La noticia sorprendió a un mundo que para enero de 2021 todavía trataba de digerir la pandemia. Los integrantes de un grupo de pequeños inversores nucleados en la subpágina de Reddit WallStreetBets coordinaron la compra simultánea de acciones de la tienda de videojuegos GameStop, en franca caída desde la implementación de los aislamientos sociales. Focalizaron en ellas porque los peces gordos de Wall Street estaban ganando toneladas de billetes a través de un mecanismo de compra-venta-recompra de cortísimo plazo en el que resultaba fundamental que el precio bajara cada vez más.

La compra masiva de esos inversores torció la tendencia, logrando dos efectos simultáneos: mientras muchos de ellos se volvían millonarios de la noche a la mañana (los papeles llegaron a aumentar más del 100 por ciento diario durante varias semanas), los gigantes financieros que habían apostado “en contra” perdían millones de dólares. Cientos de millones, en algunos casos. La un tanto exageradamente llamada “Revolución Francesa de las finanzas”, entonces, como uno de los pocos hechos donde David le da una paliza a Goliat. Y se sabe que al cine –especialmente al de Hollywood– le encantan ese tipo de historias.

El título original es Dumb Money (Dinero tonto) y refiere al rótulo que suele darle Wall Street a las inversiones de ciudadanos con poco conocimiento en la materia. A ellos les comenzó a hablar del fenómeno GameStop Keith Gill (Paul Dano), un YouTuber y analista amateur del sistema financiero, quien consiguió que gran parte de ese dinero se dirigiera a la maniobra colectiva. Un colectivismo que, como suele ocurrir en este tipo de relatos, es representado a través de un conjunto de personajes de diversa índole, entre los que se destacan una enfermera tapada de deudas, dos jóvenes con aspiraciones de influencers y un empleado latino de una tienda de Game Stop.

A través de ellos, ese avezado narrador que suele ser Craig Gillespie (Lars y la chica real, Noche de miedo, Horas contadas, Yo soy Tonya) va punteando las distintas etapas del caso: el incipiente fenómeno online, la atención primero de algunos medios especializados y de las cadenas nacionales e internacionales después, las dudas de los ahorristas acerca de si vender o no las acciones, las quejas de los fondos de inversión y desarrollares tecnológicos perjudicados (aquí sobresalen los personajes de Seth Rogen y el infalible Vincent D'Onofrio) y, finalmente, la investigación del Congreso.

Basada en el libro La red antisocial: la verdadera historia del grupo de pequeños inversores, trolls y antisistema que puso de rodillas a Wall Street, de Ben Mezrich, El poder de los centavos tiene varios puntos de contacto con La gran apuesta y El lobo de Wall Street. Al igual que en ellas, se habla (y mucho) de maniobras financieras que el guion trata de bajar a tierra a través de los personajes o de fragmentos de noticieros. Lo que cambia es el tono (aquí es menos frenético y alucinógeno que en las otras) y el punto de vista: si allí el foco estaba quienes (casi) siempre ganaban, aquí el punto de vista se ubica en los habituales perdedores, hombres y mujeres de a pie, con pocas posesiones y aún menos que perder.

Si bien se trata de una película que recorre los caminos marcados por los hechos reales y los modos narrativos instaurados para abordarlos, El poder de los centavos logra no solo materializar un sinfín de variables invisibles del tan mentado mercado. También tiene la pátina de emotividad propia de las fábulas proletarias donde los débiles pueden, unidos, ser mucho más fuertes que los poderosos.



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