Isabel II: ¿Cómo acabó casada con su primo Francisco de Asís?

Cómo acabó Isabel II casada con su primo Francisco de Asís

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Años de negociaciones, presión política y cerco diplomático fueron necesarios para elegir al esposo de la reina, pero su matrimonio forzado estuvo condenado desde el principio

Cómo acabó Isabel II casada con su primo Francisco de Asís
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Cómo acabó Isabel II casada con su primo Francisco de Asís

La historia ha dado pruebas evidentes de que el matrimonio de la española Isabel II, con el que se pretendía asegurar la continuidad dinástica, resultó un fiasco. Un fiasco previsible desde el principio –ya que nunca se contó con la opinión de la implicada– y que acabó resultando tremendo, sobre todo teniendo en cuenta que de nada sirvieron los años de negociaciones para dar con el candidato perfecto.

Desde que tenía tres años, casar a Isabel había resultado vital para una monarquía tambaleante a causa del conflicto dinástico desatado. Solo el matrimonio de la reina podría asegurar las instituciones. La elección, por tanto, no era baladí. Y mucho menos fácil.

Detalle de un retrato ecuestre de Isabel II y el rey consorte Francisco de Asís de Borbón, por Charles Porion, 1867.

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Fue cuestión de tiempo que la boda de la reina Isabel II incumbiese a todos. Por una parte, a la España liberal, empeñada en afianzar la monarquía isabelina con apoyo exterior y garantizar la unión de fuerzas políticas, cada una con un candidato. Y, por la otra, a las casas reinantes de Europa, con la mirada puesta en un país que, si bien había perdido gran parte de su antiguo imperio, contaba con posesiones en el norte de África y con una situación estratégica que facilitaba el control del estrecho de Gibraltar. Sin olvidar a María Cristina, la reina madre, de nuevo en España tras el ascenso de un gobierno moderado y cuyo principal desvelo era encontrar el esposo idóneo para su hija.

Con tantas presiones, la decisión se hizo esperar. Finalmente, se optó por un nombre español: el de Francisco de Asís, primo de la reina. ¿Por qué él? Sorprendentemente, la única ventaja del candidato respecto a los demás era, simple y llanamente, que carecía de inconvenientes. El primogénito de Francisco de Paula y Luisa Carlota era español, religioso y, sobre todo, apolítico.

Retrato fotográfico de la reina de España Isabel II.

Foto de la reina de España Isabel II.

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Ningún partido le hacía la contra y, lo que es más importante, ninguna potencia extranjera podía esgrimir problema alguno para no admitirlo. Solo un detalle atentaba contra el fallo: la aversión, e incluso repugnancia, que la novia sentía hacia su primo, al que media España suponía homosexual.

“¡No, con Paquita no!” es la exclamación que la rumorología ha puesto en boca de la soberana en el momento de conocer que el elegido era Francisco. Pese a que los historiadores no se atreven a precisar la veracidad de su reacción, la hecatombe emocional que la noticia provocó en la joven fue tan impresionante que incluso amenazó con abdicar. Acabó aceptando a regañadientes.

Matrimonio de conveniencia

La boda real se celebró el 10 de octubre de 1846, el mismo día en que la novia cumplía los dieciséis. Francisco de Asís, que optaba al título de “rey consorte”, tenía veintidós. Ese día, y pese a las reticencias británicas, también se celebró una boda simultánea, la de la infanta Luisa Fernanda con el francés Antonio de Orleans, duque de Montpensier y futuro patrocinador de la conspiración que derrocaría a la soberana veintidós años después.

Hombre culto y refinado, Montpensier era pura ambición. Quería ser rey. A cualquier precio. Y como su candidatura para casarse con la reina Isabel había sido desestimada (Inglaterra ya tenía bastante con un Orleans en el trono de Francia), contrajo matrimonio entonces con su hermana, la infanta Luisa Fernanda.

Conocedor de las inclinaciones sexuales de Francisco de Asís, Montpensier estaba convencido de que la reina no tendría descendencia, con lo que la Corona española pasaría a la sucesora: su esposa. Si eso fallaba, aún le quedaba la conspiración: sufragar la revolución que proclamara a Luisa Fernanda como soberana. Fuera como fuera, el aspirante a rey estaba empeñado en sentarse en el trono de España. Sin embargo, no era el único.

Además de las maquinaciones del cuñado, Isabel también tuvo que hacer frente a las del marido. Transcurridos unos días desde la boda, saltaban las chispas que iban a ser persistentes durante todo el matrimonio. La madre de la reina, María Cristina, llegó a recomendar a su hija que pidiese al papa la anulación del matrimonio. Las causas, en referencia a la sexualidad de Francisco, “serán fáciles de probar”.

Retrato del rey Francisco de Asís de Borbón pintado por Federico Madrazo.

Francisco de Asís de Borbón pintado por Federico Madrazo.

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El hecho era que la pareja real resultaba tan compleja como opuesta. Isabel era explosiva, violenta, abierta y contradictoria. Francisco, frío, calculador, solitario y blandengue. Una incompatibilidad de caracteres que no fue fácil de superar ni al principio ni mucho menos con los años, por lo que cada cual llenó el vacío como pudo. Ella, con un nutrido registro de amantes. Su esposo, con la venganza y la intriga.

Los favoritos de la reina

Que la reina tenía favoritos..., ¡ahí estaba él para demostrar el adulterio y humillar a Isabel ante sus súbditos! Con este plan, para el que coleccionó a escondidas las cartas amorosas que Isabel dirigía a sus amantes, el rey consorte pretendía inducir al escándalo, provocar el destronamiento de la soberana y asegurarse la regencia. Mientras llegaba ese día, su mejor baza era la del chantaje, por lo que exigía ser recompensado con sumas y favores.

Pero por mucho que intentara guardar las apariencias, Francisco se sentía dolido. Él también tenía un favorito, un aventurero llamado Antonio Ramos Meneses, a quien hizo nombrar diputado y más tarde duque de Baños, pero la falta de discreción de Isabel con sus aventuras resultaba insultante. “La presencia de un favorito nunca me hubiera sido desagradable si se hubieran guardado las formas. No era necesario vejarme”.

Acuarela 97 de la serie 'Los Borbones en pelota'. Ilustra satíricamente el tipo de comentarios que con respecto al matrimonio real corrían por la época.

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Quizá la monarca no pretendía eso, pero lo cierto es que por su alcoba desfilaron, en algunos casos con impertinencia, numerosos favoritos, con los que Isabel colmaba su apetito sexual e incluso su instinto maternal. El escritor Prosper ya lo había advertido: “Si Francisco es incapaz de darle hijos a Isabel, la reina jamás carecerá de súbditos dispuestos a satisfacer sus necesidades”.

El general Francisco Serrano, el capitán Enrique Puigmoltó, el poeta Miguel Tenorio o el diputado Carlos Marfori, entre otros, dieron prueba de esa disposición. La mayoría de los historiadores dudan, o directamente niegan, la paternidad real de Francisco de Asís, quien siempre acabó por reconocer la legitimidad de la descendencia de la soberana. De los once embarazos que atravesó Isabel II, solo cinco de sus hijos alcanzaron la edad adulta: cuatro niñas y un niño que llegaría a rey, Alfonso XII.

La corte de los milagros

El comportamiento de los monarcas vició durante años el ambiente de la corte isabelina, que intentaba sobrellevar “la cuestión de palacio” contando con la intervención tanto de intermediarios de talla política, por ejemplo, el político moderado Ramón María Narváez (“el más firme sostén de la Reina”), como de probada talla religiosa. Es el caso del padre Antonio María Claret, designado confesor de Isabel II.

Ni para uno ni para otro era fácil lidiar en las discrepancias matrimoniales y sus implicaciones políticas. Pese a todo, el padre Claret se consideraba amigo de Isabel, quien, al margen de su conducta apasionada y adúltera, era una mujer devota cargada de buenas intenciones.

El padre Antonio María Claret, confesor de Isabel II, fotografiado por Pujadas. Barcelona, 1860

El padre Antonio María Claret, confesor de Isabel II, fotografiado por Pujadas. Barcelona, 1860

Cesc2003 / CC BY-SA 4.0

Conocedora de la piedad religiosa de Isabel II, otra figura contribuyó a distorsionar la vida en la corte para su propio beneficio: María de los Dolores Rafaela, más conocida como sor Patrocinio. Monja franciscana de apariencia dulce y mística, tenía el ánimo de aprovecharse de la bondad de la soberana e interceder de paso a favor del rey consorte, a quien se mostraba agradecida por el apoyo que su familia le había dispensado años atrás.

Apodada “la monja de las llagas”, se había hecho famosa por sus visiones de la Virgen y por los estigmas visibles que mostraban sus manos, pies y costado. Pero ni la confesión de que los estigmas se los había provocado ella misma con una reliquia ni el destierro consiguieron aplacar jamás su aire místico y milagrero.

Retrato de Sor Patrocinio.

Retrato de sor Patrocinio

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En estas circunstancias, que se sumaban a la inadecuada preparación de Isabel II y a su falta de criterio, tener una visión clara del rumbo a seguir era cuanto menos improbable. Ella misma lo reconocía años después al escritor Benito Pérez Galdós, a quien explicó su situación durante el reinado: “Este me aconsejaba una cosa, aquél otra y luego venía un tercero que me decía: ni aquello ni esto debes hacer, sino lo de más allá”. 

Y seguía: “Tenía que andar palpando las paredes, pues no había luz que me guiara. Si alguno venía y me encendía una luz, venía otro y me la apagaba”. Finalmente, el desgaste político y social de la corte y el reino precipitó su caída.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 431 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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