Los personajes de Velázquez

Las edades de Felipe IV. La curva de una vida.

Felipe IV ascendió al trono en 1621, con apenas 16 años, y Velázquez lo retrató por primera vez en 1623, año en que se convirtió en pintor del rey. Desde entonces realizó numerosos retratos del monarca. Felipe IV de pie (1623-1624), del que existen versiones en Madrid y Nueva York, muestra al monarca joven, en el comienzo de su reinado, siguiendo modelos del retrato cortesano español. Felipe IV de castaño y plata (h. 1635), procedente de El Escorial y hoy en Londres, fue realizado tras el viaje de Velázquez a Italia. Las conexiones con el arte veneciano son evidentes en la nueva técnica empleada por el pintor, a base de manchas y pinceladas sueltas. Destaca la riqueza del atuendo del monarca y su característico bigote, que lució hasta el fin de su vida. Los últimos retratos del rey que pintó Velázquez en la década de 1650 muestran al monarca envejecido, con cierto aire melancólico y de cansancio. Sin adorno alguno –en el retrato de Londres vemos no obstante la cadena con el Toisón de Oro–, estas obras recuerdan los retratos de busto propios de los Austrias, que se remontan a sus ancestros, los duques de Borgoña. Estos retratos postreros se concentran en el rostro del rey en un verdadero ejercicio de introspección psicológica.

Felipe IV de pie. Óleo sobre lienzo (1623-1624). 200 x 103 cm. Museo Metropolitano, Nueva York.

Felipe IV de pie. Óleo sobre lienzo (1623-1624). 200 x 103 cm. Museo Metropolitano, Nueva York.

Foto: Superstock / Album
Felipe IV de castaño y plata. Óleo sobre lienzo (1635). 195 x 110 cm. Galería Nacional, Londres.

Felipe IV de castaño y plata. Óleo sobre lienzo (1635). 195 x 110 cm. Galería Nacional, Londres.

Foto: Oronoz / Album
Felipe IV. Óleo sobre lienzo (1656). 64 x 53 cm. Galería Nacional, Londres.

Felipe IV. Óleo sobre lienzo (1656). 64 x 53 cm. Galería Nacional, Londres.

Foto: Granger / Album

La reina Isabel de Borbón. Esposa y madre.

Isabel de Borbón (1602-1644), hija de Enrique IV de Francia y María de Medici, fue la primera esposa de Felipe IV, con quien contrajo matrimonio en 1615. Su retrato de hacia 1632, conservado en Viena, hacía pareja con otro de su esposo y fueron enviados como regalo a la corte imperial. En ambos casos, mientras el rostro se vincula con Velázquez, el resto de la pintura, de menor calidad, parece corresponder a sus asistentes. La obra sigue el modelo del retrato de corte, con fondo neutro, cortinaje y un sillón en el que apoya su mano la reina, elegantemente vestida y portando un abanico. El retrato ecuestre de la reina (hacia 1635), destinado al salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, hacía pareja con el del rey Felipe IV y ambos se completaban, en su significado dinástico, con el de su hijo, el príncipe Baltasar Carlos. El papel político de la reina, como consorte y madre del heredero, queda bien reflejado en esta obra. El retrato es fruto de, al menos, dos manos distintas. Destaca la cabeza del animal, donde son visibles las pinceladas sueltas del maestro, que contrastan, por el contrario, con el detalle y cuidado de la rica vestimenta de la reina –en la que aparece su monograma bajo la corona real– y la gualdrapa del caballo, que sin duda se deben a otro pintor.

Isabel, Reina de España. Óleo sobre lienzo (1631 1632). 132 cm x 101,5 cm. Museo de Historia del Arte de Viena.

Isabel, Reina de España. Óleo sobre lienzo (1631 1632). 132 cm x 101,5 cm. Museo de Historia del Arte de Viena.

Foto: Erich Lessing / Album
La reina Isabel de Borbón, a caballo. Óleo sobre lienzo  (hacia 1635). 301 x 314 cm. Museo del Prado, Madrid.

