SBO006 – Jerarquías y Dinámica Social
Isabel de Borbón: una aproximación social
y política en su espacio cortesano
Alberto Serrano Monferrer
Profesores: Carmen Mª Fernández Nadal y Manuel Lomas Cortés
Máster Interuniversitario en Historia e Identidades
en el Mediterráneo Occidental (siglos XV-XIX)
Curso 2016/2017
SBO006 – Jerarquías y Dinámica Social
Profesores: Carmen Mª Fernández Nadal y Manuel Lomas Cortés
Alberto Serrano Monferrer
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CONTENIDO
Introducción..........................................................................................................................................3
La esposa del Rey Planeta que vino de Francia....................................................................................3
La Casa de la reina Isabel y los intentos de reforma (1622-1644).......................................................5
El poder de Isabel de Borbón y sus redes de influencia.......................................................................6
Una reina del Barroco: arte y propaganda............................................................................................7
1644: la Reina ante la muerte...............................................................................................................9
Conclusión..........................................................................................................................................11
Bibliografía.........................................................................................................................................11
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Isabel de Borbón: una aproximación social y política
en su espacio cortesano
La perfección política pone el Cielo de los perfectos al alcance de las
reinas. Una perfección deseada en el ejercicio del poder real de Felipe IV.
(Vincent-Cassy, 2013: 16)
Introducción
A pesar de la decadencia económica y política de la Monarquía hispánica en el siglo XVII, el Siglo
de Oro español es, como se sabe, un período histórico fascinante y diverso, en el que predomina
por su amplia cronología en la parte central de la centuria el reinado de Felipe IV (1621-1665),
nacido en 1605. En la época en que se sucedieron las más importantes dificultades (internas y
externas) para la conservación del Imperio, la dimensión político-social cortesana gana en interés y
sugestión por hallarnos ante una corte madrileña donde el rígido protocolo áulico, las relaciones de
poder y las categorías sociales venían vinculados a la espléndida producción cultural del momento
en forma de producciones visuales y escritas. En este ensayo, se tratará de obtener una visión
panorámica de la realidad político-social en torno a la figura de la reina consorte Isabel de Borbón
(1602-1644), primera esposa de Felipe IV y madre de la infanta María Teresa (futura esposa de Luis
XIV de Francia). Una reina fallecida de forma inesperada y el hecho de no haber sido madre de
sucesor al trono, pueden explicar la relevante poca atención historiográfica a su figura. Sin
embargo, a pesar de su escasa formación política, deben estudiarse los éxitos de la reina Isabel en
cuanto a su poder temporal de regencia, aspecto unido a su Casa real y su imagen pública.
La esposa del Rey Planeta que vino de Francia
La infanta Isabel, nacida en el palacio de Fontainebleau el 22 de noviembre de 1603, era hija
del rey francés Enrique IV de Borbón, y de María de Médici.1 Su progenitor había introducido la
Casa de Borbón en la Monarquía francesa, y su madre procedía de una de las familias más
tradicionalmente poderosas de la Península itálica. En Francia, las infantas, alejadas del trono por la
Ley Sálica, conseguían «adquirir por el matrimonio lo que los herederos masculinos no lograron
obtener más que por la guerra».2 Así, entre su nacimiento y 1615, Isabel fue infanta de Francia, y
recibió una educación acorde a los parámetros de la nobleza del siglo XVII, atendiendo a las
virtudes, desarrollando una actitud pía y religiosa, y asimilando los principios adecuados de
protocolo y buena educación (un programa educativo basado en Erasmo y Montaigne, entre otros).
Para esta tarea pedagógica, la princesa estuvo al cargo de la baronesa de Monglat y de la antigua
1
Lacarta, 1996: 189.
Martínez Millán y Hortal Muñoz, 2015: 1352. Por ello, el plan de Enrique IV osciló entre casar a su hija Isabel con el
heredero de la Corona de Inglaterra, con el príncipe de Gales, o bien con el príncipe español Felipe.
