Reinas de España

Isabel de Farnesio, el poder a la sombra del rey

Desde su llegada a España en 1714, la segunda esposa de Felipe V destacó por su influencia sobre el monarca y su empeño en colocar a sus hijos en tronos de Italia.

Isabel de Farnesio. Retrato de la esposa de Felipe V por Van Loo. 1739. Museo del Prado, Madrid.

Isabel de Farnesio. Retrato de la esposa de Felipe V por Van Loo. 1739. Museo del Prado, Madrid.

Isabel de Farnesio. Retrato de la esposa de Felipe V por Van Loo. 1739. Museo del Prado, Madrid.

Foto: PD

"Solo ha oído hablar de religión y de bordados". Con esas palabras, que pretendían definirla como una esposa ideal, tranquila y dócil, el abate Alberoni defendía en 1714 la candidatura de Isabel de Farnesio, princesa de Parma, para las segundas nupcias de Felipe V, que acababa de enviudar de su primera esposa, María Luisa de Saboya.

En favor de Isabel de Farnesio se dijo también que, aunque no era hija de rey y aportaba tan solo lejanos derechos sobre los ducados de Parma, Piacenza, e, indirectamente, sobre Toscana, pertenecía a una estirpe de duques soberanos emparentada con diversas casas reinantes. Así que el 16 de septiembre de 1714 se celebró el casamiento por poderes. Pronto se vería que la joven, con apenas 22 años, era algo más que una "sencilla muchacha".

EL MISTERIOSO DUELO DE JADRAQUE

De camino a su nuevo reino, tras atravesar tierras italianas y francesas, la princesa de Parma visitó a su tía Mariana de Neoburgo en el castillo de Pau. Fue la reina viuda de Carlos II quien le advirtió del tremendo poder que ejercía la princesa de los Ursinos en la corte de Felipe V.

A sus 72 años, la princesa capitaneaba la camarilla francesa que mantenía bien informado a Luis XIV; pocas cosas se movían en Madrid sin el visto bueno de Versalles. Ante la llegada de la nueva soberana se dijo que la princesa, decidida a conservar su preeminencia, se estaba acondicionando un suntuoso aposento en el Real Alcázar de Madrid, situado de tal forma que la pareja real nunca pudiera verse sin que la camarera mayor lo supiera.

La viuda de Carlos II advirtió a Isabel de Farnesio del tremendo poder que ejercía en la corte la princesa de los Ursinos.

Retrato que posiblemente representa a la princesa de los Ursinos. René-Antoine Houasse. 1670. Museo Condé, Chantilly.

Retrato que posiblemente representa a la princesa de los Ursinos. René-Antoine Houasse. 1670. Museo Condé, Chantilly.

Retrato que posiblemente representa a la princesa de los Ursinos. René-Antoine Houasse. 1670. Museo Condé, Chantilly.

Foto: PD

El 23 de diciembre de 1714, la joven reina llegó a Jadraque, al norte de Guadalajara, y allí se produjo su primer encuentro con la temida princesa. No sabemos exactamente qué pasó entre ellas en aquella entrevista, que transcurrió en privado. Conocemos, sin embargo, su final tempestuoso: una violenta discusión en la que –según la propia Ursinos– la reina llamó a la princesa "insolente e impertinente" y ordenó a la guardia que la condujera a sus habitaciones y se le preparara una carroza y cincuenta guardias para llevarla a la frontera de Francia.

De hecho, no le dieron tiempo ni siquiera para recoger sus efectos personales: "Yo salí a las once de la noche –se quejaba más tarde la princesa– bajo una nieve, un viento y un frío espantosos". Es posible que Isabel no tolerara la actitud condescendiente y altiva de la camarera mayor y su "temprana licencia de advertir", en palabras del marqués de San Felipe.

un matrimonio muy bien avenido

El encuentro de Isabel con su real esposo se produjo a la tarde siguiente, víspera de Navidad, en Guadalajara. De la capilla, donde el matrimonio fue celebrado de nuevo, los esposos pasaron al lecho, del que se levantaron para la misa de medianoche. El memorialista francés Saint-Simon lo explica así: "Pasada la Navidad, el rey y la reina, solos, juntos en la misma carrozay seguidos de toda la corte, tomaron el camino de Madrid, donde nunca más se discutió el tema de la princesa de los Ursinos, como si el rey de España jamás la hubiera conocido".

