Jacobo, rey de Escocia y cazador de brujas

La Universidad de Edimburgo crea un mapa con los 3.141 procesados por brujería entre los siglos XVI y XVII. La obsesión del monarca por el asunto contribuyó a demonizar especialmente a las mujeres.

Parece un cuento de Halloween, pero fue una matanza real. "Hablamos de brujas y magos, pero eran personas a las que estrangulaban y quemaban en la hoguera acusadas de brujería", explica a Vanity Fair Julian Goodare, profesor de Historia en la Universidad de Edimburgo. Es uno de lo miembros del equipo multidisplinar –historiadores, informáticos, diseñadores– que ha creado el mapa interactivo donde se pueden consultar el nombre, los apellidos y la ubicación de 3.141 personas perseguidas y enjuiciadas entre los siglos XVI y XVIII. Parte de ese trabajo también es la Base de Datos de la Brujería Escocesa, un archivo abierto, online y gratuito creado por la estudiante Emma Carroll que ofrece detalles sobre los procesos judiciales, las causas de la detención o la identidad de los verdugos.

Entre esos documentos, hay historias como la de Margaret Wallace, denunciada en 1614 en Glasgow por haber matado a un sacerdote empleando "artes oscuras". La justicia ya era lenta, y entre la acusación y el juicio pasaron ocho años. El tribunal lo compusieron 14 personas –entre ellas, el fiscal, un abogado defensor, un cazador de brujas y varios testigos– encargadas de determinar su culpabilidad y que le impusieron la peor condena: ahorcamiento y quema en la plaza pública. Es solo un ejemplo de los más de 3.000 que se dieron en Escocia, donde el número de personas perseguidas triplicó en ese periodo el resto del territorio británico. A esa psicosis especialmente exacerbada en esa tierra contribuyó el hombre que gobernaba en ella: Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra.

Grabado contenido en 'Daemonologie', libro del rey Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, donde se puede ver un grupo de brujas azotadas arrodillándose ante él.

La demonología, a la orden del día

La superstición no la inventó el hijo de María Estuardo, aunque fue el resposable de la primera gran "caza" –hubo cuatro entre 1590 y 1727– y durante su reinado contribuyó a extener el rechazo y la delación de personas que, en ocasiones, el único "delito" que habían cometido era darle un amuleto a alguien para encontrar el amor. El clima en el continente acompañaba: en los siglos mencionados, no era extraño que en cualquier país de Europa se hablara de magia, hechizos y sortilegios y por eso Goodare recibe, a raíz de su trabajo, consultas desde distintos países del continente para iniciar investigaciones similares a la suya. "Era un momento en que la gente creía que el diablo actuaba en el mundo y que había personas que tenían poderes mágicos con los que podían hacer daño a sus vecinos", explica sobre un tiempo en el que la demonología formaba parte de la teología cristiana, lo que daba validez a todas esas creencias.

Los tratados sobre el asunto tampoco eran raros. Uno de los más influyentes lo publicó el sacerdote Heinrich Kramer en 1487: The Malleus Maleficarum, que sirvió de guía para perseguir y combatir a las personas acusadas de tratar con el diablo. En él se inspiró también el rey Jacobo, único monarca del mundo y de la Historia en firmar un volumen sobre el mismo tema: Daemonologie, publicado originalmente en 1597.

Portada del libro sobre brujería publicado por Jacobo VI en 1603.

D.R.

"Los acusados no creían ser brujos, sí los tribunales a menudo, también sus vecinos", explica Goodare, autor de The European Witch-Hunt" (La caza de brujas europea). Pero no todo el mundo lo tenía claro. En 1584, el caballero Reginald Scot publicó The Discover of Witchcraft (El descubrimiento de la brujería), donde calificaba de irracional y anticristiana la acusación de hechicería. Y responsabilizaba a la iglesia romana de fomentarlo. Desenmascarando a los charlatanes, intentó minimizar el miedo de la población, pero su tarea se truncó en 1603. Ese año se unieron las coronas de Inglaterra y Escocia, Jacobo fue rey de ambas, y mandó quemar los libros de Scot en todo el territorio.

