La verdad tras la turbulenta historia de amor de Napoleón y Josefina

La compleja relación entre el emperador y su esposa se ilustra a través de las cartas que le escribió durante la guerra y su mutua infidelidad.

En este cuadro de Jacques Louis David, el emperador francés Napoleón corona a su esposa Josefina en la catedral de Notre Dame en diciembre de 1804. La tormentosa relación de la pareja terminó cuando él se divorció de ella en 1809 tras no conseguir un heredero.

Fotografía de Bridgeman Images
Por Indi Bains
Publicado 16 nov 2023, 11:01 CET

Venerado a partes iguales como héroe o villano, el emperador Napoleón I Bonaparte condujo a Francia desde los escombros de la Revolución hasta la paz y la estabilidad política. Al mismo tiempo, emprendió una expansión militar que le permitió controlar la mayor parte de Europa entre 1809 y 1811. Durante 14 años, desde su ascenso en las filas del ejército, pasando por su nombramiento como Primer Cónsul y finalmente como emperador, Josefina estuvo a su lado. Creando una leyenda que supera la suma de sus partes, su relación ha sido considerada durante mucho tiempo como el epítome del romanticismo, basándose en gran parte en las cartas del emperador a su esposa.

Aunque algunos historiadores recientes han desacreditado el mito de su romance, Ridley Scott, director de la película Napoleón (que se estrena en España el 24 de noviembre de 2023), califica a Josefina como el "único amor verdadero" del emperador. "[Napoleón] salió de la nada para gobernarlo todo, pero mientras tanto libraba una guerra romántica con su adúltera esposa Josefina. Conquistó el mundo para intentar ganarse su amor, y cuando no pudo, lo conquistó para destruirla, y se destruyó a sí mismo en el proceso", explica el director a Deadline.

¿Hasta qué punto es cierto que Josefina fue el único amor verdadero de Napoleón, que sólo ella fue adúltera o que sus ambiciones militaristas se vieron impulsadas por su relación? La verdad es tan compleja como los dos personajes implicados.

La que sería Josefina Bonaparte nació como Marie-Josèphe-Rose Tascher de la Pagerie en 1763. Conocida por su familia como Rose, la futura emperatriz procedía de una familia propietaria de plantaciones en la Martinica francesa cuya fortuna estaba en declive. Un matrimonio por motivos económicos la llevó a París y, después de que su marido la abandonara, Rose pulió su enfoque provinciano y desarrolló las habilidades diplomáticas por las que más tarde sería alabada. Se hizo un hueco en la periferia de la corte francesa y, cuando conoció a Napoleón en 1795, Rose era la cortesana más cara de Francia.

A los 32 años (era 6 años mayor que Napoleón) la noble viuda y madre de dos hijos que fue encarcelada durante el Reinado del Terror (1793-1794) y escapó por poco de la guillotina. La futura emperatriz fue puesta en libertad tras el Terror, pero no sin consecuencias. Los historiadores han escrito sobre la angustia mental extrema que sufrió durante su encarcelamiento y cómo se manifestó en su comportamiento posterior a través de gastos frívolos, aventuras románticas y necesidad de seguridad.

Con cierta simetría, los orígenes de Napoleón también se remontan a una familia de fortuna en declive, en una isla bajo control francés, aunque mucho más cerca de Francia que Martinica. Nacido en 1769 en el seno de la pequeña nobleza corsa, Napoleón era inteligente y estaba decidido a mejorar su suerte. Desde muy joven luchó con inseguridades innatas en torno a la clase, el dinero, la inteligencia y, más tarde, el sexo. La interacción de estos factores, junto con su persistente sensibilidad a la crítica, impulsaron sus ambiciones.

Su padre se decidió por la formación militar de Napoleón, y él fue ascendiendo en la escuela militar y en el ejército. Cuando conoció a Josefina, era un prometedor general del ejército, aunque poco agraciado físicamente, aquejado de innumerables complejos de inferioridad y lejos de ser el emperador que llegaría a ser menos de 10 años después.

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Una unión de necesidades mutuas

Napoleón conoció a Rose en una cena de sociedad a finales de 1795. Para un Napoleón inseguro, lo que a Rose le faltaba en juventud lo compensaba en experiencia sexual, sofisticación social y lazos aristocráticos; sus elogios halagaban su vanidad. Al principio, Rose no estaba interesada en el matrimonio, pero a medida que la posición militar de Napoleón crecía, su resistencia se descongeló. Para Rose, Napoleón representaba seguridad financiera y estabilidad tras los horrores de su encarcelamiento. Napoleón cambió su segundo nombre y a partir de entonces se llamó Joséphine (traducido en la historiografía española como Josefina).

Se casaron por lo civil en marzo de 1796. Dos días más tarde, Napoleón partió para dirigir el ejército francés hacia Italia, el inicio de una campaña decisiva que remodelaría el panorama político europeo y le catapultaría a la fama. Fue la primera de muchas separaciones militares.

El ardor de Napoleón por Josefina es obvio en las muchas cartas que le escribió durante su ausencia, a veces más de una al día. Sus palabras fluctúan entre el anhelo, la lujuria, la posesión, los insultos y las acusaciones. El historiador Adam Zamoyski describe las cartas de Napoleón desde Italia como expresión de un "frenesí adolescente" que Josefina encontraba "ridículo y embarazoso".

