CIVILIZACIÓN Y BARBARIE

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VÍCTOR PÉREZ PETIT

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE

(Réplica á

(O$

intelectuales alemanes)

¡:>RECIO DEL EJEMPLAR:

$

0.10

A BENEFICIO DEL COMIPRO • BÉLGICA

l v . [ Q N T E V X D E O

·Gutenberg•, Tipografía, Rondeau, 1468

1815

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COMITÉ PRO BÉLGICA

María Luisa Castro de Quintela Josefina Lerena Acevedo

Manuelita Suárez Abella Laura Ketels

María Z. de Shaw Angela C. de Orünwaldt Paulina A. de Lerena Sofía B. de Suárez Ema P. de Shaw Elena L. de Castellanos Matilde R. L. de Aguirre Carmen C. de Nery Catalina C. de Quintela María S. de Villamajó Oiga C. de Varela Acevedo María M. de Illa

Socorro M. de Sosa Díaz Ester B. de Lasala

Ana P. de Vázquez Varela Elena P. de Montero Bustarnante Margarita M. de Terra

Celia A. de Amézaga Plácida C. de Pérez Butler María A. P. de Real de Azúa

Presidenta Secretaria Tesorera

María E. R. L. de Rodríguez Larreta

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CIVILIZACIÓN Y BARBARIE

Réplica á los intelectuales alemanes

por el doctor Víctor Pérez Petit

Un grupo de personas ha solicitado de nuestro direc- tor, el doctor Víctor Pérez Petit, permiso para imprimir en folleto y repartir gratis, los artículos por él publicados en estas columnas y que contienen su réplica dirijida á los in- telectuales alemanes, en contestación á una carta abierta pu- blicada en los dill_rios de Alemania bajo la firma de 93 pro- fesores de las Universidades de aquel país.

El doctor Pérez Petit accedió de inmediato al pedido, pero indicó la oportunidad de hacer donación del trabajo á alguna de las Comisiones que recolectan fondos para ali- viar la desgracia de las viudas, huérfanos y heridos caídos en la guerra europea.

Cumpliendo los altruistas deseos del distinguido com- patriota, fué ofrecido el folleto referido á la señora Presi- denta del Comité pró Bélgica, quien aceptó complacída el generoso obsequio.

El Comité pro Bélgica venderá el folleto á diez centé- simos el ejemplar, precio ínfimo si se tiene en cuenta el objeto á que se destina y la importancia de la publicación.

Se hará un tiraje de 5.000 ejemplares, de los cuales co- rresponderán 3.650 al Comité pró Bélgica y 1.350 á los 1.350 contribuyentes, iniciadores de la idea, que ya han abo- nado su cuota de diez centésimos para pagar la impresión.

El trabajo ya ha entrado en prensa y estará listo den- tro de breves días.

(El Tiempo, Montevideo 26 de Enero de 1915.)

CIVILIZACION Y BARBARIE

La guerra espantosa que, desde hace cuatro meses con- mueve Y ensangrienta el continente europeo Janzand'o las u_nas ~~ntra las otras á las naciones de incontrastable pode- no m1htar, ha de tener por fuerza otra virtud que la de re- velarnos de qué parte está la mayor pujanza y el mejor ar- ma~ento,-ha de servir para decirnos taml;iién de qué lado esta la verdadera cultura y la más firme pauta de humani- dad. Son estos formidables estallidos de la guerra, en los que

!os hombres, abandonando la serena é impecable línea que Je

!~ponen en nuestro mundo civilizado Ja pie-dad, Ja educa- ción, los buenos sentimientos y el amor de sus semejantes par~ trocarse en combatientes defensores de una patria y d~

un ideal, matan y persiguen á otros hombres con ardor con

f~enético delirio; ~on estos grandes momentos trágicos 1de ¡a vida de la humamdad en los que se cambian los verdaderos

v~lores morales, en los que se alteran y trastornan todas las virtudes Y sentimientos que largos siglos de educación han

~uesto en ~I espíritu y el corazón de las sociedades, los que sirven, me1or que otra prueba alguna, para conocer bien á fondo la esencia de los hombres y el alma de los pueblos.

Dur~nte las horas de paz, como en las apacibles y gratas reumon~s mundanas, los seres humanos lucen una compos- tura fácilmente engañosa. Cada cual se preocupa de conser- var su buena apostura, de sonreír amablemente á las per- s~nas que le están al lado, de ene auzar su conversación en giros que revelen la mayor fineza y cultura, - porque todos desean mostrarse personas de sociedad, captar~e simpatías

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conquistar voluntades. En saraos y fiestas tod~s son risue- ños amables, espirituales, así como en los demas ~ctos Y c~­

me;cios de la vida de relación, todos son comed~dos servi- ciales diligentes. V al par de los individuos aisla~os, l~s

puebÍos, las naciones, ante el concierto de los de_m~s pa~­

ses, procuran ostentar su excepcional cultura, su mf,~e~cia civilizadora, su caudal de nobles ·y desinteresados s;ntimien- tos. Todo esto, en hombres y sociedades, es

la~

mas de las veces oro de similor vanas apariencias, enganosas apostu- ras. Bajo Ja atildada

1

pechera de un

ele~antísimo

frac ruge,

~~

algunos caso5, el corazón de un granu¡a, de u:1 hombr~

presa¡ tras la encantadora sonrisa de uno~ lab10s femenm~s y su espléndida toilette de mundana, palpita un alma envi- diosa y perversa. Pero llega la hora de la prueba, la tremen- da hora que hace caer las máscaras para mostrar al desnu- do las torvas impulsividades del instinto, Y hombres Y mu- jeres nacionalidades y razas, aparecen ante Ja luz del sol tal c~al son, con sus verdaderas máculas_ morales, con. todas sus deformaciones físicas. Una contrariedad, una disputa, bastan para provocar el fenómeno. Tras el gentlema~

surge el apache: olvidando su compostura . a~~e I~, gal en

que le observa, caída la capa de barníz de ci~ihzacion q,ue disimulaba al hombre de las cavernas, obedeciendo tan s~lo .á los mandatos de su instinto, grita, se _desco~pone, profie-

re palabras groseras, comete actos de violencia de una

fe~l­

tad repugnante. y ¡0 mismo acontece con las aglomeracio- nes humanas, con los pueblos en masa. El que es funda- mentalmente culto, el que tiene en los glóbulos d~ la san- gre-los buenos sentimientos y nobles ~roce~eres, aun en lo~

trágicos instantes en que peligra su existencia, se conserv~ra ecuánime, honesto, altivo y

caballeresc~¡

pero el

~ue_ ~a

dis-

frazado su barbarie nativa con elegancias de soc1ab1hdad Y el que tiene en su esencia todas las agresividades de la bes-

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tia, saltará sobre el adversario sin cuidarse ya de que Jo mi- ren, desorbitados los ojos, babeante la boca, para cometer todas las tropelías y todas las venganzas. Los hombres y los pueblos verdaderamente selectos, intelectuales, de sereno es- píritu y levantado corazón, preferirán morir antes que come- ter una infamia, una traición ó una villanía, pero Jos pue- blos y los hombres de baja condición, de malos instintos, de fementida cultura, cometerán todos los crímenes y las acciones más feas para salvar su vida ó alcanzar el logro de sus deseos. Tal es la diferencia que, con todos Jos carac- teres' de una indestructible réplica, puede darse á la filosofía disolvente, egoista y torpe, de uno de los más graneles es- critores de Alemania, Friedrich Nietzsche.

Observando· detenidamente, con espíritu frío é impar- cial, la actitud que en la actual contienda observan, por una parte, Ja nación ale!J1ana, y por la otra, las naciones inglesa, belga y francesa, se pueden constatar diferencias y contra·

dicciones altamente elocuentes y aleccionadoras. Es en el es- tudio de Jos al parecer mínimos detalles, es en la observa-

~ión de los casos á primera vista insignificantes, que se ob- tiene la caracterización de los rasgos morales de un pueblo.