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reina de Francia, Margarita de Valois. Entre sus hermanos pequeños, Luis futuro rey Luis XIII
fue lógicamente un niño de rango exclusivo, protagonista de la Corte francesa, aunque ambos se
mostraron un afecto mutuo.3 Los infantes pasaron su etapa infantil en el palacio de Saint Germain,
de vasta superficie y con diversos atractivos como un pequeño zoológico y grutas artificiales
iluminadas. Tales posibilidades de entretenimiento hicieron de Isabel una mujer desenvuelta y
cultivada a su llegada a Madrid con trece años, mostrando grandes capacidades, amplia cultura y
dominando el lenguaje de Corte. Sin embargo, al no estar destinada a reinar en Francia, su
formación había dependido de una consideración secundaria y discreta, el modelo de la virtud
femenina que se consideraba en aquél contexto.4
En el año 1615, cuando el príncipe Felipe hijo del rey Felipe III de Habsburgo era aún
heredero al trono en España, contrajo matrimonio por poderes en
Burdeos con la princesa Isabel de Francia. Sus instrucciones políticas
de ésta última se basaban en tres ejes: «obediencia al marido,
preservación de la dignidad regia y prioridad de los vínculos
familiares en la política».5 Con todo, la consumación del real
matrimonio no fue permitida hasta finales de 1620, cuando Isabel
cumplió los diecisiete años.6 Desde marzo de 1621,7 siendo ya reina
consorte de un coronado Felipe IV de Habsburgo (apodado el Grande,
o el Rey Planeta), Isabel vivió una serie de partos infortunados, hasta
que diera a luz al príncipe Baltasar Carlos el año 1629, la esperanza de
regeneración de la Monarquía, quien viviría sólo diecisiete años. Tras haber dado a luz a una niña
que no vivió un año, trajo al mundo, ya en 1638, a la infanta María Teresa. En estas circunstancias
de dificultad para la descendencia de la pareja regia, don Juan José de Austria fue, como es sabido,
uno de tantos hijos naturales8 del rey Felipe, fruto de sus abundantes relaciones extramatrimoniales.
Frente a un monarca que «se desinteresa poco a poco de los asuntos del reino y se pone [...] en
manos de su favorito»9 Baltasar de Zúñiga, conde-duque de Olivares, «estrella ascendente del
panorama político madrileño»,10 la reina Isabel experimentó una lenta pero progresiva implicación
en los asuntos políticos. A pesar de numerosos contratiempos en su ambiente, como ser «cortejada
por el conde de Villamediana»11, conocer las innumerables infidelidades de su marido, o de su sutil
enemistad con Olivares, Isabel supo cómo mantenerse en su papel de joven reina y cómo responder
3
Ibíd., 2015: 1364.
En este sentido, cabe destacar la diferencia entre la educación en el contexto habsbúrgico español y el borbónico
francés. Mientras en la Casa de Austria hubo una inclinación habitual a entregar tareas de gobierno a las mujeres del
linaje (por ejemplo, Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, siendo gobernadora de los Países Bajos hasta 1633) en la
mentalidad de la Francia borbónica con la Ley Sálica se esperaba la sumisión de la reina al propio monarca.
5
Ibíd., 2015: 1378.
6
Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, 2005: 51. A pesar de las protestas del príncipe Felipe, fascinado por su joven
esposa, a la pareja le fue impuesta la separación de cuerpos (Isabel vivía, alejada, en el palacio del Pardo) y en un viaje
que los esposos realizaron a Lisboa en 1619, viajaron en carruajes independientes.
7
Bennassar et al., 1998: 532.
8
Molas Ribalta, 1988: 291.
9
Op. cit., 1998: 532.
10
Op. cit., 2005: 52.
11
Lacarta, 1996: 190. Llamado Juan de Tassis y Peralta, el controvertido y polifacético hombre de la Corte,
repetidamente desterrado, que moriría asesinado en la calle Mayor en 1622.
