Isabel II y Felipe de Edimburgo, una historia de amor Real

Isabel II y Felipe de Edimburgo, una historia de amor Real

La reina Isabel II y su consorte, Felipe de Edimburgo, han sido protagonistas del matrimonio más longevo de la historia de las monarquías. ¿Fue su amor una historia real?

Isabel II y Felipe de Edimburgo, una historia de amor Real (Gema Boiza)
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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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Habían coincidido antes, pero la primera vez que los ojos de uno se posaron en los del otro fue en 1939, cuando la princesa Isabel era todavía una niña de 13 años; él, un cadete de la Marina, y la Vieja Europa, un polvorín a punto de estallar. Sin embargo, ni la juventud de ellos ni el horror de las bombas de la Segunda Guerra Mundial lograron acabar con la chispa que había saltado entre la futura Isabel II y su futuro marido, Felipe de Edimburgo. Al contrario. Terminada la contienda y pese a las reticencias de la familia real británica, se casaron en 1947 y de su matrimonio, el más longevo de la historia real, nacieron cuatro hijos —Carlos, Ana, Andrés y Eduardo—. Solo la muerte les pudo separar. Él se apagó el 9 de abril de 2021, cuando le faltaban apenas dos meses para cumplir 100 años. Ella, la reina que el pasado junio cumplió 70 años en el trono, se ha ido un año y cinco meses después.

Isabel II y Felipe de Edimburgo, una historia de amor Real

Isabel II y Felipe de Edimburgo. Foto: Getty.

¿Quién habría podido pensar que, con tan solo 13 años, la hija del rey Jorge VI de Inglaterra iba a encontrar al amor de su vida? Pocos serían quienes habrían apostado por esa opción y, sin embargo, así fue. La heredera al trono británico conoció al entonces Felipe de Grecia y Dinamarca a finales de los años 30, en una visita a la Royal Naval College, cuando él era un cadete de la Armada Real Británica y un joven de 18 años, apuesto, elegante, educado y de una belleza de la que ella se quedó prendada.

Un mal momento para enamorarse

Aquella atracción y enamoramiento fue dando paso a una verdadera historia de amor que se fraguó cuando el Viejo Continente se vio arrasado por la Segunda Guerra Mundial. Un conflicto en el que él participó como un soldado de la Guardia Real para servir a su país. El que podría haber sido el peor escenario para que una relación de pareja echase a rodar se convirtió en el mejor caldo de cultivo para que se viera reforzada.

Las misivas que se enviaron durante aquellos difíciles meses, y cuyo contenido nunca ha trascendido, avivaron el fuego entre ambos y se fueron atizando con las fugaces visitas que Felipe hizo a Isabel.

Felipe durante un viaje en velero

Felipe durante un viaje en velero cuando era joven. Foto: Getty.

Un príncipe con título, pero sin reino

En una de ellas, en 1943, Felipe pidió la mano de Isabel al rey Jorge VI, quien se opuso a aquella unión por la juventud de la futura reina y por el pasado alemán de aquel pretendiente, que era un príncipe con título (de Grecia y Dinamarca), pero sin reino, sin fortuna y sin unos padres dignos de ser sus suegros.

El padre de Felipe, Andrés de Grecia y Dinamarca, iba de amante en amante, y su madre, Alicia de Battenberg, salía y entraba de instituciones mentales para tratar una depresión de la que estuvo presa toda su vida. La mejor carta de presentación de Felipe era tener como pariente cercano a uno de los hombres más influyentes del país, lord Mountbatten. A esas dificultades se sumaban las derivadas de las responsabilidades que Isabel empezaba a tener como heredera al trono. Nada pudo con ellos. La fuerza con la que defendieron su amor hizo que la familia real británica y la nobleza del país, que también se oponía a esa relación, dieran su brazo a torcer.

Un «sí, quiero» y tres renuncias

El 20 de noviembre de 1947, la princesa Isabel contrajo matrimonio en la imponente abadía de Westminster de Londres con su gran amor. Para dar aquel sí quiero, Felipe tuvo que hacer tres renuncias que cambiarían para siempre su vida.

