Madame Caillaux, la mujer que mató de seis tiros a uno de los editores más famosos de Francia y esperó sentada a que llegara la policía

El mismo día que estallaba la Primera Guerra Mundial, un jurado leía el veredicto a una asesina casada con uno de los mayores políticos de Francia.

Madame Henriette Caillaux.

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El veredicto del juicio de Madame Caillaux, acusada de asesinar al editor de Le Figaro, llegó la misma mañana que Austria y Serbia se declaraban la guerra. Henriette Caillaux había acudido el 16 de marzo de 1914 al encuentro de Gaston Calmette, al que disparó seis veces. Y el 28 de julio de 1914 se produjo su absolución: el jurado no podía concebir que una mujer de la belle époque pudiese matar como un hombre, con motivaciones políticas. La idea de “la pasión femenina”, escribe Edwar Berenson en los compases finales de El juicio de Madame Caillaux (Avarigani), “había absuelto a Madame Caillaux de la responsabilidad por su crimen”. Ese día, mientras partidarios y detractores de los Caillaux se enzarzaban en una gresca al término del juicio, el archiduque Francisco Fernando era asesinado. Comenzaba la Primera Guerra Mundial.

En el epílogo sobre este imprescindible ensayo acerca del juicio espectáculo que devoró a la Gran Guerra en las portadas, se ponen de manifiesto “los problemas de aquella época y que han vuelto a existir en la nuestra”, en palabras del editor Santiago Eguidazu: las tensiones entre géneros. El populismo y dos visiones antitéticas de la democracia se cruzan por encima de un juicio que es mucho más que un asesinato político. Henriette Caillaux había acabado con la vida de uno de los grandes enemigos políticos de su marido, Joseph Caillaux —el hombre que había presentado durante la década precedente un ambicioso plan para Francia en el que se hallaban las ideas “que, a la postre, han permitido construir Europa”—.

Eguidazu descubrió el libro de Berenson en un viaje a Nueva York en 1992, en una época en la que —como hoy— solo unos pocos estudiosos conocían la figura de uno de los grandes impulsores políticos de las democracias liberales modernas. Un mal héroe que, entre horribles decisiones morales, fue cimentando ideas tan contestadas que hicieron falta dos guerras mundiales para que empezasen a germinar: una Europa de comercio, paz y progreso.

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