4
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políticamente cuando se requirió, aún habiendo sido educada en Francia «en una aguda conciencia
de la inferioridad de su sexo».12
La Casa de la reina Isabel y los intentos de reforma (1622-1644)
El análisis de la Casa de la Reina supone el acercamiento a un espacio político esencial de la
época moderna, un ámbito historiográfico recientemente atendido en España. En el caso de Isabel
de Borbón, implica un ámbito de oposición a las iniciativas políticas de Olivares. Desde el inicio del
reinado, se evidenció la voluntad de tomar como modelo la etapa de Felipe II, por lo que la casa de
la reina Isabel respetó las ordenanzas para la casa de Ana de Austria (cuarta esposa del Rey
Prudente), igualmente seguidas para la de Margarita de Austria en 1603. Según estas directrices, la
casa se organizaba en cuatro separaciones: una pequeña capilla (llamada oratorio), la cámara
(dirigida por la camarera mayor), los oficios de la casa (tutelados por el mayordomo mayor) y la
caballeriza (a cargo del caballerizo mayor).
Al fallecer la reina Margarita en 1611, un número de sus servidores pasaron a servir al
príncipe Felipe y a sus hermanos. Si se requería, se tomaba más personal. Con la llegada de Isabel
de Borbón en 1615, se siguió incrementando el número de oficiales de la casa, tomando como
patrón la casa de Ana de Austria, y siguiendo la línea borgoñona. A partir entonces, los sucesivos
planes de reforma para las Casas reales vinieron vinculados con la situación financiera, y su
propósito final era rebajar gastos de mantenimiento y erradicar las prácticas de corrupción. Por ello,
también se propuso reducir la cantidad de servidores en la Casa de la Reina. Los primeros proyectos
de reforma, inducidos por Olivares, se iniciaron en 1622. La resistencia mostrada por los
mayordomos mayores fue patente. Un segundo esfuerzo reformístico se ejecutó entre 1628 y 1631,
ante la evidencia «del limitado alcance de las reformas propuestas».13 En una nueva fase, durante el
año 1631 se desarrolló una reforma integral, basada en una relación emitida por el Bureo de la reina
en marzo de ese mismo año, documento que completaba de primera mano la información financiera
de la Casa hasta finales de 1629, con un progresivo endeudamiento. Posteriormente, entre 1633 y
1636 se llevó a cabo una aplicación irregular de las reformas, a modo de método de resistencia
interno, y entre 1636 y 1639, en otra fase de intento de ajustar las cuentas, paradójicamente, «se
continuaba aumentando el número de servidores de la casa». 14 En una última fase, se retomaron en
1639 los detallados planes reformísticos para la de la reina, igualmente sin resultados.
En suma, a la muerte de la reina en 1644, el balance de las perseguidas reformas fue poco
exitoso, a pesar de la insistencia en su puesta en práctica desde el comienzo del reinado. No se
consiguió un mejor balance económico, ni que los servidores cumplieran con rigor los deberes de su
oficio. De hecho, la práctica de algunas reformas contradecía funciones básicas de la propia casa
real (el acceso a estos cargos solía ser un modo de recompensa), al tiempo que los oficios de la Casa
suponían un factor primordial en la permanencia de las redes clientelares de la reina. Esta es la
razón por la que la reducción de personas del servicio de la reina fuera conveniente desde el punto
de vista de la Hacienda, pero incorrecto bajo el prisma de los asuntos políticos. Y por ello Olivares
nunca consiguió liquidar la reforma de la casa.
12
Op. cit., 2015: 1389.
Ibíd., 2015: 1406.
14
Ibíd., 2015: 1433.
