Jonathan Edwards: Avivado por la belleza de Dios | Coalición por el Evangelio

¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

Nota del editor: 

Este artículo pertenece a una serie mensual de biografías breves que hemos estado publicando sobre cristianos que fueron usados por el Señor para impactar a incontables vidas, y de los cuales podemos aprender. Otras biografías en esta serie: Martyn Lloyd-Jones, Martín Lutero, George Müller, George Whitefield, John Newton, Francis Schaeffer, William Wilberforce, y David Brainerd.

El 8 de julio de 1741, en Enfield, Connecticut (EE.UU.), se escucharon gritos, llantos, y alaridos como nunca antes se habían oído en aquel lugar. Los sonidos provenían de la congregación local del pueblo, mientras escuchaban a Jonathan Edwards predicar su sermón, Pecadores en las manos de un Dios airado.

Edwards fue invitado a predicar allí en un momento en el que Nueva Inglaterra experimentaba el avivamiento conocido como el Gran Despertar. La predicación de Edwards fue usada por Dios poderosamente en medio de este movimiento único, y aquí se encontraba ahora, en Einfeld, predicando con su característico estilo: voz débil y pocos gestos, desde un manuscrito que había memorizado.

En el sermón, Edwards acumuló ilustraciones sobre los horrores del infierno y la justicia de Dios, lo que causó gritos de terror al oír la gráfica descripción de la condenación merecida. La gente sentía que el suelo podía abrirse en cualquier momento y tragarlos hacia las profundidades del abismo de fuego eterno.

Para Edwards, una de las cosas más amorosas que podía hacer era advertir a las personas del peligro de no tener a Cristo y su justicia recibida por la fe. Él predicó:

“Toda tu justicia y rectitud no tiene ninguna influencia para sostenerte e impedir que caigas al infierno, tal como una tela de araña no puede detener una roca al caer. [Dios] te mantiene sobre el abismo del infierno, muy parecido a como uno sujeta […] a un insecto repugnante sobre el fuego… Es solo por eso y ninguna otra cosa que no te fuiste al infierno anoche, que pudiste despertar una vez más en este mundo después de haber cerrado tus ojos para dormir, y no hay ninguna otra razón sino la mano de Dios, por la cual no has caído en el infierno desde que te levantaste esta mañana”.[1]

Edwards no pudo terminar su sermón aquel día. Los gritos de terror de las personas que lo escuchaban no lo dejaron concluir, mientras clamaban: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. El plan de Edwards era culminar su prédica mostrando el consuelo del evangelio. Irónicamente, sus oyentes no lo dejaron llegar a ese punto.

Con todo, este sermón, tal vez el más famoso en la historia de la iglesia, es usado como un supuesto ejemplo de la predicación terrorífica calvinista del Gran Despertar, y como una muestra de la frialdad de Edwards casi al borde del sadismo en relación a la justicia de Dios.

Nada podría estar más lejos de la realidad.

Contrario a lo que este sermón podría sugerir, en Jonathan Edwards, indiscutiblemente el teólogo más importante de Norteamérica,[2] encontramos a una mente cautivada por la belleza y el amor del Señor. Una mente de la cual hoy tenemos mucho por aprender, especialmente estando en medio de una nueva reforma en América Latina.

“Resuelvo vivir con todas mis fuerzas”

Jonathan Edwards nació el 5 de octubre de 1703 en East Windsor, Connecticut. Sus padres fueron Timothy Edwards, un ministro que lo entrenó teológicamente desde su niñez, y Esther Stoddard. Fue el único niño de la familia y tuvo 11 hermanas. En un ambiente influenciado por el movimiento puritano originado en Inglaterra, la pregunta más importante para Edwards desde su niñez era si había nacido de nuevo o no.

Resuelvo empeñarme al máximo en actuar de la manera en que pienso que debería hacerlo si ya hubiera visto la felicidad del cielo y los tormentos del infierno.

