Rimas de Cavalcanti

[Rime]. Son, entre canciones, baladas y sonetos, unas cin­cuenta composiciones, casi todas de tema amoroso. Guido Cavalcanti (12609-1301) ha­ce suya la concepción del amor enunciada en los versos de Guido Guinizelli (v. Ri­mas) y particularmente en la célebre can­ción «Al cor gentil ripara sempre Amore»; para él también el amor es explicación de la gentileza y nobleza del alma, y la mu­jer amada es la que revela el alma noble a sí misma y pone en acto su íntima vir­tud; también le da más fuerte relieve a la identificación de amor y gentileza, porque insiste sobre la naturaleza privilegiada de los elegidos, los únicos que sienten y en­tienden el verdadero amor, y sólo ellos saben expresar su voz en versos («Amore á fabbricato ció ch’io limo», afirma dando un acento de orgullo al concepto que Dante formulará con muy otro tono en los versos famosos del c. XXIV del «Purgatorio»: «I’mi son un che, quando Amore spira, no­to…»), y les opone los otros, los más, la «annoiosa gente», las personas «nemiche di gentil natura», que no pueden comprender los sentimientos y las rimas y a los que no quieren prestarle atención. De la misma manera, la mujer angelical de Guinizelli se transforma, en su obra, en la imagen ideal, que se desprende de la mujer real y se hace señora del corazón del amante.

En cambio, hallan poco eco en su alma las referencias de Guinizelli a los efectos bea­tíficos del amor que tantos matices alcan­zarán en la poesía de Dante; pues él siente más el poder destructor, y a veces mortal, del amor («Di sua potenza segue spesso morte»), y la imagen de la muerte, que aparece con insistencia en su poema, viene a hermanarse en su espíritu con la imagen de la mujer, objeto a la vez de asombro y sobresalto. De ahí una íntima contradicción, evidente en la misma canción Una dama me ruega (v.), en la cual Cavalcanti se pro­puso ilustrar la naturaleza y los efectos del amor de manera más sistemática que Gui­nizelli, no sin servirse de referencias pro­cedentes de la filosofía averroísta. La con­cepción del amor, tal como aparece en la obra de Cavalcanti, no es, sin embargo, fruto de la reflexión intelectual; intenta explicar una experiencia real, y, si no ha descubierto nuevos conceptos, ha sido con­ducido por su meditación a apoderarse me­jor de su mundo interior, a dar de él una representación poética adecuada; tampoco los «spiriti» y los «spiritelli», personificación de las facultades, estados o movimientos del alma, de que él y más aún sus amigos y seguidores abusarán hasta la saciedad, jun­to con las demás personificaciones del alma, del corazón, del espíritu, del amor, que no permanecen poéticamente inertes, sino que se convierten en personajes necesarios de aquel drama que en ellos se desarrolla.

Pieza estrictamente doctrinal, y no poética, es la canción Donna mi prega; pero el mundo sentimental de Cavalcanti se con­vierte en poesía en el resto de su obra, en la canción «lo non pensava che lo cor giammai», en los sonetos, en las baladas (en las últimas de las cuales el poeta parece haber encontrado una forma particularmente ade­cuada con su genio), y su íntima duplici­dad halla expresión en los dos motivos que coexisten uno junto a otro: el de la be­lleza sobrehumana de la amada, que exalta el alma, y el del amor trágico que di­suelve las potencias vitales. Domina el pri­mero en la alegre balada Fresca rosa nue­va (v.) y, más todavía, en el soneto «Ave- te in voi li fiori e la verdura», con un tono casi popular y, con todo, refinado, y, con acentos más fuertemente personales, en el admirable «Chi é questa che ven ch’ogn’om la mira», que conserva en com­paración con el dantesco «Tanto gentile e tanto onesta pare», más blando y más di­fuso, una inconfundible grandiosidad, y en la balada «Veggio negli occhi della donna mia», fantasía delicadísima (que se com­plugo Carducci en recordar en su poesía «Era un giorno di festa»).

Se advierte en estas rimas, por debajo de la emoción ar­tística, como un secreto temblor, casi pre­sentimiento de aquel drama que está re­presentado en el otro grupo, más numeroso, de poesías, que se origina, no sólo de la «crueldad» de la dama, sino de la propia naturaleza del amor. Antes de Petrarca y como nadie lo había intentado antes de él, Cavalcanti sabe sacar a la luz de la poesía la historia del alma, sus oscilaciones y sus contrastes; una historia interior toda ella, que se desarrolla fuera de toda contingen­cia exterior: breves aventuras de la vida íntima, una sonrisa en el dolor o una sú­bita turbación (como en los sonetos: «lo vidi gli occhi», «Un amoroso sguardo», «O donna mia»), tormentosas alternancias de pasiones contradictorias (confróntense las baladas «Quando di morte mi conven trar vita» y «La forte e nova mia disavventura»), dramas violentos y angustiosos que se desenvuelven como batallas en el espíritu del poeta («Voi che per gli occhi» y el bellísimo «Perché non fuoro a me gli occhi dispenti»), estados más durables de abati­miento (como en las baladas «Vedete ch’i son un che va piangendo», y, menos bella, la «I’ prego voi che di dolor paríate», y los sonetos «Tu m’hai si piena di dolor la mente» y «A me stesso di me pietate vie­ne»). El drama de estas y de otras compo­siciones semejantes se resuelve a veces en graciosas figuraciones elegiacas, como en el soneto «Noi siam le tristi penne sbigotti- te» y en la balada «Era in pensier d’amor», inspirada por el amor a una dama tolosana, Mandetta, en la que como en ciertas escenas de la Vida nueva (v.) de Dante, se presenta junto al poeta pensativo y absorto en su nuevo amor, dos figuras de mujer, dos «forosette», maliciosas y gentiles, sonrientes y piadosas.

