LITERATURA

'No dejar�a nunca de escribirte'

Gabriele D'Annunzio, amor can�bal

D'Annunzio, en el estudio de su mansi�n, en 1895. MONDADORI / GETTY

Dos personas enamoradas se convierten en depredador y presa, en obseso y obsesi�n. Su epistolario retrata el viaje, �o m�s bien lo induce? Con el diab�lico y divino escritor italiano, todo puede ser

Ya su nacimiento fue heroico y maldito, pues ven�a el ni�o con tres vueltas del cord�n umbilical alrededor del cuello. Sobrevivi� a esa y a emboscadas a�n peores, la mayor�a de ellas tendidas por su propia, retorcida egolatr�a. Triunf� en todo -en el periodismo, en la literatura, en la guerra, en el amor- y sobre todos. Conquist� la cima de la est�tica y pase� por las simas de la inmoralidad. La naci�n le concedi� un�nime el sobrenombre de Il Vate, y eso fue mucho antes de que Mussolini le otorgase el principado de Montevenoso despu�s de haberle llamado, preso de admiraci�n, �el Juan Bautista del fascismo�, digno de los funerales de Estado que le organiz�. Si bien el aludido, siendo diputado, prefer�a el sencillo t�tulo de �candidato de la belleza�.

Bajito, alop�cico y cargado de hombros, tuerto tras el accidente del avi�n que pilotaba, su voz y su palabra sobraron para dome�ar a las masas como para rendir a mujeres de toda extracci�n, del palacio lampedusiano a la escena teatral. Con mechones de sus cabelleras -se dec�a- confeccion� el relleno de la almohada sobre la que reposaba todas las noches, despu�s de beber buen vino de una copa -se dec�a- fabricada con el cr�neo de una joven que se hab�a suicidado por amor. Su nombre de pila era Gaetano Rapagnetta, pero el mundo lo conoci� como Gabriele D'Annunzio (1863-1938). Sat�nica majestad, pero de veras.

De un molde entre Byron y Bonaparte, a D'Annunzio no le bast� con ser considerado el mejor poeta desde Dante: tuvo que ponerse al frente de 2.000 hombres, reconquistar Fiume a Croacia y fundar all� un estado protofascista, una especie de S�baris o N�nive de org�as cotidianas con acentos marciales, saludos a la romana -�l los recuper�- y uniformes luego imitados al por mayor. La editorial F�rcola ha publicado sus cr�nicas period�sticas y su correspondencia amorosa con Barbara Leoni: si, para muchos, las primeras fundan el g�nero de la moderna cr�nica mundana, la segunda instituye el canon del amor fou, y quiz� no ha sido superada como monumento de la literatura epistolar er�tica.

Elogiado por Proust y Henry James, influido por Poe y Maupassant, Joyce sentenci� que D'Annunzio fue el primero desde Flaubert en hacer avanzar el arte de la novela hacia territorios inexplorados: los propios de un decadentismo lleno de audacia y refinamiento, salvaje y sutil a la vez. Su magisterio sobre los ismos bohemios de media Europa (Valle-Incl�n le rob� con descaro) parece incalculable. Como Wilde, como Baudelaire, el disc�pulo italiano m�s aplicado de Nietzsche fue pronto consciente de que la moderna condici�n de artista exig�a experimentar con la propia vida no menos que con las palabras: convertirse en materia de leyenda a despecho de toda convenci�n. Se puso a ello con tal energ�a que sembr� Italia de v�ctimas sentimentales.

La mayor de todas ellas se llam� Elvira Natalia Leoni, Barbara para su Ariel. Una bella romana de tez p�lida y melena negra, enferma cr�nica por redondear mejor el arquetipo decadentista de la amada, cuyo bestial marido le hab�a contagiado la gonorrea y cerraba con palizas las ofertas de reconciliaci�n. De su infierno la rescata un D'Annunzio de 24 a�os, padre ya pero hastiado de su esposa, triunfador incipiente en Roma como cronista social de La Tribuna al modo de un Gambardella de la Belle �poque. No sospechaba Barbara que aquel periodista-poeta la conducir�a a un infierno a�n m�s lacerante, con puntuales espasmos de para�so.