En 1716, a los 13 años, entró a la Universidad de Yale como estudiante hasta 1720 (sí, a los 13 años). Y aunque es difícil precisar la fecha de su conversión, se cree que ocurrió en la primavera de 1721 al leer 1 Timoteo 1:17: “Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a El sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

“Mientras leía las palabras, entró en mi alma y, como por así decirlo, se difundió a través de ella, un sentido de la gloria del ser divino; un nuevo sentido, bastante diferente de cualquier cosa que haya experimentado antes. Nunca las palabras de la Escritura me parecieron como estas. Pensé dentro de mí mismo lo excelente que era ese Ser, y cuán feliz sería si pudiera disfrutar de ese Dios, y quedar envuelto en el cielo de Dios…”.[3]

Desde agosto del siguiente año hasta abril de 1723, Edwards sirvió temporalmente como pastor en una iglesia presbiteriana en Nueva York. Durante esa época, en medio de dudas sobre su conversión, empezó a escribir lo que serían sus célebres 70 resoluciones. Entre ellas se encuentran:

“Resuelvo hacer todo aquello que piense que sea más para la gloria a Dios, y mi propio bien, beneficio y placer, durante mi tiempo; sin ninguna consideración del tiempo, ya sea ahora, o tras millares de años…”.

“Resuelvo vivir con todas mis fuerzas mientras viva”.

“Resuelvo empeñarme al máximo en actuar de la manera en que pienso que debería hacerlo si ya hubiera visto la felicidad del cielo y los tormentos del infierno”.[4]

Edwards procuró vivir según estas resoluciones, cautivado por la gloria de Dios, llegando a inspirar a incontables creyentes después de él. Así nos recuerda que una vida impactada por la belleza de Dios es una vida resuelta a vivir para Él.[5]

Pastor y teólogo de avivamientos

Luego de servir en Nueva York, fue tutor en Yale desde 1724 hasta 1726. El siguiente año fue decisivo en su vida: Edwards fue ordenado en Northampton, Massachusetts, como asistente de su abuelo Solomon Stoddard. Además de eso, se casó con una joven muy devota al Señor, Sarah Pierpont. Él siempre mostró un tierno amor hacia ella, con quien llegó a tener 11 hijos.

El 11 de febrero de 1729, Stoddard murió y Edwards se convirtió en pastor de la iglesia local. Durante su ministerio se caracterizó por su entrega al aprendizaje y reflexión profunda de las Escrituras, llegando a pasar 13 horas al día en su estudio. Sin embargo, siempre procuró permanecer cercano a su familia e iglesia.

La naturaleza misma de Dios es amor. Si se preguntara qué es Dios, se podría responder que es una fuente de amor infinita e incomprensible.

En 1733 comenzó un avivamiento en la iglesia de Edwards que aumentó en intensidad hasta mediados de 1735, cuando el fervor se enfrió. Northampton fue trastornada por la predicación de la Palabra, o eso parecía, y Edwards escribió muchas páginas de análisis sobre el avivamiento. Tales escritos lo hicieron muy reconocido.

En 1740, Edwards acompañó por unos días a George Whitefield durante su primer viaje en Norteamérica, el cual inició el Gran Despertar. Este viaje no solo impactó a Edwards, sino a todo Estados Unidos.[6] Para el historiador Thomas Kidd, el evangelicalismo moderno nació el momento en que el predicador más influyente del avivamiento predicó en la iglesia del teólogo más importante del avivamiento, el 9 de octubre de 1740.[7] Edwards tal vez entendía la relevancia del momento. Lloró de emoción al escuchar a Whitefield predicar.

“Qué herencia nos ha dejado mi marido”

Eventualmente el fervor volvió a apagarse en Northampton, y el 22 de junio de 1750 Edwards fue despedido del pastorado por varias razones. La principal fue su oposición a la doctrina un tanto liberal de Stoddard, el pastor anterior, en cuanto a la Cena del Señor y el bautismo. Edwards no supo esperar al momento oportuno para introducir cambios tan importantes en la iglesia.

Luego de eso, Edwards fue un ministro muy solicitado pero escogió servir en Stockbridge, Massachusetts, como pastor a nativos americanos. En esta época, en medio de muchos peligros, el testimonio de David Brainerd fue inspirador para él.

Edwards también escribió en aquellos días algunos de sus tratados teológicos más importantes, como su defensa de la doctrina del pecado original, y su Disertación sobre la razón por la cual Dios creó el mundo. Allí Edwards argumentó que Dios nos creó, aunque no nos necesitara, porque Él es perfectamente amoroso y desea compartir su amor con criaturas capaces de amar también.