Y ese estudio y esa observación nos revelan que no es Ale- mania, por cierto, la que merece el nombre de nación civi- lizada; antes por el contrario, frente á los hechos inauditos, los crímenes incalificables y las violaciones flagrantes por sus ejércitos cometidos en territorio belga ó francés, sólo ca- be el duro y estigmatizador calificativo que le han aplicado los hombres más intelectuales, parsimoniosos y rectos de to- das las naciones neutrales. Ramiro de Maeztu-de cultura esencialmente germana, - José Nakens, Luís Araquistain, Blas- co. Azorin, el director de ll Seco/o de Milán, Rodó, Ro- berto

J.

Payró, cien otros aún que podrían citarse entre los más modernos y cultos escritores de España, Italia y Amé-

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rica han fustigado duramente esa barbarie puesta en juego pe/ los soldados del Kaiser en la presente ~uerra, P~~a so- juzgar á las naciones enemigas. La

d~strucc1ón vandah~a

de

Bélgica-en que han sido arrasadas ctUda~es y pobla~1ones como Lovaina, Visé,

N~nove,

Nivelles,

~1rlemont,

Dma?t, Berchen, Termonde, Enghien, Lierre, Mahnas, Namur, D1x- mude, Jemeppe, Wavre, Hersel, Uerre, Norsel, Sas-van-Ge~t,

etc., etc. - ha provocado un sentimiento de h?rror. El es~u­

pido é inútil bombardeo de la Ca~edral de Reims, 1'.a suscita- do la protesta universal, en medio de la hond1s1ma pena que la destrucción de tan magna obra de

~rte

ha causado

en todos los espíritus enamorados de la heheza. V desde en- tonces un solo calificativo ha cundido entre todos los hom- bres buenos, justos é instruídos: el de bárbaros. . ,

Contra ese calificativo que cae como una sanc10n, ~~­

mo una piedra lapidaria sobre la Germania inculta, despotl- ca y atentatoria de Guillermo H se han alzado t?d?s los alema- nes desde los más ignorantes hasta los mas mtelectuales, á fin de procurar borrar la infamatoria m~ncha. No hemos de cuidarnos de lo que digan los inconscientes ó los anal- fabetos; pero sí queremos tomar en cuenta la palabra de los intelectuales alemanes que han salido en defensa ~e su p~­

tria. A ellos irá enderezada la réplica que vamos a escnbtr para contestar su absurdo y temerario manifiesto.

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RÉPLICA

A LOS INTELECTUALES ALEMANES

93 profesores y máximos artistas alemanes han consi- derado de su deber lanzar al mundo civilizado un manifies- to para justificar la actitud de su patria en la actual guerra europea. Al propio tiempo afirman que son falsos los actos de barbarie que se imputan á los ejércitos de su nación «ba- jo la fé de sus nombres y de su honor». Este documento, apesar de su inconsistencia desde el punto de vista de la lógica y la razón, y á pesar de su temeridad, desde el pun- to de vista probatorio y testimonial, ha sido contestado vic- toriosa y brillantemente por escritores de altísima talla de iodos los países del mundo. No tomemos nota de algunos .cerebros privilegiados de Francia, que todos tenemos en gran-

<le acatamiento, porque podrían parecer interesados en et

<iebate; pero, consideremos lo que nos dice un Ramiro de Maeztu, español, un Gabriel D'Annunzio, italiano, y un José Enrique Rodó, americano: son palabras las suyas imparcia-

~es, elevadas, condenatorias, que nadie, sin evidente osadía y desparpajo, podría desautorizar. Como estas inteligencias so- lberanas, cien otras, sinceras é imparciales, abundan en los mismos cargos, repiten idénticas condenaciones, formulan se- mejantes réplicas. Es una unanimidad aplastante, avasallado·

ra, sin alzada. Los intelectuales alemanes, con su desgracia- -do manifiesto, no han logrado conquistarse una voluntad de

•valía ni disipar una sombra de las muchas y muy espesas

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que el mundo civilizado ha arrojado sobre su nac!on. Y causa hondísima pena ver cómo se debaten en el vac10 esos hombres respetables que un día hemos aplaudido también nosotros por creerlos por encima de las flaquezas y errores que son patrimonio de los que se amontonan en las llanuras sombrías de la mediocridad espiritual.

Considérese que el manifiesto germano está firmado por nombres tales que los de Adolf von Bayer, Emil von Beh- ring, Wilhelm von Bode, Ludwig Brentano, Justus Brinkmann, Richard Dehmel, Wilhelm Dorpfeld, Paul Ehrlich, Emil fis- cher, Wilhelm Fcerster, Lutlwig Fulda, Adolf von Harnack, Oerhardt, Hauptmann, Oraf Kalckreuth, Max Klinger, Paul·

Laband, Karl Lamprech, Max Liebermann, frank von Liszt, Albert Neisser, Walter Nernst, Wilhelm Ostwaltd, Wilhelm Rcentgen, Oustav von Schmoller, Hermana Sudermann~

Hans Thoma, Siefried Wagner, Wilhelm Waldeyer, Ulrich von Wíelamowitz-Mcellendorff, Wilhelm Wundt, y muchos otros que son gloria y lustre, en las ciencias y las artes, de

ra

nación alemana. Por muchos de estos nombres hemos sentido acendrado respeto y veneración inmensa: algunas de nuestras humildes páginas literarias corren impresas por ahí cantando el himno de nuestra particular admiración. N<>

. es, pues, sin un íntimo desgarramiento que venimos á colo- carnos frente á frente de esos cerebros privilegiados para de- cirles, no que nuestra admiración por su obra ha desapare- cido (que nada de los conflictos humanos puede borrar la huella que un cerebro altísimo provoca en otro respetuos<>

de la verdad científica y de la belleza sobrenatural del arte).

sino que nos apena profundamente verlos en el error y pro- curando justificar algo que no debiera hallar abogado en- tre los seres conscientes y justos.

Es que en realidad causa asombro que mentalidades tan ex~elsas como las cít~ ! · o.1)Íritus de elección, corazo-

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nes serenos, hombres representativos no de una raza 6 un pueblo, sino de toda la humanidad pensante y sabia,-no vean el abismo en que se agitan, las tinieblas que les en- vuelven, la h arrenda mentira que defienden. ¿Cómo esos es- píritus independientes, consagrados á la verdad científica ó á la pura emoción de la belleza arcana, pueden doblegarse así ante la mentira y la aberración, encarnados en el militaris- mo denigrante de su patria y su despótico y vesánico Kai- ser, á la manera como se inclinan los analfabetos, los rús- ticos, los soldadotes, los pazguatos, los socialistas falsifica·

dos, los .luteranos de pega, los risibles agentes viajeros, los espesos comerciantes del made in germany y las volumi- nosas gretchen atiborradas de cerveza y de salchichas blancas de Francfort? ¿Cómo esas almas, que deben estar por encima de todas las torpezas y debilidades de las cria- turas hechas de ínfimo barro, no se han rebelado contra atentados y crímenes que lesionan la razón humana y es- carnecen lo que ellas mismas deben venerar en. lo más ín- timo de su esencia?

«Una de las impresiones más penosas de esta guerra- dice con sutil observación el celebrado escritor hispano Luís Araquistain-es verá los grandes cerebros de Alemania con- vertidos en rábulas del odioso militarismo alemán y de sus crímenes. Es estupendo el caso de una nación donde toda- vía no ha habido una gran cabeza, una gran alma indepen- diente que proteste contra los orígenes y métodos de una guerra que · hasta Ja fecha no ha hallado aprobación más que en Turquía. ¿Qué les ha pasado á los grandes científi- cos alemanes? Una de dos: ó una vida de especialidad cien- tífica les ha cegado los ojos para no ver Ja atmósfera mili- ta1 ista que les envuelve, y que es la única causante de to- do, ó, viéndolo, han perdido toda la sensibilidad moral, todo sentimiento de justicia. hasta el punto de excusar los má

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horrendos crímenes á cambio de quién sabe qué recompen- sas, quizás nada más que á cambio de una sonrisa, de un apretón de manos ó una palabra lisonjera de ese vice regen- te de la divinidad que conocemos por Guillermo· 11. Nos inclinamos á creer lo primero. De todas suertes, una cultu- ra de la cual parecen radicalmente proscritos el Derecho y la Moral como realidades sociales, está pidiendo una mi- nuciosa revisión.»

