Isabel II de Inglaterra y la caída del mayor imperio del mundo

Isabel II de Inglaterra y la caída del mayor imperio del mundo

Jubileo de platino

Cuando Isabel II se proclamó reina hace 70 años, Gran Bretaña poseía más de medio centenar de territorios de ultramar, pero el Imperio que había heredado se hallaba en crisis

El Príncipe Carlos y una Gales ‘individual’

Isabel II tras la ceremonia de su coronación en la abadía de Westminster, en 1952.

Isabel II tras la ceremonia de su coronación en la abadía de Westminster, en 1952.

PA Images vía Getty Images

El 21 de abril de 1926, cuando nació la princesa Isabel Alejandra María, primogénita de los duques de York, el principal activo de Gran Bretaña era el imperio sobre el que reinaba su abuelo, Jorge V.

El irascible monarca inglés era también rey de los más de cincuenta territorios (entre colonias, dominios y protectorados) que lo integraban, además de emperador de India. De hecho, en 1911, tras su coronación en Londres, viajó allí con su esposa, la reina María. Los soberanos protagonizaron una fastuosa recepción, estrenaron corona imperial y proclamaron el cambio de capitalidad de Calcuta a Delhi.

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El rey también practicó la caza mayor en Nepal, otro de sus protectorados; las crónicas aseguran que mató veintiún tigres. Los flamantes emperadores retornaron a Inglaterra, cargados de trofeos de caza y de valiosas joyas, regaladas por nizams y marajás. La más preciada de sus colonias seguía nutriendo las arcas reales y rindiéndoles pleitesía.

En 1926, el Imperio británico, o “The Empire”, a secas, era parte de la idiosincrasia inglesa. Se celebraban exposiciones y conferencias imperiales, y, pese a los estragos de la Primera Guerra Mundial, la nación aún disfrutaba de los ingentes beneficios que, desde hacía tres siglos, proporcionaban los territorios de ultramar.

El rey Jorge V de Inglaterra en una instantánea de los años veinte

El rey Jorge V de Inglaterra en una instantánea de los años veinte. 

Dominio público

India era la joya, pero había mucho donde elegir, porque Gran Bretaña había forjado el imperio más extenso, rico y poderoso de la historia. En su esplendor, durante el reinado de la reina Victoria, una de cada cuatro personas en el planeta eran súbditos suyos.

Tampoco se ponía el sol

En el año del nacimiento de Isabel, la Corona regía sobre territorios en Asia (entre ellos, India y Paquistán, Nepal, Birmania, Ceilán, Malasia y Hong Kong), en Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Tenía también vastas posesiones en África, además de territorios en Oriente Medio, el Mediterráneo (con Chipre, Malta y Gibraltar) y América del Sur.

El Imperio se fraguó como resultado de la expansión marítima, y la cantidad de islas que lo englobaban es más que considerable: Cook y Fiyi, Andamán y Nicobar, Santa Helena, Socotra, Malvinas, Seychelles, Mauricio, Bermudas, Trinidad y Tobago, Jamaica, Bahamas... La lista es impresionante.

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La muerte de Jorge VI convirtió en reina a Isabel. 

Otras Fuentes

Cuando Isabel II ascendió al trono en 1952, fue proclamada, “por la gracia de Dios”, soberana del Reino Unido “y de otros reinos y territorios”. Aquí entraba el legado colonial acumulado por sus ancestros, que, formalmente, seguía sumando más de cincuenta territorios, pero que, en el fondo, había cambiado en las décadas previas.

Para empezar, algunos de los países más importantes del Imperio ya eran independientes. Esta transformación empezó a mediados del siglo XIX, cuando lord Durham, el administrador colonial en Canadá, recomendó que, para poder preservarlas, las colonias con una mayoría de origen europeo obtuvieran una cierta autonomía.

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La iniciativa empezó en Canadá y se extendió a otros territorios escogidos. En 1907, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica también cambiaron su estatus de “colonias” a “dominios”, lo que significaba que podían manejar sus asuntos internos, aunque seguían debiendo lealtad a la Corona y a Londres.

En 1931, a través del Estatuto de Westminster, se reconoció formalmente a los dominios como Estados soberanos. Aquel selecto grupo dentro del Imperio empezó a ser referido como The British Commonwealth, la Mancomunidad Británica.

Nuevo orden tras la guerra

Por entonces, Isabel era una princesa de seis años y desconocía el destino que le aguardaba cuando, tras la muerte de su abuelo en 1936, su tío, Eduardo VIII, abdicó. La Corona recayó en su padre, Jorge VI, e Isabel se convirtió en la heredera.

Los historiadores coinciden en que el declive del Imperio británico empezó durante el reinado de Jorge VI, que acabó con su prematura muerte en 1952. La Segunda Guerra Mundial fue clave para ello: aunque Gran Bretaña resultó una de las vencedoras, su economía quedó devastada por un conflicto del que, además, emergió una nueva potencia mundial, Estados Unidos.

El rey Jorge VI, Eleanor Roosevelt (centro) y la reina Isabel en Londres, 23 de octubre de 1942.

El rey Jorge VI, Eleanor Roosevelt (centro) y la reina consorte Isabel Bowes-Lyon en Londres, 23 de octubre de 1942.

Dominio público

Por otro lado, los territorios del Imperio realizaron una gran contribución al esfuerzo bélico: se calcula que proveyeron ocho millones de soldados, además de bienes esenciales. Las colonias –en especial, en África y Asia– consideraban que se habían ganado su independencia.

La Commonwealth parecía ser la respuesta a aquellas crecientes inquietudes nacionalistas. Sin embargo, la noción de imperio estaba muy incrustada en la psique nacional y, por supuesto, entre la familia real. Una prueba de ello es el discurso que la futura Isabel II pronunció en 1947 desde Sudáfrica, con motivo de su veintiún cumpleaños.

