LITERATURA Biograf�a

Giacomo Leopardi, gran belleza

  • Pietro Citati escribe la incre�blemente desdichada vida del gran poeta de la modernidad

Robert De Niro engord� 20 kilos para interpretar a Jake La Motta en 'Toro salvaje'. Y, como �l, muchos actores han llegado a poner en peligro su salud f�sica o mental para meterse en la cabeza y en la piel de un personaje, para imbuirse de �l. Pietro Citati (Florencia, 1930), uno de los m�s importantes cr�ticos literarios e intelectuales italianos, ha hecho un poco eso.

Durante siete largos a�os se ha zambullido de lleno en la vida y las obras de un personaje fascinante: un ser deforme con dos jorobas (una en el pecho y la otra en la espalda) nacido en 1798, que apenas med�a 1,40 metros, maniacodepresivo, que lleg� a estar pr�cticamente ciego, que jam�s recibi� ni una gota de cari�o o afecto de su madre, que am� apasionadamente a mujeres y a hombres sin llegar nunca a hacer realidad carnal esos amores, que pose�a una cultura tan vasta que era casi inabarcable y que, cuando muri�, con tan s�lo 39 a�os, en N�poles, dej� como legado una de las m�s colosales, variopintas y complejas obras de la literatura universal. Se llamaba Giacomo Leopardi y junto con Baudelaire es el gran poeta de la modernidad.

Citati ha buceado en los vericuetos de la mente de Leopardi, ha tratado de entender las pulsiones de su alma, de aprehender la esencia de su ser, de interpretar su vida y su arte. Para ello, no s�lo ha le�do, en riguroso orden cronol�gico, la totalidad de la enorme producci�n literaria de Leopardi, con la precisi�n de que s�lo 'Zibaldone', que m�s que el diario personal del poeta fue una especie de laboratorio de ideas y que resulta muy complejo, tiene 4.000 p�ginas. Pero adem�s Citati ha tratado de reconstruir tambi�n la gigantesca cultura de Leopardi, leyendo aquellos libros y aquellos autores que m�s le marcaron e influyeron. �Ha sido un trabajo inmenso y extenuante�, sentencia sentado en el sal�n de su casa de Roma, lleno de luz y de amarillo.

El fruto de esa tit�nica tarea es un libro de 528 p�ginas titulado simplemente 'Leopardi' (Editorial El Acantilado), escrito con una prosa vibrante y que supone un viaje apasionante a las profundidades del poeta. Es una obra total, que aborda a Leopardi desde todos los �ngulos, comenzando por el familiar y por esa madre guap�sima, de ojos de color zafiro, que, sin embargo, era fr�a como un congelador al m�ximo de potencia. �Era un monstruo, una enferma�, sentencia sin contemplaciones Citati.

No es s�lo que apenas saliera nunca de la casa que ten�an en la localidad de Recanati, en la regi�n de Las Marcas, o que hubiera convertido la vivienda en una c�rcel. No se trata �nicamente de que fuera de una avaricia s�rdida y atroz, hasta el punto de que cuentan que ten�a un aro de madera para medir el di�metro de los huevos que le vend�an los campesinos, rechazando los que pasaban con holgura por el dispositivo. Lo peor es que era una mujer dur�sima, incapaz no s�lo de dar amor sino de mostrar siquiera afecto o compasi�n. Y a eso se suma que ten�a un concepto tan patol�gico de la religi�n que, cuando alguno de sus hijos mor�a o enfermaba, se alegraba porque dec�a que iba a ir al cielo con Jes�s.

En realidad Leopardi no tuvo madre. Su padre hizo de padre y de madre, con una ternura inmensa y absorbente�, sostiene Citati. Absorbente porque era tal el amor que el padre sent�a por aquel hijo que no quer�a separarse de �l, no le permit�a irse de casa.