La observación, por lo clara y justa, rompe los ojos.

En todos Jos tiempos y en todos los países, en los que ha habido verdadera cultura y florecimiento intelectual, no han faltado grandes almas, espíritus libres y soberanos, que, al- zándose sobre las fronteras y demás mentiras convenciona- les de los hombres, dijeran al mundo las grandes palabras de protesta y de verdad que son como la alborada de una vida nueva, la anunciación de una verdadera conquista para las generaciones que avanzan en la vida. Atenas y Lacedemo- nia, Roma y Cartago, Ja Italia del cuatrocientos, la Inglaterra de Cromwell, la f rnncia del 92, la América de los libertado- res han tenido sus v;irones excelsos que han sabido decir aquellas palabras regeneradnras contra todas las tiranías y ante todos los castigos. ¿Có.no Alemania,-la Alemania de Kant y de Grethe, de Hreckel y de Bebe!, - no encuentra en la hora actual una voz q:1e se alce, libre de adulaciones, independiente del miedo, p11r encima del error y del fango, para escarnecer y vituperar, ill par de nosotros, los atent~dos

nefandos y las desvergüe!1ZJS incalificables del cesarismo omnipotente y avasallador?

Bárba~os llaman, con u11a unanimidad aplastadora, con una sanción sin alzada, - bádiaros llaman á los alemanes to- dos los hombres bueno~. hoqestos é inteligentes de la tie- rra; y en vez de unir sus voces vengadoras á las nuestras, la intelectualidad alemana procura disimular el crimen, el

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estupro, la mutilación, el robo, el saqueo, el incendio, la de- vastación irrefrenable, la violación de todos los derechos y convenciones humanas cometidos por los ejércitos del Kai- ser en la inocente y sublime Bélgica, en la amada y civili- zadora f rancia ¿Qué más nos resta que dudar del equilibrio espiritual, siquiera momentáneo, de esos pensadores, artis- tas y maestros que son orgullo de la.nación alemana? ¿Qué otra cosa podemos hacer que apiadarnos de unos astros que, por una revolución interna de sus conglomerados quími- cos, apagan el resplandor de su lumbre y dejan de ser, transitoríamente queremos pensarlo, los faros de la huma- nidad?

Pero vengamos, que ya es hora, al examen de los ca- pítulos que en descargo de su patria formulan los intelec- tuales de Alemania.

«No es verdad-dicen los autores alemanes del mani- fiesto-que Alemania haya provocado la guerra. No la han querido ni el pueblo, ni el gobierno, ni el Emperador. Ale- mania ha hecho todos los esfuerzos para conjurarla y prue- bas irrefragables han sido dadas al mundo entero. No po- cas veces Guillermo 11, en sus veintiseis años de reinado, se hizo el apóstol de la paz; no pocas veces nuestros mis- mos enemigos han tenido que reconocerln. Ese mismo Em- perador que ahora se atreven á parangonar con Atila fué por ellos mismos satirizado por su inconmovible amor de la paz. Sólo cuando de tres partes irrumpieron en nuestras tierras fuerzas preponderantes, que desde tiempo atrás nos acechaban en las fronteras, se ha levantado el pueblo alemán

como un solo hombre.»

Hemos traducido al pié de la letra este párrafo, como lo haremos respecto de los demás que hayan de citarse, pa- ra que no pueda argüírsenos que falseamos el pensamiento

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de los intelectuales alemanes. Queda así, bien al desnudo, sin falseamientos ni derivaciones, lo que quieren decir éstos en su defensa. Ahora podemos replicarles categóricamente.

A! revés de lo que en ese párrafo se afirma, está en la conciencia de todos que Alemania ha vivido por y para la guerra durante cuarenta y cuatro años. Desde 1870 no ha hecho otra cos1 que prepararse, aumentando sus armamen- tos, aleccionando su ejército, robusteciendo :;us fortalezas.

Ya en 1875-apenas á los cinco años de su duelo trágico con Francia, - Bism~rck premeditó una agresión desleal con- tra su enemiga derrotada. No tenía bastante con la Alsacia y la Lorena arrebatadas al alma francesa; no tenía bastante con los cinco mil millones de francos abrrebatados á su tesoro.

f rancia, contra lo que esperara el terrible Canciller de Hie- rro, renacía demasiado apresuradamente, y había que aplas- tarla. Si entonces no se consumó ese inícuo atentado, fué por la intervención de Rusia é Inglaterra. Con esta primer tentativa no concluyó el afán de guerra de Alemania. En 1887, el 7 de febrero, el mismo Bismarck tanteó á Rusia pa- ra saber si Alemania podía contar con su neutralidad en el caso de una guerra en el Rhin: la denegación del zar Ale- jandro III, que no se dejó seducir por ofrecimientos en los Balkanes, evitó esta nueva guerra. Pero Alemania no se dió por vencida. Constatando el acercamiento de f rancia y Ru- sia, trató de buscar políticamente, disimuladamente, la ruina de estas potencias. El incidente de f achoda casi le dió opor- tunidad de ver malquistada á la primera con Inglaterra; el tratado de Simonosaki le ofreció la de preparar la guerra entre la segunda y el Japón En el entretanto, perseguía im- placablemente la patriótica política de Delcassé hasta lograr hacerle saltar de su sillón azul. Las amenazas de von Bulow triunfaron esta vez también de la debilidad de Mr. Rouvier.

Y desde entonces, engreída Alemania con su podNí0, ,. en

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vista también del descuido de Francia que volcaba y susti- . tuía ministerios para acometer sus grandes empresas de re- forma social sin acordarse de cla revancha», no hizo otra cosa que multiplicar sus agresividades. La conferencia de Algeciras evitó la guerra buscada por el Kaiser gracias á que Inglaterra y Rusia, secund.adas por Italia y España, se plegaron del lado de Francia. Dos años después, el asunto del desertor de Casablanca dió pié nuevamente á Alemania para buscar querella á su enemiga: esta vez fué Clemenceau quien arregló la cuestión. En 1905 vuelta á las andadas. La cancillería de Berlí11 prepara un nuevo asalto y envía al puerto de Agadir la cañonera o:Panther>. La violenta provo- cación está á punto de desencadenar la catá'itrofe, la cual por fortuna se evita todavía gracias á la buena voluntad de la diplomacia francesa.

Vemos, pues, por esta sumarísima enunciación de he- chos públicos y notorios que Alemania- en contra de lo que afirman los intelectuales de ese país-no ha cesado nun- ca de provocar la guerra. Si el Kaiser ha adoptado, en al- gunos casos, posturas de pacifista y ha pronunciado pala- bras de concordia, lo ha hecho pour la galérie, para en- gañar al mundo: Jo cierto, lo indiscutible, lo que todo ei mundo ha podido palpar es que ese Emperador funesto ha sido siempre el «cuco> de Europa,-quien con sus arrogan- cias, sus genialidades, su orgullo y sus caprichos ha com- prometido constantemente el equilibrio europeo.

y

si antes

de ah.ora no se ha desencadenado la tempestad, no ha sido, por cierto, porque Alemania dejara de hacer todo lo necesa ..

rio para provocarla.

