Quinto centenario de Lutero en la Dieta de Worms - Protestante Digital

Quinto centenario de Lutero en la Dieta de Worms

Los adversarios de Lutero dudaban de que se presentara en Worms. Finalmente, el 17 de abril, a las cuatro de la tarde, Martín entró a la sala para encarar a quienes lo acusaban de enemigo de la Iglesia católica y del emperador.

17 DE ABRIL DE 2021 · 23:00

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En abril de 1521 Martín Lutero compareció en la Dieta Imperial de Worms. Lo hizo ante los poderes políticos y religiosos de la época: el emperador Carlos V y el nuncio papal, Jerónimo Aleandro, a quien comisionó el Papa León X. 

Lutero, gracias a las negociaciones de Federico el Sabio viajó desde Wittenberg a Worms protegido por un salvoconducto del emperador, que le garantizaba seguridad para su persona y, una vez concluida la Dieta, poder regresar a Wittenberg. El ex monje agustino emprendió el viaje hacia Worms el 2 de abril y llegó a Worms el martes 16, según consignaron las Actas y hechos del doctor Martín Lutero, agustino, en la Dieta de Worms (documento incluido en Pablo Toribio Pérez, editor, Martín Lutero, obras reunidas, tomo 1, Madrid, Editorial Trotta, 2018, p. 375).

Después de haber exigido a Lutero que se retractara de las que consideraba enseñanzas heréticas, y fracasar mediante varios intentos, León X excomulgó al rebelde e hizo pública su decisión el 3 de enero de 1521, en la bula Decet Romanum Pontificem. Para abril del año citado, Martín Lutero era un personaje indeseable para las autoridades católico romanas, las que presionaban al emperador para que se pronunciara claramente en contra del reformador y éste tuviese una condena que evitara la propagación de doctrinas contrarias a lo sostenido por Roma.

Cuatro años antes de la Dieta de Worms, sin buscarlo, desató una tormenta de torrenciales dimensiones. El entonces monje agustino solamente buscaba incentivar debates en torno a la, para él, pecaminosa venta de indulgencias. La reacción popular de lo que escribió en latín, las 95 tesis contra las indulgencias, al ser traducidas al germano, le tomó por sorpresa y convirtió en un personaje súbitamente ascendente (Hay varias ediciones del documento, por ejemplo en Teófanes Egido, Lutero, obras, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977, pp. 62-69; y Las 95 Tesis de Martín Lutero, 1517, Saint Louis, Missouri, Editorial Concordia, 2003). Primero sectores amplios de Wittenberg se identificaron con los postulados de Lutero, después la identificación se extendió por toda Europa, a veces de manera clandestina y otras de forma pública. 

En el escalamiento de la confrontación con las autoridades eclesiásticas católicas, Lutero tuvo en su favor apoyos que evitaron terminara ejecutado por hereje. Por convenir a sus intereses, y sin necesariamente compartir los postulados doctrinales de Martín Lutero, el príncipe elector Federico el Sabio protegió al profesor de la Universidad que él había fundado en 1502 y en la cual el primero iniciaría funciones docentes provisionales en 1508 y definitivas a partir de 1511(Helmar Junghans, “Luther’s Wittenberg”, Donald K. McKim, editor, The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge, Cambridge University Press, p. 23).

Alemania estaba políticamente fragmentada, la conformaban varios principados, territorios eclesiásticos y ciudades con autogobiernos. Todo esto dificultaba control en cada uno de los terrenos mencionados para la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, puesto que recaía en Maximiliano I para cuando Lutero inició el movimiento que terminaría en la ruptura con Roma. El emperador era elegido por siete electores, uno de ellos Federico el Sabio (Peter Marshall, The Reformation. A Very Short Introduction, Oxford, Oxford University Press, 2009, p. 12).  

Wittenberg era la capital del Electorado de Sajonia, esta región representaba uno de los más poderosos estados germánicos. En 1490 Federico el Sabio inició esfuerzos por desarrollar Wittenberg, restauró el castillo y le construyó una capilla (Graham Tomlin, Luther and His World, Downers Grove, Illinois, InterVarsity Press, 2002, p. 48). En ella guardaba y mandaba exhibir su gran colección de reliquias, que llego a tener cerca de 19 mil objetos. Conformaban el tesoro “fragmentos de sagrados huesos y otros objetos como briznas de paja del pesebre del Niño Jesús y aun trozos de sus pañales, cabellos de la Virgen María, gotas de su leche y fragmentos de los clavos de Cristo, además de uno de los cadáveres de los santos inocentes” (María Magdalena Ziegler, “La Reforma y la trastienda de su historia”, Cuadernos Unimetanos, número 24, julio 2010, p. 28).

