A la izquierda, un puesto navideño en la Plaza Mayor de Madrid. A la derecha, el control de Hong Kong a la población.

A la izquierda, un puesto navideño en la Plaza Mayor de Madrid. A la derecha, el control de Hong Kong a la población. Efe / Gtres

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Historia de dos ciudades en pandemia: del Madrid liberal de Ayuso al Hong Kong comunista chino

Si Madrid hace gala de "libertad", obviamente Hong Kong y China lo hacen de "comunismo". Dos enfoques muy distintos para abordar la pandemia.

29 diciembre, 2021 06:02

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El virólogo francés Dominique Costagliola resumía a la perfección en las páginas de Le Monde la situación actual de la pandemia, sobre todo en Occidente: "Con la variante Ómicron, jugamos a la ruleta rusa mientras esperamos lo mejor". Algo de eso hay, sin duda, y por lo tanto, cualquier enfoque puede calificarse a posteriori de suicida.

La lucha por cuadrar el círculo de la salud física, la salud mental y la recuperación económica sigue siendo el gran quebradero de cabeza de todos los gobiernos del mundo. Algunos han reaccionado cerrando fronteras, otros han vuelto a confinamientos y una mayoría sigue a la espera, confiando, como dice Costagliola, en que todo esto pase y que no haya que lamentar falta de previsión.

Con todo, llaman la atención los extremos. No sólo en lo sanitario sino en lo político. La inmensa diferencia que hay entre las medidas de "Covid cero" que se siguen imponiendo en China y, especialmente, en la antigua colonia británica de Hong Kong, y la eliminación de cuarentenas a contactos vacunados propuesta por Madrid y aceptada por el Gobierno central. La reducción del aislamiento de positivos asintomáticos de diez a cinco días, ya recomendada en Estados Unidos (EEUU), parece ser la última batalla que la Consejería de Sanidad madrileña está dispuesta a librar. Probablemente, con éxito, ante la previsible parálisis del país a corto plazo.

Si Madrid hace gala de "libertad", obviamente Hong Kong y China lo hacen de "comunismo". Esta es la historia de dos ciudades y dos enfoques muy distintos para abordar la pandemia, con sus riesgos, sus aciertos y sus "clics" sonando en la pistola entre algún que otro balazo.

Objetivo: ¿salvar vidas?

Hong Kong siempre ha sido una excepcionalidad dentro de la uniformidad china. Un malentendido. Bajo protectorado británico hasta 1997, se trata de una ciudad cosmopolita, internacional, donde el libre comercio forma parte de su identidad y donde el turismo sigue siendo una de sus fuentes de riqueza. Al menos, hasta que empezó la pandemia.

Estudiantes durante una vigilia para conmemorar el aniversario de Tiananmen.

Estudiantes durante una vigilia para conmemorar el aniversario de Tiananmen.

Con ninguna región ha sido tan estricta el gobierno chino como con la que le es más esquiva. Hong Kong sigue siendo tierra de rebeldía y coqueteo con el occidentalismo, los estudiantes siguen saliendo a la calle a protestar por sus derechos y la policía se las ve y se las desea para reprimir sin desatar las iras de la comunidad internacional, especialmente la anglosajona.

En ese sentido, ya decimos, la pandemia ha sido una oportunidad que ni pintada para intentar separar a Hong Kong de sus raíces, para uniformar una ciudad que destacaba por sus complejas diferencias. Si los confinamientos han sido desde el principio una constante en China, así como las largas cuarentenas, en Hong Kong todo se lleva un paso más allá: hasta tres semanas tiene que esperar el contacto de un positivo para volver a hacer vida normal. Los comercios cierran, la actividad económica cesa y el estado se hace cargo de todo como buen padre que cuida de sus hijos. El sueño del Partido Comunista Chino.

Aislar a Hong Kong puede tener ventajas políticas, pero al final supone detener un motor en pleno vuelo

Según datos del Washington Post, los inversores extranjeros están huyendo a toda velocidad. Es imposible ganarse la vida en una ciudad permanentemente sitiada. Los 41.000 profesionales extranjeros que trabajaban en Hong Kong en 2019 pasaron a 15.000 el año pasado... y no eran más de 10.000 en el tercer trimestre de este año. El Gobierno chino asiste a este éxodo cruzándose de brazos: no es que a China le venga mal la inversión extranjera, pero puede vivir sin ella. Siempre lo ha hecho. Lo que no puede vivir es sin el control de sus ciudadanos.

Obviamente, esa política tiene sus beneficios y sus riesgos. Entre los primeros, y con toda la precaución que hay que tener ante unas cifras poco fiables, está el bajísimo número de infecciones y de fallecidos. Según los datos oficiales, desde el inicio de la pandemia hace justo dos años, en Hong Kong ha habido 12.610 casos confirmados y 213 muertos. Hablamos de una ciudad de siete millones y medio de habitantes, es decir, un millón más que la Comunidad de Madrid entera y, más o menos, la población de Cataluña. Entre ambas regiones españolas suman cincuenta mil fallecidos.