13
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El poder de Isabel de Borbón y sus redes de influencia
La insuficiente formación política recibida en Francia por Isabel de Borbón, no impidió que
ésta, bien integrada en el contexto de las costumbres españolas, participara en su reinado de ciertas
actividades de poder desde su posición secundaria. Cabe no olvidar las fuentes que la describen con
«carácter jovial y expansivo», con una «desenvoltura [...] compatible con la honestidad»,15 por lo
que no es inverosímil considerarla, atendiendo al conjunto de bibliografía, una mujer enérgica y
decidida. En este terreno, destaca su discreta oposición política a Olivares, dando medido apoyo a
bandos o facciones sociales contrarias al valido. Sin embargo,
su más clara implicación política reside en sus etapas de
regencia. La reina ejerció estas primeras y discontinuas tareas
en 1626, durante las sucesivas ausencias de Felipe IV en las que
visitó las Cortes de Aragón y Valencia, y Andalucía.16 A pesar
de lo limitado de su poder, este año 1626 significó el inicio de la
intervención de la reina en la política del reino, pues fue
oficialmente refrendada como la persona que presidiría la
monarquía en las ausencias del rey, que se repetirían en 1632.17
Pero el verdadero gobierno de regencia de la reina no
llegaría hasta abril de 1642. Entonces, se hizo necesaria la
presencia física de Felipe IV en tierras aragonesas, junto a
Olivares, con motivo de la guerra en curso con Francia,
conflicto iniciado en 1635 y concomitante en aquel momento a
las rebeliones de Cataluña y Portugal. El propósito fundamental de la regencia de la reina desde
Madrid que se dilató durante dos años, hasta su muerte en 1644 fue el de reunir los recursos
económicos necesarios para los frentes bélicos abiertos. Para ello, mostró sus habilidades
diplomáticas y una cualidad especial para la movilización de los súbditos. Los documentos
rubricados por la reina18 revelan un talante firme, dispuesto a la recompensa posterior a quienes
demuestren su valía, así como la justa consideración sobre los compromisos efectuados con el rey.
Había, por ello, diferencia en el tono con el estilo acostumbrado de Olivares. Actuando como «una
verdadera jefa de Estado»19, puede valorarse su regencia como un éxito político, tanto en cuestión
de eficacia en la adquisición de fondos, como en términos de influencia en la Corte.
Por otro lado, en lo referido a las redes de influencia vinculadas al reinado de Isabel, es
necesario destacar primero que, a pesar de la interpretación que concibe la actuación de la reina
como instrumentalizada (minimizando su propio papel autónomo), el propio rey no atribuyó el éxito
de sus iniciativas a los consejeros, sino que se mostró abiertamente «sensible a la popularidad de su
15
Fisas, 2000: 205.
Op. cit., 2015: 1459. Estos poderes temporales de regencia no incluían las decisiones sobre política exterior,
competencia exclusiva del monarca.
17
Oliván Santaliestra, 2014: 23.
18
«Firmar documentos implicaba tener poder en la maquinaria institucional de una monarquía que funcionaba con
‘papeles’». Ibíd., 2014: 26.
19
Op. cit., 2015: 1468.
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esposa» y valoró sus decisiones personales.20 El estancamiento hispánico en la Guerra de los
Treinta Años hizo que Olivares adoptara actitudes cada vez más autoritarias, y las redes de
influencia de la reina se vincularon con la oposición al valido, ya madurada hacia 1632.