Es lo que constata un celebrado é ilustre escritor espa- ñ?I, á quien no se podrá acusar como enemigo de Alema- 111a, da~a su cultura esencialmente germánica y sus amores Y entusrnsmos por dicha nacionalidad. Ramiro de Maeztu~

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que es á quien aludimos, al hacerse cargo de las razones del manifiesto que comentamos, escribe con una precisión y ló- gica digna de un discípulo de Hegel: o:¿Es cierta la afirma- ción de los científicos? Claro está que si Rusia hubiese con- sentido á Austria aplastará Servia, no hubiera habido guerra.

No la hubo en 1904 cuando Alemania impuso la celebrllción de la Conferencia de Algeciras y el mundo aceptó la impo- sición de Alemania. No la hubo en 1908, cuando Alemania impuso la aceptación de la anexión de la Bosnia-Herzegovina por Austria y el mundo aceptó la imposición. No la hubo tam- poco cuando Alemania impuso á Francia compensaciones por la entrada de sus tropas en Fez, y Francia se sometió á la imposición de Alemania. No la habría habido ahora si el mundo se hubiera allanado á la imposición de Alema- nia para que se dejara á. Austria en plena libertad de ac- ción contra Servia. No¡ Alemania no ha querido la guerra.

Lo único que ha querido es que los demás pueblos conti- nuaran doblegándose á la voluntad del gobierno alemán. No ha apelado á la guerra sino porque no tenía otro medio pa- ra imponer su voluntad á los demás. Pero no de otro mo- do se a.pela á la guerra. "La guerra -dice Cfausewitz-es la apelación á un medio violento para imponer nuestra vo- luntad al adversario.»

Por lo demás, es en vano argumentar como lo hacen los autores del manifiesto. En la conciencia del mundo en- tero está hecho el convencimiento de que Alemania h1 ido á esta contienda porque no podía soportar más el formida- ble presupuesto de guerra que la abruma. L:i. ruina se cer- nía sobre el Imperio y su omnipotente amo buscó, como un desesperado, la salida al través de una catástrofe. De una estadística no ha mucho publicada, resulta que Francia debía 34 millares de millones, Alemania 32 millares de mi- llones, Rusia 24 y medio, Inglaterra }8 y medio y Austria

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Hungría 6. Relacionadas estas cifras á la población de cada país, resulta que cada francés debe 869 francos, cada .ale- mán 571, cada inglés 434, cada ruso 189 y cada a~stnaco 114. Vista Ja pobreza de Alemania ante un adversano ~ue, como Francia, cubre 42 veces un empréstito de ~05 m11!0- nes, no nos debe admirar que haya procurado salir de cual- quier modo de esa angustiosa situación. La_ guerra, pues, tenía que provocarla ella por todos los med1os,-y esto no resultaba de ningún modo difícil dado el temperamento de su Emperador, la militarización de la nación entera Y l~s ideas infiltradas en la masa anónima del pueblo por las, ?Pl-

niones y escritos de filósofos como Nietzsche, de. pohhcos como Von der Ooltz y de autores como Bernhard1; ¿No es este último en efecto quien en ese libro cínico Y envene- nado,

regr~sivo

y

~aradojal

que se titula

Alema~ia

Y la próxima guerra, ha escrito las siguientes inconcebibles pa- labras: "Las naciones sanas, fuertes y florecientes crecen en población. De cierto momento en ade~:rnt.e necesitan exten- der sus fronteras necesitan nuevos terntonos para su exceso

1 b t, 1

de habitantes. Como ya la mayor parte del glo o es.a 1a- bitado, el nuevo territorio, por regla general, t_iene que s~r obtenido á expensas de sus moradores, es decir, por medio de la conquista, que de esta suerte se convierte en u~a ley de necesidad~? ¿No es este mismo Bernhardi, dogmatizador de Ja fe prusiana, -la fuerza sobre el derecho,--:minúsculo Maquiavelo de Ja línea de improvisados persona¡es que _va desde el elector de Brandeburgo hasta el Kaiser actual, qmen ha escrito en el cita1o libro estas palabras no tan incons- cientes como infames: o:Puede suceder que un pueblo en pleno desarrollo no pueda obtener colonias entre las razas bárbaras, y por otra parte el Estado desea retener el e_xceso de su población que la madre patría no puede ya alimen- tar. En tal caso, el único recurso que queda es el de ape-

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lar á la guerra para adquirir territorios. De esta suerte et instinto de conservación conduce inevitablemente á la gue- rra y á la conquista de territorios extranjeros. Así, no es el poseedor actual, sino el vencedor el que tiene la justicia de su parte. En tal caso, la fuerza da el derecho de ocupar y de conquistar. La fuerza es á un mismo tiempo el supremo derecho, y toda disputa relativa á lo que sea derecho se de- cide por el recurso de la guerra»?

Después de semejantes teorías, en que se ha educado y empapado el pueblo alemán, ¿cabe dudar que sea él quien ha provocado esta espantosa conflagración?

Qued;i contestado el primer capítulo de descargo de los intelectuales alemanes. Pasemos al segundo.

II

Continú1 el manifiesto: cNo es verdad que hayamos violado la neutralidad belga. Muy luminosamente se podrá demostrar que Francia é Inglaterra estaban decididas á vio- larla con el consentimiento de la misma Bélgica.»

Hé aquí un caso típico de cómo la pasión puede ex- traviar á las más robustas inteligencias, haciéndolas faltar á las leyes de la lógica y del raciocinio que son, justamente, las que presiden sus habituales especulaciones científicas: e Se podrá demostrar•, escriben los ilustrados profesores, olvi- dando que conclusiones de una tal gravedad no pueden sentarse sobre premisas que no sean de una verdad indiscu- tible. Se podrá demostrar, pero no lo demuestran: el sis- tema, como se ve, es muy cómodo. Con este modo de racio- cinar, sin demostrar lo que necesaria y previamente debe ser demostrado, es cómo el célebre matemático Oergonne, partiendo de dos premisas falsas, llegaba á una conclusión verdadera en el siguiente silogismo: cMi reloj está en la lu- n:".; -la luna está en mi bolsillo: -luego mi reloj está en mi bolsillo." No¡ no es así como deben hacer lógica los profe-

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sores Y sabios. An.tes de arribar á una conclusión están en el deber de probar los hechos en que aquella ha de cimen- tarse. Pero esto, en el caso ocurrente, no se logrará jamás, porque los documentos diplomáticos, debidamente compul- sadas sus fechas, establecen de modo irrefragable lo con- trario de lo que afirman los intelectuales alemanes. El gobier- no d~ In~laterra cons~ltó al de Francia si en caso de gue- rra v10lana la neutralidad belga, y el de f rancia contestó que no. cDada la inferioridad numérica de sus contingentes armados,- observa muy cuerdamente Ramiro de Maeztu - es evidente que no tenía Francia el menor interés en ext~n­

der expontáneamente el frente de combate.i. Por otro lado la posición británica, é incidentalmente la posición alemana' están expresadas en la comunicación de Sir Edwatd Oos~

chen, quien, al estallar la guerra, era el embajador británi- co en Berlín.

Hé aquí u11 documento que no deja lugar á dudas: -

•Londres, Agosto 8, 1914. e . . • Cumpliendo las instrucciones· recibidas, pregunté, el día 4 de Agosto corriente, al Secreta- rio de Estado del Imperio Alemán, en nombre de S. M.

Británica, si el Gobierno Imperial se abstendría de violar la neutralidad belga. Herr von Jagow inmediatamente me con- t~stó que sentía tenerme que dar una respuesta negativa. Ha- biendo penetrado las tropas alemanas en territorio belga, esa mañana ya la neutralidad belga estaba violada.