Las giras del fraile dominico vendedor de indulgencias, Juan Tetzel, no fueron bien recibidas por Federico el Sabio. La causa del malestar era que el príncipe vio mermados los ingresos que levantaba con la exhibición de su colección de reliquias y del donativo que debían dejar quienes desfilaban ante ellas con la esperanza de recibir un milagro. Además, al final del recorrido se otorgaba una indulgencia. Aunque a Tetzel no le fue permitido ofrecer indulgencias en Wittenberg, muchos de sus habitantes emprendieron viajes hacia donde el dominico predicaba y adquirían los certificados.

Federico el Sabio protegió a Lutero, sin embargo no fue tal protección la creadora de la disidencia teológica y eclesiástica del monje agustino pero sí le proporcionó condiciones favorables para enfrentar al sistema católico romano. Federico y Lutero nunca conversaron personalmente, el príncipe tampoco adoptó las ideas teológicas de su protegido (Graham Tomlin, op. cit., p. 70).

Respecto al contexto político, desde 1514 el emperador Maximiliano I estaba muy enfermo, a tal extremo que su comitiva llevaba consigo a todas partes un féretro en caso de que el monarca falleciera (Alec Ryrie, Protestants, the Faith that Made the Modern World, New York, Viking, 2017, p. 25). El deceso ocurrió en enero de 1519, y, en consecuencia debía elegirse un sucesor. La elección estaba en manos de siete príncipes electores germanos y obispos. Uno de los primeros era Federico el Sabio. 

En junio de 1519 la elección recayó en Carlos I de España, quien a partir de entonces pasó a ser Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, tenía diecinueve años. La coyuntura de la sucesión favoreció a Lutero porque “al morir Maximiliano I, el título de emperador quedó vacante y, en aquel momento, la elección imperial parecía ser mucho más importante que las palabras destempladas que cierto monje había pronunciado en Wittenberg […] La cuestión se dirimió gracias al dinero del banco de los Fugger con el que se pudieron pagar los sobornos de los electores que tenían que designar al Emperador” (Richard Mackenney, La Europa del siglo XVI, expansión y conflicto, Madrid, Ediciones Akal, 1996, p. 90).

Carlos V tenía veintiún años al tener lugar la Dieta de Worms, varios asuntos y acontecimientos demandaban su atención, además su inexperiencia política fue un factor del que sacó ventaja Federico el Sabio, protector de Lutero. A lo anterior hay que sumar el creciente apoyo popular que fortalecía al movimiento iniciado por el ex fraile agustino. Quedó constancia de ello en el recorrido realizado por Lutero y sus acompañantes del 2 al 16 de abril, días que tardo la comitiva en viajar de Wittenberg a Worms. La gente salió a los caminos para vitorear a Martín y le daban palabras de ánimo en favor de la lid iniciada contra el entramado del poder católico romano. 

El viaje de Lutero se convirtió en una gira triunfal. En distintos poblados y ciudades le pidieron que hiciera alto para predicar o dirigir algunas palabras. En Erfurt la iglesia principal fue insuficiente para la multitud que se juntó a escuchar el sermón del personaje. Su predicación comenzó a circular impresa a los pocos días. Igualmente predicó en el monasterio agustino de Gotha. Cayó gravemente enfermo en Eisenach, al punto que sus acompañantes temieron podría morir (Lyndal Roper, Martin Luther: Renegade and Prophet, New York, Random House, 2017, 166).

Los adversarios de Lutero dudaban de que se presentara en Worms. La expectación era grande cuando, finalmente, el 17 de abril, a las cuatro de la tarde, Martín entró a la sala para encarar a quienes lo acusaban de enemigo de la Iglesia católica y del emperador, a quien llamaban “cristianísima majestad”. Estaban presentes el emperador Carlos V, los príncipes electores Federico de Sajonia, Joaquín de Brandeburgo, Luis de Rhin y los arzobispos Alberto de Maguncia, Reinhart de Tréveris y Hermann de Colonia. Además abarrotaban la sala del acto mil quinientas personas, el calor era sofocante (César Vidal, El caso Lutero, Madrid, Editorial EDAF, 2008, pp. 171-172).

