La ley de la inocencia

Correcto western con toques de suspense, muy del estilo que le gustaba a Hitchcock de falsos culpables y hombres corrientes perseguidos por todos donde las pruebas son abrumadoras contra ellos, "La ley de la inocencia" cumple con los cánones que se les pide a las películas del Oeste ( solo falta los indios).

Protagonizada por Audie Murphy, el soldado norteamericano más condecorado de la Segunda Guerra Mundial. Ahí donde le ven con cara de angelito se calcula que mató a unos 240 soldados enemigos, Audie Murphy puso rumbo a Hollywood donde protagonizó westerns y una película de sus hazañas bélicas en el frente europeo.

Lo mejor de la película son los secundarios, habituales de los Westerns de entonces, que arropan a Audie Murphy, especialmente el papel de "marshall" que persigue al acusado está muy conseguido, al tener muchos ángulos oscuros. También merece la atención el erotismo implícito en el secuestro de la chica guapa del pueblo que poco a poco va creyendo en la inocencia de Audie Murphy.

En suma un Western entretenido ideal para ver después de comer y relajar las neuronas.

El director George Sherman nos ofrece un Western en verdadero CinemaScope que, junto a una buena calidad fotográfica en exteriores, nos hace pasar el rato sin que ocurran grandes cosas que nos hagan tener gran interés por lo que ocurre en este film, pues el argumento es flojo. Las interpretaciones son simplemente discretas, con todo lo cual lo único interesante de este film es lo citado al principio de esta crítica, pero ello solamente no es suficiente para sujetar una película donde falta de casi todo lo necesario para disfrutar de una película del Oeste.
La versión española (doblaje) no es de buena calidad, y al haber sido doblada recientemente por ser un film casi desconocido, no encaja muy bien en una película de hace más de 50 años, por lo tanto, tal vez en versión original será más creíble.
Como curiosidad en esta producción trabaja como casi figurante el famoso actor de Westerns legendarios en blanco y negro Bob Steele, lo cual no deja de ser triste para un famoso de una época muy primaria en este tipo de films.

Queriendo ser amable con un hombre en aprietos que se encuentra en el camino, el caballista Clay Santell, terminará sin caballo, pero se quedará con el rifle que portaba el hombre que lo robó. Cuando Santell llega caminando a Sutterville, la gente del pueblo se pone nerviosa al identificar el arma por las líneas blancas que tiene en la culata, y pronto alertan a las autoridades convencidos de que se trata de Travers, el hombre que alteró la paz del pueblo y al que buscan por asesinato. Pero, como dice mi suegra, “resulta y sucede” que, el único hombre que reconocería a Travers, es el sheriff Deckett… y éste está dispuesto a aprovecharse de la situación para así lucir ante el pueblo como el héroe que, hasta ahora, nunca ha podido ser.

Ante la apremiante situación, el nuevo falso culpable tendrá que ingeniárselas para huir, y así comienza otra cacería humana en la que, la llamada justicia quizás sea la portadora del mal... y “el mal” tendrá que demostrar que, él, es otra cosa. Nada nuevo bajo el cielo. La suerte de historia que se repite y se repite, para seguir demostrando lo lamentablemente poco que ha aprendido nuestra especie en estos últimos veinte siglos, ¡y cómo cada día hay más gente que, la imagen de la humanidad, la mantiene por el piso!

El director, George Sherman, nos deja muy complacidos con una puesta en escena que, no obstante ser éste un filme de bajo presupuesto, poco o nada tiene que envidiar a las grandes producciones de Hollywood, y gracias a la cuidada fotografía de Clifford Stine, su obra resulta radiante con el esplendor del Cinemascope.

La historia, escrita por Christopher Knopf, partiendo de la novela, “Outlaw Marshall” (1959) de Ray Hogan, ha sido muy bien estructurada, logrando crear personajes de fuerte integridad (Santell, Janet, el señor Perrick) con los que es muy fácil empatizar; y otros de muy dudosa moral (Deckett, Ambrose, Travers…) con los que vamos a tener nuestras buenas reservas. Hijo de un hombre de ley que, al tener un hijo periodista, seguramente le contaba las vergonzosas historias que solían darse entre sus colegas, Ray Hogan orientó muchas de sus obras a recrear la corrupción judicial, y otras tantas, a exaltar a los escasos incorruptibles oficiales que, por fortuna, de tanto en tanto surgen para evitar las tinieblas definitivas.