>Agregó que el Gobierno Imperial se había visto obli- gado á dar este paso porque era preciso penetrar á Francia p_or la vía más rápida y expédita para adelantar las opera- ciones y dar un 'golpe decisivo todo lo antes posible. Era cuestíón de vida ó muerte para Alemania. Si se hubiera bus- cado una vía más al sur no se podría aspirar- en vista de la escasez de camínos y de la potencia de las fortalezas-á vencer la formidable resistencia que se opondría á las tro-

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pas alemanas, sin gran pérdida de tiempo. Esta pérdida de tiempo significaría tiempo ganado por los

r~;os

para traer sus tropas á la frontera. La rapidez de acc10n era el ele- mento esencial para Alemanía, en tanto que el elemento principal de Rusia lo constituye su inagotable reserva de

soldados." t · d

»Más tarde, ese mismo día, informé al. Seer e. ano e Estado que á menos que el Gobierno Imperial pudiera as~­

gurar~e

antes de las doce de la noche, que no

proceden~

más allá en su violación de la frontera belga Y q~e suspen día la invasión del territorio belga, mis instr~cc10nes er~n de pedir mis pasaportes y de informar al Oob1erno

Impen~l

que el Gobierno de S. M. Británica tomaría todas las medi- das necesarias para mantener la neutralidad belga, Y

~ara

el

cumplimiento de un tratado que Alemania hab1a ftrmado

juntamente con nosotros. . . . ,

,. Después visité al Canciller del Imperio; 10 encontre muy agitado. Inmediatamente s~. lanzó en una arenga que duró cosa de veinte minutos. DIJO que el paso dado

p~r

el

Gobierno de S. M. Británica era terrible hasta el ultlmo grado, Y que todo ello era meramente por

~na.

palabra,

cneutralidad,,, la que en tiempo de guerra

h~b1~

s1d,o tantas

d ºel.da La Oran Bretaña-acrrego-1ba a hacerle

veces escon . "' ,

la guerra á un pueblo hermano que no ped1a otra cosa qu.e conservar la amistad con ella, simplemente por cuna hoja

~p~d» .

.. protesté enérgicamente-añade el

emba¡ador-~ontra

esta declaración, y dije que de la misma manera

q~e.

el que-

ría que yo comprendiera que por razones estrateg1cas e;a cuestión de vida ó muerte para Alemania avanzar por

B.~l­

gica y violar la neutralidad de este país,

que~ía

yo

t~mb1~n

que él comprendiera que era. por decirlo as1,

~uesttó~

d e

vida ó muerte para el honor de la Oran Bretana guar ar

- 17 -

su solemne promesa de hacer cuanto pudiera por defender la neutralidad de Bélgica si se viera atacada. Un pacto so·

lem~e debía ~uardarse simplemente, ó de lo contrario, ¿qué confianza podta abrigarse en los compromisos de Inglaterra en el futuro?» Surge, pues, bien de manifiesto, que Alemania quiso Y buscó la violación de Bélgica por considerar que el compromiso internacional firmado y sellado por ella misma al par de Inglaterra, Francia, etc.¡ era un pedazo de papel que no tenía mayor importancia ante la cuestión de vida 6 muerte que la guerra le planteaba. Es, como se ve, la misma teoría de la necesidad sustentada por Bernhardi en su fa- moso libro. El canciller herr von Bethman Hollweg se en- carga así de dar él mismo un desmentido á la afirmación de los intelectuales alemanes¡ pero más rudo mentís les da todavía el doctor Dernburg, ex ministro de Colonias del im- perio alemán, en su calidad de representante de su país an- te los Estados Unidos, donde buscaba amistades para la causa prusiana, cuando dice en el New York Times de 6 de Octubre ppdo.: «Las naciones están ampliamente justifi- cadas en violar aquellos tratados que resulten perjudiciales á sus intereses. A los intereses británicos les convenía manténer el tratado de neutralización de Bélgica (garantizado por la Oran Bretaña) y por eso lo han sostenido. A los intere- ses -alemanes no les convenía mantener ese tratado (garantiza- do también por Alemania) y por eso Alemania lo ha violado.»

Causa pavor-y es cosa de dudar de la inteligencia de los hombres-leer semejantes palabras y raciocinios. Los al- tos funcionarios y diplomáticos alemanes, dándose cuenta de que no pueden negar, como lo hacen los intelectuales la violación de la neutralidad belga, recurren cínicamente

á

la teoría de la necesidad proclamada por Bernhardi sin cuidarse de q_ue niegan el derecho y la moral, sin advertir que retroceden á los siglos bárbaros al proclamar el pro-

(12)

- 18 -

verbio latino· !lecesitas caret legem. Verifican así un des- doblamiento

1

que no puede admitir sin repugnancia la con- ciencia humana: los alemanes, en tanto que hombres, deben respetar sus pactos y compromisos; pero! constituídos en. na- cionalidad, pueden violarlos todos porque ante la necesidad los tratados son simples pedazos de papel. Tiene, pues, razón que le sobra el conocido publicista Pérez Triana cuan- do á este propósito escribe: o: Porque Bélgica se negó á con- sentir en la violación de su territorio, Alemania, á pesar de su palabra empeñada, invadió á Bélgica. Alemania alega· la suprema conveniencia para sí, la necesidad absoluta de obrar así. ¿Qué es esto? La suprema conveniencia de un alemán, más la de otro alemán más la de miles, la de millones de

'

'

alemanes. A ninguno de ellos individualmente le pasana por la imaginación violar un pacto con un belga, Y ro?ar- le, incendiarle su hogar y matarle sus parientes y serv1.do- res, pretendiendo que así lo exigía su suprem.a conveme~­

cia personal. Al alemán que tal hiciera, las mismas autori- dades alemanas lo ahorcarían de la más alta horca procu- rable para escarnio y expiación del crímen. La convenien- cia de Alemania son las conveniencias sumadas de los ale- manes, las que, según la concepción alemana, no dan aisla- damente, cada una de ellas, derecho á mentir, robar Y matar.

·Cómo puede pues la suma de esas conveniencias crear ese

l 1 1 1 . f

derecho y convertir la iniquidad en merecimiento ~ a In a- mia en gloria? ¿Cuántos alemanes han de concurnr con su conveniencia para que lo negro sea blanco y la ponzoña, miel?»

Esto es en efecto á lo que conduce la temeraria doc-

, 1 ' ó

trina de la necesidad. Un prusiano cualquiera, hurgues aristócrata, militar ó paisano, que ni miente, ni roba, ni ma- ta, y que castiga con .rigor implacable e~, enga~o, el robo Y el asesinato una vez constituído en nac1on, miente, roba Y asesina co11

1

furor implacable tambien, y, terminada una eta-

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pa de su labor, mientras se apercibe á proseguirla, eleva piadoso el corazón al Dios de misericordia que reina en su alma y les muestra á sus hijos su empefio de sangre, de pillaje y de exterminio como la más sublime misión posi- ble para el hombre sobre la tierra.

Sin embargo, en 1870, Francia adoptó una actitud muy diversa á la que sigue hoy Alemania. Entonces sí, para Francia, era una necesidad imperiosa violar la neutralidad;

entonces sí, para ella, era cuestión de vida ó muerte rom- per el tratado de 15 de noviembre de 1831 que garantiza- ba la independencia é inviolabilidad de Bélgica. Sus ejérci- tos habían sido vencidos en Frreschwiller y Forbach, en Beaumont y Bazeilles; Metz estaba cercada, así como Es- trasburgo; sus generales, desde Bazaine hasta Ducrot-hasta el heróico Canrobert- habían sido inutilizados; las tropas, cien mil hombres al mando de Wimpffen, estaban acorra- ladas en Sedán, contra la frontera belga. Francia hubiera podido aún salvarse internando ese ejército en Bélgica; el Emperador y sus mariscales, por lo menos, hubieran podi- do huir: era cuestión de vida ó muerte para la nación, cons- tituía la suprema necesidad del Imperio vacilante esa viola- ción de la neutralidad del reino limítrofe. V bien; Francia no hizo eso. Como lo ha dicho muy elocuentemente en su discurso un eminente estadista inglés, Lloyd Oeorge, «pre- firió la humillación á romper su compromiso.,.