Isabel Windsor y Felipe Mountbatten el día de su boda

Isabel Windsor y Felipe Mountbatten, el día de su boda, el 20 de noviembre de 1947. Foto: Getty.

La primera de ellas fue desprenderse del título de príncipe de Grecia y Dinamarca que lo había acompañado desde su nacimiento en 1921. Una concesión con la que se convertía en ciudadano británico y tras la que le otorgaron el tratamiento de Su Alteza Real y los títulos de duque de Edimburgo, conde de Merioneth y barón de Greenwich. La segunda tuvo que ver con la religión, al verse obligado a dejar la ortodoxa para adoptar la anglicana. Y la tercera le llevó a coger el apellido inglés de la familia de su madre, Mountbatten. Requisitos a los que Felipe sumó uno que Isabel le había pedido explícitamente: dejar de fumar. Lo hizo de un día para otro.

Tras casarse en una boda que fue televisada, radiada y seguida por millones de personas en todo el mundo, la pareja real se instaló en Windlesham Moor cerca del castillo de Windsor, hasta el 4 de julio de 1949 cuando se mudaron a Clarence House, en Londres. Varias veces entre 1949 y 1951 el duque de Edimburgo fue destinado al protectorado británico de Malta como oficial de la Marina Real. Tanto él como su esposa vivieron de forma intercalada, durante varios meses, en la aldea maltesa de Gwardamangia, en Villa Gwardamangia y en la casa alquilada del tío de Felipe, lord Mountbatten.

Isabel, reina. Felipe, príncipe consorte

Sin embargo, aquellos primeros años de vida algo más anónima en la que Isabel y Felipe ya habían sido padres de su primogénito, el príncipe Carlos, acabaron en 1952 cuando ella tuvo que suceder a su padre. Aquella princesa fue proclamada reina de Inglaterra y su marido, príncipe consorte. Empezaron entonces algunos desequilibrios para aquella pareja en la que la mujer reinaba y el marido, al que no le permitieron seguir en la Marina tras la coronación de Isabel II, solo la acompañaba, en la absoluta sombra. Una situación que no fue fácil de digerir para Felipe de Edimburgo, quien tampoco pudo dar sus apellidos a sus dos primeros hijos, herederos al trono inglés y bautizados bajo el nombre de los Windsor. «Soy el único hombre en el país al que no se le permite dar su apellido a sus hijos», dijo entonces.

Primeras desavenencias

Aquellos conflictos vendrían acompañados de los primeros rumores acerca de las infidelidades del príncipe consorte. Corría el año 1956 cuando Felipe hizo un viaje sin su esposa en el que, según se dijo entonces, no iba solo.

Isabel II, una mujer con un poder absoluto en una de las naciones más poderosas de la Tierra, trató de mitigar al menos la frustración de su marido, permitiéndole dar su apellido a su tercer y cuarto hijo, Andrés y Eduardo. Aquella orden, emitida en 1960, declaraba que los descendientes masculinos de la reina que no llevasen el tratamiento de Alteza Real o el título de príncipe tendrían el apellido Mountbatten-Windsor. Además, concedió a su marido el título de príncipe del Reino Unido.

Retrato de Isabel II y el príncipe Felipe en Buckingham

Retrato de la reina Isabel II y del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, en el palacio de Buckingham, en diciembre de 1958. Foto: Getty.

Aquel reconocimiento explícito fue considerado por muchos como una verdadera prueba del amor que Isabel sentía y sintió toda su vida por su marido. Un príncipe del que la historia ha dicho que fue más fiel a la reina que a su esposa. Una esposa que ni confirmó ni desmintió sus supuestas infidelidades pero que, práctica hasta la médula, sí dijo: «Los hombres tienen ciertas necesidades y eso no significa que quieran menos a sus mujeres».

¿Rumores o infidelidades?

