Irene de Croacia, una reina a su pesar

Irene de Croacia, una reina a su pesar

La princesa tuvo que hacer frente a lo largo de su vida a varios reveses del destino, entre ellos, el exilio y la prisión

Por hola.com

Si bien normalmente los príncipes y princesas ansían desde la infancia coronarse algún día, ya sea por herencia o por matrimonio, el caso de la princesa Irene de Grecia y Dinamarca (1904-1974), Reina de Croacia durante apenas dos años y medio, se caracteriza precisamente por todo lo contrario. La Princesa haría todo lo posible, aunque en vano, para que su marido, el príncipe Aimón de Saboya (1900-1948), evitara ocupar el trono eslavo, al considerar que su proclamación como Rey le convertía en una mera marioneta del dictador italiano Benito Mussolini (1883-1945) cuyas consecuencias serían impredecibles. Mujer de gran valía intelectual y de notable elegancia, la princesa Irene tuvo que hacer frente a lo largo de su vida a no pocos reveses del destino, como el largo exilio o incluso la prisión a manos de las autoridades nazis. Hoy, pues, dedicamos estas líneas a la Duquesa de Aosta, Irene de Grecia y Dinamarca.

Nace la futura Soberana croata el 13 de febrero de 1904 en Atenas, siendo el quinto retoño del futuro rey Constantino I de Grecia (1868-1923) y de la princesa Sofía de Prusia (1870-1932), después tres varones y de su hermana Elena (1896-1982). Nueve años después del nacimiento de Irene llegaría la benjamina de la familia, la princesa Catalina (1913-2007), quien se convertiría en su mejor amiga y en un apoyo constante a lo largo de su vida. La infancia de la Princesa transcurriría sin grandes sobresaltos, lo que le permitiría recibir una amplia formación, convirtiéndola en políglota y amante del arte.

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A los trece años, su padre, ya Monarca, fue obligado a abdicar en favor de su hijo Alejandro (1893-1920), por lo que Irene se trasladó con sus padres al exilio suizo.  El rey Alejandro reinaría Grecia poco más de tres años, una vez que en 1920 moriría de forma trágica a causa de una infección producida por la mordedura de un mono. El pueblo griego conmocionado, en plebiscito, pediría entonces de forma abrumadora el regreso del rey Constantino, quien ocuparía el trono por un periodo de dos años, tras los cuales volvería a abdicar, esta vez a favor de su hijo Jorge (1890-1947). Esta nueva renuncia de su padre – quien moriría apenas un año después - llevaría por segunda vez a Irene al destierro, esta vez en Italia y en compañía de su madre y de su querida hermana Catalina.

En tierras italianas, la joven Irene no quiso llevar la vida regalada y ociosa que le habría correspondido como hija y nieta de Reyes. En Florencia, la Princesa griega, siempre muy solidaria, decidió formarse como enfermera en un hospital local. Por las noches, la joven disfrutó como una chica más de su edad de las noches de Florencia, visitando con asiduidad los salones de baile y convirtiéndose poco a poco en una celebridad en la ciudad transalpina. No obstante, alguien con el pedigrí de la Princesa, rápidamente se convirtió en una cotizada candidata a casar con Reyes y Príncipes casaderos en Europa. Así, durante un tiempo se la relacionó con el Zar búlgaro Boris (1894-1943) e incluso llegó a estar comprometida de forma oficial con el Príncipe alemán Cristian de Schaumburg-Lippe (1898-1974). No serían los únicos pretendientes. Tanto el príncipe Nicolás de Rumania (1903-1978) como el rey viudo Leopoldo III de Bélgica (1901-1983) igualmente se barajaron como posibles cónyuges de la joven Princesa griega.