La primera gran 'caza'

La influencia de Kramer en el libro del rey es evidente, pero al monarca también le influyó una historia escuchada en su familia. Ocurrió en 1441. La protagonista, Eleanor Cobham, duquesa de Gloucester, fue señalada por hacer tratos ilegales con Marjory Jourdemain, más conocida como la Bruja del Ojo, a quien supuestamente acudió para provocarle la muerte a su suegro, el rey Enrique VI. Como castigo, la hicieron caminar por la calle a cara descubierta y la exiliaron a la Isla de Man, donde pasó el resto de su vida recluida en el Castillo de Peel. Con esa historia en mente, Jacobo protagonizó su propio caso en 1590 tras acusar a un grupo de 70 personas de provocar una tormenta en el Mar del Norte para que el barco en el que viajaba rumbo a Escocia su prometida, Ana de Dinamarca, naufragara.

En el proceso, conocido como los juicios de North Berwick, se sometió a torturas a los acusados, que acabaron reconociendo el delito e inventando conjuros ante el tribunal, que los usó para condenarlos. Entre ellos, uno que consistía en cortarle los genitales a un hombre muerto, colgarlos de las patas de un gato vivo y lanzar al animal por la borda: aseguraron que era la mejor manera de azuzar una tormenta. El rey, fascinado por esos relatos, exigió dirigir los interrogatorios, en los que impuso sus propios protocolos. Por ejemplo, el de afeitar cuerpo y cabeza a los sospechosos, fueran hombres o mujeres, para buscar en su piel "la marca del Diablo", la prueba definitiva que podía condenarlos.

En una de esas sesiones, interrogó a Agnes Sampson, quien tras horas de negarse a hablar, se acercó a él, le habló al oído y, según el monarca, le dio detalles de su noche de bodas con Ana que nadie más podía saber. "Desde ese momento, su interés por la brujería se convirtió en una peligrosa obsesión", afirma la historiadora Tracy Borman a VF. La experta, autora de dos libros sobre la afición del monarca por las artes oscuras, ve en la infancia de Jacobo VI la causa de su interés por esos temas. "Su crianza tuvo un efecto significativo en sus opiniones y creencias", cuenta haciendo hincapié en un niño que fue nombrado rey nada más nacer y cuya formación estuvo marcada por la biografía de su madre, María Estuardo, encarcelada durante 20 años por su prima, Isabel I de Inglaterra, y después ejecutada.

Esa experiencia, según Borman, no solo tornó al futuro rey en un joven especialmente morboso, también en alguien especialmente misógino: "Era un comportamiento normal en su época, pero aún así, ese rasgo sobresalía especialmente en un hombre que creció escuchando comentarios negativos y muy despectivos sobre su madre".

Obra de 1864 sobre la Duquesa de Gloucester, Eleanor Cobham, que en 1441 fue desterrada a la Isla de Man por contratar los servicios de la Bruja del Ojo con el fin de acabar con su suegro, el rey Enrrique VI.

Getty Images.
Morbo y misoginia

También en el libro de Kramer ese desprecio: "Consideremos principalmente a las mujeres y por qué este tipo de perfidia se encuentra más en el sexo débil que en los hombres", dice un texto que señala a las comadronas como las féminas que "superan en maldad a todas las demás". En el volumen del rey hay comentarios parecidos, pero arremete contra las mujeres por motivos distintos. Mientras Kramer señala la lujuria como origen del mal en la mujer, en el de Jacobo VI, ellas son malignas por sus ansias de poder: la historia de la duquesa de Gloucester, la de su propia madre, la de su tía, Isabel I, y por último, las brujas: señoras que dan soluciones a problemas con las cosechas, los vecinos o las epidemias y además, tienen tratos con el diablo. Por eso, lo que le preocupa al monarca no es con quién o con cuántos se acostaban esas magas: lo que le inquieta es que pongan en entredicho su autoridad, pues además de rey, es cabeza de la Iglesia.

