Dior, ABBA y el escándalo: 40 años de la boda real más pop

El 19 de junio de 1976 un rey playboy y una azafata latina se casaron ante 500 millones de telespectadores y a ritmo de una de las canciones más famosas de la historia de la radiofórmula.

Boda de Carlos Gustavo y Silvia de Suecia en 1976.

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1.200 invitados acudieron a la catedral de Estocolmo y a los fastos previos y posteriores: príncipes, princesas, reyes y reinas. También  Alfonso de Borbón Dampierre y su entonces esposa, Carmen Martínez Bordiú. Y 500 millones de telespectadores.

Una morena de rasgos latinos ceñía la corona de Suecia tras su boda con el rey Carlos XVI Gustavo hace cuarenta años. La historia de amor la resumió el joven rey con un click al presentar a su novia al pueblo sueco en una rueda de prensa: "He conocido a esta joven y sencillamente me ha hecho click”. Fue el resumen de lo que había ocurrido en el ardoroso corazón del heredero de los Bernadotte cuando conoció a la azafata germano brasileña ** Silvia Renata Sommertlath de Toledo** en las Olimpiadas de Munich 1972.

Los juegos olímpicos parecen ser terreno abonado para que miembros de las familias reales hallen su media naranja. La infanta Cristina de Borbón cayó rendida ante el jugador de balonmano Iñaki Urdangarín en la Olimpiada de Atlanta 1996. Mary de Dinamarca conquistó al heredero de la corona danesa en Sidney 2000. Y el deporte también unió a Charlène y Alberto de Mónaco.

Cuando el corazón de Carlos Gustavo hizo click aún era príncipe heredero. Un joven de cabello rubio ensortijado, ojos bien azules y una mueca tímida y seductora que se ha ido apagando a lo largo de los años. El príncipe tenía dos aficiones que ha conservado: su amor por los scouts y su debilidad por las mujeres. De vivir su abuelo, el rey Gustavo VI Adolfo, probablemente la boda entre el príncipe y la azafata no se habría celebrado. ** Por entonces, las plebeyas no accedían a los tronos. Solo dos mujeres lo habían logrado: Grace de Mónaco y Sonia de Noruega.**

Pero desde los flirteos en la discoteca Kinki, tras el encuentro en Munich, la joven de larga melena y atrevidas minifaldas no parecía llamada a convertirse en reina de la noche, pero sí en reina de Suecia. En 1973 Carlos XVI Gustavo accede al trono tras la muerte de su abuelo. En 1976 anuncia el compromiso con la hija del empresario alemán Walter Sommerlath, tres años mayor que él.

Carlos Gustavo y Silvia de Suecia saludan a los curiosos que se acercaron a la catedral de Estocolmo el día de su boda.

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Su prometida había nacido en Heilderberg el día antes de la Navidad de 1943. Con dos años, su familia abandonó Alemania para instalarse en Brasil. Vivieron en ese país hasta 1957. De regreso a Alemania, Silvia comenzó a estudiar idiomas (habla alemán, francés, inglés, sueco, español, portugués y la lengua de signos) ; trabajó en el consulado de Argentina en Munich, y, además de formar parte de la organización de los juegos olímpicos de 1972, fue suplente de la jefatura de protocolo de juegos olímpicos de Innscbruck 1976. El 19 de junio de ese año se convirtió en la séptima reina de Suecia.

La Boda

La novia vestía un sobrio diseño de Dior, un traje de línea simple y larga cola. El velo era una reliquia de los Bernadotte. La corona, una de las más originales de los joyeros reales: la tiara de los camafeos creada para la Emperatriz Josefina, esposa de Napoleón. La tiara lleva cinco camafeos clásicos y perlas, engastados con oro rojo y diseño de madreselva. El camafeo central representa la coronación del amor. Una sonrisa amplia y limpia iluminó aún más el rostro de la nueva reina. El torso del rey iba adornado de tantas condecoraciones que casi no se adivinaba la pechera del uniforme. Era la primera boda que un monarca reinante celebraba en el país desde 1797. Mil doscientos invitados acudieron a la catedral de Estocolmo y a los fastos previos y posteriores: príncipes, princesas, reyes y reinas. Hasta el presidente de Alemania Federal. Y Alfonso de Borbón Dampierre y su entonces esposa, Carmencita Martínez Bordiú. Y 500 millones de telespectadores que siguieron el cuento a través de la televisión.