El lector no sale indemne del volumen que F�rcola, con soberbia traducci�n y pr�logo de Amelia P�rez de Villar, ha titulado No dejar�a nunca de escribirte. Primera ense�anza: la depravaci�n moral es muy compatible con la excelsitud del lenguaje amoroso. Lo cual habla muy mal del amor, nos tememos, que lo aguanta todo, hasta lo peor. En D'Annunzio la pasi�n est�tica no se distingue del vicio, la belleza formal del sentir turbulento, la desgracia ajena del disfrute propio. Este epistolario de amor -�el m�s hermoso de todos los tiempos�, afirm� Luigi Trompeo, y no hay poca competencia- exhibe la compatibilidad de Dorian Gray con su retrato. Del raudal l�rico al cinismo subyacente, estas mil p�ginas adictivas van contorneando el rostro can�bal del amor-obsesi�n, esa pasi�n que acaba destruyendo a la v�ctima en las dulces fauces de su depredador. Y todo ello desde la prosa m�s tensa y precisa, exquisita y caliente con que un hombre puede confesar su deseo a una mujer.

Celos del arte

El amor como enfermedad esteticista, pero como herida abierta tambi�n. Leoni fue para D'Annunzio un combustible literario, un laboratorio de emociones para sus hero�nas de novela, pero �l tampoco sali� ileso. Sali� convertido en monstruo, un superhombre de ego�smo que padeci� durante la metamorfosis. Nos asomamos a la intrahistoria de un adulterio parox�stico, hacemos voyeurismo con la conciencia de un poeta superdotado cuya palpitaci�n nos convida por momentos al perd�n moral: logra conmovernos. Porque aquella relaci�n fue hist�rica, dur� cinco a�os en los que no pasaron m�s de tres d�as sin escribirse, salvo al final. Entre medias, todo oscila, como en cualquier relaci�n leg�tima y estable, con toda su ciclotimia de sensaciones.

Fr�o, calor, fuego, chispa, melancol�a, ruego, exhibici�n, la ruina econ�mica que amarga el reproche... Todos los grados y las causas del sentimiento er�tico est�n aqu�. Las discusiones, las palizas del marido y los efectos del spleen, los abandonos, las reconciliaciones, la pobreza. Los intentos de suicidio como el de la esposa de D'Annunzio, a quien le import� mucho menos de lo que confes� a Barbara para impresionarla. Los coqueteos con el opio y el l�udano. Las lunas de miel apasionadas en San Vito o Venecia. Los pormenores sexuales. Los retiros creativos que ella no entiende, celosa del arte. Las privaciones del servicio militar. Las deudas. Las dudas. Los celos torturantes.

Posesivo, mis�gino aunque fiado del juicio cr�tico de ella, insatisfecho hasta la histeria, narcisista desaforado, mentiroso genial. El mito de don Juan encarnando todos sus (d)efectos en la realidad. Toda la miseria del amor y toda su lujuria en p�rrafos donde el erotismo es pornograf�a velada por la met�fora, como cuando llama �rosa original� al �rgano sexual femenino. Y siempre, siempre, la sombra de la fatalidad planeando sobre cada carta como una premisa del propio amor: �Te amo porque est�s triste y sabes sufrir�, le dice �l. Porque si ella experimenta alguna alegr�a lejos de �l, se pone celoso. As� cumple su papel la musa decadente. El campo sem�ntico del libro no es el amor, sino la angustia; hasta que uno comprende que la ausencia es justamente el mayor aliciente de esta relaci�n, y que quiz� por eso se resiste el artista a formalizar ning�n compromiso. No hay entre mil una sola carta del todo alegre. El poeta se despide a menudo diciendo cosas como �mido con la m�a tu tristeza�. La desgracia como raz�n de ser del affaire: esa es quiz� la haza�a mayor del decadentismo.