Para señalarlas, Jacobo usó su Daemonologie, escrito como un diálogo entre dos personajes llamados Philomathes y Epistemon: "¿Cuál puede ser la causa de que haya veinte mujeres dedicadas a unas artes donde solo hay un hombre?", pregunta Philomates y el otro responde: “La razón es sencilla, como ese sexo es más débil que el del hombre, es más fácil que sea atrapada en las asquerosas trampas del Diablo”. También empleó otra arma para reforzar su postura ante el pueblo: la Biblia, de la que el monarca mandó hacer la primera versión en inglés directamente traducida del griego. Se editó en 1611 y pasó a la historia con su nombre: Biblia del Rey Jacobo. En ella se apoyó–especialmente en todas las referencias a hechiceras, también a Eva y la pérdida del Paraíso– para justificar sus "cazas".

'El aquelarre', obra de Frans Francken El Joven datada en 1606.

D.R.

Sobre esa misoginia también hablan las cifras: 2.702 de las 3.141 personas investigadas por el equipo de la Universidad de Edimburgo eran hechiceras, no hechiceros. Ahora bien, hay otras cuestiones que hay que tener en cuenta en este asunto. Por ejemplo, ¿cómo eran los hombres investigados? Según los profesores de la Universidad de Alberta Lara Apps y Andrew Gow, uno de los motivos por los que destuvo a menos varones es que, ni era raro, ni molestaba que ejercieran como curanderos, hicieran pócimas o algún trabajo relacionado con las artes oscuras. Los dejaban hacer.

Otro de los motivos que desgranan los autores de Male Witches in Early Modern Europe (Hombres brujos en la Europa de la Edad Moderna) tiene que ver con lo que llaman "feminización del brujo" –los hombres que se dedicaban a este tipo de tareas no eran considerados como varones sino como hembras– un concepto que para otros investigadores es problemático, pues no está claro que hubiera un "repertorio" de identidades de género tan variado en esos años. Lo que sí creen los investigadores canadienses es que la caza de brujas, fue una persecución "relacionada" –no "específica"– con el sexo de la víctima. Es decir, no se las perseguía por ser señoras, sino por ser brujas, aunque imperaba la idea de que esa actividad era propia de mujeres.

Al margen de las motivaciones están los números. En el Fornicarius de Johannes Nider – teólogo del siglo XV cuyo quinto libro de ese volumen está dedicado a la brujería y el satanismo– registra 47 hombres perseguidos frente a 13 mujeres en Alemania. En el francés Demonomanie des sorciers, 820 varones frente a 399 mujeres. Y en el Flagellum Haereticorum, de Nicholas Jarquier, 40 frente a 3. Los tres son anteriores al Malleus Maleficarum, que pone la proporción de brujas por delante de la de brujos (197 frente a 453) y es el modelo que sigue Jacobo VI, que compró el argumento de la maldad congénita de las mujeres, lo trasladó a su libro y lo convirtió en la norma. También en ley, pues él fue quién dictó cómo había que perseguir y torturar a las hechiceras.

Un ejemplar de 1616 de la Biblia del Rey Jacobo.

Getty Images.
El punzón de Kincaid

"Una de las torturas más frecuente era la privación de sueño durante tres, cuatro o cinco días", explica Goodare sobre lo que han encontrado en su trabajo referido a la manera en que hacían confesar a los procesados. Otras prácticas consistían en atarlos a un poste a la intemperie o ponerles cepos en las piernas mientras los exhibían ante el pueblo. A veces, se aplicaban todas a la misma persona.

Otra idea que extendió Jacobo VI es "la marca del Diablo" como prueba condenatoria. A veces era una mancha, un lunar o cicatriz que según los manuales, era insensible al dolor. Era por dónde había entrado el demonio en el brujo o la bruja. Esas técnicas, aplicadas durante los interrogatorios, se siguieron haciendo ya fallecido el monarca y algunos hicieron fortuna poniéndolas en práctica: John Kincaid fue el más sangriento cazador de brujas y su nombre aparece en el trabajo realizado por la Universidad de Edimburgo.

