La conjura de los regios: defensa de la incomprendida Victoria Federica y su hermano Ignatius
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La conjura de los regios: defensa de la incomprendida Victoria Federica y su hermano Ignatius

Victoria Federica Marichalar Borbón no es normal, por mucho que se empeñe en serlo los días pares, y lo disimule los impares (es un decir).

Sin embargo, y curiosamente, tanto ella como su hermano han contribuido a acercar a la normalidad a sus padres, cuyas penas, alegrías y quebraderos de cabeza con los hijos dejan de ser el elegante escaparate que exhiben otros cachorros de sangre azul para convertirse en los típicos disgustos que muchos veinteañeros y veinteañeras dan a los sufridos progenitores.

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Vicmabor, como ella misma se bautiza en su rentable Instagram, es normal por muchas cosas: sus padres están separados desde que cesaron temporalmente en su convivencia, rompe con el novio y adora exhibir sus andanzas. A sus 21 añitos, presume de vida guay, de ir a la moda, y gestiona lo mejor que puede las amonestaciones que recibe de la infanta Elena, o sea, su madre, y del ex excelentísimo señor Jaime de Marichalar, ex duque de Lugo, o sea, su padre.

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Por supuesto, es la hermana pequeña de Froilán, ese chico al que la mala suerte tiene señalado: le pasan rozando sucesos como secuestros o tiroteos, con 13 años se pegó un tiro en un pie y tuvo que ser operado en la clínica Quirón de Madrid, por no incluir el numerito que montó con cinco años en la boda del tío Felipe y la tía Letizia, una anécdota que fue televisada, como todo el mundo sabe. Froilán no tiene la culpa de que ocurran cosas como lo del garito de Marbella donde celebraba su 24 cumpleaños, pero parece que es más de vivir la noche que de ir a bibliotecas.

Todo normal. Pero resulta que Vicmabor es la nieta de Juan Carlos I, presunto subvencionador de ciertos caprichos black de algunos de sus nietos. Sin desmontar ninguna presunción, lo que está claro es que Vicmabor, como su bro, han disfrutado, disfrutan, y probablemente disfrutarán siempre del privilegio de su azulada sangre, sus nobles apellidos y, en resumen, de ser hijos de la madre que los parió, cuyo hecho vital más relevante, sin menoscabo de sus otras virtudes, es ser hija de su padre y de su madre, o sea tatatatata...ranieta de unos cuantos reyes y reinas, algunos de los cuales tampoco escatimaron en disgustos por culpa de sus hijos. Que se lo pregunten a su abuelo, Don Juan de Borbón y Battenberg, a quien los juegos con armas del infante Juan Carlos le marcaron de por vida. 

Volviendo al siglo XXI, a hoy, a Vicmabor y su bro, podemos resumir que la fama, las habladurías sobre ellos, incluso las falsas noticias y hasta la persecución paparazzil que sufren son solo algunos de los inconvenientes de su estatus.

Pero frente al coñazo que les da la prensa, disponen esos interesantes privilegios que compensan:  un abuelo generoso, mesa en cualquier restaurante o local cuyo propietario tenga dos dedos de frente, marcas de lujo que les suplican que se pongan sus joyas o su ropa y encima, en el caso de Vicmabor, pueden vivir de ser influencers, acudir a fiestas cobrando a cambio del glamour que aporta su presencia, y hacer portadas más o menos ridículas pero sin duda acompañadas de indudables beneficios.

Vicmabor querría lo mejor de ambos mundos: poder salir en la portada de Hola cobrando pero que los fotógrafos no la retraten con medio pecho fuera gracias a su mini bikini en la cubierta del yate de su pandi. Le gustaría que su sangre azul le diera privilegios pero no problemas. Le gustaría, como dijo ella en el ELLE, influir pero sin ser influencer. A la cría le gustaría aparecer en el retrato ecuestre de Hola como si fuera Napoleón cruzando los Alpes, pero lo que cuenta no son hazañas ni grandes méritos sino una obviedad tan respetable como poco noticiable: que lo que quiere es sacar adelante un proyecto de familia, o sea, como casi todo el mundo. Ella quiere su retrato ecuestre pero reivindica su normalidad y su pasta por posar. Esa esquizofrenia conductual debería tenerla algo incómoda porque, si reflexiona, entenderá la evidente contradicción que supone querer vivir de su apellido y de exhibirse pero a la vez ponerse mística y hasta intensa porque la prensa da cuenta de sus andanzas, por no hablar de los pescozones que mete a los periodistas su bro Froilán, mucho menos activo mediáticamente que ella aunque precedido de un currículo propio de una novela del genial pero incomprendido John Kennedy Toole

Pero no solo Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón  tiene el punto Ignatius en La conjura de los necios borbónica que estos chavales van componiendo desde que nacieron en las revistas, entre la normalidad y los vestigios medievales de su abolengo. Vicmabor ya apuntaba maneras de normalidad cuando, tras cumplir la mayoría de edad, nos la encontramos una noche trifásica perdida en La Nuit, ese garito situado en la calle Orense de Madrid (no tan pijo como los que visita ahora la sobrina de Letizia) en el que se te pegaban los pies al suelo.

Su prima Leonor, futura reina de España es cinco años más joven y sin embargo proyecta una imagen más madura, por suerte para los súbditos de su padre. Además, su hermano mayor no es Froilán (por suerte, también), y el matrimonio de su madre y Felipe VI parece sólido. Tampoco hemos visto al jefe del Estado en patinete por Juan Bravo y doña Letizia no tuvo un rollito con Cayetano Martínez de Irujo, que dejó a la infanta "por patritismo", según afirma Todas esas cosas las sabe Vicmabor, lo cual explicaría en parte ciertos aspectos conductuales de la hija de doña Elena. No es fácil olvidar lo que dijo Jaime de Marichalar cuando nació Froilán: "Es idéntico a la madre, el pobre". Literal.

Los niños, lo que ven en casa

Escenas como esa o la de ver sacar la figura de cera de su padre del museo de Colón tienen que hacer mella en una persona. Por eso, sin renunciar a la libertad de expresión, debemos opinar con condescendencia a favor de Vicmabor. Su padre, sin ser Iñaki Urdangarín, tiene un punto estrafalario, no nos engañemos. No sería de extrañar que a la mente de la joven influencer real vuelvan una y otra vez patinetes, los fulares de paramecios o aquella escena de la estatua de don Jaime siendo sacada del museo de Cera de Madrid nada más dejar de pertenecer a la Familia Real. Y es solo un ejemplo de cosas que esta cría ha visto, no todas tan agradables como ver las caras del tío Felipe o del abuelo JuanCar en los billetes. Demasiado normal ha salido la niña. Otros, con la mitad de vivencias, padeceríamos estrés postraumático, seríamos invadidos por pensamientos intrusivos, y sufriríamos continuos flashback de papá convertido en cera saliendo a la vez de Zarzuela y del museo. Lástima que en las entrevistas que concede Vicmabor no le pregunten por estas cosas. Bastaría que contestara con el clásico: "Los niños, lo que ven en casa".

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