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Matrimonio Sissi

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Crímenes que cambiaron la Historia: episodio 5

El asesinato de la emperatriz Sissi, el inesperado final de una reina singular

Nunca estuvo destinada a reinar y, por ello, Isabel de Baviera jamás se acostumbró del todo a la estricta vida de la corte. A pesar de casarse con Francisco José de Habsburgo y convertirse en reina mantuvo sus hábitos poco ortodoxos, como el de pasear sin escoltas, y fue así como la sorprendió su asesino.

Nunca estuvo destinada a reinar y, por ello, Isabel de Baviera jamás se acostumbró del todo a la estricta vida de la corte. A pesar de casarse con Francisco José de Habsburgo y convertirse en reina mantuvo sus hábitos poco ortodoxos, como el de pasear sin escoltas, y fue así como la sorprendió su asesino.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Hoy vamos a hablar de una emperatriz que nunca quiso serlo, y de como su huida de las convenciones de la corte imperial tuvo su influencia en su trágica muerte.

El 10 de septiembre de 1898, Luigi Lucheni, de veinticinco años y nacionalidad italiana, se preparaba para pasar a la historia. Ese día, el príncipe Enrique Felipe de Orleans, pretendiente al trono de Francia, iba a estar en Ginebra, donde Lucheni vivía. Lucheni era anarquista y, como tal, pensaba que la sociedad debía estar formada por ciudadanos iguales, sin patrones ni obreros, sin reyes ni súbditos; y pensaba que este ideal de sociedad debía imponerse con sangre. Cuando supo de la visita del príncipe de Orleans, Lucheni decidió que esta era la ocasión perfecta. Su plan era simple: asesinarlo. Así, haría su propia aportación a la causa anarquista, y ganaría la fama y el respeto que nunca antes había recibido.

La suerte quiso que Enrique Felipe cambiase de planes. Pero quien sí estaba en Ginebra aquel día, paseando, como siempre, sin escolta, era la emperatriz Isabel de Austria, más conocida como Sissi. Y ese día de final de verano, los caminos de Lucheni y Sissi se cruzaron.

La insistencia de Sissi de salir sin protección, tan impropia entre la realeza europea, tiene su explicación en las raíces de la emperatriz. Porque, justamente, ella no había sido educada para serlo. Sissi, que tenía ocho hermanas y hermanos, pertenecía a una familia menor de la nobleza bávara. Su madre, la duquesa Luisa de Baviera, se había ocupado personalmente de su educación; una educación que incluía idiomas y música, pero que también le inculcó el amor por la naturaleza, y particularmente por los caballos. Sissi no era buena estudiante, y prefería dedicar su tiempo al deporte, el dibujo y la poesía. Fue en su infancia cuando su familia empezó a llamarla Sissi. Los sobrenombres cariñosos no era algo excepcional en su casa: su hermana Helena era conocida como Nené, y su hermana Matilde como “Gorrión”.

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La vida cambió drásticamente para la joven Sissi cuando tenía quince años. Sofía de Austria estaba buscando una esposa para su hijo Francisco José de Habsburgo, que entonces ya era emperador de Austria. Sofía, una mujer ambiciosa y decidida, era hermana de Ludovica, la madre de Sissi, y había decidido que prefería tener como nuera a una chica cercana a su círculo que a una desconocida. Así que se fijó en la hermana mayor de Sissi: Helena. Helena era bastante más formal que su hermana pequeña, y no odiaba los protocolos típicos de la aristocracia, como Sissi. Realmente, Helena era lo que se esperaba de una futura emperatriz. Sofía organizó una fiesta para que su hijo y su sobrina se viesen, y con suerte, se prometiesen. Ludovica decidió que Sissi acompañase a Helena a la fiesta. Su plan era hacer un dos por uno, y encontrar dos buenos partidos para sus hijas.

