Carolina de Baden, la primera reina bávara

Carolina de Baden, la primera reina bávara

Por hola.com

La reina Carolina de Baden (1776-1841) ha pasado a la Historia no solo por ser la primera soberana de ese estado, que existió desde su fundación en 1805 hasta su disolución en 1918, a través de su matrimonio con Maximiliano José I (1756-1825), sino, sobre todo, por ser una reina de confesión protestante en un país predominantemente católico. Este hecho, que podría haber sido fuente de innumerables problemas, fue solventado por la reina Carolina gracias a un agudo instinto político. Mujer entregada por lo demás al bienestar de sus súbditos –sus obras de caridad fueron incontables- y al cuidado de su familia, la reina Carolina sería una mandataria muy popular entre los bávaros. En estas líneas repasamos su biografía.

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La princesa Carolina de Baden nació el 13 de julio de 1776 en Karlsruhe siendo la hija mayor de Carlos Luis, Príncipe heredero de Baden y de la landgravina Amalia de Hesse-Darmstadt (1754-1832), además de hermana gemela de Amalia Catalina (1776-1823). Más tarde el Príncipe y la Landgravina tendrían seis hijos más: dos varones, Carlos Federico (1784-1785), quien moriría a los pocos meses de nacer, y Carlos (1786-1818), y cuatro mujeres: Luisa Augusta (1779-1826), quien acabaría casando con el zar Alejandro I de Rusia (1777-1825), Federica Guillermina (1781-1826), que llegaría a ser Reina de Suecia, María Isabel (1782-1808) y Guillermina (1788-1836). La landgravina Amalia se ocupó de manera concienzuda de la educación de sus hijos, convirtiéndolos en candidatos idóneos para casar con príncipes y princesas casaderos de Europa. Al mismo tiempo, no descuidó la faceta afectiva, por lo que todos ellos crecieron en un entorno cálido y lleno de cariño materno.

La infancia de la princesa Carolina solo puede descrita como idílica. Muy apegada a sus hermanas y siempre bajo la protección de su madre, la pequeña Carolina desarrolló un gran amor por las artes y la cultura en general, llegando a ser una más que notable pintora. Apenas una adolescente, la Princesa comenzó a ser vista como una potencial candidata entre los solteros de las familias de más alcurnia de Europa. Así en estos años el Duque de Enghien, Luis Antonio Enrique de Borbón-Conde (1772-1804), un noble francés, corteja a la Princesa, cayendo ésta rendidamente enamorada. Sin embargo, su madre, la Landgravina, descartaría finalmente al galo como pretendiente de su hija.

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No sería hasta 1796, contado ya la Princesa con 20 años de edad, cuando conocería al amor de su vida. Se trataría del Duque de Zweibrucken, Maximiliano José, hijo del conde palatino Federico Miguel (1724-1767) y de María Francisca de Sulzbach (1724-1794). Maximiliano, de cuarenta años y viudo de su primera esposa, Augusta Guillermina de Hesse-Darmstadt (1765-1796), habría quedado prendado de la princesa Carolina casi de inmediato, después de conocerla en una reunión social. Pese a las reticencias de su madre, la princesa Carolina aceptaría la oferta de matrimonio del Duque y casaría con él el 9 de marzo de 1797 en Karlsruhe, Alemania.

Los recién casados se instalaron en Mannheim, la tierra del Duque. La Princesa se desvivió no solo por su marido, al que adoraba, sino también por los hijos de éste, provenientes de su primer matrimonio. En el caso de los tres más pequeños, los príncipes Augusta Amalia (1788-1851), de ocho años, Carolina (1792-1873), de cuatro, y Carlos Teodoro (1795-1875), de tan solo dos, todo fue como miel sobre hojuelas. Sin embargo, con el primogénito, el príncipe Luis (1786-1868) la relación fue muy difícil una vez que el joven era incapaz de aceptar que su padre hubiera casado en segundas nupcias apenas dos años después de enviudar. La relación tensa, cuando no conflictiva, entre el Príncipe y su madre adoptiva continuaría de hecho por el resto de sus vidas.

En 1799 el Duque es nombrado Elector de Baviera por lo que, acompañado de su familia, se traslada a vivir a Múnich. Ese mismo año, la Princesa da a luz a un niño sin vida. Un año después nacería el príncipe Maximiliano (1800-1803) que, desafortunadamente, fallecería a los tres años. En 1801 nacerían las gemelas Isabel (1801-1873) y Amalia (1801-1877), en 1805 las también gemelas Sofía (1805-1872) y María Ana (1805-1877), en 1808 la princesa Ludovica Guillermina (1808-1892) y, finalmente, en 1810, la princesa Maximiliana (1810-1821). Al igual que había ocurrido en su caso, la princesa Carolina crio a sus hijos con gran afecto y se encargó de que recibieran una educación exquisita.

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Gracias a las excelentes relaciones del Duque con Napoleón Bonaparte (1769-1821), Baviera es convertido en Reino a través del Tratado de Presburgo de 1805. De este modo Maximiliano se convierte en el primer Rey del recién creado estado y Carolina en la primera monarca del mismo. Gracias a la excelente formación recibida durante su infancia, la reina Carolina asumió su nueva función de manera óptima, asesorando a su marido en el gobierno y subrayando la importancia de ocuparse de los más desfavorecidos de la sociedad. Asimismo, en gran parte, la reina Carolina fue la responsable de convertir a Múnich en uno de los grandes centros culturales del Viejo Continente.

La Reina, de confesión protestante, fue autorizada a mantener su fe, pese a que Baviera se tratara de un territorio predominantemente católico. De hecho la Soberana mantuvo durante el reinado a un pastor encargado de realizar los servicios religiosos. Actualmente los historiadores consideran que la reina Carolina fue fundamental para incrementar la tolerancia hacia el protestantismo en Europa durante este periodo. La presencia de una protestante en el trono facilitó asimismo las relaciones económicas con comerciantes de ese grupo religioso ya que podían viajar a Múnich libremente para hacer sus negocios.

El rey Maximiliano José moriría en 1825. La Reina, totalmente abatida por la pérdida de su amado marido, tiene que hacer frente a la subida al poder de su hijastro, el príncipe Luis, que ya desde un primer momento le expresa su deseo de que abandone Múnich. La Soberana se resiste en primera instancia, pero son tales las presiones, que finalmente decide mudarse al Castillo de Tegernseer, situado a cincuenta kilómetros de la capital bávara. Allí vivirá los últimos años de vida, en práctica reclusión a causa de las maniobras de su hijastro, quien nunca la tuvo en la más mínima estima.

Finalmente en 1841, dieciséis años después de la muerte del Rey, la Reina viuda fallece. Su funeral es objeto de una gran polémica en Alemania, una vez que la Soberana fue enterrada de manera impropia para una jefa de estado. A los religiosos protestantes no les fue autorizada la entrada a la Iglesia Teatina de San Cayetano de Múnich, lugar en donde se encuentra la Cripta Real del Reino de Baviera. Por su parte, los clérigos católicos que se encargaron del funeral lo ejecutaron con desdén y sin siquiera vestir un presbítero. El féretro de la Reina fue depositado sin ningún ceremonial tras la misa al lado del de su marido. Incluso el rey Luis se avergonzó del trato recibido a su madrastra y desde aquel momento en la católica Baviera la tolerancia por el protestantismo creció de forma notable. Gracias, pues, al ejemplo ofrecido por la reina Carolina de Baden.