Un fenómeno de masas

La historia de la ópera, el gran espectáculo de la música

Durante el Renacimiento nació un género musical que se convertiría en uno de los más importantes en los siglos venideros: la ópera. Mitos antiguos, historias de amor, dramas, épica caballeresca y muchas otras historias cobraron nueva vida a través del canto.

Representación de Turandot en el Festival Puccini de Viareggio (Italia), 2015

Representación de Turandot en el Festival Puccini de Viareggio (Italia), 2015

Foto: Xinhua /Landov / Cordon Press

Las grandes historias siempre han encontrado en la música una buena compañera de viaje, desde aquellos artistas errantes de la antigua Grecia que cantaban la ira funesta de Aquiles o el ingenio de Odiseo, el de los mil ardides, hasta las sopranos que siglos después entonan, en elegantes escenarios, la súplica-amenaza de Lauretta a su querido padre para que le permita casarse con su amado: “¡Y si lo amase en vano iría al Ponte Vecchio, pero para arrojarme al Arno!”, exclama.

La ópera como género musical nació en Italia durante el Renacimiento, a partir de dos tradiciones distintas: una más elitista y refinada, proveniente de la música de las cortes medievales, y otra más popular ligada a los artistas de calle. Maduró durante la época barroca, se diversificó con el Clasicismo y alcanzó su apogeo durante el Romanticismo, conservando su popularidad hasta nuestros días. ¿Su secreto? Dotar a las historias de épica a través del canto, ya fueran las gestas de héroes legendarios o las preocupaciones más humanas de personajes con los que cualquiera pudiera identificarse.

Representación de Aida en la Arena de Verona

Representación de Aida en la Arena de Verona

El anfiteatro romano de Verona acoge cada verano representaciones de ópera al aire libre.

Foto: Christian Abend (CC)

Los orígenes de la ópera

La música nunca había dejado de acompañar a las narraciones, ya fuera en las cortes o en las plazas; pero por lo general era considerada, precisamente, como un mero acompañamiento. Fue durante el Renacimiento cuando los gobernantes y otros grandes personajes amantes de las artes empezaron a financiar representaciones más elaboradas musicalmente y, en ocasiones, a componer ellos mismos.

Entre estos destacaba, a finales del siglo XVI, un grupo de humanistas de Florencia conocidos como la Camerata de los Bardi —el nombre de la familia aristocrática que los financiaba— a quienes se atribuye el nacimiento formal de la ópera como género propio. Los miembros de la Camerata consideraban que la música se había corrompido y que había que recuperar el estilo de la antigua Grecia. Dos de ellos, el músico Jacopo Peri y el poeta Ottavio Rinuccini, estrenaron en 1598 Eurídice, considerada como la primera ópera.

Algunos músicos “ortodoxos” criticaron duramente la ópera en sus inicios por considerarla como algo estridente, vulgar y más cercano al teatro ambulante que a la música.

En aquella época vivió también el que es considerado como el primer gran compositor de ópera: el cremonés Claudio Monteverdi. Entre sus obras se encuentran composiciones como Orfeo, Ariadna o El regreso de Ulises a la patria; muchas de ellas, por lo tanto, inspiradas en el mundo antiguo, aunque también tocó otras temáticas. En su momento, él y otros pioneros de la ópera recibieron duras críticas por parte de músicos “ortodoxos”, puesto que algunos consideraban el nuevo estilo como algo estridente, vulgar y más cercano al teatro ambulante que a la música.

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Para todos los públicos

A pesar de estas críticas, las clases altas adoptaron el gusto por esta nueva música, que suponía además una ocasión para ostentar su patrocinio de las artes. Venecia fue la primera gran capital de la ópera, seguida por otras ciudades de Italia y finalmente del extranjero, dando origen a diversas tradiciones operísticas, entre las que destacaron la francesa y la sajona.

El Gran Teatro La Fenice

El Gran Teatro La Fenice

Este legendario teatro de Venecia, inaugurado en 1792, fue el escenario en el que se estrenaron muchas de las grandes óperas de la historia, especialmente de Rossini y de Verdi.