Cabe leer el epistolario como una novela desgarradora, con un desenlace gradual. El tono se va secando, las sospechas se agigantan, el coraz�n de Barbara lucha por mantener su dignidad en medio de la maledicencia que se revela cierta: Gabriele ha dejado embarazada a una arist�crata con la que vive en N�poles, pues necesita que lo mantenga. D'Annunzio le pide que le devuelva las cartas y todav�a le suplica perd�n. Pero ella comprende al fin que solo sobrevivir� arranc�ndose de los dominios del amante antrop�fago. Han vivido una pasi�n sin esp�ritu, sin entrega cuando ella -enferma- lo ha necesitado: han ardido en el goce sensual o en su negaci�n. Se antoja una condena repugnante amar y ser amado as�, por mucho prestigio de que a�n goce el romanticismo. Los mecanismos ps�quicos del chantaje emocional amoroso han vendido muchas novelas, pero su sola vivencia a trav�s de estas cartas deja al lector exhausto y le hace desear el retorno del matrimonio de conveniencia. En la hoguera perpetua no hay lugar para la paz, para el amor sereno: todo es turbulento en la posesi�n y en la distancia, brutal, tremendista, dram�tico, agotador. Es droga, adici�n culebronesca, sed del binomio amor/dolor en proporciones exageradas. Una cosa par�dica en tiempos de Tinder, cuyos saciados usuarios acaso se muestren estupefactos ante semejante tempestad emocional.

El estilo de D'Annunzio es un prodigio de tonalidad. El tomo entero es un manual sobre el manejo de la modulaci�n, cada carta crea su propia atm�sfera afectiva. No importa conocer el grado de sinceridad que mueve la mano. El corresponsal es consciente ante todo de estar elaborando un lenguaje amoroso para la posteridad. Pero el artificio, la estilizaci�n del ennui est� tan lograda que no nos extra�a que cada l�nea de fuego espont�neo o provocado prendiera en los ojos febriles de Elvira Natalia Leoni, prolongando su sumisi�n. Y ahorr�ndonos las consideraciones morales que un escritor nunca deber�a sufrir, ni siquiera D'Annunzio, reconocemos su talla de creador del idioma cuando informa del �batir de arterias� con que resume la expectaci�n de un pr�ximo encuentro. O cuando confiesa, en esa mezcla de platonismo y materialismo en que vive el decadentista, que �el ideal es el despiadado roedor de este hombre que tiene la sangre ardiendo de sensualidad�. O cuando explica el estado en que lo ha sumido la marcha de la amada tras una noche de furioso placer: �Tus palabras, tus caricias, tus besos, tu risa, todas las emanaciones amorosas de tu ser han tejido en torno a mi alma una red en la que ahora me acuno melanc�lico�.

Ya era dif�cil escribir del amor en 1890, y sin embargo el talento verbal de D'Annunzio cuaja f�rmulas nuevas de decir te quiero, a caballo entre la sencillez y la originalidad, que solo rara vez cae en la grandilocuencia o en el t�pico. La plenitud, la zozobra, la turbaci�n que es capaz de comunicar al desencantado lector del siglo XXI este gran poeta, este loco infame, es la mayor de sus victorias.

2 Comentarios

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El teclado de mi artilugio se empe�a en corregir lo que escribo. Donde dice "supon�a",debe de decir "suoni". Porque de lo contrario, pierde el sentido de lo que dijo el Poeta. Perdonado.

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Le� un pensamiento de D'Annunzio que me impresion�, sobre la M�sica, y que transcribo a�n a trueque de resultar pedante. Dice as�: " E hai tu mai pensado che l'essenza della m�sica non � nei supon�a�. Ess� nel silencio che precede i supon�a, e nel silencio che li segue....Ogni sue�o e ogni acordo svegliamo nel silencio che li precede e chi li segue una voce che non pu� ese dita se non dal nosotros perito...."