El emperador Napoleón en un campo de batalla alemán en 1808, retratado por el artista Claude Gautherot. El impulso conquistador de Napoleón no surgió de su tempestuoso matrimonio con Josefina, sino de su propio deseo personal de vencer.

Fotografía de Photo Josse, Bridgeman Images

Amantes de ensueño y divorcio

Es dudoso que la mujer de la que se enamoró existiera. La historiadora Kate Williams describe cómo Josefina, haciendo uso del limitado poder de que disponía en un mundo paternalista, se convirtió en la amante de sus sueños, exaltando sus atributos femeninos y suprimiendo su intelecto y ambición.

La escasa frecuencia de las respuestas de Josefina irritaba a Napoleón; ella estaba ocupada y había tomado un amante poco después de su partida. El general también se embarcó en numerosas aventuras, lo que llevó a Josefina a corresponder al deseo que él le había mostrado. Cuando Napoleón se mostró tibio, ella respondió con gastos suntuosos y chantaje emocional; él se retiró gradualmente, contemplando el divorcio.

Napoleón no siguió adelante con el divorcio, sino que perdonó a Josefina, aunque no sin interés propio: tener una familia reforzaba su poder político, y las dotes diplomáticas de su esposa eran inestimables. Ella era popular y le proporcionaba la gracia y la etiqueta que a él le faltaban. Encarnaba su poder con su forma de vestir, su comportamiento, su colección de arte y sus joyas, que rivalizaban con las de María Antonieta. Como declaró Napoleón: "Yo gano batallas, pero Josefina gana corazones".

Consecuencias de los amoríos

Tanto si Napoleón ganaba en el campo de batalla como si no, en 1800 Josefina sabía que el equilibrio de poder en su relación había cambiado. Su impopularidad con la familia de Napoleón y su matrimonio civil (frente al religioso) hicieron que su posición fuera aún más precaria. Ella cambió su forma de actuar, trabajando por la causa de Napoleón, pero la actitud de éste había cambiado. Napoleón sometió a Josefina a un control asfixiante, limitando su libertad social, gritándole en público y atormentándola con detalles de sus asuntos.

Pero a pesar de la tormentosa y manipuladora relación de la pareja, no fue esto ni su frustración con Josefina y sus amoríos lo que impulsó la política exterior expansionista de Napoleón. Como dice Zamoyski a National Geographic, "las ambiciones de Napoleón no eran principalmente militaristas... Le interesaba más el buen gobierno que ganar batallas..... Creía en hacer las cosas bien, y al verse empujado a un mundo en guerra estaba decidido a ganar, pero nunca por el mero hecho de ganar".

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      Izquierda: Arriba:

      Una carta de amor de Napoleón a Josefina, escrita en 1795-6. Algunos historiadores dicen que sus cartas expresan un "frenesí adolescente" que a Josefina le parecía "ridículo y vergonzoso".

      Fotografía de Christie's Images, Bridgeman Images
      Derecha: Abajo:

      Un dormitorio de la emperatriz Josefina, elaboradamente amueblado, refleja su gran gusto y estilo, apreciados por un Napoleón socialmente inseguro.

      Fotografía de Bridgeman Images

      Coronación y separación

      Como prerrequisito para la coronación de la pareja como emperador y emperatriz en 1804, se sometieron a una ceremonia matrimonial religiosa adicional, pero cualquier seguridad que sintiera Josefina fue temporal. En 1809, se divorciaron porque ella no había logrado tener un heredero. Napoleón lo declaró estoicamente "en el mejor interés de Francia"; como dice Zamoyski, "no hay duda de la autenticidad de su dolor por, tal y como él lo veía, tener que dejarla". Josefina también estaba desconsolada.

      Posteriormente, Napoleón se aseguró de que Josefina conservara su título, alojamiento y subsidio. A pesar de su posterior matrimonio con la archiduquesa María Luisa de Austria y del nacimiento de un heredero, Napoleón mantuvo una dedicación y una cordial correspondencia con su ex esposa. Ella le apoyó hasta su exilio a Elba en abril de 1814, cuya noticia la dejó desconsolada. Cuando Josefina murió pocas semanas después (probablemente de neumonía, pero muchos han sugerido que de un corazón roto), sus últimas palabras fueron "Bonaparte... Elba... Rey de Roma". Tienen un cierto parecido conmovedor con las últimas palabras de Napoleón 7 años después, durante su exilio en Santa Elena: "Francia... el ejército... jefe del ejército... Josefina".

      La historia de Napoleón y Josefina es la de dos individuos emocionalmente disfuncionales, nacidos en un clima revolucionario y lanzados desde la oscuridad a la escena mundial. Aunque el impulso conquistador de Napoleón no surgió de su tempestuoso matrimonio, sino de su propio deseo personal de ganar, es cierto que la presencia de Josefina reforzó enormemente su atractivo político. Y aunque su relación se vio sin duda sacudida por el adulterio de ambas partes, encontraron en el otro lo que les faltaba a ellos mismos, permitiendo que evolucionara hacia un respeto mutuo. "Además, [Napoleón] nunca perdió del todo su admiración por el estilo y la inteligencia de Josefina, y confiaba en su juicio", observa Zamoyski. "Una vez que ella sintió que él se había comprometido de verdad con ella... y que podía proporcionarle la seguridad que ansiaba, se convirtió en una compañera devotamente leal y en una fuente de fortaleza para él".

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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