Según puede leerse en Witch-Hunting in Scotland: Law, Politics and Religion, de Brian P. Levack, Kincaid fue un perseguidor de brujas avezado en detectar la marca. Tal como dejó escrito el rey en su manual demonológico, usaba punzones sobre el cuerpo del sospechoso para encontrarlas. Si no había suerte, les perforaba un pezón, pues decía que era por ahí por dónde más fácilmente se colaba el mal. Kincaid realizó su trabajo sobre todo en la región de Lothian, aunque también operó en el Norte de Inglaterra, donde hay registros que indican que cobró 20 chelines por cada detenida. Pero su labor pricipal tuvo lugar en Escocia, donde Christina Larner –una de las primeras historiadoras británicas en investigar la persecución de brujas en Gran Bretaña– documentó en uno de sus libros que Kincaid cobró 6 libras escocesas por pinchar a Margaret Dunhome y recibió un extra de tres para la comida y el vino que tomaron él y su criado.

Marion Inglis fue su primera víctima en Escocia. Tras una disputa en su vecindario, fue acusada de "maléfica y endemoniada” y de haber causado enfermedades y muertes en su entorno. Kincaid buscó en su cuerpo la marca del diablo y la torturó, pero ella no confesó nunca. En 1662, fue acusado de fraude y encarcelado. Él mismo reconoció que había mentido sobre las pruebas empleadas para identificar brujas.

'Las tres hermanas fatídicas', cuadro de Henry Fuseli sobre 'Macbeth' de William Shakespeare datado en torno a 1780.

Getty Images.
La obra escocesa

También el arte recogió ese clima que se vivió en Europa en una época que fue conocida como "el tiempo de las hogueras", de manera especialmene preocupante en tierras escocesas y durante el reinado de Jacobo VI. Macbeth, de William Shakespeare es el ejemplo más célebre, y está más que reconocida la influencia de Daemonologie en el texto que el dramaturgo estrenó dos años antes de morir Jacobo VI.

También hay referencias al poder de los vientos y el mar que harían referencia al motivo que propició los juicios de North Berwick, muy conocidos en aquellos años gracias a un panfleto que circuló explicándolo: el Newes from Scotland. Pero no solo las tres brujas, las hermanas fatídicas, hablan de ese contexto: la propia protagonista, Lady Macbeth, es retratada como una mujer sangrienta, malvada y fría, que pretende arrebatarle el papel a los hombres y acaparar más poder que su marido.

La huella está también en la pintura: lienzos como los que aparecen ilustrando este artículo dan cuenta de la obsesión que en esos años vive Europa. De los grabados de Agostino Veneziano –datados en el primer cuarto del siglo XVI, donde retrata a hombres y mujeres bailando en torno a horribles criaturas– hasta las múltiples recreaciones de las brujas de Macbeth –como las de John Runciman o las de Henry Fuseli, que parecen hombres– la pintura hizo hincapié en el aquelarre, en el aspecto monstruoso o lujurioso de la bruja y su señor, el Diablo.

'Tres cabezas: las brujas de Macbeth' (1767-68), de John Runciman.

D.R.

Y puso rostro a las "culpables", víctimas en realidad, pero no señaló a los responsables, ni a los verdugos, ni a otras "hechiceras" aceptadas por el sistema, las que iban a los juicios en calidad de expertas para determinar la culpabilidad de una "compañera". Eso también es lo que ha procurado paliar el trabajo de la Universidad de Edimburgo poniendo nombre a los perseguidores, jueces y acusadores.

Pero uno de sus principales impulsores advierte: "Deberíamos hacer un esfuerzo extra en comprender a esa gente. La caza de brujas fue un proceso opresivo e injusto, pero hay que entender todo el contexto antes de condenarlos". Así reflexiona Goodare, que está de acuerdo en que lo que pasó realmente con las brujas de Escocia explica mucho más, del pasado y del presente, que un cuento de Halloween.