Gypsy, un sexy thriller que no es ni tenso ni atractivo

Gypsy, un sexy thriller que no es ni tenso ni atractivo

Crítica

La gran pregunta es qué guion leyó Naomi Watts

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Naomi Watts no puede salvar una serie.

Alison Cohen Rosa/Netflix / Netflix

Resulta confuso entender ese momento en el que Naomi Watts leyó el guion del primer episodio de Gypsy, su nueva serie de televisión, y pensó que era buena idea aceptar el papel. Sólo en los primeros minutos nos encontramos con una voz en off advirtiéndonos que el subconsciente es traicionero y de repente vemos su personaje, una psiquiatra llamada Jean Holloway, entrando en una cafetería llamada Rabbit Hole. ¿Se puede ser más sutil?

El texto de Lisa Rubin, una desconocida en el medio hasta que Netflix quiso comprarle el proyecto, no era precisamente engañoso. En estos mismos primeros minutos también nos encontramos su personaje tratando una paciente y escribiendo la palabra “boundaries” en su libreta para recordarse que debe establecer unos límites claros con sus pacientes. ¿Para qué dejarnos llevar por la historia cuando nos pueden deletrear los conflictos incluso antes de que sucedan?

La protagonista tontea con la idea de poner su vida patas arriba con tal de satisfacer deseos ocultos

Posiblemente Watts pensó que un thriller psicosexual sería la forma perfecta para llamar la atención en Hollywood, llevarse unas cuantas nominaciones y con un poquito de suerte el Emmy por su trabajo. No hace demasiado que los actores de cine se llevaban premios sólo por rebajarse y hacer televisión (los Globos de Oro todavía se dejan deslumbrar por las estrellas) cuando la mayoría de las veces deberían dar las gracias por poder interpretar personajes más interesantes que cualquiera que les ofrezcan en películas.

Sin embargo, no entraremos en este debate sobre los niveles de la ficción televisiva y cinematográfica por dos razones: es demasiado evidente que las series no tienen nada que envidiar narrativamente al cine y el personaje de Watts no es ningún favor. Si en su día creyó que interpretar a Diana de Gales podía ser una forma de obtener el Oscar y los críticos despellejaron la película como si les fuera la vida, en Gypsy tampoco está de suerte.

El punto de partida puede sonar atractivo cuando se piensa en una psiquiatra que decide coquetear con una camarera. Siente el impulso de mentir sobre su nombre cuando le pide los cafés y tontea con la idea de poner su vida patas arriba con tal de satisfacer deseos que desconocía tener. Suena jugoso. Pero hay dos problemas que destrozan la propuesta y que no tienen que ver con la australiana, que ha demostrado más de una, dos, tres y cuatro veces que es una actriz solvente y a menudo radiante.

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¿Sexy? No tanto.

Alison Cohen Rosa/Netflix / Netflix

El problema es un guion poco estimulante que considera que meter una psiquiatra desobedeciendo todos sus códigos deontológicos comporta que ya sintamos la tensión del thriller, que colocarnos esa misma mujer deseando otra mujer ya significa que la serie es sexy, y que piense que fichar una buena actriz ya comporta que el personaje sea complejo. Para tratarse de una obra psicológica que dice hablar del subconsciente, sorprende su ausencia de capas.

Y el problema también es esa directora llamada Sam Taylor-Johnson que ya demostró en Cincuenta sombras de Grey que era incapaz de convertir las pulsiones sexuales en algo que te subiera la temperatura corporal. También entran ganas de mandarle un enlace a la serie británica Doctor Foster para que vea que la tensión puede estar en las escenas más insignificantes, que optar por un enfoque frío no convierte automáticamente su obra en intrigante o e ntretenida. No hay ritmo.

Pero, bueno, nadie le puso a Watts una pistola en la cabeza para que aceptase el papel y en los títulos aparece como productora ejecutiva. Así que su nivel interpretativo no es el problema de la serie pero sí tiene parte de la culpa de este resultado tan poco satisfactorio como mínimo en su principio, que un servidor no ha terminado los diez episodios (y, sinceramente, duda que se sienta con fuerzas para acabarla).

La directora Sam Taylor-Johnson ya había demostrado en Cincuenta sombras de Grey que la tensión y el sexo no eran lo suyo

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