Pero la poesía de Cavalcanti tiene su más alta y perfecta expresión en la ba­lada Por qué no espero volver jamás (v.), compuesta, no ya durante su destierro en Sarzana, de donde Cavalcanti volvió al cabo de pocos meses para morir en su pa­tria, sino, según parece, durante una en­fermedad que le afectó en su viaje a Fran­cia; en estos versos, efectivamente, los dos motivos de su arte, separados en otras com­posiciones, se funden armónicamente, y la fantasía del poeta se eleva, mientras se di­rige a su criatura, la «ballatetta», compa­ñera y guía de su alma triste por su amada lejana, desde la contemplación de su mal sin esperanza a la mujer viviente en su di­chosa perfección, de manera que las pala­bras de angustia del ser próximo a su muer­te se resuelven en el éxtasis de una ado­ración fuera del tiempo: «Anima e tu l’ado- ra / Sempre nel su’valore». Fuera de esta línea de desarrollo quedan la balada «In un boschetto trovai pastorella», en la que Cavalcanti poetiza les elementos típicos del género de las pastorelas francesas — el en­cuentro del caballero con la bella pastor- cilla, las protestas de amor, el consenti­miento de la dama — y lo desarrolla con exquisita delicadeza; el violento soneto sa­tírico contra los Buondelmonti, adversarios políticos de él, el dirigido a Guido Orlandi («Di vil matera mi convien parlare»), al­tiva y desdeñosa réplica del aristocrático poeta al rimador, que, incauto, había pues­to alguna objeción a cierta representación suya del Amor; y el de reproche a Dante («I vegno il giorno a te infinite volte»), con el cual Guido exhorta a su amigo, más joven que él, a volver de un momentáneo desvío de sus ideales comunes, al común desprecio de todo lo que sea, o les parezca a ellos, vulgar.

De estas y otras composi­ciones poéticas, como de los testimonios de sus contemporáneos, resulta aquella carac­terística del «desdeñoso» Guido, el aristo­crático partidista, dispuesto a atacar con las armas a su adversario en las calles de Florencia; y el filósofo diletante, deseoso de soledad y recogimiento, tan digno de ser el «primer amigo» de Dante, quien de él obtuvo consuelos y consejos, se dirigió a él en un soneto famoso, inspirado por aquella amistad ideal («Guido, i’ vorrei che tu e Lapo ed io…»), y le dedicó su librito juvenil la Vida nueva. Pero ante todo fue poeta, y a pesar de la aparente levedad de su obra, tan gran poeta, que su amigo, lla­mado a destinos más altos, con razón podía decir en las palabras puestas en boca del padre de él: «Se per questo cieco / Carcere vai per altezza d’ingegno / Mió figlio ov’é? e perché non é teco?», y celebrarlo con aquellas otras del «Purgatorio» (canto XIX): «Ed ora á tolto l’uno all’altro Guido / La gloria della lingua». Sin embargo, más parecido al Petrarca que a él por su inquie­tud y las contradicciones de su alma, po­dríamos llamarlo un Petrarca del «Duecento» o, si se quiere, un Petrarca gótico.

M. Fubini

… como, de cuerpo fue bello y gracioso, y de sangre gentilísima, así en sus escritos no sé decir cuánto más bello se muestra que los demás, gentil y peregrino, y en las invenciones agudísimo, magnífico, admira­ble, gravísimo en las sentencias, copioso y elevado en la ordenación, prudente, sabio y avisado, cuyos felices talentos están or­nados de hermoso, dulce y peregrino estilo, como de precioso ropaje. (Lorenzo el Magnífico)

Su estilo es menos amable en este género de composiciones que el de Dante; uno y otro ceden en mucho en suavidad a Ciño da Pistoia, su coetáneo. Pero las concepciones de Guido son profundas; su lengua es rica; se distingue sobre todas las demás por su dicción y en las cadencias de su versifica­ción, porque su estilo respira un vigor ori­ginal, que procede todo del temple extra­ordinario de su alma. (Foscolo)

Guido es el primer poeta italiano digno de este nombre, porque es el primero que posee el sentido del verdadero afecto. (De Sanctis)

Junto a Dante estuvo por algún tiempo un poeta de amor, de desdén y de melan­colía, lleno de fuerza y de gentileza: Guido Cavalcanti.  (B. Croce)

Por la espontaneidad de algunos acentos suyos, por la sencillez casi hablada de cier­tas frases suyas, que se desarrollan en la estrofa nerviosa de una balada sin una ima­gen, sin un adorno, sin una gracia, se re­vela, en ciertos momentos, casi diría yo, más moderno que Dante, maravillosamente moderno. (E. Cecchi)