En los años 1950, en los Estados Unidos de Norteamérica, todavía eran bastante comunes los ajusticiamientos por los más elementales (o falsos) motivos, en especial de afrodescendientes cuyo asesinato se asumía, casi, por deporte; y por motivaciones como obtener reconocimiento, respeto o algún puñado de sucios dólares, también un blanco podía ser ejecutado extra-juicio si la situación precisa se presentaba. Era la ley del más fuerte, se pisoteaba la dignidad y la justicia… y así se forjaba la penosamente llamada “tierra de la libertad”, lema que se cacareaba hasta el cansancio, en procura de desvanecer las numerosas sombras que ennegrecían el cielo cada día.

Sherman, ha retomado muy bien el mensaje, y con logradas caracterizaciones de, Audie Murphy, Felicia Farr, Stephen McNally y Robert Middleton, lleva a buen puerto su película dejando, ¡bien claro!, ese sinsabor de que las cosas en sociedad andan bastante retorcidas.

P.D. El título original, “Hell Bent for Leather”, hace parte de la jerga estadounidense. Traducido literalmente sería: ‘Infierno doblegado por el cuero’, una metáfora que, referida a los cowboys, aludía a hacer correr los caballos a gran velocidad para huir de un peligro. Hell-bent (unido) se asume como correr desenfrenado, y más recientemente, la frase completa también se entiende como, “El infierno aguarda a los atrevidos”.

Título para Latinoamérica: REO SIN CULPA

Impotencia de Clay Santell (Murphy), que haciendo el papel del buen samaritano de la parábola socorre a una persona que vaga perdida y sedienta, Travers, que le paga a su vez arrebatándole el caballo y abandonándolo a su suerte. Impotencia de los ciudadanos de Sutterville para buscar la verdad y al culpable real de las muertes que allí ocurren. Pero sobre todo impotencia del marshall Deckett (McNally) para capturar al auténtico Travers, transfiriendo a sabiendas la responsabilidad de los cargos al inocente Clay. A falta de pan buenas son tortas.
Este es en esencia el nudo del argumento, la búsqueda del verdadero culpable con la inevitable presencia de la señorita que lo apoya, Janet (Farr), y donde lo mejor es el análisis de la personalidad de este curioso y atormentado marshall.
Impotencia de un guion mediocre donde aparecen a mitad de cinta unos forajidos de tres al cuarto que no pintan allí gran cosa, "Si hay algo que odio más que un marshall es un chivato". Impotencia de las limitaciones interpretativas de los principales protagonistas. Impotencia, en fin, para sacar algo más de partido a una historia que podía haberse centrado más en profundizar sobre la afanosa búsqueda de los pueblos para encontrar "culpables" aunque sea "sin causa".
En lo positivo la película ofrece una acción continua, bien ambientada en bellos exteriores rocosos y con muy buena fotografía. Para pasar un rato distraído.

Entretenido western, sobrio y clásico en el sentido de que no tiene más humor del necesario y resulta serio y honesto en todo momento.

Eso no quiere decir que resulte redondo, ya que algunos hechos resultan demasiado curiosos y algo extraños. La aparición del personaje de Robert Middleton y sus dos hermanos es una buen prueba de ello.

Pero está bien narrada, no en vano el director George Sherman sabe lo que hace, al haber anteriormente dirigido un buen puñado de pelis del oeste y conocer perfectamente sus claves.

Un elemento de gran importancia en la historia y que resulta bellísimo fotografiado en el maravilloso Cinemascope de la época, es el paisaje. Uno frondoso, con verdes praderas, y otro con altas y peligrosas alturas: (Alabama Hills, Lone Pine, California, USA y Lone Pine, California, USA).

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