a firmar un acuerdo con el rey de Navarra, que, mediante las oportunas compensaciones económicas, liquidase el patrimonio de Fernando de Antequera. Fueron necesarios cinco meses de negociaciones para llegar al Tratado de Toledo (22 de septiembre de 1436), tratado que liquidaba las reclamaciones de los infantes.

Los sacrificios aragoneses fueron muy grandes. Los infantes no sólo renunciaban a todos su bienes sino que prometían no volver a Castilla sin permiso del rey; a cambio se les daba unas rentas muy exiguas 31.500 florines de oro, a Juan de Navarra, 20.000 a don Enrique, más una suma global de 150.000 en concepto de dote de Catalina, que ya no recibiría el marquesado de Villena, y 5.000 al infante don Pedro. El tratado sin embargo contemplaba algo muy importante. Juan II de Navarra y Aragón había logrado concertar el matrimonio de su hija Blanca con el rey de Castilla Enrique IV.

Los infantes renunciaban a todos su bienes y prometían no volver a Castilla; a cambio se les daba 150.000 florines de oro, que deberían pagar en diez años como dote de Catalina, y rentas de 31.500 al rey de Navarra, 20.000 al infante Enrique y 5.000 al infante Pedro.

Se concertó la paz y se dispuso la devolución a Navarra de los castillos que estaban ocupados. Pero esta paz debería asegurarse con una boda, que fue la de Blanca de Navarra, hija del duque de Peñafiel, con el príncipe heredero de Castilla, Enrique; fue necesario solicitar dispensa pontificia por el cercano parentesco entre ambos.

Este Tratado de Toledo puso fin, provisionalmente, al enfrentamiento de su padre, cabeza del grupo nobiliario agrupado en torno a los infantes de Aragón, con el rey Juan II de Castilla. Precisamente, la dote de la infanta consistiría en las propiedades castellanas confiscadas a su padre por la Corona, que serían administradas por éste hasta la consumación del matrimonio. Los desposorios se celebraron en Alfaro el 12 de marzo de 1437 y la boda se produjo finalmente en Valladolid el 15 de septiembre de 1440, en coincidencia con un nuevo acercamiento entre Juan II de Navarra y Juan II de Castilla.

Sin embargo, el matrimonio con Enrique fracasó por diversas circunstancias. En 1453 Enrique se divorció de Blanca alegando que con ella no podía copular, lo que en realidad significaba que la relación entre ellos era inexistente, de lo que se derivaba el problema de la falta de sucesión (determinante en las monarquías). En este caso concreto la razón alegada para obtener la nulidad de matrimonio se basaba en un hecho claro: la imposibilidad de consumarlo. El proceso fue humillante para la reina Blanca de Navarra, porque no se trataba de declarar la impotencia del Rey, sino todo lo contrario; él era un Rey bien dotado. Se recurrió al testimonio de dos prostitutas de la ciudad de Segovia que declararon que, con respecto a ellas, había tenido “trato y conocimiento de hombre con mujer”. Blanca tuvo que admitir una sentencia, que Enrique tenía una impotencia parcial y que posiblemente “estaba hechizado”. De esta forma se producía el divorcio entre Enrique y Blanca.

Siendo este aspecto señalado importante, es cierto que al problema ya explicado había que añadir el constante vaivén en las relaciones entre el príncipe y su suegro, en más de una ocasión situados en bandos opuestos, no fue sin duda ajeno a la anulación del vínculo matrimonial en 1453, tras ese humillante proceso ya descrito y en un nuevo contexto de conflictos con Juan II de Navarra, de firme control de la Corte castellana por parte del príncipe de Asturias tras la ejecución de Álvaro de Luna y de crisis interna en el reino pirenaico, donde el Rey y su hijo, Carlos, príncipe de Viana, se disputaban abiertamente el trono desde 1451. La muerte de la Reina titular, Blanca I, en 1441 y el testamento en el que pedía un acuerdo entre padre e hijo antes de que éste ocupase el trono derivó finalmente en un enfrentamiento abierto, donde se mezclaron otros muchos intereses, y especialmente la rivalidad entre los bandos nobiliarios de beaumonteses, de inmediato alineados con Carlos, y agramonteses, partidarios de Juan II.

