Frank Cadogan Cowper.
Historias detrás de las obras de arte.
Lucrecia Borgia reina en el Vaticano en la ausencia del Papa Alejandro VI (h. 1908). Frank Cadogan Cowper.
Los prerrafaelitas son pintores ingleses que, a mediados del Siglo XIX, se agrupan en una cofradía para romper con las convenciones estrictas que dicta la Academia. Quieren retroceder hasta la pureza y la libertad que han ejercido los primitivos italianos (anteriores a Rafael, de ahí el nombre). Sus temas favoritos son escenas literarias, históricas y religiosas, así como las leyendas y personajes fabulosos de la Edad Media.
Frank Cadogan Cowper es un prerrafaelita muy particular, porque podríamos decir con humor que “se suma a la cofradía cuando la cofradía hace mucho que no existe”. Obviamente, lo llaman “El último prerrafaelita”.
En este cuadro, elige como tema un episodio oscuro de la vida llena de mitos y misterios de Lucrecia Borgia.
Femme fatale del Renacimiento, belleza libertina, adúltera y tal vez asesina, Lucrecia se convierte sin dudas en símbolo de las intrigas políticas, la violencia, la corrupción y los escándalos de la Italia renacentista. No sólo el mito la acusa de ser incestuosa con su hermano César Borgia, sino que además la acusa de ser amante del Papa, ¡que además es su padre! (una obra de ficción jamás usaría un argumento como éste, descartándolo por “demasiado exagerado”).
Aparentemente, al ausentarse, su padre deja El Vaticano a cargo la jovencísima Lucrecia (a quien, para seguir construyendo poder, busca casar por tercera vez).
El arte, en general, cuenta la historia a su manera, a su gusto. Una imagen que tenemos de un personaje del pasado, tal vez de un héroe, no es su verdadero rostro sino el rostro que pintó el artista (como la anécdota de Picasso, que cuando le critican el retrato de Gertrude Stein, él dice que con el tiempo Gertrude Stein se parecerá al retrato). Lo mismo sucede con los hechos históricos: a veces se terminan pareciendo al arte o a las ficciones.
Cowper pinta deliciosamente un momento de la historia que tal vez nunca sucedió, pero que el arte convierte en verdadero. Un cuadro de un simbolismo tan poderoso que con pocas pinceladas retrata toda una época: una época donde la cúpula eclesiástica es la encarnación misma del vicio y de la corrupción.
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