Un primer círculo de influencia de la reina cabe hallarlo en los diplomáticos y en las
oligarquías municipales, ante, por un lado, las relaciones tensas del valido con los embajadores (y la
impopularidad de sus acciones políticas a ojos del Emperador austríaco) y, por otro, la
desconsideración con que Olivares trataba las instituciones propias de los otros reinos. Sin embargo,
la red de influencia certera cristalizó con el ámbito de la nobleza, a partir de las repetidas quejas
individuales por las formas autoritarias de valido, quien «no dudó en humillar públicamente a los
nobles sin consideración por su rango».21 Los propios servidores de la reina tenían parentesco con
los Sandoval, así como con el duque de Alba, y las damas del servicio guardaban una lealtad a
Olivares que frecuentemente era sólo en apariencia. Isabel gozaba de mediadores cercanos con la
mayoría de las casas nobiliarias, y una de las más destacadas confidentes de Su Majestad fue la
condesa de Paredes, doña Luisa Manrique de Lara quien, incluso, comía con la reina y el príncipe
Baltasar Carlos. Además de esto, la tercera y última red de influencia de la reina se hallaba en los
religiosos, siendo la más poderosa en términos de fuerza. No es necesario recalcar el impacto de la
dimensión teológica o espiritual sobre la Monarquía en el contexto que abordamos. Isabel contaba
con cuantiosas ocasiones de contacto confidencial con diversos religiosos en sus visitas de
recogimiento, tanto en su oratorio privado, como en sus desplazamientos a otros edificios religiosos
de Madrid, sin contar con las conversaciones con sus sucesivos confesores. Destaca, en este último
grupo, la actividad del jesuita Agustín de Castro.
En síntesis, cabe considerar en su justa medida el papel de la reina en la posterior adversidad
de Olivares, refutando la minimización tradicional de la historiografía. La algarada de los Grandes,
el parlamento de los religiosos y el de la propia reina influyeron oportunamente, como parte de un
conjunto de factores junto al del escenario financiero y militar, en la decisión de Felipe IV, un rey
libertino, pero devotamente temeroso de Dios y propenso a los reproches propios «por su conducta
licenciosa [...] a los que achacaba los malos sucesos políticos».22
Una reina del Barroco: arte y propaganda
La cultura del Barroco del siglo XVII ha sido interpretada bajo el prisma de una «noción de
crisis y de conflicto, o al menos la conciencia de la misma». 23 En este contexto, es valorada la
intervención humana, la novedad, con el fin de paliar esta incertidumbre. Así, uno de los
fundamentos del Barroco es un poder político que se ve intimidado desde diversos frentes de crisis,
y que proporciona una respuesta de adoctrinamiento, de propaganda que, en el caso que nos ocupa,
es de carácter político. La fuerza y dignidad de la monarquía de época barroca, aquí la de Felipe IV,
viene simbolizada por «los títulos, posesiones, vestimenta, [...] insignias, imágenes, pinturas,
20
Más tarde, el año 1640, «el conjunto de la sociedad española basculó hacia la oposición al conde-duque: los
embajadores, los municipios, la nobleza, ciertos miembros de la familia real [...]». Ibíd., 2015: 1488-1489.
21
Ibíd., 2015: 1491.
22
Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, 2005: 58.
23
Ribot García, 1992: 320.
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medallas, fiestas, [...] vehículos semióticos todos que ocultan el cuerpo mortal del rey». 24 El arte del
Barroco, triunfante, radiante, explícitamente inducido desde el poder, trabaja para abrumar y
convencer mediante, por ejemplo, representaciones del poder como retratos cortesanos. La reina
Isabel participó de estas representaciones artísticas, transmisoras de una ideología política y de una
imagen digna hacia su pueblo: Isabel de Borbón formó parte de la visualidad del poder real
hispánico junto a su esposo en forma de retrato, un género que en la era moderna «tiene como
finalidad [...] exclusiva el confirmar la superioridad de aquél que lo utiliza».25
La protección del artista sevillano Diego Velázquez como retratista real hacia 1623,
comportó «un paso fundamental para modelar la imagen del rey al gusto del propio monarca».26 Un
hecho que durante los años siguientes se vería acrecentado al figurar el pintor como personaje
cardinal en la representación visual de la monarquía del Rey Planeta y de su propia corte. A partir