Pero los planes siempre tienen hilos sueltos que se pueden enredar, y este no fue una excepción. En vez de hacer caso a su madre y prometerse con Helena, Francisco José cayó rendido ante Sissi y le pidió matrimonio a ella. No sabemos hasta qué punto Sissi sentía lo mismo por él. Se dice que el chico le gustaba, pero que hubiese preferido un pretendiente más humilde, como si la idea de ser emperatriz le diese pereza; pero, al mismo tiempo, reconocía que no podía rechazar a un emperador. Finalmente, al cabo de unos días Francisco José y Sissi anunciaron su compromiso, y seis meses después, en 1854, se casaron en Viena. Él tenía veintitrés años, y ella dieciséis. Años después, Sissi haría esta dura reflexión: “El matrimonio es una institución absurda. Una es vendida con quince años, hace una promesa que no entiende y después se pasa treinta años, o más, lamentándose por algo que no se puede deshacer”.

Las ataduras de la corte

Francisco José y Sissi empezaron su vida en común como se esperaba de ellos: de luna de miel. Como era tradición en la familia de él, se retiraron a su residencia de campo, fuera de Viena. Pero la estancia no fue todo lo romántica que hubiesen querido. En plena guerra de Crimea, Austria estaba inmersa en una grave crisis diplomática, y Francisco José, que se tomaba su trabajo muy en serio, se veía obligado a ir a Viena cada día. Así, Sissi pasó sus primeras semanas de matrimonio en un palacio lleno de desconocidos, y acompañada, principalmente, por su suegra. La archiduquesa Sofía no tenía tiempo que perder, y estaba decidida a preparar su nuera para que ejerciese su nuevo rol de emperatriz a la perfección. El problema era que Sofía no era una mujer con mucho tacto, y Sissi encontraba la vida de palacio aburrida y represiva. Para disgusto de su suegra, la nueva emperatriz prefería irse a montar a caballo sola que aprender a bailar, cosa que no era demasiado bien vista en palacio. En esas primeras semanas, Sissi empezó a dejar claro que la vida cortesana no era para ella.

En general, las descripciones que nos han llegado de los Habsburgo pintan a Francisco José como un hombre poco espontáneo, un fanático del deber y el orden, completamente entregado a su labor como monarca. Es difícil saber cuánto hay de verdad y cuánto de exageración en esta imagen. Pero lo cierto es que Francisco José había sido preparado desde su infancia para su futuro rol como emperador; para él, la disciplina y el protocolo eran cosas naturales, y no le molestaban, sino más bien al contrario. Por este motivo, a veces le costaba entender la actitud de su esposa. Sissi era más bien introvertida, y no le gustaba ser el centro de atención. Detestaba asistir a actos oficiales y demás formalidades, y poco a poco empezó a rechazar sus obligaciones como emperatriz. Además, las estrictas rutinas de palacio, las intrigas cortesanas y la falta de privacidad hacían que se sintiera incómoda en su propia casa, y su ansiedad pronto se tradujo en problemas de salud.

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Por si fuera poco, Sissi tenía un asunto capital del que preocuparse, la labor más importante de toda reina: producir un hijo varón. En sus dos primeros años de matrimonio, Sissi dio a luz a dos niñas. Su suegra, la archiduquesa Sofía, decidió que la educación de sus nietas sería cosa suya, sin consultárselo a Sissi. Aunque en esta época era normal que las aristócratas delegasen la crianza de sus hijos en tutores e institutrices, a Sissi no le sentó bien que se la tratase como a una mera fábrica de bebés. Un día, la emperatriz encontró en su escritorio un panfleto que decía que

la ambición de una reina debería ser dar un heredero al trono, y no debe interferir en el gobierno de un estado, ya que esta no es tarea para una mujer (…) Si la reina no da hijos varones, es una mera extranjera en el estado, y peligrosa, además. (Esa reina) no puede esperar amabilidad aquí, y debe esperar que la manden de vuelta al lugar de donde vino”.

No se sabe con certeza quién escribió el panfleto, ni por qué apareció en la mesa de Sissi, pero se cree que fue cosa de su suegra. La acusación velada de no estar centrándose en su labor principal se interpreta como una crítica a los intereses políticos de Sissi. La emperatriz tenía sus propias opiniones, e intentaba influir en su marido cuando lo consideraba justo, cosa que Sofía no aprobaba.