Obrando así, Francia ha ofrecido al mundo una altísi- ma lección de dignidad. Porque esos pedacitos de papel, de que habla con tanto despego el canciller alemán, son como giros comerciales sobre el crédito y el honor de las naciones. A ningún hombre honesto se le ocurriría, ·en ac- tos de comercio, negar su firma y desconocer sus compro- misos. Si lo hiciera, quedaría deshonrado y nadie querría ya en lo sucesivo celebrar nuevos tratos con él.

La

buena

(13)

- 20

fé es condición esencial en los pactos humanos. El estricto cumplimiento de los contratos es la primera y esencial obli- gación de los contratantes. Si cualquiera por sí y ante sí pudiera eludir sus compromisos -y romper lo estipulado, porque no conviene á sus intereses, ¿qué seguridad tendrían llls transacciones humanas ni para qué se celebrarían? El derecho sería un mito y la vida social imposible. V á esto es á lo que nos conduce la inicua teoría que ha ideado Alemania pata justificar la violación que tan á despropósito pretenden negar sus hombres representativos.

Por lo demás, resulta indigno de la mentalidad de los profesores y sabios de las Universidades de Berlín, Mu- nich, Leipzig, Heidelberg, Hamburgo, Strasburgo, Halle, Wurzburgo, ets., decir:· «yo he violado la neutralidad de Bélgica para que otros no la violaran antes que yo•. ¿Có- mo puede, decorosa y razonablemente, decirse eso? ¿cómo puede defenderse tamaño desatino? ¿Es decir que los hom- bres y los pueblos pueden cometer malas acciones y hasta crímenes nefandos para ganarles la primacía á otros sospe- chados de que pueden cometerlos? Es como si se dijera:

voy á robar á este hombre antes que otro lo robe¡ voy á violar á esta mujer antes que otro la viole¡ voy á incendiar esta ciudad y entrar á saco este poblado antes que otros lo hagan. ¿Qué perversión moral es esta? ¿cómo pueden trocarse así los valores morales? ¿qué manera es esta de fijar las reglas de conducta? Concebimos que para hacer el bien, para dispensar la caridad, para ayudar á nuestro pró- jimo, los hombres procuren adelantarse los unos á los otros, rivalicen en premura y esfuerzos y tengan á honor pro- clamar sus sentimientos altruistas¡ pero no concebimos ni admitimos que nadie haga el mal, cometa una fea acción y proclame su derecho á ser ladrón, asesino ó incendiario, nada más que porque sospeche que otro puede comportar-

s~ .d.e ese modo. Nuestro deber de hombres y de puebfos c1v1hzados es hacer el bien, respetar lo justo, hacer fé á

?uestr~ p~labra, -no mostrarnos perversos y criminales, per- JUl'Os e 1mcuos. Que otros sean malos, que otros se deshon- ren, que otros se arrastren por el fangal del crimen: nos- otros no! Así sólo podremos erguir la frente y mostrarnos dignos del nombre de civilizados. Así sólo tendremos de- recho á proclamar ante las generacione::i que vendrán que nosotros hemos sido nobles y correctos, inocentes y glorio- sos, en tanto que los que nos han asaltado á traición ó violado la fé de los juramentos se verán obligados á res- ponder de sus infamantes delitos.

Esto es lo que debieran enseñar aquellas lumbreras del pensamiento contemporáneo,-esto es lo que la cultura alemana debía decir al siglo XX.

1 II

V prosigue el manifiesto: o:No es verdad que la vida y la hacienda de un solo ciudadano belga hayan sido puestas en peligro por nuestros soldados, á no ser que les haya inducido á ello la más apremiante necesidad.>

Aquí entramos en la parte más amarga de la cuestión.

¿Es por necesidad que los ejércitos de! Kaiser han incendia- do la célebre biblioteca de Lovaina, centro secular de la cultura flamenca, timbre de orgullo de toda la estirpe hu- mana, donde se guardaban libros únicos, manuscritos va- liosísimos, incunables é infolios verdaderamente sagrados?

¿Es por necesidad que las célebres iglesias de Malinas, Ter- monde é Iprés han sido bombardeadas, destruídos sus ar- tísticos vidriales y esculturas, sus maderas labradas y sus jo- yas y convertidas en pesebres las místicas naves de mármol?

¿Es por necesidad que las fuerzas alemanes entraron á la agencia del Banco Nacional de Lieja y se apoderaron de

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400.000 francos en billetes de cinco fr~ncos, no sellados, haciéndolos sellar luego en la casa del impresor para lan·

zarlos á ta circulación? ¿Es por necesidad que en Linsmeau, Velm, Orsmael y Neerhespen-¡y en cuántos otr_os pueblos y aldeas, acaso, que ignoramos!_-cortaron la diestra ó los dedos á los niños, violaron ~u1eres, castraron á los hom- bres y abandonaron desnuda en medio del campo á una mísera anciana? ¿Es por necesidad que se fusiló contra un poste telegráfico en el cam_ino d~. S_aint Tr?nd ~ un hom- bre que curaba á un carabinero c1c\1sta hendo? e.Es por ne- cesidad que en Aershot persiguieron y aprisionaron á los pacíficos habitantes que huían presos del terr?r y los forma- ron en línea, de á cuatro en fondo, para fusilarlos con ~ho­

rro de proyectiles? ¿Es por necesidad que no se ha de1~do una choza en pié, ni una granja sin incendiar en el camino de Uerre, sobre el Demer¡ que en Tamines se destruyeron 100 casas, en Oelbressee 19, en francowaret 16, en Warthel 19, en Oembloux 18, en Saint Oerard 30, en Oret 50, en- tre ellas el Palacio Municipal, en Bremer 70, en Ermeton- sur-Briet 85, en Stare 60, en Marialme 15, en Bossu le Zal 54

1 y muchas otras aún en Clariéeux, Mariembour, Ore~nar le-Scourdin, Terneuzen, Roucin. etc. etc.? ¿Es por necesidad que como lo ha constatado Van Kol, miembro socialista de la ~rimera Cámara de los Estad~s Oener~les, en Holanda, las tropas del Kaiser han destruido las c1?dades de_ Maes_- tricht, Molant, Lieja, Visé, Tirlemont, Lovaina, _Engh1en, Ni·

velles, Ninove, Wavre, Vodoigne, Jemeppe, Seraing, Termon- de, Kersel, Melle, Norsel, Berchem, Lierre, Malinas, Salzaete;

Terneuzen, Namur, Ipres, Dixmude, Louvegner y Aershot.

·Es por necesidad que en esta última ciudad, después que

~ué abandonada por sus habitantes, entró á saco la solda- desca desenfrenada, penetrando en las casas, rompiendo mue- bles, celebrando orgías en los comedores burgueses, roban-

do alhajas, cuadros, objetos de arte con los cuales catgarott furgones enteros que condujo el ferrocarril en dirección de la Meuse? ¿Es por necesidad que en esa encantadora y has- ta ayer no más floreciente ciudad de Dinant, dormida tran- quilamente sobre su rfo, se cometieron los horrores dantes- cos que nos ha descripto el escritor argentino Roberto

J .

Payró en una crónica acusadora y terrible como un anate- ma que todos hemos podido leer en La Nación de Bue- nos Aires? ¿Es por necesidad que los zeppelines alemanes han arrojado explosivos sobre la pacífica población de Am- beres, matando gentes indefensas, mujeres y niños, y que mientras el pillaje y el asesinato corrían aullando por las ciudades y aldeas belgas, el incendio de los campos y mo- radas campesinas iluminaba trágicamente las largas noches del pueblo heroico, sembrando el terror y el espanto en to- das las almas? ¿Es por necesidad que se ha arrojado á toda una nación fuera de su territorio, á millares y millares de humildes gentes fuera de sus hogares, obligándoles á em- prender el éxodo á tierras extranjeras, pobres, desolados, miserables, separados los unos de los otros, las mujeres sin sus padres ó hermanos, los pobres niños extraviados en la soledad del mundo, sin un bien, sin un trozo de pan, sin una esperanza? ¿Es por necesidad que en Mons, Nimy y Alost las tropas alemanas avanzaban sobre el enemigo co- locando al frente un .. cordón humano", mujeres y viejos, para que les sirvieran de escudo y fueran los primeros en caer, á manos de sus propios amigos? ¿Es por necesidad que se emplean balas dum-dum y se hace fuego sobre la Cruz Roja empeñada en su humanitaria labor? ¿Es por ne- cesidad que se disimula el saqueo bajo la forma de contri- bución de guerra, llegando hasta imponer cuarenta millones de francos por tal concepto á una ciudad que, como Bru- selas, fué entregada sin resistencia? ¿Es por necesidad que

(15)

se han asesinado á Mr. Remy Himmer, cónsul argentino en Dinant, y al hijo del burgomaestre Tielemans, en Aershot, que defendía el honor de su hermana contra un insolerite oficial germano?

