El ‘Diálogo’ del caso Galileo - Protestante Digital

El ‘Diálogo’ del caso Galileo

A pesar de su precaria salud, trabajó en una elaborada defensa del sistema copernicano.

03 DE NOVIEMBRE DE 2012 · 23:00

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Resumen: El caso Galileo se convirtió, hace ya tiempo, en tema de leyenda, definiendo para muchos la relación, necesariamente tensa, entre ciencia y religión. Ha sido (y sigue siendo todavía) tema de ataques y contraataques. Por lo tanto, puede ser de ayuda el reconstruir (hasta donde es todavía posible hoy) lo que sucedió en aquellos tumultuosos años. ¿Cómo y por qué se involucró la Iglesia Católica? ¿Y qué pasó en aquel famoso juicio?[i] Parte Tercera: el “Diálogo” de Galileo 1. LA SENDA AL "DIÁLOGO" A su vuelta a casa, en Florencia, Galileo se mantuvo prudentemente aparte del asunto de Copérnico, pero se enredó en controversias relacionadas con la astronomía. Un debate con el filósofo jesuita, Oratio Grassi, sobre la naturaleza de los cometas le volvió rencoroso y condujo a la publicación de El ensayador(1623), un brillante trabajo satírico cuya defensa del atomismo hizo que Grassi y otro crítico anónimo, que presentó una queja en el Santo Oficio, dijeran que ello comprometía la doctrina sobre la Eucaristía. Por lo que sabemos, la queja no se llevó a término.[ii] La elección del amigo y admirador de Galileo, el cardenal Maffeo Barberini, como Papa Urbano VIII en 1623, animó a Galileo a acudir a él en demanda de autorización, para proseguir con el asunto de Copérnico, cosa que le fue concedida con la condición de que debería ser “hipotética”, con la cual el Papa evidentemente se refería a no pretender ser demostrada. Un argumento teológico con un largo pedigrí le había convencido (como dijo a Galileo) de que pretender demostrar la causa oculta (por ejemplo, el movimiento de la tierra) de un fenómeno observado (por ejemplo, las mareas) sería implícitamente como negar que el Creador podría causar estos efectos de una forma diferente. Pero Galileo parece que tomó lo de “hipotético” más o menos en el sentido moderno, permitiendo la presentación de la mejor argumentación posible. A pesar de su precaria salud, trabajó en una elaborada defensa del sistema copernicano.Ya no se basó sólamente en sus descubrimientos con el telescopio, que eran todo lo que había podido ofrecer en 1616, sino que ahora perfilaba un relato nuevo sobre el movimiento, uno que desmontaba los argumentos aristotélicos en contra del movimiento de la tierra, y que presentaba además un argumento en una forma causal canónica al atribuir las mareas a los movimientos de la tierra. Los descubrimientos con el telescopio ya habían refutado el sistema aristotélico-ptolemaico, mostrando que la tierra no podía ser el centro de las rotaciones de los planetas. El argumento de las mareas era realmente flojo, pero los otros argumentos habían dejado en pie sólo la alternativa copernicana. ¿O había otra? Galileo nunca abordó directamente la cuestión del tercer “sistema principal del mundo”, el de Tycho Brahe. Formulado en 1580, mantenía la tierra en el centro pero tenía al sol orbitando alrededor de la tierra, arrastrando con él a los planetas. Desde el punto de vista observacional, los sistemas de Tycho y de Copérnico eran equivalentes. A pesar de este hecho y del creciente apoyo al sistema de Tycho Brahe entre los que, por razones físicas o teológicas, eran suspicaces con la opción copernicana, Galileo nunca parece haber tomado en serio esta alternativa, aparte de hacer una alusión, en el Diálogo, al hecho de que el enorme séquito solar posiblemente no podría mantener una órbita estable alrededor de una diminuta tierra. 2. LOS DOS PRINCIPALES SISTEMAS DEL MUNDO Pasar la censura de Roma fue un largo proceso para el manuscrito del Diálogo. El censor, el dominico Niccolò Riccardi, estaba bien predispuesto hacia Galileo, pero estaba claramente preocupado por el apoyo no disimulado del autor al sistema copernicano, supuestamente condenado. Sabía, por supuesto, que Galileo tenía el permiso del Papa para escribir sobre el tema de Copérnico. Pero ¿Hasta qué punto le había dado vía libre? Para estar seguro, Riccardi ordenó a Galileo escribir una introducción y un pasaje final en los que habría de poner claramente de manifiesto que el trabajo trataba sólo de ser una “hipótesis”, de nuevo el término fatalmente ambiguo. Finalmente autorizó al censor florentino a tomar una decisión definitiva. El libro apareció, por fin, en febrero de 1632. Llegó a Roma en el peor momento. El Papa estaba siendo atacado por la facción española de la Curia por su apoyo a Francia y, por tanto, indirectamente a Suecia, su aliada protestante, contra los Habsburgo católicos.[iii] Estaba siendo también acusado de nepotismo y engrandecimiento mundano. No estaba, por tanto, de humor para ningún desaire adicional. No sólo se presentaba la pretensión de Copérnico como algo, en su opinión, más importante que la “hipótesis” que habían acordado, sino que además la propia reserva teológica del Papa sobre la posibilidad de demostrar dicha pretensión, se había cuestionado implícitamente. Y todavía peor, se había reducido a un comentario final inadecuado de Simplicio, el portavoz de la postura casi invariablemente perdedora en el Diálogo. En septiembre, el embajador toscano, Francesco Niccolini, intentó interceder ante el Papa a favor de Galileo, pero se encontró (como él describió más tarde) con un “ataque de rabia” contra Galileo que le “había engañado” y se “había atrevido a abordar uno de los temas más serios y peligrosos que pudieran sacarse a colación en ese momento”.[iv] Para empeorar las cosas aún más, se encontró un documento en los archivos del Santo Oficio, según el cual, Segizzi había entregado el requerimiento personal a Galileo en 1616, prohibiéndole “mantener, enseñar o defender” el punto de vista copernicano “en cualquier forma, verbalmente o por escrito”. Como había ocultado este hecho a los censores del manuscrito del Diálogo, se argumentó inmediatamente que esto invalidaba el imprimatur que se le había otorgado para el libro. En este momento, el Santo Oficio se hizo cargo y se le ordenó presentarse de inmediato. Se iba a iniciar el juicio a Galileo, que expondremos la próxima semana para finalizar esta serie. Próxima semana: Parte Cuarta (y última): el juicio a Galileo Autor:Ernan McMullin, fallecido en 2011, era Catedrático Emérito O’Hara de Filosofía, así como fundador y director del Programa de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Notre Dame. Publicó numerosos trabajos de filosofía de la ciencia, historia de la ciencia, y sobre las relaciones ciencia-teología. Entre sus publicaciones: Galileo: Man of Science(editor, Basic Books, 1967); The Church and Galileo(editor, University of Notre Dame Press, 2005). Este documento fue publicado en 2009. Traducción:Javier A. Alonso (Dr. en Biología) y revisado por Pablo de Felipe (Dr. en Bioquímica/Biología Molecular).


