¿Por qué Hitler veneraba al monarca Federico el Grande?

¿Por qué Hitler veneraba a Federico el Grande?

Tercer Reich

A pesar de ser un ilustrado amante de la cultura francesa, el monarca prusiano fue reivindicado por los nazis como un predecesor de su Führer

Retrato de Federico el Grande, por Wilhelm Camphausen.

Retrato de Federico el Grande, por Wilhelm Camphausen.

Dominio público

Sus contemporáneos le llamaban el “rey filósofo”. Escribió tratados sobre política, libros de historia, poesía. Compuso música (tocaba la flauta travesera), coleccionó obras de arte (admiraba especialmente al pintor Antoine Watteau), promovió la construcción de la Ópera de Berlín y la Biblioteca Real, revitalizó la Academia de Ciencias, de la que fueron miembros Voltaire, Immanuel Kant o el matemático Pierre-Louis Maupertuis.

Durante su gobierno modernizó la administración del Estado, reformó el sistema judicial (entre otras medidas, abolió la práctica de la tortura), impulsó el desarrollo de la industria y el comercio, fomentó la colonización agrícola y repoblación de zonas deshabitadas del reino, promovió la tolerancia religiosa (pertenecía a la masonería), incluyendo a los judíos (aunque mantuvo los habituales prejuicios antisemitas de la época).

Federico el Grande tocando la flauta travesera.

Federico el Grande tocando la flauta travesera.

Dominio público

En su corte, situada en el palacio de Sanssouci de Potsdam (modesto en comparación con los de sus homólogos absolutistas), se rodeó de la vanguardia intelectual del momento: ilustrados, enciclopedistas, artistas (Voltaire fue su chambelán durante tres años). Hablaba y escribía en francés (desdeñaba la lengua alemana), y la cultura francesa fue su referente intelectual y artístico.

Aun así, a pesar de esta francofilia, este refinamiento cultural y estos valores ilustrados, Federico el Grande, rey de Prusia entre 1740 y 1786, fue ensalzado por el nacionalsocialismo como un precursor de la nueva Alemania del Tercer Reich, como un predecesor de Hitler. ¿Por qué ocurrió esto?

Genio militar

Además de ilustrado y filósofo, Federico II fue también un rey soldado. El apodo “el Grande” se lo ganó por sus hazañas bélicas. Durante su largo reinado, el monarca continuó con las políticas militaristas iniciadas por su padre Guillermo I, conocido como el Rey Sargento.

Sin embargo, no lo hizo de buena gana. Federico no quiso ser un caudillo. A los 18 años intentó zafarse de la autoridad paterna y la disciplina militar huyendo hacia Inglaterra junto a un amigo (y posible amante). Las represalias que sufrió cuando fue detenido (su amigo fue ejecutado en su presencia y él encarcelado) le obligaron a someterse a la voluntad de su progenitor.

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Federico aceptó ponerse al frente de un regimiento como coronel y casarse con la hija del duque de Brunswick-Luneburgo, Isabel Cristina de Brunswick. El matrimonio no tuvo descendencia ni apenas relación, ya que vivieron separados durante la mayor parte del tiempo.

Cuando Federico ascendió al trono, con casi 30 años, había asumido el papel que le encomendó su padre: liderar uno de los reinos más militaristas de Europa. Durante su primer año de reinado atacó a la Austria de los Habsburgo, inmersa en una lucha sucesoria, logrando arrebatarle la rica región de Silesia.

El joven Federico, a los 24 años.

El joven Federico a los 24 años.

Dominio público

Fue la primera de una serie de exitosas campañas bélicas –con la guerra de los Siete Años (1756-1763) como punto culminante– que le granjearon una gran fama como estratega militar y convirtieron a Prusia en una de las principales potencias del continente. En apenas 40 años, el reino casi dobló su extensión (de 119.000 km² a 195.000) y triplicó su población (de dos millones de habitantes a seis).

Obra maestra de la propaganda

Esta identidad militar del reinado de Federico el Grande fue la que reivindicaron los nazis como forma de legitimar su propio militarismo y sus planes expansionistas. Un deseo de refrendo histórico que no tardaron en escenificar. El 21 de marzo de 1933 se celebró en la iglesia de la Guarnición de Potsdam, donde estaban enterrados los reyes de Prusia, una ceremonia en la que el presidente Paul von Hindenburg “bendijo” la llegada del nuevo canciller alemán, Adolf Hitler.