La reina Isabel de Borbón, a caballo. Óleo sobre lienzo (hacia 1635). 301 x 314 cm. Museo del Prado, Madrid.

Foto: Album

Príncipes e infantas. Los hijos del rey.

El retrato del príncipe Baltasar Carlos a caballo (1634-1635), destinado al salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, tiene un importante significado político. En ese espacio de exaltación de la monarquía, el príncipe de seis años figuraba como el heredero, a caballo, con banda, bastón de mando y espada, al estilo de los retratos adultos. La anatomía del caballo podría explicarse por la altura a la que estaba destinada la obra y que exigía una perspectiva determinada. El príncipe Felipe Próspero (1659) representa al tercer hijo de Felipe IV y su segunda esposa Mariana de Austria, a la edad de dos años. Porta ropas infantiles al estilo del denominado vaquero, de las que penden abalorios y amuletos protectores. Éstos, junto con el perrillo sobre el sillón –que acentúa la ternura y melancolía del retrato–, aluden a la delicada salud del príncipe, que falleció en 1661. La infanta Margarita en azul (1659), conservado en Viena, fue un regalo nupcial enviado a la corte imperial, donde terminaría residiendo la infanta al contraer matrimonio con su tío, el emperador Leopoldo I. La niña, que contaba ocho años cuando se realizó este cuadro, aparece elegantemente vestida de azul y plata, contrastando estos colores, al igual que su dulce rostro sonrojado y su cabello claro, con los ocres del fondo.

El príncipe Felipe Próspero. Óleo sobre lienzo (1659). 129 x 100 cm. Museo de Historia del Arte de Viena.

El príncipe Felipe Próspero. Óleo sobre lienzo (1659). 129 x 100 cm. Museo de Historia del Arte de Viena.

Foto: Erich Lessing / Album

La infanta Margarita en azul. Óleo sobre lienzo (1659). 125,5 cm x 106 cm. Museo de Historia del Arte de Viena.

La infanta Margarita en azul. Óleo sobre lienzo (1659). 125,5 cm x 106 cm. Museo de Historia del Arte de Viena.

Foto: Album
Baltasar Carlos, a caballo. Óleo sobre lienzo (1634-1635). 211,5 x 177 cm. Museo del Prado, Madrid.

Baltasar Carlos, a caballo. Óleo sobre lienzo (1634-1635). 211,5 x 177 cm. Museo del Prado, Madrid.

Foto: Album

Ministros de Estado. Imagen del poder.

Las élites gustaban de ser retratadas siguiendo los modelos del retrato cortesano, en el que no se deja nada al azar y todo lo representado posee un importante sentido simbólico; la pintura era un arma de promoción muy efectiva. Don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, acompañó al rey Felipe IV en sus tareas de gobierno desde que éste subió al trono en 1621, convirtiéndose en hombre de confianza del soberano y en su valido. Velázquez lo representó en varias ocasiones. En el retrato de 1625, Olivares aparece lujosamente ataviado, con la cruz de Alcántara en el pecho –en 1624 cambió la orden de Calatrava por ésta– y la capa y una fusta en la mano derecha, símbolo de su oficio como caballerizo, que apoya en un bufete sobre el que descansa el sombrero. Porta una gruesa cadena y la mano izquierda se intuye sujetando la espada. Don Diego del Corral y Arellano fue un afamado jurista, catedrático en la Universidad de Salamanca y llegó a formar parte de los consejos de Hacienda y de Castilla, además de ser caballero de la orden de Santiago. En el retrato que le dedicó Velázquez en 1632 aparece con los símbolos de su estatus: un sombrero alto sobre el bufete y la cruz de Santiago en el pecho. Los papeles que sostiene y la toga que viste son una alusión a su oficio.

Diego del Corral y Arellano. Óleo sobre lienzo (1632). 215 x 110 cm. Museo del Prado, Madrid.

Diego del Corral y Arellano. Óleo sobre lienzo (1632). 215 x 110 cm. Museo del Prado, Madrid.