[i] Este documento aparece en el libro“Ciencia y fe en Diálogo: Documentos Faraday (volumen I)” donde se ofrece una edición bilingüe (inglés/española) de ocho de esos artículos preparados originalmente por el Instituto Faraday para la Ciencia y la Religión y que ha publicado Fliedner Ediciones. El libro fue presentado el 3 de marzo de 2011 motivo de la II Conferencia Fliedner de “Ciencia y FE”, impartida por el Dr. Denis Alexander en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid Universidad Complutense de Madrid. Otros ocho “Documentos Faraday” se publicaron este año en un segundo volumen. Ambos libros pueden adquirirse en laLibrería Calatrava. La organización de las Conferencias Fliedner de “Ciencia y Fe”, así como la publicación de los Documentos Faraday, son iniciativas del Programa de Ciencia y Fe de la Facultad de Teología SEUT, que se enmarca dentro de la Fundación Federico Fliedner, y ha contado desde su inicio con la colaboración de la Fundación Tejerina.
[ii] Los esfuerzos de Pietro Redondi para convertir esto en el tema real, aunque cuidadosamente oculto, en el último juicio a Galileo, no han convencido a muchos. Véase su Galileo Heretic, Princeton: Princeton University Press (1987). Véase una crítica en Westfall R.S. Essays on the Trial of Galileo, Vatican Observatory Press (1989), pp. 84-99.
[iii] Redondi op. cit., (17), pp. 227-232.
[iv] Finocchiaro op. cit., (7), p.229.

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