Munich, 1972: los Juegos de la Felicidad, el Terror y la Venganza - Santiago Navajas - Libertad Digital - Cultura
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Santiago Navajas

Munich, 1972: los Juegos de la Felicidad, el Terror y la Venganza

Los Juegos no se suspendieron, con los atletas participando como si tal cosa mientras que los deportistas israelíes estaban secuestrados y amenazados de muerte, cuando ya no alguno asesinado.

Los Juegos no se suspendieron, con los atletas participando como si tal cosa mientras que los deportistas israelíes estaban secuestrados y amenazados de muerte, cuando ya no alguno asesinado.
Habitación de la delegación israelí en la Villa Olímpica tras el atentado | Cordon Press

En 1972 se celebraron los Juegos Olímpicos en Munich. Su lema: "Los Juegos felices". No se les ocurrió otra cosa a los jefes de seguridad alemanes que prescindir de la policía en la Villa Olímpica. Los 2000 agentes de seguridad iban desarmados. Bueno, no exactamente desarmados: los policías tenían orden de disparar caramelos y de llevar flores a los posibles manifestantes. Sí, ya sé que parece que me lo estoy inventando, pero si no me creen no tienen más que escuchar a los "responsables" de seguridad de entonces contarlo ellos mismos en el documental Septiembre negro (2012).

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El jefe de policía de Munich, Manfred Schreiber, el Ministro del Interior de Alemania Occidental, Hans Dietrich Genscher y un negociador árabe hablan con un terrorista palestino.

Era la época de los jipis y John Lennon cantando Imagine. También eran los tiempos en que el terrorismo de extrema izquierda campaba a sus anchas en Europa (Fracción del Ejército Rojo en Alemania, ETA en España, Brigadas Rojas en Italia) y el terrorismo islamista cubría de sangre Oriente Próximo y juraba exterminar a los judíos de Israel. ¿Qué espíritu se impondría, el pacifista pero bobalicón de John Lennon y Yoko Ono o el ideológico a fuer de criminal de la dupla de marxistas-leninistas Baader-Meinhof?

No todos eran ingenuos. Georg Sieber, un psicólogo de la policía, entregó un informe de diversos escenarios, entre los que se encontraba la posibilidad de un atentado, específicamente de terroristas palestinos. No le hicieron el más mínimo caso. En general, los alemanes de entonces se tomaban la advertencia sobre la seguridad como las recomendaciones de Trump sobre su dependencia actual del gas ruso: con risas.

Ninguna risa por parte de Golda Meir, que dejó claro que no pensaban someterse al chantaje de los terroristas, ya que significaría poco menos una invitación a secuestrar a cualquier ciudadano israelí para conseguir algún tipo de compensación. Que los alemanes planteasen siquiera la posibilidad de una negociación muestra el grado de alienación respecto a la realidad en la que se encontraban. Todavía más si cabe de que se extrañasen de que el líder de los terroristas palestinos se hubiese educado como ingeniero en Alemania, como si eso fuese garantía de civilización, cuando por cada Goethe hay tres Carl Schmitt y un par de Rosa Luxemburg.

A todo esto, los Juegos no se suspendieron, con los atletas participando como si tal cosa mientras que los deportistas israelíes estaban secuestrados y amenazados de muerte, cuando ya no alguno asesinado (luego se supo que el presidente del COI, el norteamericano Avery Brundage era un antisemita feroz). Hay que entender que la izquierda había lanzado una campaña no solo contra la policía, sino contra el Estado de Derecho al que calificaban de Estado opresor fascista y burgués. Los dirigentes políticos alemanes se temían de ser tachados de fachas y todavía más de nazis por los seguidores de la Escuela de Frankfurt o, desde la cercana Francia, por los filoestalinistas ideólogos cercanos a Jean Paul Sartre. Del clima de intimidación contra las Fuerzas de Seguridad del Estado por parte de la izquierda, esa incompetencia y pasividad rayana en la complicidad de los dirigentes policiales alemanes que, por cierto, no dejaron intervenir a los mucho más preparados, y con más voluntad de resolver el problema, agentes israelíes.

Once atletas israelíes y un agente de la policía alemana asesinados, y cinco terroristas muertos. En Palestina, muchos se sintieron orgullosos de sus asesinos. Cosa que no nos sorprenderá en España, donde reciben en sus pueblos vascos a los etarras con cánticos de bienvenida los que valoran en más la sangre mítica que la sangre derramada.