Va nadie ignora en el mundo que Bélgica, - esa nación pacífica, laboriosa, culta y buena, que no tenía cuestiones con nadie, que á nadie buscaba querellas, que anhelaba vi- vir su vida nacional bajo el sol sin inmiscuirse en las riva- lidades de los vecinos,- es sólo un montón de ruinas hu- meantes. La formidable é inaudita amenaza de Guillermo 11 al rey Alberto, cuando éste se negó honradamente á con- ceder el paso de los ejércitos germanos por su territorio á fin de atacar á Francia: arrasaré vuestro país, se ha cum-

plido al pié de la letra. Los godos de Alarico, los hunos de Atila, los vándalos de Oenserico, todas aquellas hordas bárbaras que en repetidas invasiones asolaron y concluye- ron con el imperio y la civilización romana, culminando en el pillaje y el exterminio, han vuelto esta vez sobre la in- fortunada Bélgica. No existe más diferencia que la de las armas: aquellos llevaban mazas y escudos, éstos traen ame- tralladoras y dirigibles. Y la amenaza del nuevo «Azote de Dios> se ha cumplido al pié de la letra. Bélgica, por ha- berse mostrado noble, por no haber admitido un pacto de traición, por no haberse vendido al precio de una deshon- ra, por haber reclamado el título de país neutral suscripto por la propia Alemania, ya no existe. En sus capitales in- cendiadas, ni los soberanos monumentos de 1 arte han sido respetados; en sus campiñas, regadas con el sudor del tra- bajo, no queda ni una hierba en pié; hombres, mujeres y niños han sido ultrajados, perseguidos, robados, conducidos al extranjero en un turbión de locura y de espanto. El co- razón se angu~tia hoy al leer en las .hojas periódicas colum- nas y columnas de pequeñitos avisos, de dos y tres líneas,

:b

en los que desoladas mujeres y míseros ancianos pregunfar1 por el paradero de sus maridos, de sus hijos, de sus her- manos, de sus viejas compaiieras, de sus niñitos perdidos y des.amparados. Y entonces en nuestro corazón también ruge la ira cuando vemos que alguien, como los intelectuales ale- manes, tienen la inconcebible osadía de negar lo evidente lo que rompe los ojos, afirmando bajo cla fé de su pala~

bra. Y de su honor» que «no es verdad que la vida y Ja hacienda de un solo ciudadano belga hayan sido puestas en peligro».

¡Ah! Bien sabemos lo que nos argüirán estos señores en descargo de tan tremendas culpas: los belgas no combatien- tes y algunas mujeres del pueblo han disparado sus armas contra los soldados invasores. Pero ¿desde cuándo es un crimen defender la patria? ¿desde cuándo merecen Ja muer- te, el ultraje y el saqueo los que luchan por defender Jo que es suyo, lo que los extraños vienen á robarle? ¿desde c~áado. son pasibles de tan tremendos castigos las pobla- c10nes mocentes que nada tienen que ver con el atentado la venganza 6 la defensa de un individuo aislado? Demo;

de barato que aquí 6 allá, una mujer exasperada porque se atenta á su honor ó le han muerto á su hijo, y que un grupo d~ hombres enardecidos por la destrucción de sus hogares, hayan hecho fuego contra los invasores. ¿Es razón esa para cebarse sobre toda la pobladón y entrar á saco en una ciudad?

No, mil veces no. Nosotros sabemos que defender Ja patria, es decir, el pedazo de tierra donde están la tumba de nuestros antecesores, la cuna de nuestros hijos, el techo de nuestros hogares; donde vivimos coa otros hombres que son nuestros hermanos, que hablan nuestro idioma, que comparten nuestras costumbres y nuestras ideas, que nos han ayudado á formar nuestras tradiciones nuestras glorias , 1

(16)

nuestras conquistas y progresos, con los cuales dividimos en comun las luchas y afanes, los dolores y alegrías, las es- peranzas y recuerdos, - ¡ah, sí! bien lo sabemos, eso no es un crimen, es una virtud digna de elogio y de respeto. Nos- otros sabemos que la historia nos ha legado, no para vitu- perio, sino para admirarlas eternamente, el recuerdo de aque- llas madres griegas que ponían en las manos de sus hijos un arma para defender la patria y no querían más verlos sino muertos 6 vencedores. Nosotros sabemos que la histo- ria nos ha legado también, como el más sublime ejemplo de heroismo, la memoria de aquellas mujeres de Zaragoza que dieron su sangre y su vida, al par de los hombres, pa- ra defender la libertad del terruño. Y nosotros sabemos, en fin, que lo que ahora y siempre, por los siglos de los siglos, provocará la admiración de los pueblos y las razas, lo que ante la historia constituirá el más sagrado título de Bélgica, será la heroica y desesperada resistencia de sus gentes, hom- bres y mujeres, contra la marcha oprobiosa de los invaso- res, esa rebeldía indómita por todos los medios~ reconoci- dos ó no por las leyes de la guerra, á admitir que la plan- ta de un insolente conquistador venga á profanar el suelo donde reposan las cenizas de los abuelos.

IV

Y, sin embargo, los intelectuales alemanes, haciéndose eco de versiones, acaso exactas, y de leyendas, indiscutible- mente falsas y estúpidas, hechas circular por las autoridades de su país, y por testigos más que sospecho~os, no han va- cilado en consignar en su manifiesto, bajo su palabra y su honor, ese cargo contra el denodado pueblo belga¡ y así, no sólo protestan contra la acción, muy legítima, de los francotiradores, sinó que inculpan crímenes horrendos á la población pacífica de Bélgica.

Es fatal. Después de cometida una mala acción los hom- bres experimentan la imperiosa necesidad de sincerarse; pe- ro como no es posible borrar el rastro de aquella, de inme- diato se ocurre á la mentira. Hablando muy alto, con gran- des gestos de inocencia ultrajada, se miente y se calumnia á la misma víctima para ocultar la propia mala acción. Ocu- rrid á los estrados criminales y todos los días veréis la ver- dad de esta constatación.

