Los Spencer: crónica de la familia más ilustre (y desgraciada) de Inglaterra

El hecho de ser influyentes no les salvó de ser disfuncionales, con madrastras malvadas incluidas. Lady Di fue su mejor representante: bella, devastada y triste.

John Spencer, VIII conde de Spencer, con Frances Roche, su primera mujer y madre de la princesa Diana.

© Getty Images

La familia Spencer, unos granjeros de Northamptonshire que se enriquecieron gracias a la lana, lleva medio milenio formando parte del establishment inglés, pero durante 16 deslumbrantes años Diana de Gales logró que este clan fuera objeto de un escrutinio global lleno de adoración y fascinación, que en última instancia también resultó despiadado. Lady Di es tan conocida que se ha convertido en un personaje incognoscible, pero ¿hasta qué punto influyó su familia en la naturaleza tan notoriamente atormentada de su personalidad?
El restaurante Top Curry Centre, situado en el barrio londinense de Pimlico, no suele aparecer en los reportajes sobre iconografía relacionada con la casa real, pero ocupa un sitio especial en ella. Lo conozco bien porque queda cerca de donde vivo. Desde que la aristócrata se casó en 1981, en el escaparate de este destartalado restaurante indio se distinguía la ampliación en blanco y negro de una fotografía de Peter Simpson, del periódico News of the World, en la que aparecía una joven Diana, azotada por el viento y corriendo bajo la lluvia por delante del restaurante. De forma significativa, estaba mirando a cámara. Sabía que estaba ahí.

En esa época, la joven trabajaba de niñera en la guardería Young England de Pimlico, un centro que estaba de moda. A lo largo de los años, la fotografía empezó a presentar un aspecto desvaído, a curvarse y a despegarse del paspartú. Acabó cayéndose del escaparate y volvieron a colocarla de cualquier manera. Puede que esta imagen sea una metáfora de la reputación de Diana. Ahora ha desaparecido, porque el Top Curry Centre se ha convertido en una cafetería refinada, algo que apenas existía en la época de la princesa.

El profundo interés que la aristócrata mostraba por su propia imagen también lo sentía su pariente más ilustre, Winston Leonard Spencer-Churchill. El político, ataviado con un oscuro traje de raya diplomática gruesa y un sombrero de fieltro, sosteniendo su característico puro entre los dientes, visitó unas instalaciones militares situadas en Hartlepool en 1940. Alguien le pasó un subfusil Thompson M1928 y él lo cogió alegremente; posteriormente declaró que era su “arma preferida”. El político les pidió a los miembros de su equipo que manipularan la fotografía, que borrasen a sus compañeros para que él saliera con una visibilidad destacada y ofrecer así la imagen pública de un tipo duro y bien vestido. Goebbels utilizó esa estampa para dar a entender que Churchill era un gánster y un asesino.

Lord Spencer y su segunda esposa, Raine, fotografiados en 1981.

© Getty Images

Sin embargo, no se dio el mismo elemento de ambigüedad en la fotografía más famosa de Diana: en un viaje a la India celebrado en febrero de 1992, el príncipe Carlos y ella tenían prevista una visita al templo del amor creado por Shah Jahan, el Taj Mahal. Debido a ciertos motivos cuyos detalles concretos jamás llegaremos a conocer, Carlos no acudió a la sesión de fotos. Sin embargo, Diana se empeñó en que la retrataran sola: enseguida se consideró que la imagen de Martin Keen representaba una petición de auxilio.
La princesa no fue la primera mujer de la familia Spencer con la que el príncipe de Gales mantuvo relaciones. En 1977, según un nuevo libro de la periodista Penny Junor, el galantísimo Carlos vivió una aventura con Sarah, la hermana mayor de Diana.

Pero los cortesanos eligieron a esta última como futura esposa porque la muchacha que aparece en la fotografía de The Top Curry Center presentaba la inefable ventaja de ser… una incólume virgen.