de 1633, la decoración del Palacio del Buen Retiro, incluyó el diseño del programa iconográfico del
denominado «Salón de Reinos», un salón
del trono para Felipe IV y principal espacio
político de la corte madrileña.27 Sin
podernos detener exhaustivamente en un
tema ampliamente abordado por los
especialistas, se trataba de un importante
centro ceremonial, político y festivo en el
cual se exhibían los retratos ecuestres de
los reyes de España (los actuales y los
anteriores, Felipe III y Margarita de
Austria) y del príncipe heredero, con el fin
de exaltar su figura. Así pues, en la pared
lateral oeste de la sala se encontraban
Felipe IV, la reina Isabel y, sobre el dintel
de la puerta de acceso, el retrato del
príncipe Baltasar Carlos. El lienzo La reina
Isabel de Francia, a caballo (Museo Nacional del Prado, ca. 1628-1635) es un retrato ecuestre de
grandes dimensiones pintado por Velázquez que establece «un juego de diferencias y semblanzas»28
con el de su esposo. La francesa es presentada aquí como pieza esencial en la cadena dinástica,
acentuando su papel de reina consorte y madre de príncipe heredero, a lo que se añade el
extraordinario suceso que, por vez primera, «en la historia de la retratística de los Habsburgo
hispanos la reina consorte aparece montada a caballo».29 Isabel de Borbón participa, así, en la
Historia del Arte, del tipo iconográfico del retrato ecuestre, que «hunde sus raíces en la
Antigüedad»30, al tratarse de un símbolo tradicional de dominio, soberanía y victoria en la
iconografía artística. La reina parece llevar al hermoso equino blanco a paso suave, lo que se opone
24
Lisón Tolosana, 1991: 87.
Rodríguez de la Flor, 2009: 113.
26
Portús Pérez, 2015: 262.
27
Sebastián López, 1995: 219.
28
Úbeda de los Cobos, 2005: 117.
29
Oliván Santaliestra, 2011: 274.
30
Impelluso, 2005: 258.
25
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a la majestuosa posición en corveta del animal pardo que, frente a ella, cabalga el monarca
enérgicamente, y que parece subrayar sus responsabilidades militares. Como en este juego
sutilmente complementario de retratos pintados, el oficio de reina se compatibiliza al de rey y, al
menos en teoría, lo mismo ocurre con los temperamentos exhibidos por ambos monarcas en sus
representaciones visuales.
Como vemos en el ejemplo del retrato de la reina de Velázquez, y como es conocido por la
historiografía, la propaganda política en la época moderna se encuentra frecuentemente vinculada a
la propia cultura del ambiente. En el caso que nos ocupa, el vínculo se halla con la visualidad y la
cultura simbólica del Barroco, heredera de la del Renacimiento. En este sentido, Isabel de Borbón
al igual que otras reinas hispánicas de su siglo, como Margarita de Austria o, después, Mariana de
Austria fue representada iconográficamente en jeroglíficos (un tipo de emblema formado sólo por
la imagen) en forma de luna. Éste es el astro que en el Antiguo Régimen suele representar a la reina,
entre otros, y que, al situarse metafórica y realmente cercano al Sol, «recibe de éste su luz y [...] le
sustituye durante sus ausencias»31, pensamiento fácilmente
vinculable con la trayectoria política de Isabel que hemos repasado
anteriormente. Como ocurre con la luz emitida por el satélite, y
según la metáfora, la reina no emana poder por sí misma sino que,
subordinada, es siempre un reflejo del monarca, le representa.
En este ámbito, interesa hacer una referencia a otra
propaganda de la reina, esta vez en forma de dedicatorias literarias
de cortesanos. De estos escritos, cabe destacar en Isabel un afán de
«borrar sus orígenes extranjeros»32, en un país que tenía a Francia
como tradicional potencia enemiga, con el fin de no asociar a la
reina con el antagonismo galo. Asimismo, siempre con inclinación
a mostrar a una monarca alejada de los intereses políticos, resulta
relevante la asociación simbólica de Isabel con Judit, popular
personaje bíblico. De hecho, el mismo Olivares fue calificado en la
época como Holofernes, el tirano a quien degüella Judit, «la
heroína que recurrió a su coraje [...] para [...] dar muerte al enemigo de su pueblo». 33 Otras
comparaciones legendarias que demuestran las cualidades que se le observan a la reina Isabel
(virtuosa, fuerte, tenaz...), son las deidades romanas Minerva, Atenea e incluso Marte.