El evento, organizado por Josef Goebbels, fue “una obra de arte de la propaganda”, como lo califica el historiador Ian Kershaw en El mito de Hitler (Crítica, 2019). El canciller, vestido con traje de civil y en actitud de teatral modestia, estrecha la mano del anciano mariscal prusiano y, acompañado por los compases de la Coral de Leuthen (un himno patriótico que festeja la victoria de Prusia contra Austria en 1757), deposita una corona de flores ante la tumba de Federico.

El simbolismo no podía ser más elocuente: la vieja y “gloriosa” Prusia unida espiritualmente a la nueva y “renovada” Alemania.

Esta asociación seguiría siendo explotada por la propaganda nazi en los siguientes años. Goebbels se afanó en establecer un paralelismo entre Federico y Hitler. Particularmente a través del cine. El régimen produjo varias películas biográficas sobre el monarca, interpretadas por el popular actor prusiano Otto Gebühr, en las que se ensalzaba el pasado de Prusia y se establecían analogías con el presente.

El actor Otto Gebühr como Federico el Grande en ‘El gran rey’, película de 1942.

El actor Otto Gebühr como Federico el Grande en ‘El gran rey’, película de 1942.

Terceros

Por supuesto, era un pasado idealizado. La propaganda nazi reescribió la historia de Prusia para adecuarla a su propia narrativa, como forma de respaldar la idea de que existía una continuidad histórica entre ambos regímenes. Goebbels subrayó las similitudes entre los dos líderes y sus proyectos políticos, y obvió deliberadamente sus diferencias. En ocasiones, de forma muy inteligente.

Fue el caso de la superproducción El gran rey (1942). Estrenada cuando el signo de la guerra estaba cambiando en contra de Alemania, la película pone en boca del pueblo prusiano una serie de reproches hacia Federico que eran los mismos que flotaban en el ambiente con respecto a Hitler: “¿Por qué nos arrastraste a la guerra?”, “¿por qué estás sacrificando a tu pueblo?”. La respuesta la sabían los espectadores: Federico ganó la guerra. El mensaje, por tanto, estaba claro: el sacrificio no sería en vano, Hitler también acabaría ganando la guerra.

El milagro que no llegó

Pero Hitler no ganó la guerra. Y eso que el Führer se encomendó al espíritu de Federico como si fuera un dios pagano. Durante los últimos meses de la contienda, el retrato del monarca permaneció colgado en la pared de su despacho en el búnker de Berlín y sus restos mortales escondidos en una mina de sal de Turingia.

Adolf Hitler, a la derecha, firmando unos documentos. Tras él puede verse un retrato de Federico de Prusia.

Adolf Hitler, a la derecha, firmando unos documentos. Tras él puede verse un retrato de Federico de Prusia.

The Print Collector/Print Collector/Getty Images

Los nazis esperaban que se repitiera el llamado “Milagro de Brandeburgo”, la retirada del ejército ruso de la guerra de los Siete Años tras la muerte en 1762 de la emperatriz Isabel I y la subida al trono del zar pro-prusiano Pedro III. Un cese de hostilidades que resultó decisivo para la victoria de Prusia contra los austriacos.

Cuando el presidente Franklin D. Roosevelt murió inesperadamente el 12 de abril de 1945, la cúpula nazi lo interpretó como una señal casi divina. El “milagro” se podría repetir. Esperaban que el nuevo presidente estadounidense, el acérrimo anticomunista Harry S. Truman, rompiera su alianza con Stalin y formara un frente común con británicos y alemanes para combatir a la Unión Soviética.

Póster de propaganda nazi que, en 1941, llama a seguir el ejemplo de Federico el Grande.

Póster de propaganda nazi que, en 1941, llama a seguir el ejemplo de Federico el Grande.

Dominio público

Pero el “milagro” no ocurrió. Alemania perdió la guerra, y Prusia, a la que los aliados identificaban con la semilla del militarismo germano, fue borrada del mapa. En 1947, el Consejo de Control Aliado aprobó su disolución con el fin de “preservar la paz y la seguridad de los pueblos y con el deseo de asegurar una mayor reconstrucción de la vida política de Alemania sobre una base democrática”. Paradójicamente, la mayor parte de Prusia pasó a integrar estados sin esa “base democrática”: las socialistas Polonia y Alemania Oriental.

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