Pero la fortuna estaba de parte de Sissi, y, en agosto de 1858, dio a luz al hijo varón que Austria tanto ansiaba. La emperatriz intentó tomar las riendas de la crianza de su hijo, pero fue inútil: el futuro emperador tenía que recibir la estricta educación militar que se esperaba de él. Sissi recibió esta respuesta como un golpe más de la jerarquía palaciega, y su salud se resintió. Su médico temía que tuviese tuberculosis, y le recomendó que viajase a un lugar cálido para recuperarse. Ella eligió el más lejano posible: Madeira. La escapada le sentó bien, y le sirvió para descubrir que era mucho más feliz lejos de la corte. A partir de entonces, y con la excusa de sus problemas de salud, Sissi empezó a pasar más tiempo de viaje, y menos en Viena. Hasta llegó a construir un palacio en la isla griega de Corfú, su refugio particular.

El culto a la belleza

Las descripciones de Sissi suelen retratarla como una mujer inteligente, creativa, de pensamiento libre e intereses que tendían a convertirse en obsesiones. Su culto a la belleza es un buen ejemplo de esto último. Aunque no solía utilizar cosméticos ni perfumes, ni seguía la moda, Sissi llevaba corsés apretadísimos, utilizaba infinidad de productos de belleza, y sus rituales estaban al alcance de pocas mujeres. Su metro setenta y dos de estatura, y sus cincuenta kilos de peso hacían de Sissi una mujer inusualmente delgada para la época. Aunque era de complexión atlética por naturaleza, mantenía su figura a base de una hora de ejercicio diario -cosa muy poco común para una mujer de clase alta de la época- y una dieta muy estricta. Sissi montaba a caballo, caminaba por el bosque, y hacía ejercicio en las habitaciones que tenía equipadas como gimnasios. Lo que sabemos sobre su alimentación ha dado lugar a especulaciones sobre un posible trastorno alimenticio. Según las crónicas, la emperatriz comía muy poco y evitaba compartir mesa con su familia. Su alimento favorito era la leche; eso sí, fresca y de sus propias vacas, ovejas o cabras, que ella misma seleccionaba y que hasta se llevaba de viaje. Mención aparte merece la melena castaña, densa y larguísima de Sissi. Al parecer, sus sesiones de peluquería diarias duraban unas dos horas, que la emperatriz aprovechaba para tomar clases de griego.

La belleza y sofisticación de Sissi se convirtió en uno de los puntos fuertes de su marca personal, cosa que quizá la satisfacía, pero que no ayudó a mitigar su obsesión por su aspecto. La emperatriz quería tener el control absoluto sobre su imagen, así que solo dejaba que unos pocos artistas la retratasen, y apenas hay fotos de ella. Se dice que a los treinta y dos años decidió no hacerse más retratos, en un intento de preservar su aspecto joven y radiante para siempre; al menos, sobre el lienzo.

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Sissi toma las riendas

En 1867, Francisco José y Sissi se convirtieron en reyes de Hungría, y lo que inicialmente podría haberse convertido en un motivo más de estrés para ella, resultó ser una bendición. Sissi se enamoró del país, que veía más cálido y amable que la encorsetada Austria. Un año después de la coronación, la emperatriz dio a luz a su cuarta hija, Marie Valerie, y lo hizo en Budapest. Este gesto reforzó su alianza con Hungría, y elevó el estatus del país. Movida por su propio interés, Sissi empezó a estudiar húngaro y promovió iniciativas para mejorar la vida de sus nuevos súbditos. Ellos se lo agradecieron con pura adoración, y ahí empezó la historia de amor -correspondido- entre Sissi y Hungría.

El lugar de nacimiento de Marie Valerie no fue la única decisión que tomó Sissi sobre su hija pequeña. La emperatriz estaba decidida a tener con ella la relación estrecha que no había podido establecer con sus otros tres hijos. Esto fue posible gracias a que la archiduquesa Sofía había perdido poder de influencia en la corte, y a que Sissi ya no era la adolescente ingenua que era cuando su suegra hacía y deshacía por ella. Sissi centró todo su amor maternal reprimido en Marie Valerie, y se quitó al menos un trozo de la espina que tenía clavada. Además, consiguió cambiar algunos aspectos de la educación de su hijo, de manera que el chico pudiese tener algo más de libertad.