1644: la Reina ante la muerte
El inesperado fallecimiento de la reina Isabel a causa de erisipela, el seis de octubre de
1644 , en plena práctica de la regencia, forma parte de una serie de acontecimientos funestos que
hicieron de la década de 1640 una etapa verdaderamente crítica para la Monarquía hispánica. 35
34
31
Mínguez Cornelles, 2001: 169.
Martínez Millán y Hortal Muñoz, 2015: 1476.
33
Bornay, 1998: 41.
34
Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, 2005: 58.
35
Floristán, 2002: 378. En esta década, además de la pérdida de su esposa, el rey Felipe tuvo que hacer frente a la de su
hermano el cardenal-infante Fernando (1641) y la de su hijo heredero (1646). Además, como se sabe, hubo de continuar
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Felipe IV, abatido, retornó a Madrid y se confinó en El Pardo. El rey se negó a ver el cadáver de su
esposa que, en un ataúd de plomo, fue trasladado a la Basílica del Escorial.36 Tras haberse
consumido durante años en el «Pudridero», los restos mortales de Isabel de Borbón no descansarían
finalmente en una de las urnas de la cripta del Panteón de Reyes, pues no llegó a convertirse en
esposa y madre de rey (su hijo Baltasar Carlos le sobrevivió dos años).
La construcción de la imagen política de Isabel de Borbón tras su fallecimiento es un tema
complejo, abordado en los últimos años por diferentes especialistas. En sus funerales, la reina fue
prácticamente elevada al nivel de santa, mediante una hagiografía escrita que construye la imagen
de Isabel como la de «víctima expiatoria» por las faltas del reino37, expresando implícitamente una
censura a Olivares. Mencionada anteriormente una imagen artística de representación del poder de
la reina, aquí también tienen cabida las muestras de arte efímero de las fiestas, como son, asimismo,
los funerales de la reina. Toda esta producción cultural (visual y literaria), trabajó en la dirección de
exaltar «la legitimidad de su poder en relación con el valido ya caído», de mostrarla, como
correspondía, «de la misma majestad» que el rey.38
En cuanto a los catafalcos levantados por todos los territorios de la Monarquía, en iglesias y
catedrales, para honrar a la reina en su postrimería, éstos exhiben toda una gama de recursos
pinturas, esculturas, jeroglíficos y poesías para representar distintas facetas de la persona real,
como hechos de su vida o virtudes que demostró. En los jeroglíficos del túmulo erigido en la
catedral de Granada, se mostraron las obras de misericordia que cultivó la reina.39 En este
despliegue iconográfico también se abordó el tema del alumbramiento de la descendencia real, a
través de una pintura de «un ramo de lirios [...] del que salían dos coronas reales que simbolizaban a
sus hijos, el príncipe Baltasar Carlos y la infanta María Teresa». 40 Finalmente, en este mismo
túmulo granadino, sobresale la exhibición de siete pinturas que personificaban a mujeres bíblicas
que destacaban por sus virtudes, como Raquel, Rut, o la propia Judit. De nuevo, como ya ocurrió en
vida, las heroínas bíblicas se corresponden con la imagen de la reina Isabel.