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Rehenes israelíes retenidos por 'Septiembre Negro'

El lema del espectáculo "el show debe continuar" se aplicó tras una ceremonia de luto (salvo por los que quedaban del equipo israelí y algunos atletas que se solidarizaron con los asesinados). Supuestamente, para que los terroristas no se sintiesen vencedores a pesar del fracaso de sus objetivos. Pero para las víctimas significó sumar la humillación de la invisibilidad al dolor por sus fallecidos.

Dicha invisibilidad y dicho dolor no fueron acogidos en Israel con el espíritu de poner la otra mejilla, sino más bien con la ley del Talión. Para una ilustración de cómo sucedió la venganza israelí contra los terroristas debemos pasar del documental a la ficción basada en hechos Munich de Steven Spielberg. La diferencia es que los israelíes no dirigían sus ataques contra civiles sino contra soldados y terroristas. Pero, sin embargo, fueron asesinados decenas de civiles inocentes cuando las fuerzas israelíes mataron a los responsables de los asesinatos en Munich. La campaña israelí para asesinar a los terroristas palestinos estuvo amparada por la Alemania comunista, que era un santuario del terrorismo internacional contra los países liberales.

Munich de Steven Spielberg

Son varios los problemas que trata Spielberg en Munich. En primer lugar, la realidad de la violencia. Y la cuestión de cómo tratar dicha realidad. ¿Es legítimo responder a la violencia con la violencia? Esto es lo que se plantea la primera ministra Golda Meir desde las cloacas del Poder. Y responde que sí:

"Otra vez masacrados... Once judíos muertos en Alemania... y el mundo sigue con sus banderas y sus juegos... esas personas han jurado destruirnos. Olvidemos la paz por ahora, les demostraremos que somos fuerzas. Tenemos leyes, representamos la civilización... pero no sabemos quiénes son esos maníacos... díganme que leyes amparan a individuos como esos... toda civilización ha tenido que llegar a un compromiso con sus propios valores. He tomado una decisión, la responsabilidad es solo mía"

Esta película también se podría denominar Una Historia de la Violencia. La violencia va in crescendo desde el bellísimo -cinematográficamente- asesinato del traductor de Las mil y una noches, hasta el durísimo de la killer holandesa (gran detalle hitchcockiano del perfume en el pasillo).

Además del cuestionamiento de la violencia, sin ingenuidad, mirando cara a cara la necesidad de responder con violencia a la violencia, al mismo tiempo se introduce la cuestión de si el colectivo, en este caso la nación israelí, está por encima del individuo. De ahí las referencias a Eichman que fue sometido a un juicio, o la insistencia, tras una evolución dolorosa por parte del agente Avner, en la necesidad de encontrar pruebas acusatorias.

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Jornada de luto tras los atentado. De fondo la delegación israelí

La secuencia en la que por un "error" los terroristas palestinos y los agentes del Mossad se encuentran en un piso franco se convierte en una metáfora de la tierra compartida y competida. La valentía de Spielberg le lleva a dejar hablar al terrorista palestino, en sus propios términos, dejándo al espectador la libertad de elegir por cuál de las dos perspectivas opta. Que algunos hayan asegurado que es una película antiisraelí y otros que es antipalestina es la señal de que Spielberg ha dado lo más cerca de la diana que seguramente se puede alcanzar. Recordemos al dirigente maoísta chino al que le preguntaron su opinión sobre la Revolución Francesa y respondió que aún estábamos demasiado cerca para emitir un juicio.

En un foro en El País, a Vargas Llosa le planteaban:

"¿Ha visto Munich, de Steven Spielberg? En caso afirmativo, ¿qué le parece?

R. Me parece una extraordinaria película que, al mismo tiempo que cuenta una historia con una extraordinaria solvencia artística, plantea un dilema moral de extrema actualidad. Lo que ese filme desribe desborda el conflicto palestino israelí. Es terriblemente injusto que llamen a Munich una película antisemita; creo que es todo lo contrario, está en la tradición judía de plantear la política como un problema moral."

50 años después, la política sigue siendo, como no puede ser de otra manera, un problema moral. La cuestión es si hemos aprendido las terribles lecciones que nos hizo sufrir la Historia. La respuesta, me temo, es que no. El antisemitismo sigue vivo, y el terrorismo sigue acechando. Estas conmemoraciones nos pueden servir tanto para rendir homenaje a las víctimas del pasado como para prevenir desastres futuros. Seamos, pese a todo, optimistas.

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