Káiser Wilhelm II de Alemania.

Friedrich Wilhelm Viktor Albrecht Hohenzollern von Preußen (Federico Guillermo Víctor Alberto Hohenzollern de Prusia) nació en el Palacio Real de Berlín el 27 de enero de 1859 en el seno del matrimonio entre el príncipe heredero, Friederich Wilhelm von Preußen y la princesa Victoria, hija mayor de la reina Victoria de Inglaterra. Fue un parto largo y doloroso en el que el bebé salía del útero con los glúteos por delante y no con la cabeza, de la manera más segura, por lo que el médico atendiendo el parto, tuvo que tirar con fuerza del brazo del pequeño, causando una discapacidad al futuro emperador que marcaría su vida. Aún así, el pequeño aprendió a montar y a cazar con sólo su brazo derecho, y sobrevivió a la estricta disciplina y protocolo del palacio como si su deformidad no existiera.

KAISER_WILHELM

Wilhelm se crio en Potsdam de una manera poco ordinaria para un niño en su situación. Considerado un “tullido” incluso por su familia, el heredero tuvo que sufrir con estoicismo los varios intentos de su madre para corregirle su “defecto”. Por ejemplo, a la tierna edad de cinco años, los médicos le colocaron un arnés metálico desde la nuca hasta los talones de los pies, pero el único efecto que el armatoste tuvo fue el desviarle la cabeza ligeramente hacia un lado. Los médicos tuvieron entonces que cortarle un tendón en el cuello para “equilibrar” la apariencia del niño, que nunca se quejó. Al no poder utilizar su brazo izquierdo, el príncipe necesitaba en todo momento la atención de un sirviente que le ayudaba en todos los aspectos de la vida diaria, desde abrocharle los botones de su casaca y atarle los botines, hasta cortarle la carne en el plato.

Políticamente, Wilhelm fue influenciado fuertemente por su madre inglesa, que consideraba a Alemania un país atrasado en comparación con su antigua e imperial patria, en aquel entonces la única potencia del mundo. Vicky quería que su hijo convirtiera a Alemania en una segunda Inglaterra, culta, educada, pudorosa, monárquica y clasista, y se encargó personalmente de que recibiera la educación adecuada. Pero Wilhelm rechazó las ideas de su madre y decidió, en cambio, crear su propia Alemania.

Aún así, el futuro Káiser sentía una fuerte atracción hacia la patria de su madre, nacida de sus múltiples visitas al Palacio de Osborne en la Isla de Wight, lugar de veraneo de la Reina Victoria en la queCon su abuela la Reina Victoria Wilhelm compartió juegos y correrías con sus primos, entre los que se encontraban un futuro Rey de Inglaterra, la futura Zarina de Rusia y la futura Reina de España. Sin embargo, lejos de inculcar en el niño una admiración por el país de su abuela, sus experiencias le infundieron sentimientos de envidia y resentimiento. Él era un miembro de la familia real inglesa, pero también era el heredero de la Casa de Hohenzollern, y deseaba que su Alemania fuese no una colonia del Reino Unido, sino su igual en términos de poder e influencia.

La oportunidad para llevar a cabo sus planes recibió un impulso cuando el 9 de marzo de 1888, falleció su abuelo, el Emperador Wilhelm I, y su padre fue coronado como Frederick III. Sin embargo, el recién coronado sufría desde hacía tiempo un cáncer de garganta que le llevó a la tumba tan sólo 99 días después. El joven heredero de 29 años se convirtió en Wilhelm II y rápidamente se puso manos a la obra para moldear Alemania a su imagen y semejanza.

Wilhelm se veía a sí mismo como la encarnación del nacionalismo alemán nacido a partir de la unificación de los pueblos teutones en 1871. Para muchos, el Káiser era Alemania, faraón divino, rey, emperador, padre de la patria, y su simple presencia era razón para emocionarse y lanzar vítores al aire. Su figura imponente no dejaba indiferentes a las mujeres, viril, adornada por su bigote de manillar que a cada momento retorcía y estiraba, aunque no sabemos si era la apostura o el poder lo que le hacía tan atractivo. Un hombre así, debió haber pensado el arrogante emperador, estaba destinado a la gloria, y no tardó en demostrar a su pueblo sus motivaciones y objetivos.

Para empezar, Wilhelm quería demostrar que no sería un simple observador de la política como lo habían sido sus inmediatos antecesores, dedicados más a la caza que a inmiscuirse en el bienestar de sus ciudadanos. El poder y la popularidad del BismarkCanciller Otto von Bismark, la figura dominante de la política europea desde que en 1862 fue nombrado Ministro Presidente de Prusia, había alejado a los Hohenzollern del día a día del gobierno, pero el nuevo Káiser tenía la intención de gobernar además de reinar. Tan sólo dos años después de su coronación, un desencuentro sobre política social fue la excusa que Wilhelm utilizó para deshacerse de Bismarck y nombrar su propio Canciller. El cambio anunciaba un “Nuevo Rumbo” para Alemania y sus ciudadanos; su meta, era encontrar un “lugar en el sol”, para referirse al derecho de Alemania a construir un imperio colonial similar a los de Francia y Gran Bretaña.