El legado más grande de Edwards fue una visión fresca de un Dios glorioso que nos transforma cuando contemplamos su belleza.

Una de las cosas más sorprendentes de esta etapa del ministerio de Edwards fue cómo él adaptó su enseñanza a los indígenas americanos. Siempre procuró ser fácil de entender y amoroso. “No somos mejores que ustedes en ningún aspecto”, les dijo Edwards.[8] Aunque él nunca vio la esclavitud como algo malo (muy pocos cristianos lo veían así, como nos recuerda la historia de William Wilberforce), en tal contexto histórico es notable la forma en que Edwards se opuso al racismo y al abuso de las personas.

Más adelante, el 16 de febrero de 1758, Edwards fue nombrado presidente del Colegio de New Jersey (hoy es la Universidad Princeton). Poco después aceptó ser inoculado contra la viruela y murió el 22 de marzo de ese año, en relación a la inyección, debido a su débil salud con tan solo 54 años. Luego de su muerte, Sarah escribió estas palabras a Esther, una de sus hijas: “[Dios me] ha llevado a adorar su bondad por habérnoslo mantenido tanto tiempo… ¡Oh, qué herencia nos ha dejado mi marido, y tu padre!”.[9]

El legado de Edwards pudo haber sido más grande de lo que fue si hubiese vivido mucho más.[10] Sin embargo, por la gracia de Dios, lo que tenemos de él es más que suficiente para considerarlo como una mente única en la historia de la iglesia. Podemos decir que su legado más grande fue una visión fresca de un Dios glorioso que nos transforma cuando contemplamos su belleza.

Cautivado por la fuente de toda belleza

La belleza gloriosa de Dios, su excelencia moral, y su santidad soberana, siempre fueron aspectos centrales para Edwards. “Toda la belleza que se encuentra en toda la creación, no es más que el reflejo de los rayos difusos de ese Ser”.[11] Por lo tanto, el mayor bien que podemos tener, y que Dios puede darnos, es Él mismo.

“Dios es el mayor bien de la criatura razonable. El disfrute de Él es nuestra felicidad propia, y es la única felicidad con la que nuestras almas pueden ser satisfechas. Ir al cielo, disfrutar completamente a Dios, es infinitamente mejor que las comodidades más placenteras aquí: mejor que padres y madres, esposos, esposas o hijos, o la compañía de cualquiera o de todos los amigos terrenales. Estas no son más que sombras, pero Dios es la sustancia. Estos no son más que rayos dispersos; pero Dios es el sol. Estos son solo riachuelos; pero Dios es la fuente. Estas son solo gotas; pero Dios es el océano. Por lo tanto, [es apropiado] pasar esta vida solo como un viaje hacia el cielo”.[12]

Dios es el mayor bien de la criatura razonable. El disfrute de Él es nuestra felicidad propia, y es la única felicidad con la que nuestras almas pueden ser satisfechas.

Es por eso que nuestro Señor, al redimirnos para que disfrutemos de su amor y belleza por siempre, revela que “la naturaleza misma de Dios es amor. Si se preguntara qué es Dios, se podría responder que es una fuente de amor infinita e incomprensible”.[13]

Al mismo tiempo, Dios también es el Señor soberano que gobierna toda la historia para lograr su meta de ser glorificado al mostrarse como Él es. Comprendiendo esto, Edwards llegó a ver la soberanía de Dios como algo inseparable de su belleza y gloria, cuando antes le parecía desagradable. Como escribió a los 26 años,

“Estoy más seguro de esa doctrina más que de cualquier otra cosa que veo con mis propios ojos […] Esta doctrina me ha resultado a menudo sumamente agradable, brillante y dulce […] La soberanía de Dios me ha parecido una grandiosa parte de Su gloria. Ha sido siempre mi deleite acercarme a Dios y adorarle como el Dios soberano”.[14]

Nada de esto es para el simple entretenimiento intelectual. En cambio, debe producir vidas transformadas si en verdad lo creemos y lo hemos visto por la gracia de Dios. Es así como llegamos a tal vez la lección más relevante de Edwards para nosotros.

