Mamá | Crítica | Película

Mamá

Are the girls ok? (o el arte de quitarse las gafas) Por Fernando Solla

El mejor amigo de un chico es su madreAnthony Perkins en Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960)

Estrenada con todos los honores en más de dos mil seiscientas salas estadounidenses, Mamá (película de factura hispano canadiense) que lleva el sello de Guillermo del Toro en la producción (y menudo sello, ya que el nombre del mexicano ocupa casi tanto espacio como el título de la película en el cartel cinematográfico) ha conseguido situarse en el número uno de la taquilla norteamericana durante su primer fin de semana, recaudando algo más de veintiocho millones de dólares, posición que también ha asumido en España y México. Impresionante recorrido (que no ha hecho más que empezar) cuyo inicio se remonta al Festival (Internacional de Cinema de Catalunya) de Sitges de 2008, edición en la que se proyectó el corto homónimo que ha dado origen a la actual obra cinematográfica. En Sitges se proyectan cortometrajes casi a peso y la mayoría de ellos no tienen demasiado recorrido una vez terminado el festival. No es el caso de Mamá, en palabras de su realizador Andrés Muschietti “un corto, muy corto” (poco más de tres intensos minutos) que caló hondo en los espectadores, siendo uno de ellos el citado del Toro, que se animó a producir el doble salto de Muschietti: al largometraje y al panorama internacional. En la inauguración de la última edición de Sitges tuvimos la oportunidad de asistir a la presentación oficial del proyecto ante prensa y espectadores, donde unos emocionados Andrés y Barbara Muschietti agradecieron la puerta que les abrió el certamen cinematográfico, a la vez que recibieron los aplausos del público tras la nueva proyección de su cortometraje, esta vez en un atiborrado Auditori, que esperaba el estreno de la película inaugural, El cuerpo (Oriol Paulo, 2012).

Centrándonos ya en el largometraje, y más allá de la alegría que nos producen la repercusión y las cifras conseguidas con Mamá, tras el visionado de la misma no podemos mostrar el mismo nivel de satisfacción ni entusiasmo, algo que también sucedía con la cinta de Paulo. Formalmente impecables pero dramáticamente muy discutibles, reiterativas, inconsistentes, dubitativas y, finalmente, algo endebles. Seguramente tanto Muschietti como Paulo serán (o fueron) alumnos aventajados en sus respectivas escuelas cinematográficas y sus películas son ejemplos perfectos para una clase de semiótica.
Tanto El cuerpo como Mamá repasan uno a uno los clichés genéricos en los que se adscriben sus títulos.
Con un dominio técnico admirable y un pulso firme en la creación de atmósferas más o menos inquietantes, asistimos a dos ejemplos de productos que cuentan con un envoltorio de lujo, que tienen todos los ingredientes para que su contenido sea espectacular, pero que una vez descubierto lo que hay en su interior todas nuestras expectativas se ven incumplidas y la proyección se convierte en un déjà vu cinematográfico, viendo los espectadores pasar imágenes que nos resultan más que familiares y adivinando una por una las situaciones que involucionan (en lugar de evolucionar) ante nuestros ojos, haciendo del arquetipo su estandarte y único valor.

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¿Qué celebramos pues? ¿Que se tenga en cuenta a nuestros realizadores en el panorama internacional, ofreciéndoles la posibilidad de rodar en inglés con actores que cuentan con millones de seguidores (véase Naomi Watts o Ewan McGregor en Lo imposible o Jessica Chastain en el caso que nos ocupa)? ¿Que los proyectos que se ruedan en nuestro país consigan despertar el interés de productoras solventes e intérpretes mediáticos (sin negar en ningún momento su talento porque así sea) que aseguran, a priori, el tirón comercial de la película (véase Belén Rueda, Jose Coronado y Hugo Silva en El cuerpo)? ¿Que películas cuya nacionalidad se considera española, por mucho que parte del equipo no lo sea ni el idioma en el que se han rodado tampoco (de nuevo la cinta de Bayona y Mamá) consigan recaudaciones astronómicas y posibilidades más que probables de colarse en las quinielas para los premios más importantes? Por supuesto que celebramos todo esto como el que más, no olvidemos que lo que nos gusta es el cine; pero, precisamente defendiendo el Cine, lo que nos preocupa más que todo eso es la calidad de las películas y, sintiéndolo mucho, lo único que podemos celebrar en el caso de Mamá es que si contamos con un presupuesto más o menos holgado, sabemos rodar muy bien una cinta convencional, que no aporta nada nuevo, genuino u original al género. Una película más que consumir (antes que ver) y una película más que olvidar. Lo dijo muy bien J. Bayona cuando recogió su Goya como Mejor Director por Lo imposible: “Está bien hacer películas grandes. No significa ser un arrogante, como hacer películas pequeñas no significa ser pobre y el cine español (o no) necesita películas grandes, medianas y pequeñas. Y que vosotros (nosotros) os sigáis emocionando como nosotros (ellos) al hacerlas…”. Más allá de las opiniones sobre la calidad de su exitosa película, que un servidor no se cansará de defender, como en el caso de su predecesora y ópera prima El orfanato (2007), las palabras de Bayona ilustran a la perfección lo que queremos decir.