Ahora bien, el riesgo es obvio: en primer lugar, ya está dicho, el económico. Aislar a Hong Kong puede tener sus ventajas políticas, pero no deja de ser una manera un tanto absurda de detener un motor en pleno vuelo. Aparte, si las condiciones económicas empeoraran en una ciudad entregada durante décadas al liberalismo, ¿no sería ese un caldo de cultivo peligroso para el orden y la estabilidad? Durante estos casi 25 años, el pacto de Hong Kong con China ha venido a ser: "Lealtad a cambio de libertad". Si la libertad desaparece, la lealtad se verá seriamente comprometida.

El liberalismo de Ayuso...

"Libertad" es precisamente la palabra favorita del gobierno de la Comunidad de Madrid. Tanto que se puede aplicar a prácticamente cualquier cosa. Es curioso porque hablamos de una de las dos primeras regiones -junto al País Vasco- en cerrar los colegios, forzando así la decisión del Ministerio a nivel nacional. No sólo eso: cuando Pedro Sánchez, en su decreto del domingo 15 de marzo de 2020, incluyó a las peluquerías como uno de los comercios de primera necesidad que podían abrir, Isabel Díaz Ayuso tuiteó inmediatamente: "Las peluquerías se cierran mañana en la Comunidad de Madrid". Al final, no abrieron en ningún lado.

Desde su cambio radical de postura, allá por mayo del año pasado, Ayuso ha sido sin duda la más insistente en la necesidad de cuidar salud y economía. Las amplias competencias autonómicas le han permitido desarrollar unas políticas de incentivos constantes a la apertura de negocios y al consumo. Aunque todas sus decisiones son recibidas con poco entusiasmo por parte de los demás líderes autonómicos -del Gobierno central, ya ni hablamos- casi siempre son al final replicadas: en palabras del periodista Rodolfo Irago, "todos quieren ser Ayuso... un año después de Ayuso".

El empeño en una convivencia extrema con el virus -basado en las experiencias sueca y británica- ha funcionado en términos económicos. Si antes decíamos que las empresas, especialmente las extranjeras, huyen de Hong Kong, en Madrid sucede todo lo contrario: desde el 1 de enero de 2020, según datos de INFORMA D&B recogidos por ConfiLegal, se han creado 40.000 empresas, el 23% del total nacional. Durante muchos meses de la pandemia, una de cada cuatro nuevas empresas ha nacido con sede en Madrid, demostrando que el énfasis no estaba sólo en la hostelería y en las cañas, sino que pretendía ir mucho más allá.

Los riesgos de la apuesta

Ahora bien, no está este enfoque exento de riesgos. Ayuso ha dejado en manos de su consejero Ruiz Escudero y, sobre todo, de su viceconsejero Antonio Zapatero, la gestión de las distintas olas de Covid. Hasta ahora, su trabajo ha sido magnífico. Ahora bien, cualquier error de cálculo se puede pagar caro, como es lógico. De entrada, el 'timing' no fue el mejor cuando la presidenta quiso entrar en otra guerra con Génova a propósito de la cancelación de las cenas de Navidad y, de repente, la incidencia se multiplicó por diez en apenas dos semanas.

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, en una visita al Hospital Carlos III.

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, en una visita al Hospital Carlos III. Efe

Aunque Ayuso no ha terminado de recular del todo -recientemente, insistía en el diario El País en la falta de sintonía entre sus medidas y las que defiende el Partido Popular en el resto de España-, sí parece reconocer poco a poco cierta gravedad en la situación. Con todo, la apuesta sigue siendo, como apuntaba Costagliola al principio de este artículo, cerrar los ojos y confiar en que todo vaya bien. Echar un vistazo a Gran Bretaña y cruzar los dedos para que la variante ómicron sea todo lo que deseamos que sea, es decir, muy contagiosa pero también muy ligera en cuanto a síntomas. Muchos casos, sí, pero pocas hospitalizaciones.

Hasta ahora, así ha sido, pero los datos de este martes no dan tanto lugar al optimismo. Madrid ha superado los 300 nuevos ingresos hospitalarios diarios, algo que no sucedía desde la pasada Semana Santa. Lejos quedan los casi 600 de las pasadas Navidades y, mucho más lejos aún, por supuesto, los más de 1.500 de la masacre de marzo y abril de 2020. Aun así, es una cifra preocupante. Si la propia Comunidad estima que el pico de casos puede tardar aún una semana en llegar, el pico de nuevos ingresos podría tardar entre diez y catorce días. Para entonces, es improbable que veamos los 4.055 hospitalizados en planta y 708 en UCI del 8 de febrero de 2021... pero estaremos bastante por encima de los 1.336 y 207 actuales.

Aparte, cuando el 2% de tu población está en aislamiento por haber dado positivo, en plena campaña de Navidad, es lógico que la economía se resienta, o, como poco, el consumo. Ni la libertad absoluta parece la única garantía de éxito a la hora de afrontar la pandemia ni lo parece la exigencia irreal del Covid cero, solo practicable en países con regímenes autoritarios, como demostraron los fracasos en Australia y Nueva Zelanda. Hong Kong y Madrid presentan modelos muy distintos y cada uno presumirá de sus aciertos. Bueno es, en cualquier caso, señalar sus fallos. Más que nada por si, pese a repetirlo todo el rato, esto aún no se hubiera acabado.