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Sin embargo, Irene se dejaría llevar por el corazón y terminaría uniéndose con el Duque de Espoleto y futuro Duque de Aosta, el príncipe Aimón. La joven había conocido a este aristócrata italiano – cuyo bisabuelo era el rey Víctor Manuel II (1820-1878) – en una fiesta de exiliados griegos en Italia en la que los dos habrían quedado prendados el uno del otro. El Príncipe, hombre muy apuesto y muy aficionado al alpinismo, llegó a romper la relación formal que mantenía con la infanta Beatriz de España (1909-2002). Pese a que en la corte griega se consideró que el matrimonio no cumplía con las expectativas creadas en torno a la princesa Irene, ésta se negó a renunciar al amor. Los Príncipes casarían finalmente el 1 de julio de 1939 en Florencia. Según cuentan las crónicas, la bella ciudad italiana se engalanó para celebrar el enlace. Irene, quien apareció radiante, siempre recordaría aquella jornada como la más feliz de su vida.

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Apenas tuvieron los recién casados tiempo para disfrutar de su sincero amor. El estallido de la Segunda Guerra Mundial supondría un auténtico terremoto en todos los aspectos de la vida de los europeos, incluida la de los Príncipes. La princesa Irene decidiría alistarse en la Cruz Roja y llegaría a viajar a la Unión Soviética para auxiliar a los heridos del conflicto. Su labor, calificada por muchos de heroica, solo terminaría cuando quedara embarazada de su único hijo, el príncipe Amadeo (1943).

Al mismo tiempo, el príncipe Aimón se vio inmerso en una operación política que le colocaría en el trono de Croacia. El llamado Estado Independiente de Croacia había sido creado en 1941 como un país títere al servicio de fascistas alemanes e italianos. Al rey Víctor Manuel III se le encargaría la tarea de designar un Monarca para este país. El Soberano transalpino se decidiría por su primo, el príncipe Aimón, quien en primera instancia se negó a aceptar el ofrecimiento. Es conocido que la princesa Irene llegó a entrevistarse con varios consejeros del Rey italiano, intentando por todos los medios evitar la coronación de su marido. Finalmente, y sometido a una presión más que considerable – algunas fuentes apuntan incluso a graves amenazas -, el Príncipe dio su brazo a torcer y se convirtió en Rey de Croacia con el nombre de Tomislav II. De este modo, la princesa Irene se convertía en Reina. Influenciado por su esposa – que temía ser víctima de un atentado en tierras croatas -, el nuevo Rey ni siquiera llegó a viajar a su nueva nación, gobernando vagamente desde su oficina en Roma. La reina Irene tampoco gustaba que se la denominara majestad en los actos públicos y siempre subrayaba, para desagrado de las autoridades italianas, que ni ella ni su marido nada tenían que ver con Croacia, país que les resultaba totalmente extraño.

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Tras el armisticio de Italia y el fin del régimen de Mussolini, el rey Aimón abdicó del trono croata. Comenzaría así un calvario para Irene y su familia, una vez que serían detenidos por los alemanes y llevados a campos de trabajo tanto en Austria como en Polonia. No sería hasta 1945, coincidiendo con la derrota de los alemanes, cuando serían liberados de nuevo. Pese a las penurias vividas, la princesa Irene siempre mantuvo una postura digna, negándose a recibir privilegios por su condición y compartiendo el infortunio con sus compañeros de cautiverio.

De vuelta en Italia, la relación con su marido se deterioró hasta el punto que cuando en 1947 se proclamó la República italiana, ambos eligieron destinos diferentes para marchar al exilio. El Príncipe viajaría a Sudamérica, mientras que la Princesa y su hijo, el príncipe Amadeo, optaron por Suiza. El contacto familiar prácticamente se desvaneció. Amión moriría en Buenos Aires en 1948, sin poder soportar los rigores del destierro.

Los últimos años de vida los pasará la princesa Irene al lado de su hermana Elena de regreso en Italia, en Fiesole. Allí morirá el 15 de abril de 1974 a la edad de setenta años. Sus restos mortales descansan en la Cripta Real de la Basílica de Superga, en Turín, en donde se entierran tradicionalmente los miembros de la Casa de Saboya.