Aun así, este dato no consoló a Carlos. Junor asegura que la noche antes de su boda, el príncipe se quedó contemplando a la muchedumbre congregada delante del palacio de Buckingham y se echó a llorar a lágrima viva. Durante la luna de miel, Diana le rompía las acuarelas que él pintaba y, también según Junor, la joven después comenzó a darles patadas a los muebles y a sollozar delante del personal de servicio, lo que supuso un quebrantamiento imperdonable de los buenos modales.

Los Spencer han mantenido un vínculo con la casa real desde hace mucho tiempo: cuando Charles, el hermano de Diana, nació en 1964, su madrina fue la reina. Pero la complicada relación de Diana con la realeza pudo originarse psicológicamente en el sencillo hecho de que los Spencer, de apellido poco rimbombante, gozan en realidad de un abolengo histórico mucho mayor que los Windsor que ocupan el trono, quienes, a su lado, son unos ambiciosos arribistas. Mediante cinco líneas de descendencia ilegítima, los Spencer están emparentados con los Estuardo, y, por tanto, guardan relaciones de parentesco con las grandes familias de Europa, entre las que se encuentran los Sforza, los Habsburgo, los Borbones y los Médici. Comparados con ellos, los Windsor no son más que una marca real creada en el siglo XX, con la misma antigüedad que el popular jabón Sunlight; el apellido original de la familia, Sajonia-Coburgo-Gotha, se cambió durante la Primera Guerra Mundial en un gesto de conciliación frente al sentimiento antialemán.

A las familias inglesas de la casta de los Spencer las definen sus propiedades. El hogar de los Spencer-Churchill es el palacio de Blenheim, situado en el condado de Oxfordshire: un colosal mamotreto barroco creado por sir John Vanbrugh. El nombre de la construcción procede de una batalla de la Guerra de Sucesión española; según afirman algunos, Blenheim es el edificio de mayor tamaño del país. La familia también posee la residencia de Althorp en Northamptonshire, cuya pronunciación, a la excéntrica manera inglesa, no se corresponde con su ortografía, sino que se dice “Altrup”. Hay muchas cosas relacionadas con los Spencer que no son lo que parecen en un primer momento.

La finca de Althorp, situada a unos 120 kilómetros al noroeste de Londres, fue donde creció Diana. Cuando John Spencer la adquirió en 1508, era una casa de estilo Tudor, de ladrillo rojo y rodeada por un foso; el edificio actual es obra de Henry Holland, uno de los arquitectos preferidos por los terratenientes ingleses. En cierta época, Althorp tuvo una de las mayores bibliotecas privadas de Europa, pero el genio mercantil y el bibliográfico desaparecieron de la familia al mismo tiempo y, en un período de penurias, todos los libros los compró Enriqueta Rylands, quien creó la espléndida biblioteca John Rylands de la Universidad de Mánchester.

También está Spencer House, que es uno de los poquísimos palacetes londinenses del siglo XVIII que aún siguen en manos privadas, aunque Diana nunca vivió allí: en diferentes fases, la edificación ha sido alquilada a Christie’s, The British Oxygen Company y The Economist; este ha sido el método con el que la nobleza ha logrado no arruinarse después de 1945. En la actualidad, Spencer House la ocupa el financiero Jacob Rothschild, quien permitió que Rupert Murdoch y Jerry Hall se casaran allí en 2016.

La complicada vida amorosa de Diana puede analizarse, de forma muy instructiva, dentro del contexto de una familia en la que los matrimonios siempre han sido interesantes... y muy numerosos. Georgiana, hija del primer conde de Spencer, se casó con el quinto duque de Devonshire, y el noveno duque de Marlborough se unió a la heredera estadounidense Consuelo Vanderbilt, cuyo hermano contrajo matrimonio con la ex de Matthew Freud, bisnieto de Sigmund y sobrino de Lucian. Los hombres que supuestamente fueron amantes de Diana conforman un grupo ecléctico que representa bien a la sociedad inglesa: James Hewitt, oficial del Ejército que fue su profesor de equitación; James Gilbey, apuesto empresario dedicado a las carreras de coches y que procede de una familia que produce ginebra y que tiene vínculos con España; Oliver Hoare, un experto marchante de arte de Chelsea; Hasnat Khan, cardiocirujano nacido en Pakistán; y Will Carling, capitán de la selección de rugby de Inglaterra. Y también, evidentemente, el malhadado Dodi.

