Isabel de York, la Princesa Blanca

Isabel de York, la Princesa Blanca

HBO acaba de estrenar La Princesa Blanca, la serie que narra la vida y miserias de Isabel de York.

La historia la conoce por ser la madre del decapita esposas Enrique VIII. Una mujer eclipsada por la fuerza de los reyes que dominaron su vida: su padre, su hermano, su tío, su marido y, más tarde, su hijo. Por suerte, la literatura y la televisión se ha interesado al fin por la historia de su vida, una vida llena de giros inesperados de desgracia y suerte.

Isabel de York nació en 1466. Era la primera hija del rey Eduardo IV y de su esposa, la viuda de origen plebeyo Isabel Woodville. Sus padres habían desafiado las normas casándose por amor, pero ella, como princesa de Inglaterra, no iba a tener la misma suerte. A los once años, su padre la prometió con el Delfín Carlos de Francia, el hijo de Luis VX. Su destino parecía claro: un día, sería la reina consorte de Francia. 

La Vida de la Princesa Isabel de York

La princesa Isabel empezó a prepararse para su futuro dorado y sus padres ordenaron que la llamaran madame la deuphine. Todo quedó en nada cuando Luis VX encontró una novia más interesante para su Delfín y canceló el enlace. Eduardo IV, que tenía intención de casar a sus cinco hijas con reyes extranjeros, se llevó uno de los grandes disgustos de su vida. Pero la mala suerte no había hecho más que empezar. Eduardo IV murió de neumonía pocos meses después, en 1483, dejando a su esposa e hijas totalmente desprotegidas.

El hermano del rey, el famoso malvado de Shakespeare Ricardo III, hizo desaparecer a los dos hijos varones de Eduardo IV y fue coronado como nuevo soberano en junio. Isabel, su madre y sus cuatro hermanas pasaron más de un año acogidas a sagrado y comiendo la carne que los comerciantes de Londres enviaban por lástima. Sin embargo, la atención de Inglaterra volvió a centrarse en la princesa Isabel cuando todo el mundo se dio cuenta de que, con sus dos hermanos varones muertos, ella era ahora la auténtica heredera al trono.

La Historia de Isabel de York

En la Edad Media, que una mujer gobernara por derecho propio era impensable, pero una boda con Isabel de York garantizaba la corona de Inglaterra para cualquier pretendiente al trono con un mínimo de opciones. Eso fue lo que pensó Enrique Tudor, un aspirante a rey que llevaba años en el exilio. La reina viuda y la madre de Enrique Tudor llegaron a un acuerdo: si el joven conseguía derrocar al usurpador Ricardo III, la princesa se casaría con él.

Mientras Enrique Tudor organizaba su regreso, Ricardo III exigió que sus sobrinas volvieran a la corte en 1484 para servir a su esposa. Es aquí cuando comienza uno de los capítulos más turbulentos de la vida de Isabel de York y algo que la propaganda Tudor siempre se esforzó por ocultar.

Isabel de York y Ricardo III

Isabel de York tenía dieciocho años. Tenía el pelo rubio rojizo y la piel clara ideal en la época. Era exuberante y bonita. Ricardo tenía treinta y dos y estaba casado con una reina que siempre estaba enferma. En cuestión de días, nació una atracción explosiva entre tío y sobrina. La princesa no pudo evitar sentirse fascinada por el rey de Inglaterra, aunque hubiera sido el causante de la desgracia de su familia. La corte no hablaba de otra cosa. Cuando la reina murió poco después, Ricardo planteó al parlamento la posibilidad de casarse con Isabel, pero los lores del reino le quitaron la descabellada idea de la cabeza. Inglaterra ya le consideraba un tirano y un ladrón; lo último que necesitaba era casarse con la hija de su hermano y con el cadáver de su esposa aún caliente.

Mientras soñaba con su boda, Isabel de York escribió una carta en la que aseguraba «pertenecer al rey, su única alegría en el mundo, en alma, pensamiento y cuerpo». En la carta, la princesa se ponía tanto en evidencia, que quienes la leyeron dijeron que era evidente que Isabel no tenía ni idea de diplomacia.

La Firma de Isabel de York

En 1485, Enrique Tudor cumplió su promesa, regresó a Inglaterra y mató a Ricardo III en la batalla de Bosworth. Lo primero que hizo el nuevo rey fue presentar sus respetos a su futura esposa mediante un mensajero, pero retrasó la boda, a propósito, durante meses. La razón es que quería que quedara claro que había ganado su derecho a reinar por su hacer en el campo de batalla, no gracias a su matrimonio con Isabel de York. Por esa misma razón, Tudor exigió ser coronado en solitario. Sus consejeros tuvieron que exigirle que se casara de una vez con la princesa.

El lema de Isabel de York como reina consorte fue modesta y penitente. Los embajadores extranjeros reportaron que Enrique VII no parecía sentir mucho afecto hacia su esposa, a pesar de que era «hermosa, dulce y fértil».

La Boda de Isabel de York y Enrique Tudor

A diferencia de su madre, Isabel Woodville, que como reina había acumulado tierras, riqueza y títulos para ella y para sus familiares, Isabel de York nunca supo sacar provecho económico de su condición. Era de trato fácil y poco ambiciosa; y la experiencia de los últimos años le había demostrado lo fácil que era perderlo todo de un día para otro. Era mejor mantener un perfil bajo y dedicarse a lo que se esperaba de ella: tener muchos hijos.

Aunque los retratos la muestran lujosamente engalonada, hay constancia de que Isabel de York andaba siempre corta de dinero. A pesar de la inmensa riqueza que llegó a amasar Enrique Tudor, su reina llevaba vestidos remendados y zapatos adornados con metales baratos. 

Por otra parte, Isabel de York era una princesa de nacimiento, acostumbrada a tenerlo todo y que no sabía muy bien cuál era el valor de las cosas. Daba propinas y limosnas desproporcionadas. En una ocasión, llegó a recompensar a un súbdito con trescientas libras por regalarle un loro, una cifra escandalosa para la época.

La Reina Isabel de York

Con los años, el amor entre Enrique e Isabel fue creciendo. A diferencia de otros monarcas, el rey nunca quiso tomar una amante. Ni siquiera durante los embarazos de su esposa.

Isabel de York murió de fiebre puerperal el 11 de febrero de 1503, el mismo día en que cumplió treinta y siete años. Enrique Tudor pasó seis semanas encerrado en sus aposentos sin querer ver a nadie. Nunca superó la muerte de su reina y fue a partir de entonces cuando mostró signos de ira irracional y mal carácter, los rasgos de su personalidad que han pasado a la historia. La Torre de Londres, el palacio en el que había muerto Isabel, dejó de ser una residencia oficial para convertirse en una cárcel.

Enrique Tudor vistió de luto durante meses y ordenó que cada once de febrero se encendieran cien velas en memoria de Isabel. El ritual era tan costoso que su propio hijo, Enrique VIII, lo suprimió en cuanto ascendió al trono unos años después.

Enrique Tudor y su Esposa Isabel

Antes de morir, Enrique Tudor pidió ser enterrado junto a la esposa a la que en realidad siempre había amado, aunque ni siquiera él mismo hubiera sido consciente de ello. Años después, los historiadores Tudor maquillaron la historia de Isabel de York para hacerla aún más sosa, pero la reina llevó una vida repleta de sufrimiento… y también de muchas pasiones.