El episodio de Jadraque nos resulta oscuro, pero su resultado está claro: la caída en desgracia de la princesa arrastró al equipo francés, que fue sustituido por una nueva camarilla de italianos en torno al abate Alberoni, favorito de la reina.

Tras el matrimonio, los esposos pasaron al lecho, del que se levantaron para la misa de medianoche.

Isabel de Farnesio con su hijo Carlos. Miguel Jacinto Meléndez. 1716. Palacio de los marqueses de Viana, Córdoba.

Isabel de Farnesio con su hijo Carlos. Miguel Jacinto Meléndez. 1716. Palacio de los marqueses de Viana, Córdoba.

Isabel de Farnesio con su hijo Carlos. Miguel Jacinto Meléndez. 1716. Palacio de los marqueses de Viana, Córdoba.

Foto: PD

Pero Felipe V padecía un problema neurobiológico grave, una especie de trastorno bipolar que se manifestaba en forma de alteraciones del sueño, pérdida de energía, problemas de concentración y falta de interés por la vida. Para evitar esas depresiones, el rey se apoyó en la ayuda personal inmediata de su esposa y evitaba separarse de ella ni un instante.

Saint-Simon describe la inusual situación de dos reyes "que compartían las mismas habitaciones, los mismos objetos para el mismo uso, la misma mesa para todo lo que debían hacer y que hacían siempre juntos las mismas cosas. Sus audiencias son casi siempre conjuntas y no se separan jamás, a no ser para cuestiones cortas e indispensables..., duermen en el mismo lecho y ha sucedido el caso de estar los dos enfermos de fiebres sin que se les haya podido persuadir de dejar de dormir juntos".

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el poder en la sombra

Ese contacto tan estrecho despertó suspicacias por la excesiva influencia que Isabel de Farnesio ejercía sobre su marido. Quienes se veían apartados del rey por la presencia continua de la reina decían que si el rey mandaba en España, la reina mandaba en él. En realidad, tal y como escribió Alberoni, "se cree que es dueña absoluta del reino, pero su condición es la de una esclava, pues su marido no deja que se aleje de él ni un solo momento".

Felipe V, Isabel de Farnesio y sus hijos. Jean Ranc. 1723. Museo del Prado, Madrid.

Felipe V, Isabel de Farnesio y sus hijos. Jean Ranc. 1723. Museo del Prado, Madrid.

Felipe V, Isabel de Farnesio y sus hijos. Jean Ranc. 1723. Museo del Prado, Madrid.

Foto: PD

Las críticas y los recelos ante la nueva reina tenían también otra causa. La intimidad entre los dos esposos dio pronto lugar a una copiosa descendencia, de hasta siete hijos. Isabel, consciente de que los hijos del primer matrimonio de su esposo, Luis y Fernando, tenían más derechos que los suyos a suceder a su padre, desplegó todo tipo de intrigas para situar a sus descendientes en tronos italianos. A la reina y al servicial ministro Alberoni se atribuyó la decisión de participar en varias guerras europeas sin haber tenido apenas tiempo de recuperarse de la guerra de Sucesión española.

Isabel desplegó todo tipo de intrigas para situar a sus descendientes en tronos italianos.

Finalmente, Isabel logró su objetivo. Al término de la guerra por la sucesión polaca (1733-1738), el infante don Carlos fue coronado rey de las Dos Sicilias, y tras la guerra de sucesión de Austria (1740-1748), el infante don Felipe recibió los ducados de Parma, Piacenza y Guastalla. A ello cabe sumar el enlace de dos de sus hijas con los reyes de Portugal y de Saboya.