Las relaciones de Diana con su familia fueron tan complicadas como las que mantuvo con su marido. Su abuela, lady Fermoy, dijo de ella que era “mentirosa y problemática”. Su hermano Charles, actual conde de Spencer, también presentador de televisión y escritor de éxito, le denegó la petición de volver a Althorp cuando el matrimonio de la princesa se venía abajo, y aseguró que era una persona “manipuladora e insincera”. Estos son los síntomas de quien padece bulimia nerviosa.

Sin embargo, el emotivo discurso fúnebre que Charles Spencer pronunció en 1997 se convirtió en una reprimenda, asombrosamente veraz, dirigida al príncipe de Gales y a la familia real, pues en él aseguró que la frágil princesa había recibido un trato egoísta y descuidado. Estaba tan convencido de que el fervor por Diana iba a crecer que, en 1998, le erigió un mausoleo a su hermana; la idea acabó plasmándose en un templo pseudodórico situado en el lago de Althorp y del que se comentó en 2015 que estaba desatendido y lleno de maleza. El conde de Spencer explicó que aquello era un símbolo intencionado del regreso místico a la naturaleza, aunque hay que añadir que la exposición sobre Diana que se mostraba en los establos de la finca (y en la que con gran sensiblería estaba incluido su traje de novia) se clausuró en 2013.

El padre de la princesa tenía fama de poseer un carácter afable y un intelecto poco inquisitivo, mientras que su madre, que después pasó a ser la señora Frances Shand Kydd, era un personaje exquisito pero distante. Quizá quien más se parecía a Diana en carácter y estilo poco convencionales fuera Raine, su madrastra. La princesa, poco dada a los halagos, dijo de ella que era como “lluvia ácida”.

Raine era hija de Barbara Cartland, una mujer de una vulgaridad superlativa, la autora siempre vestida de rosa de 723 novelas que, por lo que dicen, han vendido 2.000 millones de ejemplares. En Althorp, Raine creó gran polémica al vender los Van Dycks y los Gainsboroughs para costear una burda reforma, que, según Charles Spencer, presenta “la recargadísima vulgaridad de un hotel de cinco estrellas de Mónaco”.

Cuando su marido falleció en 1992, a Raine no la invitaron a seguir residiendo en Althorp, y desde 2009 Charles ha estado retirando todas las aportaciones de la madrastra, que, siempre llena de recursos, no tardó en convertirse en la esposa del conde Jean François Pineton de Chambrun. Entre sus identidades previas, adquiridas por vía matrimonial, se incluían la de lady Dartmouth y la de lady Lewisham.

Un día de hace 30 años, antes de que los problemas de Diana se convirtieran en una obsesión mundial, ácida Raine vino a verme. Mi oficina se encontraba en el Victoria and Albert Museum de Londres, en el que organicé una serie de exposiciones patrocinadas por Terence Conran, cuyas tiendas de Habitat habían popularizado el “diseño”. Raine entró y, con actitud de gran conspiradora y una proximidad física para la que yo no estaba preparado, me preguntó: “¿Cree usted que podría pedirle a Terence Conran que me hiciera un descuento en Habitat? Necesito cubiertos nuevos”. A lo mejor los Spencer siempre están exigiendo algo.

Esta familia ha creado o desarrollado héroes, heroínas, necios e impostores. A veces, sus miembros no han sido especialmente escrupulosos: el padrino de la boda de Charles Spencer fue Darius Guppy, quien estuvo en la cárcel por estafa. Randolph, hijo de Winston Churchill, fue uno de los individuos más detestados de la política inglesa. El duque de Marlborough fue el más destacado comandante militar del país. Pero Diana fue la mejor representante de los Spencer: una persona bella, devastada, triste. A lo largo del tiempo, la vida familiar de este clan ha sido una mezcla de privilegios y ponzoña. ¿Qué decía aquella frase de Tolstói?

** Todo el especial de VANITY FAIR sobre la muerte de Diana de Gales, pinchando aquí. **

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