Fenomenología del Espíritu, Georg Wilhelm Friedrich Hegel

[Die Phanomenologie des Geistes]. Obra de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), pu­blicada en 1807. El autor parte de la obser­vación de que todo momento de la con­ciencia, todo grado de nuestra realidad es­piritual, es diferente de lo que en aquel momento y en aquel grado nosotros creemos que es; conocerlo, significa juzgarlo como momento pasado, superado. En el proceso espiritual, todo grado siguiente es, por tan­to, la plena conciencia de la verdad conte­nida en el grado anterior; y el desenvolvimiento activo de la conciencia, no puede detenerse antes del reconocimiento del pro­pio espíritu absoluto, como principio y alma del proceso que constituye su vida; sólo en tal reconocimiento la conciencia es per­fectamente idéntica a su propio contenido. Este proceso consiste, por tanto, en la ocu­rrencia y transcurso de momentos sucesi­vos, en los que continuamente el yo se afirma y se niega: con el fin de realizarme a mí mismo, debo convertirme en algo más de lo que soy y de lo que conozco que soy. En el desenvolvimiento espiritual se distinguen tres grados fundamentales: con­ciencia objetiva; autoconciencia individual; razón como conciencia de la comunidad. La sucesión de estos tres grados se enten­derá teniendo en cuenta que el yo, en el esfuerzo de ampliarse y comprenderse a si mismo, repite idealmente el desenvolvi­miento histórico de la humanidad.

El pro­ceso de formación del hombre es análogo al que se revela en la historia de la huma­nidad, y la fenomenología del espíritu es también una fenomenología de la historia. El primer grado es el estadio primitivo, que comienza con la certidumbre de la sensa­ción, se hace percepción y comprensión de las cosas, objetiva e intelectualmente con­sideradas. Pero en el conocimiento según el intelecto, el yo se contrapone a las co­sas, se conoce a sí mismo y se afirma como «autoconciencia individual». Esta concien­cia obra primero en oposición al mundo externo, como el yo que destruye y, des­pués, como aquello que forma y crea; en­tonces llega a ver el mundo como su lí­mite exterior y hostil, como una rígida necesidad a la que se substrae para aislarse en la afirmación de su propia libertad. Pero en la antítesis así propuesta, el yo termina por desesperar de sí mismo y por tratar de franquear su propio límite indi­vidual por el procedimiento de negarlo, al reconocer la autoridad histórica y el orga­nismo social. De este modo, la autoconcien­cia individual es superada y verificada por la «razón», la cual tiene su fundamento en la conciencia de la comunidad y se desen­vuelve, a su vez, a través de tres formas. La primera es «autoconciencia racional»; ésta, como razón observante, construye el mundo objetivo como organismo regulado por leyes; pero, reconociendo que la pre­tendida objetividad de la naturaleza no es más que la explicación de las formas de la conciencia en general, concluye en el es­cepticismo teórico, negándose a sí misma.

De razón observante o teórica, se transfor­ma, por tanto, en razón práctica. El yo práctico se siente atraído primero por las cosas externas que se le presentan como términos de su deseo de goce; pero más tarde aprende que la dura ley del destino convierte en vana la búsqueda del placer; y, con la virtud, se eleva sobre las cosas liberándose del deseo. Pero, buscando en la libertad el fundamento de la virtud, el yo práctico descubre la racionalidad supe­rior que domina al mundo de la naturale­za y de la historia; y lo acepta como po­tencia objetiva. Con esto, la autoconciencia racional se transforma en la segunda y superior forma de la razón, en el «espíritu moral», que se actúa al pasar el individuo a la comunidad estatal. El ejemplo de la más completa adhesión de lo particular a lo universal práctico concreto, de la con­ciencia de la identidad del hombre y del ciudadano, nos lo ofrece la vida griega. La afirmación de un ideal genérico de huma­nidad, el triunfo del universalismo negador del momento de la individualidad (históri­camente plasmado en el período del Cris­tianismo) provoca a su vez la rebelión del individuo contra la generalidad; surge en­tonces la lucha entre cultura y fe, la con­ciencia se siente lacerada por un dualismo que parece inconciliable. El espíritu moral desenvuelve la dialéctica del utilitarismo y de la genialidad moral, para resolver la oposición en el momento superior de la «religión». Ésta, que es la tercera forma de la razón, desenvuelve su contenido median­te una nueva tríada dialéctica: religión de la naturaleza, religión del arte y religión revelada.

Pero desde el punto de vista re­ligioso, la existencia suprema de la razón, la unidad de las cosas finitas y del espíritu infinito, está solamente «representada»; debe ser «comprendida» en su necesidad, y éste es el fin de la filosofía. Desde el estado primitivo y sensual a la plena autocon­ciencia filosófica, se desenvuelve el pro­ceso del Espíritu absoluto: el cual, desde la brutalidad del instinto, se eleva a una vida más alta en la familia, en la comu­nidad social, en el estado, y, finalmente, en la conciencia religiosa, llega a representarse a sí mismo como unidad y totalidad. Lo Absoluto es la totalidad de la autocon­ciencia, que vence e implica todas las contradicciones, que abraza toda la rique­za de la realidad, que es afirmación y ne­gación de sí, porque es incesante proceso de superación. La Fenomenología del Es­píritu es seguramente la más difícil de las obras de Hegel, no tanto por las obscuri­dades formales que presenta, como por la complejidad de su contenido: estudiando el paso de la conciencia común a la filo­sófica, el autor ha entretejido motivos gnoseológicos, psicológicos, históricos, propo­niendo amplias y geniales analogías; pero los nexos lógicos a menudo están nada más que indicados o sobreentendidos. La obra quiere ser una propedéutica a la filosofía, en cuanto que estudia las formas fenomé­nicas a través de las cuales debe pasar el saber para llegar a la auto comprensión de lo absoluto; pero, más que una verdadera y propia introducción, la Fenomenología es una anticipación de toda la filosofía hegeliana. [Trad. parcial de Xavier Zubiri en el volumen Fenomenología del Espíritu. Prólogo e introducción. El saber absoluto (Madrid, 1935)].

E. Codignola

La mente más grande y más libre de nuestro tiempo. (Ruge)

Una pompa de jabón. (Schopenhauer)

Es imposible negarle una extraordinaria riqueza de pensamientos de la más profun­da y genial especie. (Flint)

No hay razón alguna para reconocer la cualidad de poeta al compositor de un so­neto y negársela a quienes han compuesto la Metafísica, la Summa teológica, la Cien­cia nueva y la Fenomenología del Espíritu. (B. Croce)