Foto: Pietro Tessarin (CC)

Empezaron a distinguirse entonces dos tipos de ópera. La primera, llamada ópera seria, trataba temas sacados de los mitos, la literatura épica y la historia, que se escenificaban de manera espectacular, con grandes escenarios y elaborados vestidos; por su alto coste, se dirigía sobre todo a un público de alta cuna como la realeza y la nobleza. Junto a esta se desarrolló otro tipo de ópera más ligera llamada ópera buffa: esta iba dirigida a la gente común, tenía una puesta en escena más sencilla y trataba temas más humanos como el amor o las relaciones entre amos y sirvientes. Con el paso del tiempo también esta se ganó su lugar entre las élites, que anteriormente la habían mirado con cierto desdén o como un divertimiento.

A medida que la ópera ganaba en popularidad, nacieron otros subgéneros: de entre estos se hizo especialmente popular la opereta, nacida en el siglo XIX y que enfatizaba la comicidad y el aspecto teatral por encima del musical. En principio iba dirigida a un público de clase humilde, pero también acabó por llegar a todos los públicos. Algunos libretistas —el término para referirse a quienes escribían el libreto, es decir, el texto de la obra— incluso se atrevieron a hacer algo que habría sido impensable en los primeros tiempos del género: tratar los temas típicos de la ópera seria en clave cómica. Así lo hizo en el siglo XIX una de las composiciones más célebres de Jacques Offenbach: La bella Helena, que presenta a los protagonistas de la guerra de la Troya de modo muy irreverente.

La ópera pronto se hizo muy popular y para los grandes eventos se organizaban fastuosas representaciones, una ocasión perfecta para los compositores y libretistas de ganarse la estima de la corte.

¿Cantar o actuar?

A principios del siglo XVIII, la ópera ya era uno de los géneros musicales más demandados. Los encargos generalmente se realizaban para las grandes ocasiones, como los matrimonios reales; cualquier compositor que aspirase a un lugar destacado sabía que aquellas eran ocasiones perfectas para ganarse la estima de la corte. Entre los autores del Clasicismo hay que destacar a Mozart, creador de algunas de las óperas más representadas de la historia, como La flauta mágica, Las bodas de Fígaro o Don Giovanni, así como a su libretista, el véneto Lorenzo Da Ponte.

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Retrato de Lorenzo Da Ponte.

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Pero aunque su nombre sea menos conocido que el del genio de Salzburgo, hay otro personaje al que la ópera debe mucho: Christoph Willibald Gluck. Este compositor alemán fue el primer gran reformador del género en un aspecto clave: el equilibrio entre música y teatro, que había sido uno de los conflictos intrínsecos de la ópera desde sus comienzos. En aquel entonces la música para la clase alta era concebida como algo estático, lo que a menudo convertía la ópera en una mera sucesión de arias para gloria de los cantantes, en las que la actuación jugaba un papel de transición entre una escena y otra. Gluck reformuló la idea de la ópera como música escenificada para convertirla en una historia cantada y eliminar los excesos barrocos. Él mismo se dedicó casi por entero a componer óperas, principalmente de temas clásicos, como Orfeo y Eurídice y su obra más exitosa, Ifigenia en Táuride.

El triunfo del sentimiento

Bajo la influencia del Romanticismo, el siglo XIX vio nacer a muchos de los grandes compositores de ópera de la historia como Berlioz, Verdi, Wagner y el que puede considerarse el primer operista romántico, Rossini. Sin renunciar a las reformas del clasicismo, las composiciones de esta época están marcadas por el sentimiento, ya sea este épico, amoroso o nostálgico.

Como sucedía en todas las artes, también la música y por supuesto la ópera sonaban con acordes patrióticos, relacionados con la unificación de dos nuevos estados en Europa. Si Verdi puso música al nacimiento de la Italia unificada hasta el punto que Va' pensiero, el coro de los esclavos hebreos en Nabucco, fue propuesto como himno nacional, Wagner buscó la identidad alemana en raíces míticas en su ciclo El anillo del nibelungo.

Como por un capricho romántico, el último gran operista fue originario de la tierra que había visto nacer la ópera, la Toscana. Puccini puso de nuevo las pasiones humanas en el centro de sus obras, como La bohème, Tosca, Madama Butterfly y Turandot. En estas dos últimas —especialmente en Turandot, que la muerte le impidió terminar— se aprecia el gusto por el exotismo propio de la época colonial, que en épocas recientes ha sido objeto de críticas por la caricaturización en la que caían algunos libretistas, como el británico William S. Gilbert en su célebre opereta El Mikado. Aunque, vista la historia de este género musical, que una ópera despierte críticas o controversia es casi protocolario.

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