En la alocución –cuyo contendido marcaría su reinado–, la princesa habló de un imperio “que ha salvado el mundo y ahora tiene que salvarse a sí mismo”, e hizo la solemne promesa a sus futuros súbditos: “Que toda mi vida, ya sea corta o larga, estará dedicada a vuestro servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial, a la que todos pertenecemos”.

Como comenta su biógrafo Ben Pimlott, aquella promesa, “casi un voto religioso”, reafirmó a la monarquía británica. “Como el vínculo fiable entre una asociación de naciones y territorios cuyos lazos se habían debilitado por la guerra, la debilidad económica de Gran Bretaña y el ascenso de los nacionalismos”. Por un momento, asegura Pimlott, “el Imperio parecía unido”.

Al servicio de la Commonwealth

El discurso de Isabel también pretendía apoyar a lord Mountbatten, entonces virrey de la India y encargado de lidiar con su traumático proceso de independencia, que culminó en 1948. Este acontecimiento marcó el inicio del fin del Imperio y la consolidación de la Commonwealth, formalizada en 1949 como una asociación en la que las excolonias cooperaran en los ámbitos político y económico.

Como nueva reina y líder de la Commonwealth, Isabel II decidió dedicarse en cuerpo y alma a esta organización: “La Commonwealth no se parece en nada a los imperios del pasado”, dijo en uno de sus primeros discursos como monarca. Desde aquella nueva plataforma, trató de ejercer una nueva forma de soft power, donde la Corona, pese a su papel simbólico, jugaba un papel clave.

Isabel II al inicio de su reinado.

Isabel II al inicio de su reinado.

Dominio público

En 1953, Isabel II fue la primera reina de Australia y Nueva Zelanda en visitar ambos países. La gira fue un éxito: tres cuartas partes de la población la jalearon. Vitoreada por multitudes en el otro lado del mundo, pareciera que el Imperio seguía incólume.

Sin embargo, el papel internacional del Reino Unido sufrió otro revés en 1956, cuando el primer ministro Anthony Eden y su homólogo francés decidieron invadir Egipto, otro antiguo protectorado británico. El objetivo: recuperar el canal de Suez, nacionalizado por Gamal Abdel Nasser.

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La operación fue desastrosa, tanto a nivel militar como geopolítico: no recibió el apoyo de Estados Unidos, que, pese a la supuesta “relación especial” con el Reino Unido, detestaba sus ínfulas colonialistas. La crisis derivaría en un bochorno nacional, resumido así por el secretario de Estado de EE. UU., Dean Acheson: “Gran Bretaña ha perdido su imperio, pero aún no ha encontrado su papel”.

El grito de África

Los sobresaltos continuaron: en 1957, Costa de Oro, en el oeste de África, declaró su independencia. La antigua colonia, que había nutrido las arcas imperiales con los beneficios del cacao, el oro y el tráfico de esclavos –uno de los pilares del Imperio– pasó a llamarse Ghana.

La reina con los líderes de la Commonwealth en 1960.

La reina con los líderes de la Commonwealth en 1960.

Dominio público

Resuelta a no perder las relaciones, Isabel II decidió visitar la nueva nación, pese a las reticencias de sus consejeros. Pero Ghana pertenecía a la Commonwealth, y la reina consideraba que su visita era necesaria para apaciguar al presidente, Kwame Nkrumah, seducido por la otra nueva potencia, la Unión Soviética.

Lo cierto es que Nkrumah quedó encantado con la soberana, con la que bailó en una cena de gala, ante el escándalo de los antiguos oficiales coloniales. La visita, regia pero respetuosa, poco tuvo que ver con la que hicieron sus abuelos-emperadores a India, décadas atrás.

La buena disposición de la reina no impidió que las colonias africanas iniciaran una vertiginosa serie de procesos de independencia. En 1961 fue Sierra Leona, mientras que en 1963, Jomo Kenyatta consiguió una Kenia independiente; era el país donde estaba Isabel II cuando falleció su padre. Le siguieron Malawi y Zambia en 1964, Gambia en 1965 y Lesoto y Botswana en 1966.

Algo similar se estaba produciendo en otros lugares: Jamaica y la Guyana dejaron de ser británicas en 1962 y 1966, respectivamente, mientras que las islas Maldivas y Mauricio lo hicieron en 1965 y 1968. Malta, donde Isabel II pasó “los mejores años” de su vida como joven madre y esposa, se independizó en 1964.

Catorce reinos

“En los primeros doce años del reinado de Isabel II el Imperio prácticamente desapareció, hasta el punto de que en 1965 el término ‘Imperio británico’ dejó de usarse de manera habitual”, escribe el historiador Ashley Jackson. La reina trató de lidiar con la situación con sus característicos estoicismo y profesionalidad: la Corona nunca faltó a las ceremonias de arriado de la bandera, aunque casi siempre fue representada por el príncipe Carlos.

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En 1997, el heredero fue testigo de la que se considera la puntilla al desmantelamiento colonial: la devolución de Hong Kong a China, tras la expiración de un singular contrato de arrendamiento de noventa y nueve años. Carlos anotó en su diario el malestar que le provocó presenciar cómo se arriaba la Union Jack y se enarbolaba la bandera china.

Cuando el actual príncipe de Gales llegue al trono, heredará la Corona de catorce reinos de la Commonwealth: entre ellos, Canadá, Australia, Papúa Nueva Guinea y la isla de Santa Lucía. Catorce Coronas simbólicas que su madre, entusiasta de esta organización, atiende con esmero. Será tarea de su hijo mantenerlas o ver cómo se esfuman, de forma definitiva, los restos del que fue el mayor imperio de la historia.

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