Entrada en la treintena, Sissi había dejado atrás a la niña tímida que había sido para convertirse en una mujer segura de sí misma y dispuesta a tomar las riendas de su vida, en la medida de lo posible. Si bien odiaba las ataduras y obligaciones de su rol como emperatriz, también aprovechó los privilegios de su posición para financiar su estilo de vida. Sus viajes constantes, que incluían un séquito considerable y costaban mucho dinero, le ayudaban a mejorar su salud, saciaban su curiosidad intelectual y alimentaban sus excentricidades. El emperador Francisco José no acababa de entender el carácter poco ortodoxo de su esposa, y no siempre lo toleraba bien; como cuando Sissi volvió de un viaje con un tatuaje de un ancla en su hombro. Pero es que Sissi no era una mujer convencional. La emperatriz hizo lo que se esperaba de ella hasta cierto punto, pero no se conformó con ser una mujer florero sometida a su marido, por muy emperador que fuese. Sissi amaba su libertad hasta el punto de animar a su marido a tomar como amante a la actriz Katharina Schratt; así, ella podía escapar de sus obligaciones conyugales, y él quedaba en buenas manos y recibía las atenciones que su esposa no podía darle. No se puede negar que Sissi fuese una mujer de miras abiertas.

Los últimos golpes

La primogénita de Sissi y Francisco José, Sofía, había fallecido a los dos años a causa de unas fiebres. La desgracia afectó mucho a Sissi, pero no la preparó para lo que pasaría treinta y dos años después. En 1889, su hijo Rudolf, el heredero del imperio, fue encontrado muerto en su cabaña de caza junto con su amante. En un principio se asumió que había sido un asesinato, pero pronto se reveló que se había suicidado. Sissi nunca se recuperó del golpe. A su miedo a envejecer se sumó una depresión que la llevó a retirarse de la vida pública y a vestir de negro por el resto de sus días. Lo que no dejó de hacer fue viajar… y fue justamente en uno de sus viajes, cuando se cruzó con Luigi Lucheni.

La vida de Luigi Lucheni no podía haber sido más distinta de la de Sissi. Nacido en París en 1873, y de padre desconocido, su madre se vio obligada a abandonarlo. La infancia de Lucheni transcurrió entre orfanatos y familias de acogida, y siendo niño empezó a trabajar en todo tipo de oficios. Igual que Sissi, pero por motivos muy diferentes, y en condiciones radicalmente opuestas, Lucheni viajó por Europa, intentando buscarse la vida. Recaló en Italia, y a los veinte años sirvió en el ejército y luchó en la primera guerra italo-etíope. Más tarde se trasladó a Suiza, donde entró en contacto con grupos anarquistas y se adhirió a su causa. Fue entonces cuando empezó a urdir un plan que pusiese tanto su nombre como el de su ideología en primera plana.

El crimen

Lucheni llevaba días esperando a su presa, el príncipe Enrique Felipe de Orleans, que se suponía que iba a pasar unos días en Ginebra. No está claro si el príncipe canceló su visita o si Lucheni perdió su rastro, pero el caso es que los dos hombres no se llegaron a encontrar. Entonces, Lucheni leyó en un diario local que la emperatriz de Austria estaba en la ciudad. Para él, todos los aristócratas eran parásitos despreciables, y Sissi en concreto era una víctima atractiva, ya que atraería la atención de los medios. Así que Lucheni cambió de objetivo y reanudó su plan regicida.