Leopardi creci� en ese ambiente sofocante, con la biblioteca de 20.000 vol�menes de su padre como gran v�a de escape. Le�a, le�a incansablemente, de rodillas, junto a una linterna o una vela. Hasta que en una fecha imprecisa, siendo adolescente, su cuerpo dej� de crecer, su estatura se detuvo en 1,40 metros y se le formaron dos grandes jorobas, una en el pecho y la otra en la espalda. �Leopardi estaba convencido de que sufr�a raquitismo y que �l mismo se lo hab�a ocasionado por leer de rodillas. Se acusaba a s� mismo de haber destrozado su juventud con sus propias manos�, explica Citati. Sin embargo, lo que padec�a era una enfermedad mucho m�s grave, la tuberculosis �sea, que adem�s de las terribles deformidades de su cuerpo tambi�n le provoc� una ceguera que lleg� a ser casi total. Adem�s sufr�a psicosis maniacodepresiva, con una alternancia de periodos de depresi�n y de euforia.

La tuberculosis �sea sin duda jug� un papel fundamental a la hora de modelar el car�cter de Leopardi, que amaba la belleza y que se vio condenado a la infelicidad. Sin embargo, y a pesar de la enfermedad y de las presiones de su familia para que no saliera de casa, era muy vital, lo que le llev� a viajar por media Italia y a escribir, leer y pensar incansablemente. �Ten�a una vitalidad infinita, como la de Tolstoi. Esa vitalidad, dec�a, era la que provocaba su desventura, porque pensaba que los hombres vitales son tambi�n desventurados�, explica Citati.

Leopardi tambi�n pensaba que la realidad era desagradable, que eran mucho mejores los sue�os y las fantas�as. Estaba convencido de que amar en sue�os es m�s hermoso que amar en la realidad y, de hecho, sus amores son todos amores de fantas�a. Ah� est� por ejemplo Memorias del primer amor, un libro maravilloso que escribi� con 20 a�os y que recoge sus fantas�as amorosas por una pariente que lleg� a su casa y de la que se enamor� cuando ya ella se hab�a marchado, desarrollando un amor a distancia. Su correspondencia con el escritor Pietro Giordani y con su amigo Antonio Rainieri, un napolitano bastante m�s joven que �l con el que pas� los �ltimos a�os de su vida (en casas separadas) y que se encontraba a su lado cuando muri� en 1837, tambi�n revela pulsiones homosexuales.

�Es una relaci�n amorosa, aunque la protagonicen dos hombres entre los que no suceda nunca absolutamente nada. Tampoco Leopardi hace nunca nada carnal con las mujeres de las que se enamora, todas ellas lo rechazan�, puntualiza Citati, que no duda en asegurar que Leopardi es despu�s de Dante el gran escritor italiano y que, con Baudelaire, es el gran poeta moderno.

El desde�oso moderno

Lo que hace de Leopardi un poeta moderno es la multiplicidad de su naturaleza, su permanente contradicci�n, su cambio constante, el hecho de ser inclasificable. Leopardi manten�a cosas opuestas con pocos d�as de distancia entre medias, y eso le hace profundamente moderno. �Tanteaba, proyectaba, segu�a direcciones divergentes; cada texto era una novedad radical, como si inventar, casi al mismo tiempo, siete hip�tesis literarias distintas y a menudo contradictorias fuera, para �l, el procedimiento habitual de la escritura�, dice Citati. Sus cantos, por ejemplo, est�n escritos en una lengua inventada. �No est�n escritos en italiano sino en una lengua basada en el lat�n pero que es un lat�n que nunca hab�a existido�, sentencia el cr�tico. Y tampoco los textos que Leopardi escribi� con 30 a�os tienen nada que ver con aquellos que escribi� a los 39 a�os, al final de su vida. Leopardi tambi�n es moderno precisamente porque no se considera moderno, porque desprecia lo moderno. �Era mucho m�s moderno que los modernos, pero despreciaba la modernidad. En realidad no conoc�a muy bien la modernidad, pero pensaba que era un atraso respecto al mundo griego�.

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