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LA AMENAZA DE LA ABDICACIÓN

Los escrúpulos de conciencia y los pensamientos fúnebres de Felipe V lo llevaron a tomar una decisión drástica. Para prepararse para lo que él creía su próxima muerte escogió un lugar de retiro en la sierra de Guadarrama y construyó un palacio digno de recordarle a Versalles: La Granja de San Ildefonso. El 14 de enero de 1724 anunció solemnemente que pensaba entregar la corona a su hijo para dedicarse, junto a la reina, al cuidado de su salvación.

Sin embargo, cuando aún no había transcurrido su primer año de reinado, la viruela se llevó a Luis I. Isabel de Farnesio, temiendo que los nobles del "partido español" hicieran coronar al infante don Fernando –hijo del primer matrimonio de Felipe V– para gobernarle durante una larga minoría, actuó contra ellos y convenció a su marido de que Dios había manifestado su voluntad de devolverle la corona.

Cuando aún no había transcurrido su primer año de reinado, la viruela se llevó a Luis I.

Felipe V e Isabel de Farnesio en 1743. Óleo por Van Loo. Museo del Prado, Madrid.

Felipe V e Isabel de Farnesio en 1743. Óleo por Van Loo. Museo del Prado, Madrid.

Felipe V e Isabel de Farnesio en 1743. Óleo por Van Loo. Museo del Prado, Madrid.

Foto: PD

Los aristócratas del partido español consideraban a Fernando el heredero legítimo y alentaban sátiras que retrataban a la Farnesio como una arpía intrigante. Esta imagen se vio reforzada cuando Isabel asumió poderes de gobernadora con motivo de una nueva crisis de Felipe V; el soberano se mordía, decía que querían envenenarlo con una camisa para no cambiarse, no podía andar porque no se dejaba cortar las uñas de los pies...

En mayo de 1728 el rey logró burlar su vigilancia y hacer llegar al presidente del Consejo de Castilla una carta en la que ordenaba que se preparara la coronación del príncipe de Asturias, Fernando; solo la fidelidad a Isabel del presidente del Consejo evitó una nueva abdicación. Según algunos autores, este episodio explica la estancia de la corte en Sevilla entre 1729 y 1733: alejando al rey del Consejo, la reina se aseguraba de que no hubiera nuevas tentativas de renuncia.

DE ENFERMERA A VIUDA

En 1737, con motivo de un nuevo ataque de melancolía del rey, la reina hizo venir a la corte al cantante más famoso de su época. El napolitano Carlo Broschi, llamado también Farinelli, era un castrato que contaba entonces 32 años y había triunfado como soprano en todas las cortes europeas.

Isabel quiso sorprender a Felipe con la presencia del cantante de moda; se cuenta que, un día que el rey estaba sumido en lo más profundo de su depresión, la voz del artista le transfiguró. Cuando el rey le preguntó qué recompensa deseaba, Farinelli le rogó que abandonara la cama, se afeitara y trabajara en el despacho, a lo que el rey accedió. A partir de entonces Farinelli rehusó actuar en público y acudió cada noche, durante varios años, para dar un concierto ante los soberanos.

Farinelli rogó a Felipe V que abandonara la cama, se afeitara y trabajara en el despacho, a lo que el rey accedió.

Retrato del cantante Farinelli por Jacopo Amigoni. 1750. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.

Retrato del cantante Farinelli por Jacopo Amigoni. 1750. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.

Retrato del cantante Farinelli por Jacopo Amigoni. 1750. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.

Foto: PD

Felipe V murió en los brazos de su esposa el 9 de julio de 1746. Convertida en reina viuda, Isabel pronto manifestó sus discrepancias respecto a la política de su hijastro, Fernando VI, quien decidió alejarla de la corte. Instalada en San Ildefonso, volvió a Madrid en 1759, cuando su primogénito, don Carlos, vino a hacerse cargo del trono español. Con casi 70 años, sin apenas vista ni la fogosidad de antaño, se retiró al palacio de Aranjuez, donde falleció el 20 de julio de 1766. Fue inhumada en La Granja, tan cerca de su esposo como siempre había estado.