El 10 de septiembre de 1898, a la una y media del mediodía, Sissi se dirigía hacia el embarcadero, donde iba a coger el barco que conectaba Ginebra y Montreux. Probablemente, había ordenado que su séquito cargase su equipaje y la esperase en la dársena, mientras ella caminaba con su dama de compañía. A sus cuarenta y cuatro años, Sissi prefería viajar de incógnito, y odiaba las “procesiones” de sirvientes, que llamaban demasiado la atención. Fue entonces cuando, en medio de la calle, y no muy lejos del embarcadero, Sissi recibió una puñalada inesperada. Lucheni se había acercado a ella disimuladamente y le había clavado un punzón fino y afilado en el pecho. Inmediatamente después, Lucheni se fue corriendo, con el arma en la mano. Sissi cayó al suelo, pero unos segundos después se levantó. Todo ocurrió muy rápido, y ni la emperatriz ni su dama de compañía eran conscientes de lo que acababa de pasar; Sissi pensaba que el hombre simplemente la había tirado al suelo y, aunque notaba un dolor en el pecho, la emperatriz caminó unos metros más y consiguió embarcar. Segundos después de que el barco de vapor empezase a alejarse del embarcadero, Sissi, que estaba en la cubierta con sus acompañantes, cayó inconsciente. Dos horas después, estaba muerta. El médico que la examinó dijo que el filo le había atravesado el corazón y había causado una hemorragia interna. Las capas de ropa que llevaba la emperatriz y su rígido corsé impidieron que ni ella ni si séquito se diesen cuenta de la gravedad de la herida. Con la ayuda de los testigos que habían presenciado la escena, la policía empezó a buscar al asesino. La detención no se hizo esperar: esa misma tarde, Lucheni era localizado y apresado.

El anarquista mártir

Cuando lo interrogaron, Lucheni estaba de muy buen humor. Estaba orgulloso de su hazaña, y se refería a sí mismo como “benefactor de la humanidad”. Ante la pregunta de por qué había apuñalado a la emperatriz, contestó:

Porque soy anarquista, porque soy pobre, porque amo a los trabajadores y deseo ver la muerte de los ricos”.

También explicó que no tenía dinero para comprarse un revólver o un puñal, así que se había hecho uno él mismo con una lima y un mango de madera.

Lucheni consiguió los titulares que deseaba, e incluso recibió cartas en la cárcel de admiradores que le felicitaban por su valor. Pero él todavía no estaba satisfecho del todo; quería dar un golpe de efecto más: quería ser condenado a pena de muerte, a poder ser, por decapitación. El problema era que en Ginebra, donde había sido encarcelado, la pena capital había sido abolida. Cuando lo descubrió, Lucheni se llevó una decepción, y pidió el traslado a una cárcel del cantón de Lucerne, donde sí existía aún la pena de muerte. ¿Pero por qué quería Lucheni que le cortaran la cabeza? Pues porque creía que esto le daría todavía más publicidad, y le aseguraría pasar a la historia como un mártir político, como un héroe que había sacrificado su propia vida por la igualdad de clases. Desgraciadamente para él, su petición fue rechazada, y un tribunal de Ginebra lo condenó a cadena perpetua. Doce años después, el 10 de noviembre de 1910, Lucheni fue encontrado muerto en su celda, ahorcado con su cinturón.

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Irónicamente, la decapitación que Lucheni tanto había deseado acabó llegando. Louis Mégevand, un científico suizo que estudiaba las relaciones entre el comportamiento humano y el cerebro, estaba muy interesado en analizar el de Lucheni. Y para ello, obviamente, tuvo que separar su cabeza del resto del cuerpo. El profesor encontró el cerebro de Lucheni decepcionantemente convencional. No había nada raro en él, así que la cabeza se cosió y se envió al Instituto Forense de Ginebra, donde se conservó durante años en un tarro de cristal con formaldehído. En 1985, la macabra reliquia se trasladó al Museo Patológico-Anatómico de Viena. Aunque en principio no se iba a exhibir al público, centenares de curiosos acudían en fechas señaladas con la esperanza de verlo. Para zanjar el asunto, en el año 2000 la cabeza de Lucheni fue finalmente enterrada en el cementerio central de la ciudad… a ocho kilómetros de la cripta imperial, donde descansa Sissi.

El legado de Sissi

Aunque Sissi fue una reina popular en vida gracias a su calidez y compasión por sus súbditos, su leyenda comenzó después de su muerte, cuando varios escritores investigaron su vida y escribieron sobre ella. Más de ciento veinte años después, Sissi es el miembro más conocido y atractivo de la dinastía Habsburgo. Así, irónicamente, la reina que odiaba ser el centro de atención se convirtió en un fenómeno de la cultura popular y en un reclamo turístico de la historia imperial de Austria y Hungría.

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