Aparte de un su impenitente sentimiento expansionista, otra de sus obsesiones que tendría un fuerte impacto en la política de Wilhelm ya en el poder era la Armada Real británica, de la que su venerada abuela la Reina Victoria le hizo Almirante y, durante años, el Káiser se pavoneó de llevar el mismo uniforme que el Capitán Nelson. Por esos días, en 1897, ordenó la construcción de una flota de guerra para Alemania para transformarla de una potencia continental en una que proyectara su poder más allá de sus fronteras, una potencia mundial. El desafío no fue ignorado por los ingleses, mandamases hasta entonces de los siete mares. Poco a poco, la carrera armamentística de Wilhelm y su deseo de competir con las tres grandes potencias del momento, Francia, Rusia y Reino Unido, llevó a estas al acercamiento estratégico que Bismarck había tratado de evitar. En 1904, Francia y su vecina al otro lado del canal firmaron la Entente Cordiale, una alianza militar de ayuda mutua a la que el Zar se unió en 1907. Los viejos países de Europa se preparaban para la guerra, y ya en 1912, el Káiser Wilhelm avisó a sus generales que esta llegaría “en 18 meses”. No se equivocó por mucho.

Europa en 1914.

Europa en 1914.

A finales de junio de 1914, el Káiser se encontraba en Kiel para ser testigo de maniobras navales de su marina a la vez que recibía a una delegación de la Armada británica. El día 28, el mandatario alemán recibió un telegrama en el que se le informaba del asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando, el heredero al trono de Austro-Hungría, a manos de Gavrilo Prinzip, un nacionalista serbio perteneciente a la organización terrorista “Bosnia Joven”. En su respuesta al emperador, su único aliado en Europa, el Káiser le prometió su apoyo si este decidiese castigar a Serbia, aún si Rusia se opusiese y la acción desembocara en guerra.

El gobierno de Austria-Hungría envió un ultimátum con condiciones muy duras que incluían el envío de tropas imperiales a Belgrado para monitorearlas, multas económicas y cesiones en aduanas y otros menesteres de asuntos internacionales. Se esperaba que Serbia rechazara las exigencias impuestas por Viena pero, para sorpresa de todos, las aceptaron. Cuando el Káiser recibió esta noticia, lo consideró una victoria para sí mismo y para sus aliados, y se alegró de que el fantasma de la guerra se alejara, pues ya estaba teniendo sus dudas. Según uno de sus nietos, Wilhelm ordenó a su Ministro de Exteriores que organizara una cumbre de mediación para solucionar el conflicto, pero este ignoró la orden y dicha reunión no se llevó a cabo. Todo lo contrario, políticos y generales alemanes, no se sabe si con el consentimiento de su monarca, azuzaron al emperador austriaco a presionar aún más a Serbia hasta provocar el estallido de un conflicto armado. El Kaiser intentó también mediar con Rusia a través de cartas dirigidas a su primo el Zar Nicolás II, pero este se mantuvo firme en su entente con Francia y su deber de ayudar a los eslavos en Serbia.

Wilhelm y Francis Joseph.

Wilhelm y Francis Joseph.

Se sucedieron las movilizaciones, primero Rusia, luego Austria-Hungría y Alemania. El miedo a ser atacado antes, las presiones de los militares que no pocas ganas tenían de medirse a sus rivales y la ineptitud de los diplomáticos llevó a Europa al límite del infierno. Al final, los eventos había llegado demasiado lejos para que el Kaiser pudiese remediarlos y, el 1 de agosto de 1914, Alemania declaró la guerra a Rusia, con lo que convirtió en realidad la “encerrona” que él mismo había presagiado.

Wilhelm II se mantuvo alejado de las decisiones militares durante la guerra, haciendo apariciones únicamente para condecoraciones y actos de protocolo. Poco a poco sus generales fueron haciéndose con el control de todos los aspectos de la vida civil y militar, hasta que en 1918, Alemania era más que una monarquía parlamentaria una dictadura castrense. La derrota del Pacto Tripartito en noviembre de ese mismo año obligó al Kaiser a abdicar y exiliarse en los Países Bajos, donde vivió hasta su muerte el 3 de junio de 1941 de una embolia pulmonar. Tenía 82 años.

En el exilio holandés.

En el exilio holandés.

 

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