Lo más decepcionante de Mamá (como también lo es, una vez más, en el caso de El Cuerpo) es precisamente que, a pesar de su falta de arrogancia y de las ganas que se desprenden de algunas escenas y fotogramas de hacer una película que trascienda lo mediocre, de expresar todo el potencial de sus realizadores y de homenajear a sus películas favoritas, que a pesar del deseo de mostrar todo su conocimiento y a pesar también de apuntar y conseguir en algunas escenas posibilidades dramáticas y argumentales (ya hemos dicho que las técnicas son impecables) muy interesantes, al final ninguno de los ingredientes sea compatible para conseguir un producto consistente y de fácil digestión. Especie de fábula familiar en la que dos niñas se verán obligadas a sobrevivir por su cuenta y riesgo durante cinco años hasta que son encontradas por su tío (un Nikolaj Coster-Walday mucho más bondadoso que su pérfido Jaime Lanister en el blockbuster de la HBO Juego de Tronos) y su novia Annabel (Jessica Chastain), una joven que a medida que trate con las aparentemente imposibles niñas verá cómo su instinto maternal va despertando poco a poco, paralelamente a su paciencia, que tendrá que soportar desplantes varios y angustiosos de las hermanas (meritorias interpretaciones de las niñas Megan Charpentier e Isabelle Nélisse), que parecerán más apegadas a una ¿imaginaria? madre que creen las protegerá ante y contra todo mal. Por medio se meterá el ambiguo Dr. Dreyfuss (Daniel Kash), que nunca sabremos con qué fines utiliza a las niñas y una anodina tía (Diane Gordon) que luchará por la custodia de las niñas. No desvelaremos más detalles de la trama, aun teniendo en cuenta que la mayoría se desvelan por sí mismos a los pocos minutos de un metraje que nunca llega a encontrar un punto de coyuntura entre los tres géneros que parece tratar: terror, fantástico y drama; dejando sin explicación alguna elementos dramáticos que se convierten en fantásticos no por una voluntad explícita del guión, si no por su falta de desarrollo. Miedo, infancia, maternidad… Algo que disfrutamos mucho más con la prima hermana de Mamá, la también imperfecta pero algo más estimulante La huérfana (The Orphan, Jaume Collet-Serra, 2009) y, sobretodo, con la emocionante El orfanato (J. Bayona, 2007).

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No queremos terminar la crítica sin destacar varios aspectos de la cinta de Muschietti que sí que nos han gustado y que, a pesar de quedarse aislados o simplemente planteados, merecen mencionarse. El primero es que a pesar de quedarse estancado en algunos momentos y no conseguir que la historia avance con la agilidad que sería de esperar, el realizador no se ha limitado a copiar y alargar su cortometraje, cambiando incluso el momento álgido del material de origen.  Del mismo modo, aunque su uso se queda en algo meramente ornamental, podría haber dado mucho juego y hecho avanzar la historia de manera mucho más dinámica el desarrollo de la narración a través de los dibujos en las paredes de las dos hermanas, algo mucho más útil y sutil que el cúmulo de escenas reiterativas y enésimamente enfáticas que presenciamos durante el largometraje. Aunque el Muschietti guionista no sabe profundizar demasiado en la psicología de los personajes, el Muschietti director sí sabe aprovechar el talento interpretativo de Jessica Chastain, que consigue emocionarnos con la escena en que rodea con todo su cuerpo (literalmente) a una de sus accidentales hijastras. Aunque a modo de excepción si tenemos en cuenta el conjunto de la película, excelente gestión del drama y ejemplar explicación del comportamiento de Victoria, cuando la niña decide combatir el miedo que le producen los acontecimientos que la sacuden quitándose las gafas y creando, de este modo, una venda natural que convierte en borroso todo lo que se le pone por delante. Finalmente, destacamos el uso que se da de un fruto tan sabroso como las cerezas y sus huesos, algo que no veíamos en el cine desde la estupenda Las brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, George Miller, 1987).

Para terminar, compartimos de nuevo la alegría que supone para cualquier aficionado al séptimo arte en general, y al género de terror en particular, el éxito de una cinta con tanto potencial como Mamá, aunque también creemos que nuestro nivel de exigencia ha de ser igual de potente. Quizá estamos ante una nueva hornada de realizadores que en un futuro (esperamos que muy lejano) tendrán mucho que aportar. De momento, nos gustaría que, más allá que sean sus modelos y referentes, Muschietti y compañía dejaran de emular a Spielberg, Kubrick y tantos otros, para intentar encontrar una voz propia dentro del panorama cinematográfico actual. Menos efectismo, menos explicarlo todo y más confiar en la inteligencia del respetable, ya que el aquí presente sigue opinando, que el mayor terror no lo provoca subir el volumen de repente en un golpe de efecto, si no el miedo que nos produce no conocer qué está pasando… ¿Nos suena aquello de… si no se sabe da más miedo? Pues eso, más miedo, más terror. Eso es lo que queremos.

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