Foto: Album

Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares. Óleo sobre lienzo (1625). Colección privada.

Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares. Óleo sobre lienzo (1625). Colección privada.

Foto: Oronoz / Album

La dignidad de enanos y bufones. Los olvidados.

En la pintura de Velázquez lo excepcional y lo cotidiano se dan la mano. Muchas veces sus pinturas mitológicas parecen desposeídas del aura mítica y divina, al tiempo que sus personajes más mundanos aparecen representados con distinción y nobleza. Un caso interesante es el de los enanos, bufones y otros personajes «de placer», como se denominaba en la corte a aquellos marcados por algún rasgo inusual físico o psíquico, asociados a lo burlesco y al divertimento, como bufones, si bien algunos alcanzaron fama y fortuna y actuaron como mensajeros e incluso espías. Nadie trató el tema con la dignidad con que lo hizo el sevillano. El bufón Calabacillas (1635-1639), con su destacada sonrisa, aparece con las calabazas que originan su mote y que son un elemento asociado a la falta de juicio. Bufón con libros (hacia 1640) muestra a un personaje vestido de negro, a la moda de la corte, acompañado de libros y material de escritura –cálamo y tintero–, tal vez en alusión a su interés por la lectura. El bufón el Primo (1644) acompañó a Felipe IV a Aragón y allí fue retratado por Velázquez, que coloca al modelo en una posición que resalta su talla, pero al mismo tiempo dirige una mirada directa y seria al espectador, de gran fuerza expresiva.

 El bufón calabacillas. Óleo sobre lienzo (1635 - 1639).  106 x 83 cm. Museo del Prado, Madrid.

El bufón calabacillas. Óleo sobre lienzo (1635 - 1639). 106 x 83 cm. Museo del Prado, Madrid.

Foto: Album
Bufón con libros. Óleo sobre lienzo (1640). 107 x 82 cm. Museo del Prado, Madrid.

Bufón con libros. Óleo sobre lienzo (1640). 107 x 82 cm. Museo del Prado, Madrid.

Foto: Oronoz / Album
 El bufón el primo. Óleo sobre lienzo (1644). 106,5 x 82,5 cm. Museo del Prado, Madrid.

El bufón el primo. Óleo sobre lienzo (1644). 106,5 x 82,5 cm. Museo del Prado, Madrid.

Foto: Album

¿Una francesa en la Corte?. Dama enigmática.

A menudo, los visitantes extranjeros que llegaban a la corte de Felipe IV solicitaban que Velázquez les hiciera un retrato. En 1623 pintó uno del príncipe de Gales (el futuro Carlos I de Inglaterra), durante su estancia en Madrid, hoy desaparecido. Se conserva, en cambio, el del italiano Francisco I de Este, duque de Módena, llegado a Madrid en 1638. Es posible que el magnífico cuadro Dama con abanico represente también a una visitante extranjera: la francesa Marie de Rohan, duquesa de Chevreuse. Un documento de 1638 dice que Velázquez «la está ahora retratando con el aire y traje de francés», y, en efecto, el retrato muestra a una dama con elementos de atuendo de estilo francés: en particular el guardainfante y el amplio escote, inhabitual en la corte hispana; un testimonio decía de la duquesa de Chevreuse que iba «despechugada». En cambio, la fina mantilla que cae sobre los hombros, el rosario con un lazo azul –color que podría vincularse con la Orden del Espíritu Santo–, el abanico y los guantes aportan un toque español; quizás eran una forma para la duquesa de congraciarse con sus anfitriones, o bien regalos recibidos del rey, como se ha sugerido a propósito de los lujosos guantes perfumados que luce la dama. Sin embargo, algunos autores rechazan esta identificación y creen que se trata de una dama española.

La dama del abanico. Óleo sobre madera. 93 x 68 cm. Wallace Collection, Londres.

La dama del abanico. Óleo sobre madera. 93 x 68 cm. Wallace Collection, Londres.

Foto: DEA / Album

Este artículo pertenece al número 205 de la revista Historia National Geographic.