Cómo luce una vida verdaderamente avivada

En los avivamientos que presenció, Edwards aprendió que la marca de una vida avivada por Dios no son los ruidos, ni los éxtasis emocionales, ni las supuestas experiencias sobrenaturales. Él vio a muchas personas que pasaron por eso para luego volver a sus vidas de antes, mientras otras sí fueron transformadas. Por eso argumentó, en su defensa de los avivamientos, que tales experiencias no eran una señal a favor o en contra de la obra del Espíritu Santo.

La señal de una vida avivada es que vive conforme al evangelio y refleja la belleza de Dios, tomándose a Dios en serio con alegría.

La marca de un avivamiento tampoco es el simple conocimiento intelectual. Saber que la miel es dulce no es igual a haberla saboreado.[15] En cambio, la señal de una vida avivada es que vive conforme al evangelio y refleja la belleza de Dios, tomándose a Dios en serio con alegría.

Después del avivamiento en Northampton en 1734-35, vino el Gran Despertar unos años después y Edwards los comparó así:

“Ha habido una notable diferencia en [… ] que mientras muchos [creyentes] antes, en sus comodidades y regocijos, olvidaban demasiado su distancia de Dios, y estaban listos en su conversación de las cosas de Dios y de sus propias experiencias para hablar con demasiado aire de ligereza y algo de risa; ahora parece que no están dispuestos a ello, sino que se regocijan con una alegría más solemne, reverente y humilde…

No es porque la alegría no sea tan grande, y en muchos de ellos es mucho mayor… Su regocijo opera de otra manera: solo los humilla y los solemniza; rompe sus corazones, y los arroja al polvo: ahora cuando hablan de sus alegrías, no es con risa, sino con un torrente de lágrimas. Por lo tanto, aquellos que se rieron antes, lloran ahora; y sin embargo, por su testimonio unido, su alegría es mucho más pura y más dulce que la que antes hizo levantar más sus espíritus”.[16]

Alguien avivado por Dios se caracteriza por quebrantamiento en su corazón, actitud reverente ante el Señor, y alegría más sólida que la que manifiestan las personas que, aunque pueden lucir muy avivadas y animadas por Dios, no le conocen en realidad. En otras palabras, una vida avivada se caracteriza más por los frutos del Espíritu que por las “experiencias espirituales” o el mero aprendizaje bíblico:

“El que tiene amor divino en él tiene una fuente de felicidad verdadera que lleva consigo en su propio pecho. Es una fuente de dulzura, un manantial de agua de vida. Hay una agradable calma y serenidad y brillantez en el alma que acompaña los ejercicios de este santo afecto… La luz del Sol de Justicia no solo brilla sobre [los cristianos], sino que también es comunicada a ellos para que brillen también y se conviertan en pequeñas imágenes de ese Sol”.[17]

El que tiene amor divino en él tiene una fuente de felicidad verdadera que lleva consigo en su propio pecho.

La aplicación para nosotros

La aplicación para nosotros, en medio de un despertar a la sana doctrina en nuestros países, no puede ser más evidente: no creamos que con simplemente conocer lo que dice la Biblia sobre algunos temas (como la soberanía de Dios y las doctrinas de la gracia), teniendo además mucho celo al respecto, ya somos automáticamente más piadosos. De hecho, un calvinista caracterizado por la ausencia de calma y gozo es alguien que no tiene el amor divino en él, según Edwards. El conocimiento doctrinal es importante, pero no nos da por sí solo el crecimiento espiritual.

Por otro lado, el que muchos cristianos hablen de experiencias espirituales y hasta por un tiempo manifiesten mucho fervor por el evangelio no significa que estén avivados en realidad. Nuestros corazones son engañosos, nos recuerda Edwards.

Aunque vemos excesos en muchas iglesias de nuestros países sobre dones y supuestas manifestaciones del Espíritu Santo, esto no debería distraernos de prestar atención a lo que Dios pueda estar haciendo en los corazones de muchos creyentes en esos movimientos. Hay personas que, aunque puedan estar confundidas sobre sus experiencias y algunos temas teológicos, están siendo rescatadas y transformadas por Dios. Demos gracias a Dios por eso mientras confiamos en que Él perfeccionará a su pueblo y nos seguirá guiando a toda verdad.

El conocimiento doctrinal es importante, pero no nos da por sí solo el crecimiento espiritual.