Los juzgadores habían puesto en una banca varios libros de Lutero, editados en Basilea. El secretario del obispo de Tréveris se acercó al acusado y le pregunto si se reconocía como autor de las obras, también lo cuestionó sobre si estaba dispuesto a reconocer sus errores y, en consecuencia, a retractarse.  

Martín Lutero reconoció ser autor de los libros expuestos. Agregó que no podía responder con una palabra, sí o no, a la pregunta sobre si se retractaba, “porque esta es una cuestión de fe y sobre la salvación de nuestras almas, y porque concierne a la divina Palabra, que todos estamos obligados a reverenciar, porque no hay nada más grande en el cielo y en la tierra” (Lyndal Roper, op. cit., p. 169). Le instaron a sopesar su actitud y otorgaron un día para responder la pregunta sobre la retractación.

Al día siguiente, 18 de abril, casi anochecía y la abarrotada sala estaba iluminada por antorchas.  Lutero reiteró que los libros eran suyos, explicó que al ser una persona sencilla podría cometer errores en los títulos nobiliarios al dirigirse a los presentes. Comentó que entre los libros sobre los que se le preguntaba debía tenerse en cuenta que eran de distinto tipo. Unos volúmenes eran de predicaciones, otros “atacaban las falsas enseñanzas de la Iglesia romana”, y unos más contenían polémicas con personalidades distinguidas que “defendían a la tiranía del Papa” (Lyndal Roper, op. cit., p. 170). Cuando Lutero disertaba sobre las características de sus escritos, el interrogador imperial lo interrumpió para exigirle que respondiera la pregunta referente a si se retractaba o no de sus enseñanzas. 

 Exasperado el secretario del obispo de Tréveris manifestó que la evasiva de Martín buscaba causar confusión y replicó: “No habéis diferenciado suficientemente vuestras obras. Las primeras eran malas y las últimas peores. Vuestro pedido de ser escuchado apoyándoos en las Escrituras es el que siempre hacen los herejes. No hacéis otra cosa que renovar los errores de Wyclif y Hus […] ¿Cómo podéis suponer, Martín, que sois el único que comprende el sentido de las Escrituras? ¿Ponéis vuestro juicio por encima del de tantos hombres famosos y pretendéis saber más que todos ellos? […] ¿Repudiáis o no vuestros libros y los errores que contienen?” (Roland H. Bainton, Martín Lutero, cuarta edición, México, CUPSA, 2007, p. 203). 

Era el momento de tomar posición, la audiencia esperaba las palabras definitorias de Lutero. Entonces, hablando en alemán, declaró: “Puesto que vuestra Majestad y vuestros señores desean una respuesta simple, responderé sin cuernos y sin dientes. A menos que se me convenza con las Escrituras y la mera razón —no acepto la autoridad de papas y concilios pues se han contradicho entre sí—, mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo retractarme y no me retractaré de nada, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro. Dios me ayudé. Amén” (Bainton, op. cit., p. 204). Para comprensión de quienes no entendían alemán, se le exigió que expresara su respuesta en latín.

Al día siguiente Lutero y acompañantes iniciaron el retorno a Wittenberg. El emperador Carlos V refrendó la validez del salvoconducto otorgado a quien llamo “hereje”, al tiempo que se comprometió a proceder contra él en cuanto concluyera la vigencia del documento protector. El Edicto de la Dieta de Worms (6 de mayo), redactado por el nuncio Aleandro y refrendado por el emperador, llamó al teólogo germano “demonio con hábito de monje [que] ha unido antiguos errores para formar un solo charco pestilente y ha inventado otros nuevos […] Lutero debe ser considerado como un hereje convicto […] Sus seguidores también serán condenados. Sus libros serán arrancados de la memoria del hombre”. 

Enviados de Federico el Sabio interceptaron en las afueras de Eisenach a Lutero y pequeño grupo que le acompañaba. Los captores fingieron un secuestro y se llevaron a Martín, el resto de la comitiva, con excepción de un acompañante que conocía el plan, creyó que fuerzas hostiles habían logrado el propósito de raptar al personaje para terminar con su vida. Martín fue conducido al castillo de Wartburgo, donde buena parte del tiempo lo dedicó a traducir del griego al alemán el Nuevo Testamento, que fue publicado en septiembre de 1522, para que pudiera ser vendido en la Feria de Otoño de Leipzig.

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