En los escritos funerarios de la reina, la idea de martirio y de sacrificio estaba presente por
doquier, así como una imagen de reina activa, luchadora, espejo del buen gobierno que exhortó a su
pueblo a mantener la guerra contra la Monarquía gala. En este sentido, y yendo un paso más allá de
la imagen que unos años antes se había edificado en la muerte de su suegra, la reina Margarita de
Austria, con Isabel aparece la correspondencia con Belona, diosa romana de la guerra, cuya
iconografía en la Antigüedad la representaba inequívocamente con casco, coraza y antorcha en
mano.41 En la figura de la reina fallecida se expresó, pues, el ideal del poder monárquico, junto con
la realidad del propio poder político (real) que ejerció como regente. La copiosa y de variada
procedencia producción de propaganda en la muerte de la reina revela que ésta supo crear un
ambiente de gobierno acertado, a pesar de sus rígidas limitaciones.
la guerra con Francia y lidiar con las violentas sublevaciones de distintos territorios de la Corona, como Portugal,
Cataluña o Nápoles. Los años cuarenta del siglo XVII suponen un claro punto de inflexión para la Monarquía.
36
Fisas, 2000: 226.
37
Op. cit., 2015: 1483.
38
Vincent-Cassy, 2013: 3 y 8.
39
Escalera Pérez, 2013: 248.
40
Ibíd., 2013: 251.
41
Martin, 1999: 26.
10
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Conclusión
El Siglo de Oro español fue una época en que las mujeres eran vistas bajo una perspectiva de
sumisión y dependencia, en una idea patriarcal de la familia, y púdica del sexo. En este contexto, la
figura de Isabel de Borbón, su poder oficial en las regencias y su discreta influencia en la Corte no
deben compararse desproporcionadamente, en palabras de José Alcalá-Zamora, «con el
‘intervencionismo’ descarado de Isabel de Farnesio»42 en la etapa dieciochesca, pero tampoco
deben ser desdeñados o ignorados. En efecto, en un contexto de desigualdad en la sociedad entre los
sexos, el enfoque de la Historia Social examina a la reina Isabel como protagonista meritorio de
ciertos éxitos políticos en el contexto que corresponde a una monarca del Barroco hispánico, con
una construcción cultural de su imagen pública y una serie de indicios que muestran que la reina no
fue una mera efigie instrumentalizada por las diferentes facciones políticas. Se ha repasado
transversalmente en qué consistió su origen francés, su relevancia cortesana en el medio hispánico,
sus ejercicios de poder y redes clientelares, las vicisitudes de su Casa real, así como una mirada a su
representación artística, sin olvidar el episodio de sus exequias. Isabel de Borbón resulta, en
esencia, una pieza relevante en la consolidación del poder de las reinas consortes y regentes en la
Europa del Seiscientos, así como un caso señalado en el nexo recientemente abordado por la
historiografía entre «gobierno, legitimidad y género [...] en las monarquías de la Edad Moderna».43
Su temprano fallecimiento y la propaganda religiosa post-mortem que se realizó entonces,
hicieron eclipsar para la historiografía posterior sus éxitos políticos durante la regencia de 1642. En
la mayoría de estos ámbitos hemos encontrado indicios de la tendencia política de ella misma y de
sus redes de influencia, un posicionamiento ideológico contrario a la política de Olivares. A pesar
de su labor secundaria condicionada por el género, no hay que olvidar su papel efectivo y su
significación político-social como figura del poder en el orbe cortesano de Felipe IV, el rey
hierático de la fórmula borgoñona, el loado «Monarca de Dos Mundos» del Siglo de Oro. En ese
tiempo, Isabel de Borbón fue reconocida como Luna Gubernatrix. Una «luna gobernadora»
hispánica que, según reza la letra de un jeroglífico para sus propias exequias en un Real Convento
madrileño, «Supo en ausencia del Sol, / Con las leyes de su Imperio, / Dar luz à tanto Emisferio». 44
Extensión del ensayo (excepto Portada, Índice y Bibliografía): 4.751 palabras / 29.078 caracteres con
espacios
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Procedencia de las ilustraciones:
Portada e índice: Úbeda de los Cobos, 2005: 119.
Pág. 3: Ibíd., 2005: 77.
Pág. 6: Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, 2005: 53.
Pág. 8: Úbeda de los Cobos, 2005: 107.
Pág. 9: Mínguez Cornelles, 2001: 183.
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