Esas «necesidades» pudieron estar detrás de algunas de las infidelidades que se atribuyeron a Felipe en no pocas ocasiones. En las décadas de los años 50 y 60 se relacionó al duque de Edimburgo con la gran escritora Daphne du Maurier, cuyo marido, sir Frederick Browning, trabajaba en su oficina, y con su amiga de la infancia Hélène Cordet, madre de uno de sus ahijados. La rumorología sostuvo que también tuvo un idilio con Patricia Kirkwood, actriz radiofónica, cinematográfica y televisiva y toda una estrella de los musicales. No fueron los únicos nombres que saltaron a los tabloides. A lo largo del matrimonio, Isabel II también tuvo que ver cómo se relacionaba el nombre de su marido con el de la actriz Zsa Zsa Gabor o con el de Susan Barrantes, madre de Sarah Ferguson, quien años después se convertiría en su nuera.

Escritora Daphne du Maurier

La escritora británica Daphne du Maurier (1907-1989), famosa por novelas como La posada de Jamaica, Rebeca, Mi prima Raquel o Los pajaros. Foto: Getty.

En los supuestos escarceos del duque de Edimburgo la prensa rosa —y , sobre todo, la prensa sensacionalista británica— también ha situado a la aristócrata argentina Malena Nelson de Blaquier y a la princesa Alexandra de Kent, prima hermana de Isabel, once años menor que ella y dama de honor en su boda.

Lilibet en privado

Hasta la fecha no hay pruebas que verifiquen esos rumores. Quienes tuvieron ocasión de compartir momentos íntimos con la reina y su esposo pudieron ser testigos de que en privado él la llamaba Lilibet y de puertas para fuera, mam (señora), cumpliendo con absoluta entrega todo lo que se le exigía por cargo y rango, arrodillándose incluso ante ella cuando era menester con una eterna sonrisa y elegancia.

Si Isabel II consagró su vida al servicio de su país, Felipe de Edimburgo supo estar en esa sombra a la que le destinaron y conciliar ese ingrato papel que desempeñó en organizaciones benéficas y en la universidad. Fue patrocinador de muchas organizaciones como los Premios duque de Edimburgo y el Fondo Mundial para la Naturaleza. Funciones de las que se retiró en 2017, cuando ya contaba con 96 años de edad y continuar con su agenda le era muy complicado. Desde 1952, fueron un total de 22.219 los compromisos reales que Felipe de Edimburgo había completado. Solía decir que su trabajo era «cuidar a la reina y hacerle su vida más fácil» y añadía con humor, al hablar de sí mismo, que era «el descubridor de placas más experimentado del mundo».

Entregado a la reina

Teniendo en cuenta que los flashes, las preguntas y exponerse en público nunca fueron sus puntos fuertes, es obvio que su resistencia a un vertiginoso ritmo de vida pública lo acercó más a su mujer y a su reina.

Isabel II siempre quiso y supo reconocer la labor y la entrega de su marido ante la institución de la monarquía, ante el pueblo británico y ante su propia familia (una recompensa a las seis décadas como consorte británico). En 2011, con motivo del 90 cumpleaños de su marido, la reina le otorgó el título de lord gran almirante del Reino Unido. Un cargo que la reina había ostentado desde 1964.

Los reyes en un partido de polo en 2018

Los reyes asisten a un partido de polo en junio de 2018. Foto: Getty.

A Felipe le dio tiempo a vivir una década más siendo su consorte y esposo. Nacido el 10 de junio de 1921 en Corfú (Grecia), murió el 9 de abril de 1921, a los 99 años de edad, en el castillo de Windsor. Fue así el consorte más longevo y con el ejercicio más largo en la historia de la monarquía británica, así como el hombre de mayor edad en la historia de la familia real del Reino Unido. También fue el último consorte del Reino Unido de origen regio, pues había nacido príncipe por derecho propio, como Felipe de Grecia y Dinamarca.

Fue el gran amor de la vida de Isabel II, los 517 días que vivió tras la muerte de su inseparable marido fueron una lenta caída de la reina. Isabel y Felipe, Felipe e Isabel pudieron con todo y vivieron juntos más de 70 años.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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