Edwards ilustró estas enseñanzas durante su vida, y de manera especial cuando fue expulsado de la iglesia en Northampton, el cual fue uno de sus momentos más duros. Sin embargo mostró la calma y felicidad que todo cristiano debería mostrar al conocer la belleza de Dios. Un pastor llamado David Hall escribió sobre él en aquellos días:

“Nunca vi los menores síntomas de disgusto en su semblante toda la semana, pero apareció como un hombre de Dios, cuya felicidad estaba fuera del alcance de sus enemigos, y cuyo tesoro no era solo un futuro, sino un bien presente, sobrepasando todos los males imaginables de la vida”.[18]

Quiera el Señor avivarnos así haciéndonos contemplar su belleza a medida que caminamos con Él. Éramos pecadores en manos de un Dios airado, pero por amor somos redimidos y nos vemos en manos de un Dios hermoso. ¿Se nota que lo conocemos?


[1] Jonathan Edwards, Pecadores en las manos de un Dios airado (Chapel Library, 2013), p. 10-11.

[2] Puedes acceder a las obras de Jonathan Edwards en http://edwards.yale.edu/

[3] Jonathan Edwards, Personal Narrative (Narrativa personal). Consultado el 30 de abril de 2018.

[4] Puedes leer todas las 70 resoluciones de Jonathan Edwards aquí (en español) y aquí (en inglés) en su orden y texto original.

[5] En aquel tiempo, Edwards también comenzó a escribir sus famosas “misceláneas”, pensamientos teológicos y sobre su vida (resultaron ser más de 1,400 en total).

[6] “En los dos días que Edwards viajó con Whitefield, vio los comienzos de una revolución estadounidense, el surgimiento de la era del pueblo. De repente, la posición o clase oficial no tenía autoridad en asuntos religiosos a menos que el alma de alguien estuviera bien con Dios. El pequeño pescador más simple que se convertía podía y debía rechazar la autoridad del clérigo no regenerado más prestigioso. El trabajo de Edwards en el despertar anterior de 1734-1735 había ayudado a preparar el camino para esta revolución, pero como un clérigo establecido que valoraba la autoridad de su cargo, no había previsto estas consecuencias más amplias, incluso si podía apreciar su lógica” (George Marsden, A Short Life of Jonathan Edwards [Eerdmans Publishing, 2008], loc. 730).

[7] Big Question: What Day Changed the Course of Christian History?. Consultado el 30 de abril de 2018.

[8] Citado en: George Marsden, A Short Life of Jonathan Edwards (Eerdmans Publishing, 2008), loc. 1362.

[9] Citado en: 10 cosas que deberías saber sobre Jonathan Edwards. Consultado el 30 de abril de 2018. Tanto Esther como su madre murieron poco después del fallecimiento de Edwards.

[10] Antes de morir, él había planeado escribir un estudio bíblico masivo llamado La armonía del Antiguo y el Nuevo Testamento, y Una historia de la obra de la redención, una especie de teología bíblica como nunca se había escrito antes.

[11] Jonathan Edwards, Nature of True Virtue [Naturaleza de la virtud verdadera]. Consultado el 30 de abril de 2018.

[12] Jonathan Edwards, The Christian Pilgrim… [El peregrino cristiano]. Consultado el 30 de abril de 2018.

[13] Citado en: Dane Ortlund, Edwards on The Christian Life: Alive to The Beauty of God [Jonathan Edwards sobre la vida cristiana: Vivo a la belleza de Dios] (Crossway, 2014), p. 55.

[14] Citado en: John Piper, Cinco puntos: Hacia una experiencia más profunda de la gracia de Dios (Poiema Publicaciones, 2015), p. 97.

[15] “Hay una diferencia entre tener una opinión de que Dios es santo y misericordioso, y tener un sentido de la hermosura y belleza de esa santidad y gracia. Hay una diferencia entre tener un juicio racional de que la miel es dulce y tener una sensación de su dulzura” (Jonathan Edwards, Sermons and Discourses, 1730-1733 [Sermones y discursos, 1730-1733]. Consultado el 30 de abril de 2018).

[16] Citado en: Ortlund, p. 82.

[17] Dos citas en realidad, en Ibíd, p. 32 y 30.

[18] Ibíd, p. 36.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando