LA LECTURA
La Lectura de verano
ENCLAVES LITERARIOS (I)

Villa de verano: el retiro para crear... a Frankenstein

Actualizado

Antes de adquirir su actual condici�n lujosa, adinerada y anti-literaria de alojamiento para famosos y 'bitcoiners', estos espacios fueron perfectos para conjugar ocio y poes�a, como sucedi� en 1816

Villa Diodati, en un grabado de William Purser (1785-1856).
Villa Diodati, en un grabado de William Purser (1785-1856).GETTY

Seguramente, la idea del retiro r�stico para dedicarse a la escritura, lejos del bullicio de la ciudad y de la groser�a de la chusma, lo inventaron los romanos, que no s�lo fueron excelsos en la celebraci�n de la naturaleza pausada, buena para templar el ritmo de los d�as y serenar la atenci�n -as� lo observamos en las odas de Horacio y las buc�licas de Virgilio-, sino que tambi�n dise�aron con esmero el espacio perfecto para conjugar ocio y poes�a. La villa, que hoy es sin�nimo de alojamiento fastuoso para famosos y bitcoiners con un inacabable s�quito de mantenidos, fue en origen un laboratorio para los sentidos, del que dieron buena cuenta eminencias como Plinio el Viejo.

Un escritor de verdad raramente hace vacaciones, y apartarse del mundanal ruido no es tanto una excusa para detenerse, sino para escribir a otro ritmo. El retiro puede ser en una casa de campo, pero tambi�n una celda monacal o un chalet a pie de playa, y es mejor que as� sea, porque en los �ltimos tiempos el concepto villa -sea en la Toscana, Ibiza o T�nez; una residencia enorme con una amplia extensi�n de jard�n en el que perderse- ha terminado por adoptar una condici�n lujosa, viciada y anti-literaria.

Cuando aparece una villa en las novelas, suele ser para plantear un contundente juicio moral. Los perdonados, la mejor ficci�n del ingl�s Lawrence Osborne -de la que ahora llega una adaptaci�n al cine protagonizada por Jessica Chastain y Ralph Fiennes-, es un buen ejemplo: una pareja brit�nica acude a Marruecos para participar en una larga fiesta decadente en una villa de recreo organizada por un expatriado que busca ser la s�ntesis entre Paul Bowles y Tom Cruise, pero durante el camino atropellan a un joven local. A nadie en la bacanal parece importarle: no hay nada menos apetecible que un percance menor que les corte el rollo del fin de semana. Como en la Plataforma de Michel Houellebecq, aqu� se expresa la decadencia occidental mediante un hedonismo hortera que, l�gicamente, recibe como respuesta una dura represalia.

Pero esto es ahora, porque hasta no hace mucho la villa a�n ten�a una connotaci�n noble y culta, aunque ya mostrara signos de decrepitud civilizatoria y anemia imaginativa, raz�n por la cual Thomas Mann prefiri� dejarse de tonter�as burguesas de antes de la guerra y ambientar La monta�a m�gica en un sanatorio. Sin embargo, una villa legendaria est� grabada a fuego en la mejor historia de las letras: en 1816, mientras recorr�an Europa por motivos diversos, un grupo de ingleses decidi� alojarse durante unas semanas en una propiedad de la localidad suiza de Cologny, cerca del lago Ginebra. Se llamaba Villa Belle Rive, pero el hu�sped que la hab�a alquilado -el poeta Lord Byron, que viajaba con su amante Claire Clairmont y con el m�dico John Polidori- prefiri� bautizarla como Villa Diodati en honor de sus anfitriones, y as� se ha conocido hasta el d�a de hoy. Todav�a es posible visitarla, ahora convertida en un complejo de apartamentos de lujo disponibles para arrendar.

La historia del verano de 1816 en Villa Diodati se ha explicado millones de veces, y no viene mal una m�s. Aquel tiempo fue especialmente fr�o en Europa -el clima global hab�a cambiado por la explosi�n de un tremendo volc�n en Indonesia-, y lo que ten�a que ser un est�o pl�cido de paseos, sexo y libaciones se convirti� en una rasca at�pica que poco motivaba a salir de la mansi�n. Cerca de Villa Diodati se alojaba un amigo de Byron, el poeta Percy B. Shelley, junto con su esposa Mary, que adem�s era la hermanastra de la amante del lord. Una noche, aburridos y encerrados, jugaron a inventarse historias de miedo, y en aquellas jornadas de escritura, imaginaci�n y temperaturas polares nacieron dos de las m�s longevas criaturas monstruosas que haya dado el g�nero fant�stico.

John Polidori se invent� al vampiro moderno en la figura p�lida, enjuta y sedienta de Lord Ruthven, que model� como un sosias grotesco de Lord Byron -a los dos hombres les separaba una gran tensi�n, una envidia masculina mal llevada-, y que termin� dando car�cter a los chupasangres m�s exitosos del siglo XIX, Varney y Dr�cula. Mary Shelley, en fin, alumbr� a la criatura de Frankenstein en una novela que trascendi� el relato g�tico a lo Ann Radcliffe para introducir la variante de la ciencia-ficci�n, al concederle al doctor Frankenstein el estatus divino que puede alcanzar el hombre gracias a la tecnolog�a y el aliento prometeico. Lord Byron comenz� su espl�ndido Don Juan y Percy, si es que hubo alguna vez una competici�n, qued� el �ltimo. Terminado el reto, cada cual sigui� su camino; Lord Byron, con total acierto, descendi� hacia Venecia.

Balzac, Balthus y jugadores de tenis

Despu�s de aquel verano de 1816, los acontecimientos se precipitaron: Polidori muri� cinco a�os despu�s, Percy B. Shelley le sigui� un a�o m�s tarde y en 1824 perdi� la vida Byron. Para entonces, la fama de Villa Diodati la hab�a convertido en lugar de peregrinaci�n para escritores como Honor� de Balzac. Sus ecos siguieron resonando mucho despu�s, como demuestra el hecho de que el pintor franc�s Balthus residiese all� al final de la Segunda Guerra Mundial. Al poco, fue adquirida por la familia de tenistas magnates Washer Solvay

Si aquel verano no hubiera hecho fr�o, el curso de la literatura fant�stica habr�a sido otro, y a saber todo lo que nos habr�amos perdido: quiz� se habr�a prolongado la estirpe de las �nimas en pena de la novela g�tica, que termina por ser fatigosa; Le Fanu no habr�a profundizado en la dimensi�n sexual del vampirismo en Carmilla; y quiz� nunca habr�an aparecido los monstruos c�smicos de H.P. Lovecraft. Y en esa realidad alternativa, la verdad, no nos apetecer�a vivir. En todo caso, la lecci�n de Villa Diodati es igualmente conmovedora: cu�ntos cursos interrumpidos de la imaginaci�n se habr�n abortado porque quien puede escribir -y no se lo reprochamos- ha decidido por unos d�as dedicarse a navegar, o a ver mundo, y cu�ntas obras maestras, por el contrario, han nacido porque quien las escribi�, ebrio de ocio como Proust, antes se dedic� a vivir a tutipl�n.

Enclaves literarios (II)

Siguiente entrega, el pr�ximo viernes.

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