De Guillermo IX, conde de Poitiers, duque de Aquitania (1071-1127), que también con el nombre de Guilhem de Peitieu es el primer «trovador» que conocemos — y uno de los más antiguos poetas del mundo moderno, precedido, cronológicamente, quizá sólo por el cantor de Roldán (v. Cantar de Roldán)— los cancioneros nos han conservado once composiciones, que el mismo Guillermo llama «vers», término con el que los más antiguos trovadores definían genéricamente todas las composiciones líricas en lengua romance antes de que se afirmasen los varios términos específicos (canción, sirventés, etc.) Las once poesías de Guillermo son varias en la inspiración y en el tono.
Algunas son cálidamente sensuales, otras graciosas y groseramente desvergonzadas; una, de entonación seria e inspiración religiosa, es un canto de arrepentimiento en que vibran acentos dolorosos y nostálgicos. Hay un grupo de poesías en que está ya plenamente realizada la noción «cortés» del amor que es propia de la tradición trovadoresca, la representación de aquella exaltación casi mística que tiene por causa y objeto el amor y la mujer, y los trovadores expresan con el término «joi»; la descripción de las obligaciones que Amor impone a sus fieles; la representación de los efectos del Amor, que ennoblece, hace «corteses» hasta a los más «villanos»; la representación del amor como «vasallaje».
Las poesías sensuales de Guillermo -— que son a veces la narración de escandalosas aventuras o divertidas «fanfarronadas» [«gabs»]—pueden relacionarse con la tradición juglaresca. Las poesías corteses traducen, en cambio, la nueva poesía de arte que podemos considerar como creación del mismo Guillermo y, más todavía, de su vasallo y amigo Ebles II de Ventadorn, del que nada ha llegado hasta nosotros, pero a quien el trovador Marcabrú explícitamente cita como inventor de la nueva poesía, cuando una vez clama contra esta poesía de la que pronuncia una severa condena («troba n’Eblo», es decir, «invento del señor Ebles») y alude en otra ocasión a una «escola n’Eblo» (v. Poesías de Marcabrú).
Por esto podemos considerar como infundadas las hipótesis de la antigua historiografía literaria que representaban a Guillermo como dependiente de una tradición muy antigua y reconocer que de Guillermo y de Ebles parte precisamente la tradición de la gran poesía trovadoresca. Guillermo es un auténtico poeta y, además, un artista muy hábil que tiene plena conciencia de su arte. Sabe expresar sus imágenes en una lengua diversamente modulada, ora grosera y plebeya, ora tierna y dulce, siempre intensa y enérgica. Y a menudo su mundo trasciende a la viva realidad de las imágenes.
De éstas, queremos mencionar aquí una, quizá la más cándida y la más encantadora: «A nuestro amor le ocurre lo que al sarmiento del espino albar, que está, mientras dura la noche, temblando en el árbol, en la lluvia y el hielo, hasta la mañana cuando el sol resplandece sobre las hojas verdes de la rama».
A. Viscardií