Pues bien, ese mismo sistema de defensa están em- pleando ahora tos alemanes para tratar de justificar los ho- rrendos atentados que han cometido en Bélgica. Ha sido tan inmenso el clamor que se ha alzado en el mundo contra los actos de vandalismo cometidos por ellos en Bélgica que aún cuando sustentan la máxima inaudita de que en tiempo de·gaerra todo es permitido se han espantado ellos mismos de sus hazañas y se han dedicado ahora á sincerarse con un frenesí que no deja de ser elocuente. Los primeros que han sentido esa necesidad de defensa fueron, naturalmente, los hombres de pensamiento de Alemania. Luego, entraron al terreno de las justificaciones los mismos generales del Im- perio. ¿No es Von der Oolz, en efecto, quien ha dicho al corresponsal de un importante diario madrileño que en Lo.

vaina «Un barbero que se sintió patriota» degolló al oficial alemán á quien estaba afeitando? ¿No ha asegurado-el mis- mo personaje á su interlocutor que en seguida todos los bar- beros se pusieron de acuerdo, degollando 18 oficiales y 106 individuos de tropa? ¿Y no ha agregado aún que «Una mu- chacha de diez y siete años á quien un oficial germano re- quebraba galantemente, le contestó sacando un cuchillo que llevaba oculto y clavándoselo en el pecho?> Después de este crédulo general - según el cual los alemanes se dejan degollar fácilmente por doncellas y barberos,-y después de aquel núcleo de intelectuales, -á quienes nos duele ver, por

(17)

ei altísimo aprecio en que los tenemos, falsear de este mó- do la verdad, negando y alterando hechos que ya están evi- denciados ante la conciencia de todo el mundo civilizado, - los periódicos de Alemania se han empeñado en la ímpro- ba tarea de demostrar que si algunos desmanes se han co- metido han sido motivados p·or la actitud de los adversa- rios: si se ha arrasado á Lovaina fué porque ancianos y mu- jeres hicieron fuego sobre las tropas alemanas que habían violado su territorio¡ si destruyeron la catedral de Reims es porque en una de sus torres se habían emplazado · unas ametralladoras ( ! ). Lo curioso del cas.o es que después de negar los actos de vandalismo, esa misma prensa alemana viene á reconocerlos al pretender excusarlos con semejantes disculpas. Pero más curioso es todavía que después de des- mentir los hechos 6 de pretender justificarlos, se celebre· el aniquilamiento de Bélgica. Los diarios de Berlín, en efecto, expresan su satisfacción por ello, y, comparando la situación de Luxemburgo con Bélgica, agregan: «El gran ducado go- za ahora de las bendiciones de la paz; no hay ahora en su territorio fuerzas alemanas, ni en las ciudades ni en los campamentos, y la vida en el gran ducado es perfectamen- te normal¡ Bélgica estaría ahora en p~z si no hubiera resis- tido al avance de los alemanes por su territorio». Moraleja del cuento: las naciones para ser felices y ser respetadas por los alemanes, deben olvidar su honor y su patriotismo. Ocu- rre aquí preguntar, si una nación hubiera solicitado de Ale- mania el permiso de pasar sus tropas para asaltar á otra su vecina, á Austria, por ejemplo, ¿se lo hubiera ella con- cedido? No lo creemos, y no lo creemos porque cualquier país, por débil que sea, prefiere morir á quedar deshon- rado.

Pero la campaña iniciada por Alemania para defenderse de los tremendos cargos que se le dirigen tiene un cariz

- 29 -

que de ningún modo podemos admitir. Que niegue en ab- soluto los crímenes, incendios y violaciones cometidos por la soldadesca, lo comprendemos perfectamente,-aún cuan- do no lo justificamos. Que procure buscar excusas tan ab- surdas como esa de las ametralladoras colocadas en las to- rres de la Catedral de Reims, también lo comprendemos.

Pero lo que no admitimos de manera alguna es que se tra- te de trocar los papeles, de convertir á las víctimas en vic- timarios y de arrojar sobre una pobre néi.ción sacrificada además de la ruina, la deshonra.

V, sin embargo, esta· temeridad ha sido ensayada aún en las alturas oficiales. El Canciller del Imperio Alemán re- dactó una memoria, reproducida por toda ta prensa de los países neutrales, para quien fué escrita, en la cual se impu- ta á los belgas horribles crímenes y violaciones. Según el Canciller del Imperio, es decir, según el gobierno alemán, señoritas belgas han reventado los ojos de los heridos ale- manes en el campo de batalla¡ mujeres belgas han degolla- do á soldados del Kaiser que tenían alojamiento en sus ca- sas¡ ancianos y niños han fusilado á las tropas por la es- palda y cometido actos inhumanos y crueles. Por si todo esto no fuera bastante, en una hoja suelta alemana, agrega- da como un anexo á su famoso Libro Blanco se lee esta for- midable 1cusación contra el pueblo belga: «El investigador Hermann Consten que fué á Lieja en servicio de la Cruz Roja, cuenta: «Busqué en el hospital de Lieja amigos de Aix-la-Chapelle que había perdido y me dirijí á un médico belga. Este me contestó que no podía darme noticias sobre los muertos. Como se habían enterrado muchos soldados alemanes que estaban co.mpletamente desnudos y de cuyas placas de identidad habían sido despojados en el hospital, supe por heridos alemanes que los belgas no solo mataban á los heridos de la manera descrita sino que también tor-

(18)

- 30 -

turaban á heridos y prisioneros del modo más cruel. Así por ejemplo, serruchaban las piernas á heridos y prisione- ros. Se les reventaban los ojos y se les cortaban las orejas.

Las mujeres mismas participaban en estas crueldades. Ha- blé en el hospital alemán con cuatro heridos que me conta- ron cómo hahían sido heridos y tomados prisioneros y que vieron desde el segundo piso de una casa donde habían si- do internados, desarmados é imposibilitados de prestar ayu- da, cómo había sido asaltado un oficial alemán reventándo- le los ojos y cortándole las orejas».

¿Quién es este señor Consten Hermann que tan tre- mendos eargos así formula con tan fulminante seguridad?

¿Quién es este apocalíptico testigo que viene á dar base á la contra-acusación alemana? ¿Quién es este hombre que al servir la causa del Kaiser hunde en un fangal de deshonra al heroico pueblo belga?

Uno de los redactores de Le Matin de París se dirigió á Suiza,- de donde se dice que es oriundo el testigo encues- tión,- y se entrevistó con el Jefe de Policía. Este alto fun- cionario le dió los siguientes informes: «M. Hermann Cons- ten, es un alemán que se estableció en Basilea hace algu- nos años y fundó una agencia de informaciones. Esta agen- cia ha sido señalada hace dos años al gobierno suizo como una oficina de espionaje alemán. Es desde entonces que Hermann Consten es mi ... cliente.

«Casi al mismo tiempo so.licitaba carta de ciudadanía suiza, solicitud que fué rechazada en Noviembre último.

«A causa de varias quejas de estafa contra Hermann Consten, las autoridades de Basilea levantaron un sumario judicial, cuyo resultado fué la expulsión de Consten el 10 de Setiembre.

cAhora contestando á sus preguntas digo:

1.o M. Hermann Consten no es suizo puesto que no se

- 31 -

le acordó la carta de ciudadanía y nunca formó parte de la Cruz Roja suiza.

2.o M. Hermann Consten está bajo la vigilancia de la policía suiza. Afirmo que desde la declaración de guerra es- te señor no ha salido de Suiza más que del 9 al 14 de Agosto. Es por lo tanto imposible que se haya podido en- contrar en Ueja en la época del sitio que Vd. indica.

3.o Hermann Consten se ha ausentado definitivamente de Suiza el 10 de Setiembre á raíz de la orden de expulsión.

4.o El crédico moral y material de Hermann Consten es nulo».

¡He ahí él testigo, la persona honestísima é insospecha- ble, gracias á cuyo testimonio se trata de deshonrar á todo un pueblo heroico y denodado! Esto sólo le bastaba á Bél- gica-la mentira, después del atentado de que ha sido víc- tima, - para vivir eternamente en el corazón de la humani- dad.

V

»De destruirse en esta terrible guerra - arguye luego el manifiesto - obras artísticas, todo alemán lo deploraría.

Pero así como nadie nos supera en nuestro amor al arte, así también renunciamos á que la conservación de una obra de arte se haya de pagar con una derrota alemana.»

Aquí debemos confesar que nos cuesta creer que sean sabios y artistas, hombres de robusta mentalidad, los que hayan escrito este párrafo. ¿Qué razón estratégica puede haber aconsejado el bombardeo é incendio de la célebre biblioteca de Lovaina? ¿Qué derrota alemana podía provo- car la existencia de ese tesoro de sabiduría amontonado durante cientos de años de paciente labor? ¿Qué peligro entrañaban para el ejército del Kaiser los Ayuntamientos y Catedrales que la metralla ha reducido á escombros en Lo-

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