En el banquete sirvieron “paloma fría con hígado de oca”. Inimaginable un plato semejante en estos tiempos. El grupo ABBA presentó Dancing Queen, que le dedicaron a la futura reina. Y los novios se fueron de viaje a Hawái.

Vida real

Al año del matrimonio nació la primera hija de Carlos Gustavo y Silvia, Victoria, la heredera. Después, llegaría Carlos Felipe y finalmente Magdalena. Familia feliz. Eso fue al principio. Ella continúo formándose, él mantuvo sus aficiones. Tras educar a sus hijos la reina se volcó en las organizaciones de ayuda y solidaridad, apoyo a discapacitados, disléxicos, investigación, contra las drogas, y hasta 30 instituciones a las que presta su apoyo.

Silvia de Suecia, Juan Carlos, la princesa Lilian de Suecia y el exprimer ministro Thorbjorn Falldin durante una cena en la embajada española de Suecia en 1979.

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Si la reina tuvo problemas de adaptación a su estatus, nadie lo ha notado. Nunca faltó la sonrisa oportuna y comedida, nunca dio un escándalo. Silvia enterró su origen plebeyo y fue la más reina entre las reinas. El joyero de los Bernadotte no es precisamente discreto: Silvia lo ha paseado por los salones palaciegos como si toda la sangre del gotha corriera por sus venas, adornada de diamantes, esmeraldas o rubíes. Ha intimado a la perfección con reinas de más pedigrí, como Sofía, de la que es amiga, Beatriz de Holanda o Margarita de Dinamarca.

Solo a partir de los cincuenta algo empezó a cambiar. Su rostro. Desde entonces, hace ya 23 años, la reina Silvia empezó a visitar a menudo Brasil. Pensaron que era cortesía con sus parientes. Luego, se ha sabido que la reina no aceptaba sus arrugas y desde hace años se realiza intervenciones de cirugía estética. Ella parece convencida del resultado, sin embargo no es la opinión generalizada. Sam Hamra, un especialista en la materia, aseguraba en una publicación sueca. “La reina tiene ahora un rostro extraño y le han dejado muy mal el cuello. Parece que le querían hacer algo discreto, pero no lo han conseguido ya que se le notan mucho las cirugías que se ha realizado ”. También Aftonbladet, uno de los principales periódicos de Suecia, ha llevado en sus páginas en más de una ocasión la obsesión de la esposa de Carlos Gustavo por la belleza artificial.

En su rostro no solo se adivinan las marcas del bisturí, también las de ciertas amarguras. La muerte de su hermano Jorge, la anorexia de su hija Victoria, los amoríos de los pequeños. Pero, sobre todo, las infidelidades de su marido, del que sigue enamorada. Los suecos siempre supieron de la debilidad del rey por alcoba ajena, pero, por si había alguna duda un par de libros aportaron pelos y señales de las amantes del rey. El escándalo sacudió el país. El rey se explicó: “No he leído el libro, pero esos hechos sucedieron hace mucho tiempo. He hablado con mi familia y vamos a pasar página y seguir adelante ". Sí, Silvia le perdonó. Dicen que es una mujer paciente y sufridora.

Los disgustos no solo fueron producto del desamor. El libro de Johan Asard, The Queens Secret, explicaba con detalle el pasado nazi de Walter Sommerlath, padre de la reina. Denunciaba que en Alemania se hizo cargo de una fábrica metalúrgica, propiedad de un judío. Era una fábrica de gran éxito, por lo que amasó una gran cantidad de dinero. El judío, Efim Wechsler, hubo de escapar de Alemania. Silvia justificó a su pare con un débil argumento, que hizo lo que no le quedó más remedio que hacer. Y decidió llamar a las radios, periódicos y televisiones. Grave error, la propia biografía de su padre demuestra que la familia salió de Alemania tras la derrota de los nazis y como muchos otros se instalaron en Sudamérica.

Esos sofocones también están dibujados en su rostro, tantas veces operado. Tras 40 años de matrimonio, parece que su entorno goza de cierta armonía: es abuela de cinco nietos, Estele, Óscar, Leonore, Nicolás, y el benjamín, Alexander. Y su flamante marido, Carlos XVI Gustavo, ya no parece estar para trotes extramatrimoniales.

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