A su regreso de Castilla, en noviembre de 1453, Blanca tomó partido por su hermano, a quien seguía en la sucesión; el Rey, casado en segundas nupcias con Juana Enríquez y padre ya (1452) del futuro Fernando el Católico, desheredó a ambos en 1455 en beneficio de Leonor, la hija menor de su anterior matrimonio. Aunque Blanca recibió el perdón paterno junto con Carlos en 1460, quedó como rehén de Juan II en Pamplona, junto con los hijos ilegítimos del príncipe. Esta situación no impidió que el príncipe de Viana la incluyese en sus negociaciones secretas con el rey de Francia, Luis XI, donde se contempló una nueva boda con un sobrino del monarca galo, Filiberto de Génova (1461). El proyecto se truncó con la muerte de Carlos, que carecía además de hijos legítimos y dejó, por tanto, como heredera del Trono navarro a Blanca, porque aparte de que él lo hubiese expresado en su testamento, Blanca era la siguiente en la línea de primogenitura.

De inmediato obtuvo el apoyo beaumontés frente a Juan II y Leonor, lugarteniente del Reino de Navarra en nombre de su padre, ahora dedicado a los asuntos aragoneses, cuyo Trono había heredado en 1458, a la muerte de su hermano Alfonso V.

En el destino de la princesa Blanca tuvo un papel muy importante Gastón IV de Foix, casado con Leonor. Reconciliado con el rey de Francia Luis XI, logró un acuerdo en Olite el 12 de abril de 1462. En este caso se trataba de reconocer los derechos a la Corona de Juan II de Navarra y los de la infanta Leonor a la sucesión del Trono. En este tratado el problema era la princesa Blanca, para lo que se decidió entregarla al conde de Foix, su cuñado. En este contexto, fue trasladada a Orthez, en el corazón de los dominios de Gastón de Foix, esposo de Leonor, sin duda para dificultar las acciones de sus partidarios e impedir que pudiera liderar el movimiento de apoyo a su candidatura. El pretexto para poder trasladar a Blanca a Francia se basaba en un proyecto de matrimonio con Carlos, duque de Berry, hermano de Luis XI. La princesa se negaba aunque prometía que no saldría de Foix y que jamás volvería a Navarra. Se tiene constancia de que manifestó diversas protestas ante situación tan injusta; así, el 23 de abril en Roncesvalles y el 26 en San Juan de Pie de Puerto, anunciaba cómo se la obligaba a partir y que como consecuencia de esta situación no se tomase en cuenta ninguna renuncia que hiciese a sus derechos, como no fuera a favor del rey de Castilla o del conde de Armagnac. Camino del Bearne manifestaba que era obvio que se pretendía arrebatar sus derechos al trono y en este sentido conociendo los esfuerzos que Enrique IV había hecho a favor de su hermano el príncipe de Viana, era el único que estaba en condiciones de hacer algo en su favor o recuperar el reino, por lo cual le hacía cesión de sus derechos en el caso de no recobrar su libertad o de morir sin descendencia, le rogaba que cuidara del condestable y de Juan de Beaumont y de sus familiares.

Las diversas protestas efectuadas desde su reclusión fueron inútiles, incluida la salvaguarda de sus derechos realizada a favor de su antiguo esposo, Enrique IV de Castilla el 26 de abril de 1462. Precisamente, la concordia de Tarragona (1464) entre Juan II y los cabecillas beaumonteses, firmada en el marco de la guerra de Cataluña, en la que éstos habían participado frente al Monarca, preveía el regreso a Navarra de la princesa y la discusión de sus derechos en Cortes. Efectivamente se decidió que la princesa volvería al reino y se convocarían los Tres Estados para que, ante la presencia del propio Rey, de sus lugartenientes, y de los jefes beaumonteses, se discutiera el tema de su libertad, su estado, vivienda y lo más complicado, la sucesión.

Las previsiones de la paz de noviembre de 1464 sobre el debate de sucesión fueron innecesarias. Al mes de las mismas se conoció en el reino que la princesa Blanca había muerto, el 2 de diciembre, en Orthez (Francia). Un fallecimiento que se produjo en unas circunstancias muy extrañas, y donde se especula que murió a causa de un veneno que le fue administrado por una dama a instancias de la condesa Leonor y de su marido Gastón IV de Foix.

El tiempo y las circunstancias de su vida, prisión y muerte acabaron por elaborar una leyenda trágica, llevada a la literatura romántica del siglo XIX por Francisco Navarro Villoslada.

 

Bibl.: F. Navarro Villoslada, Doña Blanca de Navarra. Crónica del siglo XV, Pamplona, Anselmo Santa Coloma, 1845; L. Suárez Fernández, Historia de España Antigua y Media, vol. 2, Ediciones Rialp, Madrid, 1976; E. Ramírez Vaquero, Blanca, Juan II y el Príncipe de Viana, Pamplona, Mintzoa, 1987; Juan II, Leonor y Gastón IV de Foix. Francisco Febo, Pamplona, Mintzoa, 1990.

 

María Luisa Bueno Domínguez